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DE LA SÍFILIS MONOTEÍSTA A LA DEMOCRACIA DE PAPEL


Enviado por   •  21 de Julio de 2011  •  930 Palabras (4 Páginas)  •  811 Visitas

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Adorábamos a la Luna, al Sol, a la serpiente, a la mata de plátano o a la de coca. A todo lo que nos fuera útil, ya fuera que alimentara el cuerpo o elevara el espíritu. Nuestras cosmogonías narraban que nacimos del agua, de los astros, de la selva. Comerciábamos mediante trueque con la tribu vecina o cuando se nos daba la gana devorábamos su carne exquisita, matábamos a sus niños y ofrecíamos sus vírgenes como sacrificio para los dioses, o para nosotros mismos, sin el menor remordimiento. Fuimos capaces de la más precisa astronomía, de la perfecta orfebrería, de la viva alfarería, pero también supimos de la guerra, del saqueo, del asesinato espontáneo. Levantamos ciudades espléndidas que después arrasamos con violencia genocida. Fuimos sublimes, caóticos; únicos, múltiples; pero no se vaya a creer que nuestra diversidad de extremos se reducía a lo binario. Al contrario, nuestra vida era rica en posibilidades, multicolor en los contactos, plural en los pensamientos.

Pero llegaron los españoles y todo fue “uno”. Y con la unicidad, la dualidad en la apreciación del mundo: “bueno” o “malo”, “conmigo” o “contra mí”. Con ellos vinieron muchas enfermedades, pero de todas las que trajeron los delincuentes hispanos, quizás la peor fue una terrible mutación del Treponema Pallidum: el monoteísmo. Enfermedad crónica, infecciosa, que posteriormente fue transmitida de generación en generación hasta nuestros días, y cuya consecuencia más grave es una idea equivocada de democracia en blanco y negro que únicamente favorece a las minorías en el poder o a los grupos excluyentes cercanos a él.

Desde la colonia, lo público y lo privado se fundieron bajo los preceptos del cristianismo. La sociedad se estructuró a partir de “dios” (¿con mayúscula?), lo que fue determinante para establecer no sólo un orden moral, sino también un orden político. Por eso, todo caserío o poblado durante este período se construía a partir del templo católico que generalmente ocupaba el lugar principal en el centro de la plaza. Dentro de este orden social, el representante civil de la corona española quedaba subordinado al párroco, y antes que ciudadanos los individuos de la comunidad colonial eran siervos de dios (del dios cristiano) que debían ser bautizados para ser reconocidos y aceptados como integrantes de la iglesia católica, apostólica y romana. La cédula de ciudadanía era el registro de bautizo. Uribe de Hincapié (Revista Universidad de Antioquia, julio-diciembre de 1992, p.13) sintetiza esta época de la siguiente manera. “lo público y lo privado fueron esferas indiferenciadas y convergentes hacia ese centro estructurado y totalizante de lo sagrado que abarcaba, con su lógica, todo el sistema social”.

Los esfuerzos posteriores de quienes querían secularizar el estado y los que querían mantener el status quo, en su lucha por representar lo público terminaron polarizando la sociedad entre federalistas y centralistas, religiosos y laicos, defensores de la ética civil y defensores

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