Estatus epistemológico de la administración
greysonTutorial24 de Marzo de 2014
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ESTATUS EPISTEMOLÓGICO DE LA ADMINISTRACIÓN:
¿CIENCIA, TÉCNICA O ARTE?
Al culminar la Segunda Guerra Mundial, la administración surgió como disciplina y como un oficio profesional, pero aún con un gran contenido empírico por parte de los primeros administradores, hecho que conllevó a que se cuestionaran sobre el verdadero sentido de su profesión. Surge entonces la primera de las teorías administrativas: la administración científica, que nace por la necesidad de aumentar la productividad en las empresas, a principios del siglo XX.
Es en esta primera concepción, se propone como ciencia, ya que sugiere procesos estandarizados de producción, luego de un análisis minucioso de carácter científico que pretendió darle discontinuidad a los procesos que se venían haciendo. Estos procesos eran amparados por ideas y principios empíricos. Es aquí cuando podemos hablar de la administración como técnica y como arte, desde sus inicios, ya que nunca antes se habían aplicado procesos científicos para su desarrollo.
La administración como ciencia.
Al ver a la administración como una ciencia hay que comprender que esta no se trata de una ciencia exacta y básica como las matemáticas o la física, sino de una ciencia social que tiene como objeto de estudio a las organizaciones, con el fin de comprender su funcionamiento, evolución, crecimiento e intentar explicar su conducta frente a las diferentes situaciones que pueden presentarse en un determinado periodo de tiempo. A pesar de que la ciencia es la que permite comprender los objetivos que una disciplina se plantea y propone alcanzar, es la técnica la que le permite intervenir en los procesos, operar sobre los objetos y resolver los problemas que puedan presentarse durante su crecimiento y desarrollo.
La discusión acerca de la administración como ciencia generalmente carece de precisión y está afectada por varias ambigüedades. Una de las principales es que al caracterizarla como científica no se distingue entre ciencia (sustantivo) y científica (adjetivo). No tomar en cuenta esta distinción puede conducir a graves errores, como bien lo ha señalado Bunge. Si es una ciencia, tenemos la obligación de encontrar en la administración, bajo los cánones metodológicos usuales, un conjunto de leyes administrativas, una pauta de cambio entre teorías rivales, es decir, una pauta del progreso, y una capacidad predictiva típica de la ciencia. En cambio, si la calificamos de científica, solo se exige que aplique el método científico. De esta manera podría consistir en una tecnología y no en ciencia básica o aplicada. En este trabajo los abordaremos por separado.
Uno de los defensores más lúcidos desde el punto de vista epistemológico de la administración como ciencia es Herbert Simon. Lo defiende en el Comportamiento Administrativo cuya primera edición es de 1947. La época de su aparición explica la atmósfera metodológica en la que estaba inserto –pleno neopositivismo. Esta herencia hoy no sólo criticada sino también execrada no mitiga, sin embargo, la maestría y lucidez con la que aplica el análisis metodológico a la Administración. Es notable tanto la claridad y profundidad como la lucidez del estudio de esta disciplina, sorprendente aún en la actualidad. Los capítulos II y III y el Apéndice son los lugares en los que encontramos análisis metodológicos.
En el cap. II analiza los principios de la Administración y puntualiza que estos vienen de a pares. Lo grave es que una versión se contradice con la otra. Mientras un principio recomienda descentralizar una organización para lograr eficiencia, su complementario recomienda centralizar para conseguir el mismo fin... Y así con cada uno de ellos. Es una situación completamente inaceptable bajo los cánones de una actitud científica. Intenta solucionarlo interpretando que cada una de las versiones contradictorias de estos principios constituye un criterio (diferente) para alcanzar un fin (diferente). Desde un punto de vista práctico formulan conceptos interesantes que permiten la enunciación de posibles generalizaciones administrativas.
En el cap. III se refiere a la distinción entre hechos y valores. Siguiendo una tradición moderna, ilustrada de manera sobresaliente por Kant, el conocimiento científico puede establecer verdades/falsedades de hecho, pero no puede determinar si un fin, objetivo o criterio es correcto. Esta distinción se refleja en el tipo de enunciados: informativos (pueden ser verdaderos o falsos), directivos (incitan o inhiben una acción, no son verdaderos o falsos sino buenos o malos, convenientes o no). Los informativos son los únicos que forman parte de la ciencia. De ahí el nombre de clase de los enunciados que expresan conocimientos científicos: enunciados o ciencias fácticas.
