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Epistemología

carocorona13 de Septiembre de 2012

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Ciencia, Tecnología y Sociedad. Proyecto Argo. Materiales para la educación CTS. Presentación

La ciencia, la tecnología y la sociedad son tres conceptos de gran actualidad. Nuestro tiempo es el de la ciencia. Nunca antes se ha estado tan pendiente del avance de los conocimientos científicos como ahora. Nunca antes se ha esperado tanto de la ciencia. Pero tampoco nunca antes se la ha temido tanto. Sabemos más que nunca tiempo sobre el funcionamiento de todo cuanto nos rodea: desde nuestro entorno natural hasta los confines del universo. También sabemos más que nunca sobre nosotros mismos: desde nuestros orígenes en el planeta hasta las bases bioquímicas del funcionamiento de nuestro cuerpo. Una hermosa historia cuenta que el ser humano es el único animal que participa de los dones divinos porque un personaje mítico, Prometeo, le entregó la sabiduría y el fuego que había robado a los dioses. Si Prometeo pudiera contemplarnos hoy comprobaría que los castigos que hubo de sufrir a causa de su robo no fueron en vano. Hemos desarrollado mucho nuestros saberes, tanto que casi ya no queda espacio para los mitos y para las divinidades. La ciencia nos ha colocado en el lugar de los dioses pero también sabemos que la ciencia pone a nuestra disposición los poderes de los demonios. Sabemos que estamos en el tiempo de la ciencia, en el tiempo de los conocimientos acelerados, pero también sabemos que con esos conocimientos podemos hacer cosas muy distintas. Nuestros conocimientos nos capacitan tanto para el bien como para el mal. Orientar correctamente el rumbo de nuestra ciencia es más difícil como disponer de nuevos conocimientos. Ningún científico, ningún experto puede resolver el problema de cómo hacer un buen uso de los conocimientos, porque eso no es tan simple como resolver un problema científico.

Pero también estamos en el tiempo de la tecnología. Hoy sabemos que siempre hemos estado en él, que nuestro tiempo en este planeta ha sido precisamente el tiempo de la técnica. La frontera entre la condición animal y la humana no fue atravesada, como se decía en el mito, cuando accedimos a una cualidad divina, sino cuando nuestros antepasados empezaron a hacer cosas: primero con sus manos, luego con sus palabras y más tarde con sus pensamientos. Los demás seres vivos son producto de una evolución natural que les ha colocado en un lugar concreto entre las formas de vida existentes en la naturaleza. Están adaptados a su entorno y, mientras es así, sobreviven en él. Sin embargo, nuestra especie hizo algo inaudito: usando las técnicas forzó las leyes de la propia evolución natural y fue capaz de ir adaptando los entornos a sus propias condiciones. Los seres humanos ya no estamos obligados a sobrevivir en un lugar concreto de la naturaleza. Más que sobrevivir, la técnica nos ha permitido vivir a nuestro antojo en cualquier sitio del planeta. Incluso la técnica ha hecho posible el más antinatural de los caprichos humanos: vivir por un tiempo fuera del propio planeta. Los seres humanos ya no debemos temer a la naturaleza e intentar sobrevivir frente a ella. Nuestro reto empieza a ser otro. Con la técnica hemos conseguido poder vivir como queramos, pero la técnica no nos orienta sobre cómo queremos vivir. También por la técnica se está comenzando a invertir nuestra relación con la naturaleza. Empieza a ser la propia naturaleza la que está en peligro por la evolución de nuestras técnicas. Ahora es la naturaleza la que tiene que sobrevivir frente a los seres humanos y sus técnicas. Incluso, el único peligro cierto que amenaza la supervivencia de la especie humana es ella misma, es decir, el uso que haga de sus poderes técnicos. Y para ello, para sobrevivir a nosotros mismos y a nuestras técnicas, no podemos contar con el concurso de otras técnicas. Porque éste no es un problema de saberes o de técnicas: es un problema de actitudes y de valores.

Quizá por eso este es el tiempo de la sociedad. Los seres humanos además de animales sabios, que lo somos, además de animales hábiles, que también lo somos, somos animales sociales o animales políticos, como nos definía Aristóteles hace ya veinticuatro siglos. Hay otros muchos animales sociales en la naturaleza. En ellos la organización comunitaria es determinante para su supervivencia. Pero en nuestra especie las formas de organización social no son rígidos automatismos dirigidos solamente a la supervivencia. Nuestra vida está también socialmente organizada, pero de modos diversos en los diferentes lugares y de formas cambiantes a lo largo del tiempo. Nuestras sociedades, a diferencia de las de las hormigas, las abejas o los delfines, tienen historia. Las sociedades humanas son diversas y cambiantes, pero además si los seres humanos somos animales políticos es porque queremos,

