Eva Mitocondrial.
Adry2 de Noviembre de 2013
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El ser humano ha sido un curioso aventurero, muy dado desde sus orígenes remotos a adentrarse en zonas desconocidas en las que hallar nuevas posibilidades de existencia. Esa tendencia radical no ha variado desde que australopitécidos y habilis se diseminaron por el este y el sur del continente africano, hace ya varios millones de años. El riesgo siempre
valió la pena, o al menos eso es lo que nuestros predecesores pensaron. Cuando el Homo erectus, provisto de un rudimentario y revolucionario utensilio —el hacha bifaz de sílex— dejó África para adentrarse enlas frías tierras euroasiáticas, tuvo que adaptarse al clima y terminó por controlar el fuego. No lo habían hecho en origen, pero sí en las duras condiciones de sus recorridos por regiones septentrionales. Hará medio millón de años, el fuego doméstico se expansionó por los grupos de la especie,como adquisición benéfica para cualquier segmento de la especie,y desde entonces esa fue una conquista general.
¿Fronteras? Ni continentes ni climas pudieron establecerlas de forma concluyente.
Doscientos mil años atrás, mientras los neandertales poblaban una Eurasia castigada por las glaciaciones, una mujer genéticamente peculiar
—Eva mitocondrial o Eva negra, la llama Lucotte— inició una nueva ruta para la humanidad, la que lleva directamente a nosotros, ocupemos la región que ocupemos y dispongamos de la apariencia física que nos distingue. Los genetistas dudan de si atribuir la maternidad de nuestra actual especie a una mujer de tipo bosquimano o de tipo pigmeo, pero en
cualquier disyuntiva el rastreo genético de la Eva mitocondrial nos lleva al África ecuatorial o austral.
Y como nos recuerdan los biólogos, esa abuela directa de todos los pueblos actuales —rigurosamente de todos, incluidos australianos, europeos o esquimales— era negra, como toda la especie que le siguió durante casi 180.000 años. La emigración definitiva
se gestó, una vez más, en África.
Suele olvidarse que la palabra civilización —aunque problemática por sus connotaciones de pretendida superioridad sobre cultura— incorpora el sentido de despliegue, de cambio, de fusión urbana, de irradiación, y esa realidad ha sido así desde tiempos ancestrales, mucho antes de que los asentamientos pudieran ser etiquetados de poblados o ciudades.
Pues bien, la más antigua humanidad se gestó en África e irradió desde ella, pero la humanidad actual también siguió esa misma ruta, desde la Rift Valley en el este africano hacia los estrechos de Gibraltar, Mesina y la franja palestina, hace apenas 40.000 años. Tal vez el término resulte excesivo para especialistas, pero se puede hablar de una segunda y definitiva oleada civilizadora, la del Homo sapiens sapiens africano que se expandió por Europa, Asia y que hace 30.000 años ya estaba en Australia y en ambas Américas.
En apariencia, la nueva humanidad resulta poco espectacular: algo más grácil que el neandertal, incluso con menor capacidad craneana de promedio, pero con un formidable despliegue de utillaje lítico y con un no menos sorprendente hábito de pintar paredes rocosas y tallar estatuillas de opulentas mujeres, la civilización del Sur se impuso de forma inapelable
desde los abrigos tanzanos hasta las grutas siberianas y cantábricas.
Si el erectus fue la primera experiencia humanizadora en el mundo,el sapiens sapiens fue la segunda y definitiva, más compleja y completa, y cubrió todas las regiones de la Tierra. Definitivamente, por retomar el término de Davidson, la civilización se propagó desde la Madre Negra,el África de todos los orígenes humanos.
No obstante, los hijos septentrionales de esa Eva mitocondrial, africana y negra, se han esforzado en los últimos siglos de ideología hegemónica y racista en negar la evidencia, rechazando no sólo los orígenes ancestrales africanos sino
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