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Oradores Clásicos


Enviado por   •  30 de Junio de 2013  •  3.063 Palabras (13 Páginas)  •  721 Visitas

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Oradores clásicos

Oratoria Clásica

La oratoria entendida como el arte del buen hablar siguiendo determinadas reglas tiene su origen en Grecia, más específicamente en la antigua filosofía griega y en aquel tiempo la oratoria era parte integral de la formación cultural. En contraste con la actualidad, solo quien necesita utilizarla se capacita en éste área.

Los tres periodos de la prosa griega

Tres épocas muestran las características principales de aquellos retóricos y oradores que concurren al desarrollo de la prosa griega.

1. El periodo de la elocuencia sin retórica

El primer período es el de la elocuencia sin retórica. Los oradores preparan discursos según sus cualidades naturales y los hallazgos en la práctica, pues aún no hay artes de la palabra. Pericles ve en sus discursos sólo medios para la política, y como no aspira a que sean conservados para la posteridad, los olvida después de conseguido su objeto. Pero se duda que los oradores se abandonaran a la falsa improvisación, al discurso sin preparación alguna, pues trabajaron sobre la base de experiencias y principios remotos, recibidos sobre todo de Homero, el viejo educador de Grecia, para quien Aquiles es el héroe de los grandes hechos en cuyos labios mora la persuasión. Así Pericles, también hombre de acción y persuasivo, se presentaba lleno de majestad, con palabras y ademanes tan pausados y firmes, que se imponía a los oyentes desde el comienzo hasta el final del discurso. Cuando hablaba todos escuchaban en silencio, y en el alma de cada uno quedaba la palabra de Pericles como en el cuerpo el aguijón de la avispa. No escribía nunca sus arengas nacidas de una profunda meditación al par que cuidadosa preparación verbal de fondo y forma, siendo verosímil que su mujer, Aspasia, preparara con él algunas partes de sus discursos mediante el diálogo, pues Plutarco afirma que las arengas de Pericles contenían más de una frase dictada por ella. "Esta honda meditación y la comprensión clara de las necesidades de Atenas daban a los discursos de hombres como Temístocles y Pericles una fuerza y una realidad que hacían más impresión en el pueblo que la que habría podido hacer cualquier proposición o consejo aislado". Hay en Pericles precisión de ideas; mayor riqueza de pensamientos que palabras; ideas ordenadoras de sus experiencias y observaciones; concisión y agudeza.

2. El periodo de los sofistas

En el segundo período —siglo v a.C.— el arte de la palabra, que no nace en Atenas sino en Sicilia, viene con abogados sicilianos como Córax y Tisias, que lo enseñan y dan un manual retórico y procesal compuesto para litigantes. Pero el gran suceso de la época es la llegada de los sofistas o maestros del saber que prometen formar al ciudadano, hacerlo sabio, estadista y orador mediante un arte, centro de su enseñanza. No eran teóricos ni filósofos, sino maestros para la vida práctica y la discusión, viniendo a satisfacer una necesidad de la época con un nuevo humanismo. Los filósofos del siglo VI a.C. habían polemizado entre sí en su afán de conocer el fundamento del mundo físico, y la polémica cansaba a los espíritus cuando la sofística llega al convencimiento de que no hay verdad objetiva ni orden superior alguno que nos ligue. "Nada existe —afirma Gorgias —; o si algo existe no puede ser conocido; o si algo existe y es conocido, no puede ser expresado".

Protágoras, el máximo sofista, declara que dos cosas le impiden saber si hay Dios: la dificultad del problema y la brevedad de la vida humana. Juzgando con Heráclito que todo fluye, todo cambia, concluye por hacer del hombre la medida de todas las cosas. Aunque algunos consideran que la tesis del homo mensura no es un escepticismo radical, sino más bien el reconocimiento de la insuficiencia humana y un estímulo para buscar las armonías en las oposiciones, de cualquier manera la teoría del homo mensura conduce necesariamente a la retórica como creadora de doxa, base del orden social. Sea que la sofística corresponda a la historia de la educación, o a la historia de la filosofía, su retórica es ajena a un amor excesivo por la palabra porque se funda en una doctrina que conmovió a toda la comunidad ateniense. Planteado el problema del conocimiento, y sentado que al no tener el hombre acceso a la verdad todo depende de la doxa o creencia, sostenedora de la comunidad, es el orador quien hace de su propia creencia una opinión general, hasta que un orador más persuasivo incorpore otra doxa nueva, creadora de nuevas convenciones. Así, la retórica es un poder porque los oradores, poseyendo la opinión sobre las cosas, poseen los efectos de las cosas sobre los hombres. El orador se asegura ese poder, pues las dotes para el discurso se desarrollan, la capacidad de controvertir y persuadir se agranda con el arte.

Gorgias, al considerar la retórica como una magia, la vinculó a la sutil y misteriosa faena de la elocución, preocupándose por las palabras que debían encantar los oídos y dominar los ánimos como un Orfeo tañedor de lira aplaca la cólera de los dioses. Entonces trasladó al idioma griego, en su época duro y escaso para producir obras de gran belleza, unas galas que exageró como representante de una escuela poética o teatral de oratoria, introduciendo en la prosa el movimiento vivo, el colorido, la armonía expresiva; y para producir tales efectos acudió al empleo frecuente de metáforas, arcaísmos, antítesis y, especialmente, al ritmo. Fue un orador asiático de abundantes imágenes, períodos largos, altisonantes, con patetismo sin medida, lujoso en la elocución. Su retórica y sus discursos que repetía a sus discípulos después de haberlos pronunciado en las grandes ocasiones, fueron en parte benéficos y en parte perjudiciales. Dio al idioma griego flexibilidad, agilidad y gracia, alcanzando resultados estéticos que sedujeron por la música de las palabras más sonoras cuanto más vacías, con predominio del factor sensible en perjuicio del intelectual. Pero el mérito de Gorgias reside en haber elevado a la categoría de estilo una manera de hablar que era más vulgar que sencilla, y fue benéfico al demostrar la necesidad del oficio oratorio. El progreso jurídico en Atenas, las actuaciones del foro, hicieron nacer una retórica judicial llamada práctica cuyo fin era persuadir , no deslumbrar al auditorio, que cedía ante los argumentos hábilmente ordenados, la estrategia psicológica, el desarrollo de unas ideas claras sin los excesos dela escuela asiática. Un sofista como Protágoras enseñaba a buscar ideas atrevidas, sorprendentes, seductoras por su originalidad, vinculando el arte de la

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