EL CAMINO AL HABLA
sociologo7 de Agosto de 2011
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EL CAMINO AL HABLA
Martin Heidegger
HEIDEGGER, M., De camino al habla,
Versión castellana de Yves Zimmermann, en Serbal, Barcelona, 1990
Para comenzar, escucharemos unas palabras de Novalis. Se encuentran en un texto que él ha titulado Monólogo. El título alude al secreto del habla: el habla habla única y solitariamente consigo misma. Una frase del texto dice: «Precisamente esto, lo que el habla tiene de propio, a saber, que sólo se ocupa de sí misma, nadie lo sabe.»
Si lo que ahora se intenta decir se entiende como una secuencia de enunciados sobre el habla, no será más que una cadena de afirmaciones sin probar y científicamente indemostrables. En cambio, si hacemos la experiencia del camino al habla a la luz de lo que, haciendo camino, se da con el camino, entonces podría darse el supuesto en virtud el cual el habla nos inspira, en lo sucesivo, un sentimiento de extrañez y que nuestra relación con ella se manifiesta como la Relación [Ver-Hältnis].
El camino al habla - esto suena como si el habla se hallara muy lejos de nosotros, en cualquier parte a donde debiéramos primero encaminarnos. Pero ¿se necesita de un camino al habla? Según una antigua doctrina somos nosotros mismos aquellos seres capaces de hablar y por ello ya poseedores del habla. La capacidad de hablar no es sólo una de las facultades del hombre, de idéntico rango que las demás. La capacidad de hablar constituye el rasgo esencial del hombre. Este rasgo distintivo contiene el esquema de su esencia. El hombre no sería hombre si le fuera negado el hablar incesantemente, desde todas partes y hacia cada cosa, en múltiples avatares y la mayor parte del tiempo sin que sea expresado en términos de un «es» (es ist). En la medida en que el habla le concede esto, el ser del hombre reside en el habla.
Estamos, pues, ante todo en y con el habla. Un camino hacia el habla no es necesario. Además, tal camino tampoco es posible si es cierto que ya nos hallamos allí, a donde el camino debe llevar. Pero, ¿estamos allí? ¿Estamos de tal modo en el habla como para hacer la experiencia de su esencia; de pensarla como tal habla que, estando a la escucha de lo que le es más propio, lo aprehendamos? ¿Acaso moramos ya en la proximidad del habla, incluso sin nuestra cooperación? ¿O es el camino al habla en tanto que habla el más lejano que pueda pensarse? Y no solamente el más largo, sino, además, sembrado de obstáculos que provienen del habla misma, desde el momento en que sin desviar la atención, intentamos pensar puramente el habla hacia sí misma.
Nos arriesgamos aquí a algo extraño y quisiéramos describirlo del modo siguiente: Llevar el habla como habla al habla. Esto suena como una fórmula. Su finalidad es la de servirnos de hilo conductor en el camino al habla. La fórmula emplea tres veces la palabra «habla», diciendo algo distinto en cada caso a la vez que lo Mismo. Lo Mismo es aquello que mantiene junto desde la unidad, donde reside lo propio del habla, lo que la distinción mantiene separado. Inicialmente la fórmula remite a un entramado de relaciones en el que ya nos hallamos implicados. El propósito de un camino al habla está con un modo de hablar que quisiera, precisamente, poner en libre presencia el habla para poderla representar en tanto que habla y expresar lo representado, lo que, a la vez, atestigua que el habla misma nos ha entretejido con el hablar.
Este entramado que indica la fórmula designa el ámbito predeterminado dentro del cual deben moverse no tan sólo la serie de estas conferencias, sino toda la lingüística, toda teoría del habla y toda filosofía del habla así como toda tentativa de pensar en pos del habla.
Un entramado comprime, estrecha y obstruye la visión directa a través de lo entretejido. Al mismo tiempo, sin embargo, el entramado que nombra la fórmula es la cuestión propia del habla. Por ello, no podemos alejar la mirada de este entramado que aparenta comprimirlo todo a un asunto inextricable. La fórmula debe más bien animar nuestra reflexión para que intente, no, claro está, eliminar el entramado, sino destejerlo de tal modo, que conceda la visión al libre mutuo-pertenecerse de las relaciones que la fórmula nombra. Quizás el entramado está atravesado por un lazo que, de modo siempre desconcertante, desteje y libera el habla a su ser propio. Se trata de experimentar el lazo que desteje en el entramado del habla.
La conferencia que piensa el habla como información y que, en este proceso, debe pensar la información como habla [i], denomina «círculo» a esta relación que regresa hacia sí; un círculo, por cierto, inevitable pero a la vez lleno de sentido. El círculo es un caso especial del mentado entramado. El círculo tiene un sentido porque la dirección y la forma de circular las gobierna el habla misma, por un movimiento dentro del habla. El carácter y la amplitud de este movimiento lo quisiéramos conocer por el habla misma, entrando en el entramado.
