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CAMINO DE ZORRO


Enviado por   •  24 de Noviembre de 2017  •  Tesinas  •  1.616 Palabras (7 Páginas)  •  305 Visitas

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CAMINO DE ZORRO

«Ha muerto Topa Amaro, taita Katari, tirao malamente por cuatro caballos de los chapetones». ¿Cómo?… ¿qué?… ¿quién habló asina?, ¿lo oí ahora o antes?… lo soñé tal vez… roto tendré el juicio quién sabe… me privaron en el cepo, ¿no?… y ahora botadito en medio de esta plaza, boca arriba, con el sol que se llena en mis ojos como si estuviera lloviendo pétalos amarillos de amancay, ¿qué nomás hago?… ¿qué hace por último esa gente allá mirándome, cargaos sus guaguas las mujeres y los runas también todo asustados y tristes, con soldados realistas que los contienen, mientras uno solito, oficial seguro, les habla como advirtiéndoles algo?… ¡Malhaya no poder mover mi cuerpo, caracho!, sólo mi cabeza apenas puedo jugarlo para los costados… Para ese otro lao hay gente togada, vestidos con casacones rojos y adornos dorados, como diablos, sentados alrededor de una mesa y más allacito una banda de músicos uniformados como para fiesta, y allá en la esquinita de la plaza, cerca de la acequia, algunos chapetones se afanan alrededor de unos caballos altos que se encabritan y relinchan… Sí, relinchan como mi bestia cuando por primera vez la llevé a orillas del gran Lago y se asustaría seguro con las agitadas aguas de la Mamacocha recibiéndole a este su hijo del Kollasuyo que iba a pedirle su abogación ante los dioses para acabar de una vez del todo con los blancos abusadores… Luego que recibí la señal con la alada figura de la serpiente Amaru que el rayo estampó en una peña en medio de una tempestad, yo volvía alegre cabalgando por la altipampa haciéndolos espantar a los lej-lejs y a las pariwanas que graznando escapaban del pajonal, volando casi desde las patas del caballo… y volando volando yo organicé también a mis hermanos para arre - meter contra la ciudad de La Paz que la hubiéramos tomado de no ser porque nos faltó armas y hubieron traidores, caracho, que los alertaron a los blancos a última hora, permitiéndoles organizar su defensa. Entre esos traidores estuvieron el Mariano Murillo, mi artillero, a quien hice después cortar los brazos y lo mandé al campo de los realistas, y el cura Borda, que fuera mi capellán, más cuando descubrí su traición voló como ave negra malagüera escapándose del escarmiento; después a los de su casta había ido a decirles que yo Tupaj Katari era dizque un indio ridículo mala traza a quien no pudo soportar como jefe de la revolución y que por eso se unía a ellos… Desde esa vez y más viendo el fracaso de Topa Amaro en el Kosko por hacer entrar a cholos, negros y blancos en el movimiento, yo decidí en adelante que mi ejército sería sólo de naturales netos y que era hora ya de renegar de todo lo que fuese cosa del invasor: costumbres, lengua, vestido y hasta alimentación; por eso nadie debía comer ya el pan de los blancos ni beber del agua de sus pilas… Con ese pensamiento adentro en nuestra sangre fue que logramos arrinconarlos a los pukakunkas sitiando por dos veces La Paz. La primera de ciento nueve días y la otra por más de dos lunas, dejando españoles muertos como piedras en pedregal y embistiendo también a sus dioses tal como ellos habían hecho con los nuestros. Por eso cuando en Oruro viéndonos llegar sacaron en procesión su santo, creyendo seguro que lo íbamos a respetar, yo ordené que lo atropellaran nomás con los caballos y les metieron cuchillo a sus cargadores… Sí, sí, a sus cargadores…, pero ¿qué?… ¿qué nomás dice la voz de ese chapetón que está ahí pregonando?… ¿Muerte?, ¿escarmiento?, ¿Túpaj Katari?, ¿por qué pues pronuncia mi nombre ese barrigón hocicudo carajo? Ya te voy a dar escarmiento yo a vos, so maldesao, para que no hables asina, a ti y a todos los chapetones que en la mita nos hacían trabajar más que a animales. También a esos corregidores codiciosos que nos obligaban a comprar cosas que ningún servicio nos daba a nosotros los naturales: medias de seda dizque, hebillas, barajas, anteojos, navajas de afeitar, como si shaprosos barbudos igual que ellos fuéramos nosotros… Hasta candados nos vendían, olvidándose los muermos esos que en nosotros era ley: ama sua, no robar… Fueron ellos los que trajeron esas mañas… ¡Vaya!, ahora están sonando los tambores, mientras de cuatro caballos puestos en cada esquina de la plaza están alargando lazos hacia donde yo me hallo… ¿Qué nomás pues están pretendiendo hacer estos?