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Filosofía de la praxis educativa


Enviado por   •  19 de Junio de 2018  •  Ensayos  •  2.105 Palabras (9 Páginas)  •  117 Visitas

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Filosofía de la praxis educativa

(Ensayo alrededor de un punto de vista en común entre Carlos Marx, Estanislao Zuleta y Paulo Freire)

Carlos Felipe Serna Gutiérrez

Universidad del Quindío

Facultad de Educación

Programa de Ciencias Sociales con Énfasis En Básica Primaria

Armenia Quindío

2018

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El concepto de praxis es el que más se aproxima a la comprensión de los aportes de los autores citados al problema de la educación. La educación tendría que ser vista en la perspectiva de una praxis entendida como el acto consciente de conjugar el pensamiento con la acción, en el sentido de unir la teoría a la práctica, en un ir y venir, de un quehacer que a medida que se procura un camino está expuesto a los meandros, los avatares, los cambios, las transformaciones, etc., de un pensamiento que a su vez, por la forma en que se constituye, es una praxis-proceso.

No se encuentra en los autores una teoría o una filosofía de la educación, de pronto en Freire puede verse una pedagogía, pero no en la procura de una generalización conceptual aplicable en calidad de programa educativo de carácter oficial, algo así como un sistema de enseñanza, sino, más bien, como una crítica a métodos de enseñanza ineficaces, pobres y conductistas, desligados de realidades y situaciones en concreto en las se desarrolla la vida de las personas más desfavorecidas o en situación de sometimiento y explotación. Optó por una “pedagogía liberadora” que contribuyera a la emancipación de los pobres y de todas las personas que entran en las categorías de proletarios y campesinos. Está destinada a los trabajadores asalariados y a la servidumbre del campo que reclama y concibe una pedagogía comprometida con el cambio social y la lucha por la autonomía y la libertad en una sociedad capitalista. Es otro aspecto en el que van a coincidir Marx (1818-1883), Zuleta (1935-1990) y Freire (1921-1997) (es de aclarar que Marx los precedió en más de cien años y que mucho de lo que estos se proponen está contenido en las principales obras que este lego a la posteridad, así que en ellos hay mucho de marxismo y en lo que corresponde con el concepto de praxis: “teoría de los conjuntos prácticos” como diría Jean Paul Sartre (1960).

¿En que radica la creencia de estos actores al concebir la educación como un factor de transformación y de cambio no solo en lo que concierne con el individuo sino con la sociedad en general, es decir en aquello que “transforma prácticamente el ambiente en una totalidad” (ibid., pág. 170)?

Precisamente en que el individuo es un ser siendo, no hay en él una esencia determinada o definitiva, y que todo lo de él es un aprender haciendo, y no es de otro modo, puesto que su misma existencia reclama una actitud consciente y práctica donde se hace realidad y se posibilita el vivir, el vivir libre de cadenas, ataduras y sometimientos que constriñen y limitan la libre expresión de lo humano en todo lo que ello significa y en lo que representa en sus posibilidades. El ser del individuo es pues concebir y realizar una vida para sí mismo, en forjar una praxis con el otro –con su semejante- y en revisar y cuestionar el modo mismo de relacionarse con el mundo. Responsabilidad, autonomía y conciencia de ser son los presupuestos de una educación para la libertad. Por lo menos así concibieron el papel de toda práctica educativa comprometida con ideales de superación y perfeccionamiento humano y por romper con el yugo, tan enquistado y ofensivo, que los conduce a vivir en “círculos de seguridad” o “seguridades vitales” porque tienen miedo a expresar sus potencialidades y capacidades por el miedo a la libertad. Están tan adiestrados que es como si amaran y pelearan por estás encadenados. El problema de la praxis, como posibilidad y promesa, es el de enfrentar la condición del hombre que no supera la dialéctica del amo y el esclavo. “Sufre un dualidad que se instala en la ‘interioridad’ de su ser. Descubren que al no ser libres, no llegan a ser auténticamente. Quieren ser, más temen ser. Son ellos y al mismo tiempo son el otro yo introyectado en ellos cono conciencia opresora. Su lucha se da entre ser ellos mismos o ser duales. Entre expulsar o no al opresor desde ‘dentro’ de sí. Entre desalienarse o mantenerse alienado. Entre seguir prescripciones o tener opciones. Entre ser espectadores o actores. Entre actuar o tener la ilusión de que actúa en la acción de los opresores. Entre decir la palabra o no tener voz, castrados en su poder de crear y recrear, en su poder de transformar el mundo.

Este es el trágico dilema de los oprimidos, dilema que su pedagogía debe enfrentar” (Friere (1969) pág., 39).

La crítica de Freire como ‘hombre radical’ no da concesiones, la liberación, si ha de ocurrir, tiene que ser completa, pues para él está tan encadenado el esclavo como el amo, y esta relación en la medida en que se perpetua y no se supera, tendrá por siempre sometidos y dominadores, donde el esclavo ama el yugo y el amo estará muy dispuesto con el látigo.  La libertad tiene que ser plena, integra y completa. Cuestiona Freire todas esas formas perversas, que por su carácter proteico, se transforman unas en otras, el hombre que golpea a la mujer; el revolucionario que es tan radical en el sindicato pero que es un déspota en el hogar; el campesino o el obrero que traducen su neurosis en odio y rabia contra sus hijos y el entorno familiar. Critica y advierte sobre lo terrible que puede ser un pensamiento conservador atrapado en el pasado, sectario y fanático, pero al igual tiene aprensión por la actitud del fanático revolucionario capaz de torturar, oprimir y someter en aras de un futuro que se le antoja una realidad nueva en la forma de un Estado totalitario que no es más que un Leviatán moderno. La pedagogía de la libertad como pedagogía del oprimido es un llamado al hombre que se rebela contra toda forma de poder negativo, entristecedor y miserable. Es una lucha contra el enemigo que anida en lo más profundo del alma proletaria, el propio enemigo, que estaría muy dispuesto a cambiar unas cadenas por otras. La terrible y lapidaria realidad de la dualidad del hombre, o la misma esquizofrenia entre el pensar y el actuar como un abismo que se vuelve insuperable: los pobres y los humillados serán los dueños del reino, que en el credo cristiano es como una promesa del más allá, pero con el riesgo de convertirse en una realidad en la tierra de naturaleza violenta autoritaria y despótica como ha sido la iglesia en sus épocas más tenebrosas. ¿Dónde y cómo encontrar la verdadera autonomía, la independencia y la libertad en un mundo de iguales, en el que ha de prevalecer una nueva “adjetivación del mundo” con palabras renovadas y generadoras tales como: vocación ontológica, amor, dialogo, esperanza, humildad o simpatía? En una pedagogía para la libertad, creería Freire, y en ella puso todo su empeño y dedicación. Esta pedagogía pasa por someter a prueba el código lingüístico. El lenguaje común, las palabras comunes y familiares: “Pedro labora en el campo, siembra hortalizas”. A estos jornaleros va dirigido el mensaje de La pedagogía del oprimido. “¿Quién salvará a este chiquillo menor que un grano de avena?/ ¿De dónde saldrá el martillo verdugo de esta cadena?/ Que salga del corazón de los hombres jornaleros, que antes de ser hombres son y han sido niños yunteros”. El niño yuntero (Miguel Hernández (1937)).

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