Los conceptos que forman parte de los enunciados fácticos pueden ser observacionales o teóricos. Si no son observacionales –teóricos- deben estar controlados por la observación para ser legítimos. Dedica una parte significativa del capítulo a especificarlas posibles conexiones de conceptos claves administrativos con el dominio observacional (autoridad, etc.).
En el Apéndice reivindica una vez más la diferencia entre lo fáctico y lo ético, y la necesidad de los enunciados de la Administración a referir a lo observacional para probar su verdad o falsedad. La novedad está dada por el intento de ajustar la Administración a esos supuestos: distingue entre Ciencias Teóricas y Ciencias Prácticas.
Una ciencia práctica incluye enunciados éticos del tipo de “Para conseguir el estado x debes hacer z e y”. Pero estos imperativos éticos son traducibles inmediata o fácilmente a enunciados informativos de forma condicional semejantes a, “Si haces z e y entonces consigues el estado x”. Es simplemente una diferencia de estilo, meramente lingüística. El método es el mismo; “solo difieren entre por los motivos de las personas que las emplean”.
Cuáles pueden ser esos motivos? La tradición presenta la Administración eminentemente de una manera imperativa, y es más fácil pasar de un imperativo a otro (y realizar las respectivas traducciones a cuestiones de hecho) que conseguir estas consecuencias finales interesantes deduciendo a partir únicamente de enunciados de hecho.
Para reforzar este resultado y los presupuestos que implican, acepta la diferencia entre ciencias naturales y sociales. Los individuos a los que se refieren estas últimas son diferentes y, por ejemplo, nos limitan las operaciones que podemos realizar sobre ellos. Por ejemplo, no podemos normalmente experimentar con ellos por las consecuencias éticas que implica. Pero ambas ciencias tienen idénticos procedimientos, comparten un único método científico.
Simon [1973] vislumbró una diferencia que no alcanzó a plasmar teóricamente en el Apéndice, que no supone el abandono del empirismo y del monismo metodológico, y que se plasma en Las ciencias de lo artificial: la administración no es una ciencia pero es científica, no es un ciencia sustantiva sino un conocimiento del mismo tipo que la ingeniería, es decir, una tecnología.
Las conclusiones que extraemos de su punto de vista son las siguientes:
1. La Administración debe construirse con los mismos criterios y métodos que las restantes disciplinas científicas, pues no se diferencia metodológicamente de ellas (sea la física, la biología o la economía). Es una ciencia.
2. La Administración, como las restantes ciencias, no puede discutir científicamente acerca de fines. Estos vienen dados y sólo es científica la discusión de la eficiencia de alcanzar dicho fin con ciertos medios disponibles.
3. Hay una diferencia entre las ciencias, pueden presentarse como ciencia teóricas o prácticas. Pero esta distinción no afecta al carácter epistemológico de ambas.
4. Si bien no pueden mostrarse (cuando fue escrito) leyes interesantes, de amplia capacidad predictiva y unificadora, los Principios de la Administración y las traducciones de los enunciados éticos sugieren ejemplos de leyes.
La administración no se considera al mismo nivel que la economía, la sociología o la psicología, que consisten en cuerpos de conocimiento más maduros y sistemáticos, y a veces parece disolverse en ellas mediante la economía de empresas, la sociología organizacional o la psicología social.
Presenta un objeto extremadamente difícil de delimitar. Puede considerarse administración tanto la administración en sentido tradicional como la planificación estratégica, desde el manejo de personal hasta la administración financiera.
Si recurrimos con fines comparativos a disciplinas sociales cercanas, los conocimientos administrativos no progresan en la misma medida que la economía, la sociología o la psicología. Resulta mucho más intranquilizador aún compararla con las ciencias maduras.
Las funciones para las que se forma son por lo menos tres, a menudo se superponen y no distinguirlas causa confusión cuando se discute acerca de la administración. Se imparten los contenidos con estrategias específicas para formar investigadores, o profesionales (universitarios) especialistas en los temas de la administración y la gestión, o empresarios. Los dos primeras en las licenciaturas y posgrados, la última, en nuestro país al menos, en Escuelas de Negocios.
La Administración parece haber conseguido gran parte del progreso en el aumento de la eficiencia de las organizaciones por la introducción de tecnología, especialmente informática y de comunicaciones, más que por avances teóricos
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