De Mente Abierta
itzelc4 de Febrero de 2015
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El primer pecado del mal historiador actual es el del positivismo, que creen que hacer historia es lo mismo que llevar a cabo el trabajo de investigación y de compilación del erudito limitando el trabajo del historiador, exclusivamente al trabajo de las fuentes escritas y de los documentos, se reduce a las operaciones de la crítica interna y externa de los textos, clasificación y ordenación de los textos. La verdadera historia sólo se construye cuando, apoyados en esos resultados del trabajo erudito, accedemos al nivel de la interpretación histórica, a la explicación razonada y sistemática de los hechos, fenómenos, procesos y situaciones históricas que estudiamos.
El segundo pecado es del anacronismo en historia, la falta de sensibilidad hacia el cambio histórico, que asume consciente e inconscientemente que los hombres y las sociedades del pasado eran iguales a los de ahora, que pensaban, sentían, actuaban y reaccionaban de la misma manera que en la actualidad. Se cancela una de las tareas primordiales de la historia que es la de mostrar, primero a los historiadores y después a toda la gente, en qué ha consistido precisamente el cambio histórico, qué cosas se han modificado al paso de los siglos y cuáles se han mantenido, y también cuáles han sido las diversas direcciones o sentidos de esas múltiples mutaciones históricas.
El tercer pecado es el de la noción del tiempo. Una idea del tiempo que se concibe como una dimensión única y homogénea, que se despliega linealmente en un solo sentido y que está compuesto por unidades y subunidades perfectamente divididas y siempre idénticas, de segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años, décadas, siglos y milenios. El tiempo newtoniano de los físicos, medido por los calendarios y relojes, no es nunca el verdadero tiempo histórico de las sociedades, es más bien un tiempo social e histórico, que no es único sino múltiple, y que además es heterogéneo y variable, haciéndose más denso y mas laxo, más corto o más amplio, y siempre diferente, según los acontecimientos, coyunturas, estructuras históricas a las que se refiera
El cuarto pecado es el de la idea limitada del progreso. Es también la de una ineluctable acumulación de avances y conquistas determinadas fatalmente por el simple transcurrir temporal que parece afirmar que inevitablemente, todo hoy es mejor que cualquier ayer, y todo mañana será obligatoriamente mejor que el de hoy. Esta es una idea afirmada por los apologistas del capitalismo. El buen historiador crítico restituye a la noción de progreso como una multiplicidad de líneas y de trayectorias diversas que lo integran, que acometen muchas veces un problema hasta encontrar su solución, ensayando y equivocándose, explorando y avanzando.
El quinto pecado capital es el de la actitud profundamente acrítica hacia los hechos del presente y del pasado, y hacia las diferentes versiones que las diversas generaciones han ido construyendo de ese mismo pasado/presente. Es la típica actitud pasiva que los historiadores positivistas mantienen siempre a los testimonios y a los documentos tal y como han acontecido.
El sexto pecado es del mito repetido de su búsqueda de una objetividad y neutralidad absoluta frente a su objeto de estudio, la pretensión de tomar partido, no juzgar, no apasionarse y no involucrarse para nada con los personajes o con las situaciones que se investigan. Es imposible una historia que sea realmente neutral y que sea objetiva. Toda historia reflejará necesariamente las elecciones y el punto de vista del propio historiador, los que se proyectan incluso desde la elección de los hechos que son investigados y los que no, hasta el modo de organizarlo, clasificarlos, interpretarlos y ensamblarlos dentro de un modelo más comprehensivo que les da su sentido y significación particulares.
Finalmente el séptimo pecado es el posmodernismo
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