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Filosofia

adsaca10 de Marzo de 2012

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Bunge, Mario (1989): La Investigación Científica. 2ª ed. Corregida. Barcelona: Ariel. Pp. 919-930.

EXAMEN DE TEORÍAS

Hay varios modelos del universo compatibles con los datos astronómicos de que disponemos, datos que son escasos e imprecisos: a tenor de lo que hoy sabemos, el universo puede ser espacialmente finito o infinito, el espacio puede ser curvo o no serlo, etc. En la física atómica y nuclear encontraremos partidarios de una teoría que no dé más información que la suministrada por el experimento, y otros especialistas proponen la introducción de otras construcciones hipotéticas referentes a propiedades inobservables. En meteorología nos encontramos con la opinión de que el tiempo atmosférico es resultado de la interacción de un gran número de factores, por lo que pueden despreciarse variaciones pequeñas de cualquiera de esas variables; pero existe también la opinión contraria de que la atmósfera es un sistema inestable, de tal modo que cualquier pequeño factor puede, por ejemplo, desencadenar la lluvia. En biología se dan dos clases de teorías de la mortalidad: las que suponen que el lapso de la vida del individuo está genéticamente determinado y las que sostienen que la muerte es el resultado de una larga secuencia acumulativa de pequeñas lesiones; y así sucesivamente. Difícilmente habrá algún campo científico en el que domine sin discusión una teoría importante o, por lo menos, en el que no sean concebibles otras teorías rivales. Y esa rivalidad será una fuente de progreso mientras algunas de esas teorías no se institucionalicen en escuelas dogmáticas, a imitación de las filosofías de escuela.

Dos teorías científicas pueden considerarse rivales si tratan de modo diferente el mismo tema o sistema de problemas (mismidad aproximada). Si, además, dan de sí prácticamente las mismas consecuencias o proyecciones contrastables, se dice que las dos teorías son empíricamente equivalentes, por mucho que difieran conceptualmente. Las teorías empíricamente equivalentes no tienen por qué ser recíprocamente compatibles como lo son las varias representaciones cartográficas del globo terrestre: si fueran compatibles, no serían más que formulaciones diferentes de la misma teoría, o sea, serían también conceptualmente equivalentes. Las teorías que son empíricamente equivalentes pero conceptualmente inequivalentes pueden construirse casi a voluntad. Así, por ejemplo, toda teoría física en la que se presente el concepto de longitud presupone alguna geometría métrica, generalmente la euclídea. Es posible aproximarse al espacio plano retratado por ésta por medio de infinitos espacios curvos tratados como otras tantas geometrías riemannianas: para curvaturas pequeñas o para volúmenes pequeños no habrá diferencias empíricamente registrables entre las correspondientes teorías físicas, lo que quiere decir que, en esas condiciones, todas ellas serán empíricamente equivalentes. En todo caso, las discusiones sobre teorías empíricamente equivalentes suelen ser las más vacías, algo así como las luchas entre sectas de una misma religión: en los dos casos se trata de salvar el mismo conjunto de individuos.

La experiencia es de mucho peso, y acaso decisiva, en un punto, la estimación de teorías empíricamente inequivalentes. Pero ¿cómo proceder en presencia de dos o más teorías empíricamente equivalentes? Una conducta posible consiste en esperar y ver más evidencia empírica: si las teorías son realmente diferentes, si no son meramente dos modos equivalentes de decir lo mismo, puede presentarse una situación en la cual al menos una de las dos quede descalificada. Pero no bastará con eso: el partidario de la teoría más defectuosa empíricamente puede recurrir a reforzarla retocando alguno de sus supuestos iniciales o introduciendo hipótesis ad hoc para salvar aquéllas (cfr. Secc. 5.8). Y como este proceso puede continuarse indefinidamente, parece necesario apelar a alguna batería de contrastaciones no-empíricas, o sea, a contrastaciones adecuadas para establecer propiedades distintas de la concordancia con el hecho observado; tales contrastaciones son necesarias cuando dos o más teorías concuerdan con la misma perfección, o casi con la misma perfección, con la información empírica.

Averiguar cuáles son esas deseables propiedades de las teorías científicas no es cosa que pueda hacerse con trabajo meramente lógico: tenemos que utilizar la historia de la ciencia para descubrir los criterios efectivamente usados en la estimación de las teorías científicas. Pero incluso eso es insuficiente, pues algunos de esos criterios pueden ser malos. Con objeto de seleccionar aquellos que son deseables para el progreso del conocimiento tenemos que someterlos a un examen lógico y metodológico. Empecemos por echar un vistazo a algunas importantes controversias científicas.

