ADOLESCENTES Y JOVENES
1919jadamaris6 de Octubre de 2014
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IX CONGRESO INTERNACIONAL
SALUD Y DESARROLLO DE
ADOLESCENTES Y JÓVENES
“Comprometidos siempre”
LA PARADOJA DE LA ACCIÓN EDUCATIVA CON ADOLESCENTES Y JÓVENES EN CONFLICTO CON LA LEY
Introducción
El tema de este IX Congreso Internacional “Salud y Desarrollo de Adolescentes y Jóvenes” abre un panorama sumamente importante no sólo para ellos y ellas, sino para la sociedad en su conjunto.
Y es que Salud refiere al entorno, nos centra en cómo la sociedad en su conjunto constituye o no un factor de salud, de equilibrio, de armonía, de oportunidad para desplegar todas las potencialidades con las que venimos equipados desde el vientre de nuestras madres. Salud y Desarrollo están indesligablemente juntos, son como gemelos que comparten la misma placenta histórica, cultural, biológica y que habitan la misma noosfera hasta el final de la vida.
La salud de los adolescentes y su desarrollo son una clave hermenéutica para comprender nuestras sociedades, para entender el sentido de vida que las anima. Son como un termómetro para evaluar la temperatura de la vida de nuestras comunidades.
Sin lugar a dudas, nuestra formulación se enmarca dentro de los parámetros de la cultura occidental hegemónica. Desde la cosmovivencia de nuestros pueblos originarios estaríamos hablando de “Salud y Buen Vivir” o sólo de Buen Vivir que implica salud en su más amplio y preciso sentido, pero también todo aquello que reductivamente colocamos tras aquello de “desarrollo” y los calificativos que ha habido que añadirle, para acortar el riesgo de una polisemia funcional al statu quo a secas.
Uno de los fenómenos sociales que se prestan cíclicamente a ser objeto de alarma social es el de la delincuencia juvenil, el de jóvenes en conflicto con sus sociedades y con la ley. Esta alarma social suele ser orquestada por la mediación de medios de comunicación masiva y cumple la función de mantener vigente en el subconsciente colectivo la cultura correccionalista, la sobrevivencia de la doctrina de la situación irregular, el sarro social y colectivo que han dejado las dictaduras militares y civiles y que revive en situaciones de difícil manejo democrático. De todo ello se nutre la tendencia a sociedades panópticas.
Las propias estadísticas sobre jóvenes delinquiendo, son no sólo poco confiables, sino que se prestan a justificar medidas y aparatos que cifran sus expectativas de éxito en mecanismos meramente normativos o policiales. Y es que la cuestión juvenil deviene así en una cuestión de seguridad ciudadana, de control social, y en una cuestión penal. Cuando no, en una justificación a variadas formas de limpieza social.
La labor educativa se enmarca en este clima y no escapa a estas tendencias. En efecto, el educador aparece a los ojos de quienes quisieran milagros, como concesivo y sin autoridad, sin capacidad correctiva, sin efecto transformador. El propio educador, tiende a ver desdibujada su propia identidad como formador.
En las reflexiones que siguen quisiéramos colocar cuatro puntos centrales y unas cuestiones abiertas para seguir pensando. Una primera versa sobre sociedades que no creen en la real transformación de quienes hayan delinquido; una segunda refiere a la cultura del orden tutelar como el contexto en que opera el educador de jóvenes infractores; una tercera, aborda la exigencia de la JJR desde el enfoque de derechos humanos como matriz de la acción educativa. En un cuarto punto se señala la educación, la labor del educador social como un permanente esfuerzo por ser una lucha antidestino, vale decir, anti todo pensamiento determinista.
I.- SOMOS SOCIEDADES QUE NO CREEMOS EN LA “REHABILITACIÓN” DE QUIENES TUVIERON CONFLICTO CON SUS SOCIEDADES Y SUS LEYES.
Tres casos recientes en el contexto peruano revelan que somos sociedades en las que vivimos la paradoja de proclamar el castigo y la pena como mecanismos necesarios para la llamada “rehabilitación” de quienes entraron en conflicto con su entorno social y simultáneamente, una estrategia de estigmatización indeleble, una especie de imborrable tatuaje como criminal. El lenguaje mismo revela una representación del adolescente-joven en conflicto con la ley, como necesitado de un tratamiento médico, de curación de una afección o enfermedad, de algún tipo de lesión física que requiere tratamiento de rehabilitación. En esta categoría se ha tendido en la historia pasada y contemporánea a ubicar a fenómenos sociales como los adolescentes delincuentes, a los vagos, a los migrantes no acompañados, a los chicos chicas en prostitución, a mendigos, y recientemente a los niños, niñas y adolescentes trabajadores o en situación de calle.
a.- Determinismo como mecanismo de defensa.
