ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

Ciudad Antigua


Enviado por   •  17 de Julio de 2014  •  2.648 Palabras (11 Páginas)  •  209 Visitas

Página 1 de 11

“La Ciudad Antigua”, Fustel De Coulanges

“La Ciudad Antigua”, publicado en 1864, escrito por Numa Denis Fustel de Coulanges

( 1830 – 1889), un historiador y sociólogo francés.

Está dividido en 5 libros que a su vez se dividen en varios capítulos. Estos libros se titulan Creencias Antiguas, La Familia, La Ciudad, Las Revoluciones y Desaparece el Régimen Municipal.

La Ciudad Antigua nos ayuda a conocer los sistemas sociales de los pueblos antiguos, Roma y Grecia, y tener una noción de los problemas sociológicos derivados de la religión y del derecho.

Se estudia a Romanos y Griegos conjuntamente porque estos dos pueblos han tenido un fondo de instituciones comunes y han atravesado una serie de revoluciones semejantes.

Hoy ya no piensa el hombre lo que pensaba hace veinte siglos, y por eso mismo no se gobierna ahora como entonces se gobernaba.

La historia de Grecia y Roma es testimonio y ejemplo de la estrecha relación que existe siempre entre las ideas de la inteligencia humana y el estado social de un pueblo.

Si reparamos en las instituciones de los antiguos sin pensar en sus creencias, nos parecen extrañas, “oscuras” e inexplicables. Pero frente a esas instituciones y a esas leyes cuando tenemos en cuenta las creencias, los hechos van adquiriendo más claridad y se encuentra una explicación más espontánea.

LIBRO I

Capítulo I: “Creencias sobre el alma y sobre la muerte”

Podemos inferir que el hombre se formó al principio sobre su propia naturaleza, sobre su alma y sobre el misterio de la muerte.

En la historia indoeuropea no se advierte que se haya creído jamás que después de concluida la vida hubiese concluido todo para el hombre.

Consideraron la muerte, no como una disolución del ser, sino como un mero cambio de vida.

Según las más antiguas creencias de los griegos y romanos, no era un mundo extraño donde iba el alma a pasar su segunda existencia, sino que pertenecía cerca de los hombres y continuaba viviendo bajo tierra. Era tan fuerte esta creencia que aun cuando se estableció el uso de quemar los cuerpos, se continuaba creyendo que los muertos vivían bajo tierra.

También se creyó durante mucho tiempo que en esta segunda existencia el alma permanecía asociada al cuerpo. Nacida con él, la muerte no los separaba y con él se encerraba en la tumba.

De estas creencias nos quedan como testimonio los Ritos de la sepultura.

Los ritos de la sepultura muestran claramente que cuando se colocaba un cuerpo en el sepulcro, se creía que era algo viviente lo que allí se colocaba. Virgilio, decía que encerraban su alma en la tumba.

Era costumbre, al fin de la ceremonia fúnebre, llamar tres veces al alma del muerto por el nombre que había llevado. Se le deseaba vivir feliz bajo la tierra. Tres veces se le decía: “Que te encuentres bien y se añadía “Que la tierra te sea ligera”. Se creía que el ser iba a continuar viviendo bajo la tierra y que conservaría el sentimiento de bienestar y sufrimiento. Se escribía en la tumba que el hombre reposaba allí; expresión que ha sobrevivido a estas creencias, y que de siglo en siglo ha llegado hasta nosotros.

Firmemente se creía en la antigüedad, que un hombre vivía en la tumba, que jamás se ignoraría de enterrar con el los objetos de que, según se suponía, tenía necesidad: vestidos, vasos, armas. Se derramaba vino sobre la tumba para calmar su sed; se depositaban alimentos para satisfacer su hambre. Se degollaban caballos y esclavos en la creencia de que estos seres encerrados con el muerto, le servirán en la tumba como le habían servido durante su vida. Tras la toma de Troya, los griegos vuelven a su país: cada cual lleva su bella cautiva, pero Aquiles, que está bajo tierra, reclama también su esclava y le dan a Polixena.

Un verso de Píndaro nos ha conservado un curioso pensamiento de las antiguas generaciones. Frixo se vio obligado a salir de Grecia y huyo hasta Colquida. En este país murió; pero, a pesar de muerto quiso volver a Grecia. Se apareció, pues, a Pelias ordenándole que fuese a Colquida para transportar su alma ya que sentía la añoranza del suelo de la patria, de la tumba familiar.

De esta creencia primitiva se derivó la necesidad de la sepultura. Para que el alma permaneciese en esta vivienda subterránea que le convenía para su segunda vida, era necesario que el cuerpo a que estaba ligada quedase recubierto de tierra. El alma que carecía de tumba no tenía vivienda. Vivía errante, en forma de larva o fantasma, sin detenerse nunca, sin recibir jamás las ofrendas y los alimentos que le hacían falta. Se decía que era un alma desgraciada, atormentaba a los vivos, les enviaba enfermedades, les asolaba las cosechas, les espantaba con apariciones para advertirles que diesen sepultura a su cuerpo y a ella misma. De aquí procede la creencia en los aparecidos.

Sin la sepultura el alma era miserable, y puede verse en los escritores antiguos cuanto atormentaba al hombre el temor de que tras su muerte no se observasen los ritos. Se temía menos a la muerte que a que la privatización de sepultura ya que se trataba del reposo y de la felicidad eterna. También era preciso observar ritos tradicionales y pronunciar determinadas formulas. Sin estas ceremonias fúnebres las almas permanecían errantes y se aparecían a los vivos y por ello se fijaban y encerraban en las tumbas a los fallecidos.

En las ciudades antiguas la ley condenada a los grandes criminales a la privación de la sepultura, esta decisión se repudiaba, porque implicaba al alma una pena casi eterna.

Entre los antiguos había una idea distinta sobre la MANSION de los muertos. Ellos planteaban la existencia de una región subterránea, que era mucho más amplia que el sepulcro, en la cual Vivian reunidas todas las almas lejos de sus cuerpos y en la que se distribuían castigos o premios según la conducta que el hombre había tenido durante su vida. Los ritos funerarios que hasta ese momento se venían realizando se oponen a estas creencias antiguas, en esta época todavía no se creía en el Tártaro no era el infierno, sino el lugar donde fueron encerrados los dioses vencidos y tampoco se creían en los Campos de Elíseos, que era el lugar sagrado donde las almas inmortales de los hombres virtuosos y los guerreros heroicos pasan a la eternidad en una existencia dichosa y feliz, en medio de paisajes verdes y floridos, por contraposición al Tártaro.

Otra

...

Descargar como (para miembros actualizados)  txt (15.6 Kb)  
Leer 10 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com