Nuestro primer ejemplo será la controversia Ptolomeo-Copérnico, o geostatismo-heliosta-tismo. Según filósofos eminentes, esta disputa no se ha resuelto todavía, ni lo será nunca, porque los dos correspondientes "sistemas del mundo" son equivalentes: la única diferencia entre ellos se referiría a la complejidad y a la conveniencia respectivas. Los inductivistas aprovechan esta supuesta equivalencia como dato en favor de la simplicidad como criterio decisivo entre teorías rivales: los convencionalistas afirman que el hecho sostiene su opinión de que la búsqueda de la teoría más simple compatible con la experiencia debe sustituir la búsqueda de la teoría más verdadera. La imagen heliostática de los movimientos de los planetas es, se dice, preferible a la explicación geostática simplemente porque simplifica la astronomía, lo cual no es verdad, puesto que la primera doctrina está en conflicto con el sentido común (por el hecho de contener conceptos trasempíricos como "órbita planetaria") y utiliza refinadas hipótesis de la dinámica y sutiles instrumentos de cálculo, como la teoría de las perturbaciones. De hecho, la equivalencia entre las dos explicaciones es muy limitada: sólo cubre la geometría del movimiento de los planetas, en el sentido de que puede adoptarse cualquiera de las dos teorías para dar razón de las posiciones aparentes del Sol y los planetas. En todos los demás respectos, las dos teorías son inequivalentes.

Enumeremos las diferencias más notables entre los dos "sistemas del mundo", porque cada una de ellas puede sugerir un criterio para el examen de las teorías científicas. Primera: sistemicidad. El sistema heliostático no trata cada planeta por separado, como hace el geostático, sino que introduce el concepto físico de sistema solar y consigue así unidad conceptual y metodológica; en cambio, el "sistema" de Ptolomeo era en realidad un conjunto de teorías, una para cada planeta, de tal modo que si una de ellas resultaba falsa se podía corregir sin modificar las demás. Segunda: consistencia externa. Mientras que el "sistema" ptolemaico está aislado del resto de la ciencia, el sistema heliostático es continuo (y no sólo compatible con) la dinámica, la teoría de la gravitación y la teoría de la evolución de las estrellas, en el sentido de que sus rasgos principales no se toman como dados, sino que pueden explicarse --detalladamente unos, en esquema los otros- por dichas teorías. En resumen: el sistema heliostático está inserto en la ciencia, mientras que el "sistema" ptolemaico no era coherente ni siquiera con la física aristotélica. Tercera: potencia explicativa y predictiva. El sistema heliostático explica hechos que el "sistema" geostático ni siquiera conoce, como las estaciones de la Tierra, las fases de los planetas y satélites, y aberración de la luz, etc. Cuarta: representatividad. Lejos de ser un mero expediente simbólico para unir observaciones -como querrían las concepciones convencionalista y pragmatista de la teoría científica-, el sistema heliostático es un modelo visualizable de un fragmento de realidad, y fue concebido por Copérnico, Bruno, Galileo y otros como una imagen verdadera del sistema solar. Quinta: fuerza heurística. El sistema heliostático estimuló nuevos descubrimientos en la mecánica, la óptica y la cosmología. Por ejemplo, posibilitó la investigación que dio de si las leyes de Kepler, cuya explicación fue a su vez uno de los grandes motivos de la dinámica newtoniana, cuyas deficiencias desencadenaron a su vez ulteriores desarrollos. Sexta: contrastabilidad. Al no permitirse refugios sin fundamento mediante el añadido de hipótesis ad hoc inventadas para salvar la teoría en sus discrepancias con la observación, el sistema heliostático se ofrece a su refutación por datos empíricos. (Un modelo que no pretenda recoger más que datos puede ajustarse y reajustarse indefinidamente; en cambio, un modelo que recoja hechos no será reajustable de ese modo.) Además, el sistema heliostático se ha corregido varias veces: primero por Kepler, luego por el descubrimiento de que, a causa de las perturbaciones recíprocas de los planetas, las órbitas reales eran más complejas que las elipses de Kepler y hasta que las curvas de Ptolomeo. Séptima: consistencia de la imagen del mundo. La nueva teoría, definitivamente incompatible con la cosmología tradicional, o sea, cristiana, era en cambio compatible con la nueva física, la nueva antropología y la nueva imagen naturalista del mundo. De hecho, el sistema copernicano fue el puente que enlazó finalmente la astronomía con la física; transformó los cielos en un objeto natural -una máquina- y mostró que la Tierra no era la base del mundo, su lugar más bajo, lo cual a la larga reforzó la dignidad del hombre. En resumen: aunque en sus principios las dos teorías era

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