y a veces podemos, decidir sobre las características de nuestras sociedades y el rumbo de sus cambios. Hoy sabemos que las sociedades son construcciones tan humanas como otras (como la ciencia o la tecnología), pero además hoy queremos que las decisiones sobre su presente y su futuro estén también en nuestras manos: los individuos que vivimos en sociedad queremos ser ciudadanos que decidimos sobre esa sociedad. La aspiración a la participación democrática en las decisiones que afectan a la vida social forman parte de la esencia de lo humano (del animal político que somos) de forma no menos intensa que nuestra aspiración a conocer la realidad (porque somos también un animal sabio) y a transformarla (porque somos un animal hábil). La construcción de una sociedad democrática y justa nos humaniza porque sólo nosotros podemos hacerla y porque sólo en ella podemos ser verdaderamente humanos. Esa necesidad de la democratización social es, además, el reconocimiento de algo que también afecta a la ciencia y a la tecnología: que los seres humanos tenemos diversas opiniones, diversos valores y diversos intereses. Por ello, el futuro social, como el de la técnica o el de la ciencia, no debe ser el fruto de supuestos conocimientos verdaderos o eventuales técnicas eficaces, sino el de la negociación y el consenso entre planteamientos valorativos en los que se reconoce la legitimidad del desacuerdo.

¿Es bueno saberlo todo sobre el genoma de los seres humanos?, ¿se debe transformar el material genético humano todo lo que nos puedan permitir las biotecnologías?, ¿deben decidir sólo los científicos sobre la primera cuestión y los tecnólogos sobre la segunda? Las tres preguntas son de gran actualidad, tanto como nuestros conceptos sobre la ciencia, la tecnología y la sociedad que inspiran cada una de ellas. Esas tres preguntas y esos tres conceptos son muy importantes, sin embargo, parece claro que en ambos casos lo tercero supone una nueva mirada sobre los otros dos. Como se puede comprobar, no todas las preguntas que proceden de la ciencia y de la tecnología pueden ser respondidas por ellas mismas. Muchas de esas preguntas nos obligan a un planteamiento más valorativo o más social de las cuestiones científicas y tecnológicas. Ciencia y tecnología plantean numerosos interrogantes que interpelan o afectan a la sociedad. Pero además esos interrogantes no son sólo éticos, como los que están presentes en los ejemplos anteriores, sino que, muchas veces suponen problemas de naturaleza política y hasta estética: ¿es justo que se investigue más sobre las enfermedades que afectan a quienes más dinero tienen?, ¿cómo afectan las nuevas tecnologías de la información y la comunicación a la educación de los ciudadanos?, ¿deben decidir sobre el futuro del planeta quienes disponen de las tecnologías capaces de destruirlo?, ¿son los seres humanos más felices cuando viven en entornos más tecnificados? Estas preguntas llevarán a otras en las que nuevamente se abrirán nuevos interrogantes. En todas ellas, desde las de alcance más global: ¿mejoran la ciencia y la tecnología la vida de las personas?, hasta las más concretas: ¿cuánto vale un ruiseñor?, se plantean conflictos valorativos en los que la ciencia, la tecnología y la sociedad aparecen estrechamente entrelazadas.

De este tipo de cuestiones es, precisamente, de lo que trata Ciencia, Tecnología y Sociedad (CTS). Además de estar de gran actualidad la ciencia, la tecnología y la sociedad, por separado, la expresión y el acrónimo que los unen han adquirido gran importancia en los últimos años. Las preguntas del párrafo anterior son cuestiones CTS, asuntos en los que se plantean controversias a propósito de la relación entre la ciencia, la tecnología y la sociedad. Este tipo de controversias no son, o no son solamente, cuestiones científicas, tecnológicas o sociales, sino que surgen con las interacciones entre esos tres ámbitos. CTS no es la yuxtaposición de los temas propios de cada uno de esos conceptos (no podría ser tanto), es más bien lo que surge en los intersticios, en las fronteras, en las tensiones que aparecen en la relación entre ellos (lo cual no es poco). Como si hubiera una oculta regla triádica, son tres los sentidos en los que cabe hablar de CTS.

CTS como perspectiva teórica

En primer lugar, CTS es un enfoque o perspectiva que caracteriza en el ámbito académico al conjunto de estudios sobre la ciencia y la tecnología que tienen en cuenta los factores sociales en la explicación de su desarrollo. Tradicionalmente los estudios sobre la ciencia y la tecnología han tenido un marcado carácter teórico, obviando los aspectos más prácticos de las mismas. Por eso la tradición académica de reflexión sobre el conocimiento y la ciencia

desde Platón hasta finales del siglo XX ha tendido a considerar al conocimiento científico como despojado de componentes prácticos (en el doble sentido de lo práctico: en el marxista de las relaciones concretas

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