Nos referimos al caso de la ciudadana norteamericana Berinson que cumplió cárcel por más de 15 años por terrorismo y al salir se encontró con una sociedad que no sólo la rechaza, sino que exige que no viva en un barrio que se mantuvo absolutamente de espaldas al drama de los campesinos y poblaciones originarias durante el conflicto armado, demandando que o vuelva a la cárcel o salga del país.
b.- Pena de muerte civil.
Además, acaba de aprobarse un decreto ley que prohíbe ser docentes y ejercer la labor de maestros de escuela a quienes hayan tenido algún tipo de involucramiento con los grupos alzados en armas en la década de los 80 y 90. Sociedades de este corte, no creen en la llamada rehabilitación. El pesimismo antropológico que pesa sobre ellas es un indicador de la interiorización de la cultura del desquite y de la venganza como satisfactor de hechos ciertamente inaceptables para la convivencia pacífica. Esto explica, en parte, las resistencias a la Reconciliación nacional a la que convoca la Comisión de la Verdad
c.- Lay Fun: el perro héroe
De forma contundente Aguirre describe cómo la sociedad limeña y la opinión pública global, justificó que el perro de raza rottweiler “Lay Fun” hubiese matado a un presunto ladrón que pretendía ingresar a un domicilio del que dicho perro era el guardián. El autor recoge el testimonio de un estudiante universitario que en su blog se expresó así: “La vida de mi perro vale más que la de todos los delincuentes y ampones [sic] juntos. Muerte para los que no aportan a nuestra sociedad y destruyen lo que tanto nos cuesta construir” Y no faltó periodista del diario Correo (18/7/2006) que propusiera que debía hacérsele un monumento al can asesino de Wilson Paredes, la víctima.
d.-La “basurización” , un componente de la subjetividad social
Cuando se trata del crimen, de la inseguridad causada por personas que consideramos peligrosas, la subjetividad que se va constituyendo suele estar marcada por la estigmatización del que es objeto de sospecha o de amenaza; suele estar arropada en reflejos de agresión mental, simbólica, verbal; suelen reforzarse actitudes de agresividad y violencia. Lo que Suely Rolnik llama subjetividad basura.
Paradójicamente somos sociedades del espectáculo, muy en particular cuando de crónicas del crimen se trata. La tendencia a la teatralización es hija de la banalización de cuanto refiere directamente a la lesión de la condición humana. En ese clima sólo pueden cultivarse rasgos de cinismo e indolencia en la conciencia colectiva. La razón indolente es pariente directa de la razón metonímica , es decir de la necesidad de asegurar el orden como garantía de seguridad y mecanismo de autodefensa frente a lo que se presente como disfuncional o en ruptura con el mismo.
Los muchachos privados de libertad o en riesgo o proceso de serlo a causa de acciones y actitudes reñidas con su entorno, bien pueden formar parte de lo que se ha dado en considerar los inútiles para el mundo y Castoriadis los llama los insignificantes, mientras Adela Cotrina en el concepto de aporophobia incluye la tendencia al desprecio de los pobres, de los marginados y a fortiori de quienes por delincuentes o infractores no merecen sino el estigma y el desdén frente a sus vidas no habida cuenta de la edad. El paso para calificar de clases de edad peligrosas a los adolescentes en conflicto con la ley es muy corto.
Los adolescentes que han cometido ilícitos sancionados por la ley penal son parte, más allá de las apariencias, de la población que en el fondo, sufre y hace sufrir, provoca sufrimiento sin sentido y que merecen ser atendidos para que lleguen a sumir la responsabilidad que les corresponde en los hechos concretos. Porque la inseguridad, la angustia contenidas y vivir siempre al borde de lo que, finalmente, uno mismo considera una circunstancia en la que se juega la vida, la libertad, el terminar arrollados por la vorágine de una vida a escondidas, no deja de ser una fuente de sufrimiento, las más de las veces, revestido de durezas, de rostros impasibles, de inhibición de sentimientos no obstante presentarse ante los demás como alguien amante del riesgo y haciendo alarde de coraje y valentía. Esta consideración no debe ser sinónimo de concesión alguna. Los jóvenes infractores, en nuestro medio, suelen combinar dureza de vocabulario y habla cotidiana al lado de un sentimiento de cariño hacia la propia madre, hacia alguna otra compañera o un eventual hijo. Viven la paradoja de la dureza a flor de piel y sentimientos de cierto apego emocional íntimo generalmente celosamente ocultado. La ternura, a una mirada meramente externa, pareciera estar definitivamente desalojada del horizonte de la vida personal, íntima, colectiva. Aunque la realidad suele ser más compleja.
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