¿Cómo puede lograrse este propósito? Siguiendo sin pausa en pos de lo que indica la fórmula de nuestro camino: llevar el habla como habla al habla.
Cuanto más claramente se nos muestra el habla misma en lo que le es propio, tanto más significativo se hace, en el camino, el camino al habla para ella misma y tanto más decisivamente se transforma el sentido de la fórmula del camino. Pierde su carácter de fórmula e, inesperadamente, viene a ser una resonancia silenciosa que nos hace oír algo de lo que el habla tiene de propio.
I
El habla: queremos decir el hablar; lo conocemos como una actividad nuestra y confiarnos en nuestra aptitud para ello. Sin embargo, no es una posesión asegurada. El asombro o el pavor pueden privar al hombre de habla. Está, entonces, asombrado y consternado. Ya no habla: guarda silencio. Alguien puede perder el habla a causa de un accidente. Ya no habla. Tampoco guarda silencio. Permanece mudo. Para hablar se precisa de la articulación de sonidos, sea que la efectuemos -en el hablar; sea que nos abstengamos de ella- guardando silencio; o bien que seamos incapaces de ello enmudeciendo. Es constitutiva del hablar la articulación vocal de sonidos. El habla se manifiesta en el hablar como la puesta en marcha de las herramientas vocales, que son: la boca, los labios. «la cerca de los dientes», la lengua, la garganta. Que el habla se haya representado desde antiguo inmediatamente a partir de estos fenómenos. Lo atestiguan los nombres que las lenguas occidentales se dieron a sí mismas: glÇssa, lingua, langue, language. El habla es la lengua, el dialecto.
Al comienzo de un tratado que más tarde obtuvo el título de Ürep waÛenhmr¤, de interpretatione, sobre la enunciación, Aristóteles dice lo siguiente:
“itsE n¢m nèo Œt »t »nvf nÇt n¤ »t »xuc nvt‹mhyap alobmæs, iax Œt anemñfarg nÇt n¤ »t »nvf. iax repsÅ ¢dæo m‹rgmata isp Œt ‹tça, ¢dé Üanvf Üa nÇ:Ûatça iotn¡m atèat aÝemhs nvtÅrp, Œtçat isp atam®yap w°t w°xuc, iax nÙ atèat atamÅiomô atamg‹rp hd³ ‹téat.
Sólo una cuidadosa interpretación de este texto permitiría una traducción adecuada. Aquí deberemos darnos por satisfechos con un recurso. Aristóteles dice:
«Es pues, lo que (tiene lugar) en la fonación vocal, un mostrar de aquello que en el alma se da como padecimientos, y lo escrito es un mostrar de los sonidos vocales. Y así como la escritura no es la misma con todos (los hombres), así tampoco los sonidos vocales son los mismos. De lo que, sin embargo, estos (sonidos y escritura) son primeramente un mostrar, esto es lo que en todos (los hombres) es idénticamente padecido en el alma: y las cosas, de las cuales éstos (padecimientos) constituyen representaciones aproximándose a la igualdad, son también las mismas.»
La traducción entiende de modo consistente los shmeÛa, (lo que muestra). los sæmbola (lo que mantiene mutuamente junto) y los ômoiÅmata, (lo que iguala), desde el mostrar, en el sentido del dejar aparecer, el cual, a su vez, reside en el reino de la desocultación (‹l®yeia). La traducción, sin embargo, no tiene en cuenta la diversidad de los modos del mostrar que distingue el texto.
El texto de Aristóteles es el claro y sobrio decir que hace visible la estructura clásica en la que el habla, en tanto que hablar, permanece cobijada. Las letras muestran los sonidos. Los sonidos muestran los padecimientos en el alma y los padecimientos muestran las cosas que alcanzan y consternan (be-treffen) al alma.
La vertebración de la estructura es lo que configura y porta el mostrar. El mostrar lleva de modos diversos -desvelando o velando- algo al resplandor: deja aprehender lo que aparece y deja lo aprehendido ser examinado. La relación entre el mostrar y lo por él mostrado -relación nunca desarrollada puramente, en sus propios términos y los de su origen- se transforma más tarde en una relación convencional entre un signo y un designado. En la gran época de los griegos, el signo se entiende sobre la base del mostrar y viene acuñado sobre ésta a los fines del mostrar. Desde los tiempos del helenismo (Stoa) el signo procede de un fijamiento, se le decreta como el instrumento para una designación mediante la cual la representación está enfocada y dirigida de un objeto sobre otro objeto. Designar ya no es mostrar en el sentido de un dejar-aparecer. La alteración del signo de algo que muestra a algo que designa reside en la mutación de la esencia de la verdad [ii].
Desde la época de los griegos, los entes se experimentan como lo que está en presencia.
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