… ¿A mí?… ¿Cómo a Topa Amaro?… ¡Qué dizque!… Pobre Topa, con harto cariño me acuerdo de esa vez que en su casa de Tungasuca me recibió, luego que yo atravesando el altiplano, fuera a verlo desde mi pueblo de Sicasica. Hay que levantar el Kollasuyo, Julián Apaza, me dijo haciendo alusión a mi verdadero nombre, hay que hacer fuerza común con Tomás Katari… Valientoso el rey inca, caracho, lo mismo que el otro a quien se refería: el gran guerreador de Chayanta. Orgulloso yo de ambos que me estaban dando el ejemplo, para mi nombre de guerra tomé del primero: Topa, y del otro: Katari, con la idea de batallar hasta el último, así ellos murieran como en de veras ocurrió, pero… ¿qué? ¿Qué están haciendo a mi lado estos mes - tizos?, parece que estuvieran amarrándome con sogas de mis brazos y piernas… pero yo ni siento; adormecido estará mi cuerpo… ¿y esas mujeres?, ¿por qué lloran cantando?, ¿el aya taki?… si soy yo el que va a morir, caracho, no deben derramar sus lágrimas, ¿por qué pues?… vaya, ¿también los hombres lajpirean?… No, no, para el Ejército de los runas entonces no los quiero… Los hombres que estuvieron aquí se alejan y los tambores de repente dejan de sonar. Un silencio como si se les hubiera acabado la respiración a la gente y como si el aire de la plaza se hubiera vaciado se… —¡Yaaaaa! ¡Arreeee!… ¿Qué?… ¿Quién dijo eso?… Trote de caballos que se alejan… ¡Aggghhh! ¡Aggghhh! ¡Ay, cara - juuu!… ¡Maulas! ¡Kanras!… ¡Aggghhh! Aggh… ¿Qué?… ¿Quién es ese hombre que se asoma riendo en medio de ese vocerío que llora? ¡Ah, jajayllas, el corregidor de Sicasica es! ¡Gua!, el mismo que nos hacía comprar esas cosas sin valimento… Detrás de él, formaditos, tantos chapetones vienen… ¿qué nomás querrán?… ¡Ah!, ¿cómo?… ¿Que les vendamos nuestros ponchitos que los tenemos puesto en nuestro encima?… ¿Nuestros chullos también?… ¿Nuestros llanquecitos?… No,no; no están en venta, viracochas; nosotros no hacemos para vender… —¡Vuelvan! ¡A tirar de nuevo! ¡Aún no ha muerto! ¿Aún no ha muerto?… ¿quién?… ¿quién nomás, taita?… ¿El Marino Murillo acaso?… No, pues, él no ha muerto, sólo sus brazos amputa - dos estaban… ¡Ve!, ahí está de nuevo el traidor ese… ¿A qué viene?… Querrá que le corte las piernas seguro… Todo prosista avanza sin sus brazos, chorreando sangre de los muñones… Por allacito viene el cura Borda también apurando el paso para emparejarse seguro… ¡Yau!… Ellos no habían sido, sino Topa Amaro con el Tomás Katari más bien… ¡Taita, perdoncito, de otra laya los había visto!… Pero… padre Topa, ¿tuyos son esos muñones sangrantes?… ¿Quién te cortó los brazos, taita?… yo no fui, ¿de veras?… ¡Te ríes!…, ¿no te duele?… ¡Aggghhh!, caracho, ¿quién estira mis brazos y mis piernas?… ¡jajay, ahora están cosquillándome!, no me hagan reír, hom… Tam - bores, clarines… ¿dónde dónde tocan?… ¡Ah, jijuna!, el Mariano Murillo está arrastrándome a la cola del caballo que monta, mientras va arreando manadas de bestias, agitando sus brazos que ahora son tantos y en donde cada mano tiene un látigo… ¡Agghh! ¡Kanra!, arrastrándome va sobre espinas, montes, pedregales, y todavía volteando volteando está que se ríe, sacudiendo su cuerpo como ladrido de allko flaco… Con el esfuerzo que hago por fin a su caballo lo estoy deteniendo; los otros también se han parado resoplando, botando candela por sus narices… —¡Truecen a machetazos la cabeza del indio! ¡Mutílenlo! ¿Mutilar?… ¡ah!, de veras mutilados están mis brazos, yo nomás había sido que soy el María - no Murillo… mi propio enemigo, ¡ah, pucha!… pero ¿y los caballos?, ¿qué hago montado en esta llama?… Ah, de veras detrás de esa litera jalada por lindas vicuñas estoy yendo… Ahí van dos… sí, son ellos: el rey inca y el guerreador de Chayanta… Trataré de alcanzarles ahora que mis brazos de nuevo están creciendo y parece que vuelvo a ser yo mismo… ¡Apura, Tupaj Katari! dice uno de ellos volviéndose, ¡Intip nos llama!… Apuro al animalito y de pronto estoy saltando al carro de oro, y ellos me ayudan, ¡aúpa!, riendo. Las vicuñas mientras tanto acaban de elevarse sobre el lago Titicaca y están subiendo, ¡ah, pucha!, en dirección al Sol… Allá lejos sobre los nevados taita Intip, apartando una nube como quitándose una legaña, nos mira alegroso con su ojo resplandeciente, y está que nos llama con sus manos amarillas, en medio de cantos de acllas que están llenándolo de música toda la tierra…

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