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LA COMUNICACIÓN COMO PRÁCTICA SOCIAL

11 de Febrero de 2014

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LA COMUNICACIÓN COMO PRÁCTICA SOCIAL

Desde que se habló por vez primera de desarrollo humano, social, sostenible la comunicación ha sido un tema cercano. Para algunos la necesidad de establecer nexos entre ambos términos, llegó a través de experiencias de desarrollo en las que los recursos comunicativos se convirtieron en una urgencia, otros partieron de reflexiones conceptuales, de las relaciones entre teoría y práctica, quizás hasta hubo un poco de intuición. De uno u otro modo, la comunicación, como un derecho humano universal y fundamental ha sentado sus bases en la praxis cuando se ha tratado de proyectos de desarrollo.

Las miradas en cuestiones comunicativas se han enfocado de disímiles maneras, aunque en muchos casos hay un patrón común: el intento de informar sobre las vías posibles para alcanzar el desarrollo, el cambio social, abordar las ventajas de esas propuestas, incentivar las iniciativas fundamentalmente locales y sugerir que la población ofrezca su apoyo, que se sensibilice con esta aspiración.

Sistematizar saberes en este campo devuelve una multiplicidad de sentidos, funciones, escenarios, actores, que difieren por la jerarquía que les dan a los momentos y componentes del proceso comunicativo y la concepción que hay tras sus prácticas. Por el rol social que desempeña la comunicación –y que se vislumbra cada vez más trascendental- es un tema que rebasa el plano académico y alcanza dimensiones políticas.

COORDENADAS ESPACIALES Y TEMPORALES EN QUE SE CONCEPTUALIZA LA SOCIEDAD ACTUAL

El tiempo y el espacio constituyen categorías básicas de la experiencia humana, estableciéndose como los vehículos fundamentales para la codificación y reproducción de las relaciones sociales; su ordenamiento simbólico y material conforma un marco de sentido para la experiencia individual y colectiva que no sólo estructura la representación que se hace del mundo, sino también el lugar que en éste se ocupa.

(Jameson, 1995; Bauman, 2007; Harvey, 2002; Giddens, 1997). Sin embargo, su importancia no parece corresponderse con una adecuada comprensión de su real alcance; su gravedad pareciera ser habitualmente descuidada, constituyendo un

campo de problemas naturalizado y reificado, cuya discusión tiende ha ser soterrada.

Más bien, son tratados ingenuamente como aspectos normativos de la vida social que asumen significación mediante criterios objetivos de valoración: el tiempo al igual que el espacio tienden a ser inscritos en escalas de valores objetivos, observables, mensurables y auto-evidentes.

Aun cuando es posible identificar modalidades del tiempo y el espacio relativas, derivadas básicamente de la experiencia subjetiva de los individuos o grupos, éstas son tradicionalmente concebidas como malformaciones de su proyección originaria, reclamando la restitución de un sentido primigenio descontaminado de residuos relativistas. La objetividad de las representaciones espacio-temporales, como también de sus propiedades de funcionalidad y factibilidad, han de reclamar, en última instancia, una especificidad que trasciende las modalidades particulares del individuo o el grupo Ahora bien, esta modalidad deshistorizante se encuentra preñada de una contradicción insalvable; a saber, el desconocimiento esencial de las prácticas y procesos materiales de la reproducción social que se encuentran a su base. Su determinación es situada por fuera de las condiciones materiales y simbólicas en las que necesariamente se inscribe, introduciendo ambigüedades y contradicciones en su estudio. Así, la concepción que tiende a reducir el tiempo y el espacio a un sentido único y objetivo no hace sino desconocer los procesos de producción social y material mediante los cuales su objetividad, que desde luego nunca es completa, adquiere valor.

Estudios recientes han puesto de manifiesto las debilidades interpretativas contenidas en esta perspectiva, insistiendo en que un análisis riguroso de las formas del tiempo y las estructuras del espacio debe reconocer el hecho de que no es posible asignar significados objetivos con independencia de los procesos y prácticas materiales que sirven como base para la reproducción de la vida social (Harvey, 2002; Giddens, 1997)). De igual modo que la época industrial, cada formación social particular ha de reclamar para sí una experiencia específica del tiempo y el espacio, susceptible de ser objetivada en dispositivos coherentes con su desligue histórico. Esto no significa, como puede apreciarse, el desconocimiento de su dimensión objetiva, sino más bien, el reconocimiento de los procesos de producción sociales y materiales que participan en la construcción de dicha objetividad. No se trata señalará D. Harvey (2002) al momento de abordar los orígenes del cambio cultural de sostener una total disolución del distingo entre lo objetivo y lo subjetivo, sino más bien de la “necesidad de reconocer las múltiples cualidades objetivas que el tiempo y el espacio pueden expresar, y el rol de las prácticas humanas en su construcción La objetividad del tiempo y el espacio está dada, en cada caso, por las prácticas materiales de la reproducción social y, si tenemos en cuenta que éstas última varían geográfica e históricamente, sabremos que el tiempo social y el espacio social están construidos de manera diferencial”.

CARACTERISTICAS DE LA MODERNIDAD Y POSTMODERNIDAD

El mundo vive actualmente una crisis global en el ámbito económico, social, político, e ideológica. Esta crisis global de la sociedad occidental, hoy hegemónica en el planeta. Pero lo relevante seria, “intentar analizar y comprender en su profundidad su significación”. (Reyes, 1988:318). La crisis civilatoria que atravesó occidente entre los Siglos XIV y XVI dio por origen el nacimiento de la modernidad (finales del Siglo XVIII y principios del XIX). El renacimiento supuso el fin del orden medieval y en la actualidad, acota dicho autor que, “contemplamos el fin de la modernidad a manos de una nueva ordenación de las bases estructurantes de nuestra cultura, y que por algunos ha sido definida como Postmodernidad”. Hay acontecimientos y transformaciones que derrumban la racionalidad moderna, es decir, un determinado ordenamiento de la episteme que estuvo vigente hasta la segunda guerra mundial, dando lugar a una determinada configuración del saber en los campos de las ciencias naturales y sociales.

Las ciencias naturales y sociales presentan otra episteme, otra fase del conocimiento. Son transformaciones que desde finales del Siglo XIX han sacudido a las ciencias físicas y la biología, y que han acabado con los paradigmas (en el sentido de Kuhn) que sustentaban ambas ciencias, es decir, “el derrumbamiento de las bases sustentadoras de la física clásica: el determinismo y el modelo palaciano de realidad y, por otro lado, la reformulación de la teoría draconiana de la selección natural en términos genéticos mendelianos”. (Reyes, 1988:319). Con respecto a las ciencias sociales, nos enfrentamos a una crisis de los paradigmas que sustentaban las teorías sociales que nacieron en el Siglo XIX: la crisis de la idea de progreso; crisis de la creencia en la existencia de un sentido de la historia (formulación Hegeliana-reformulación Marxiana); crisis de los grandes sistemas filosóficos, a partir de la ruptura epistemológica que sufrió Nietzsche; crisis de la economía y de las teorías económicas. Retomando los enfoques para la postmodernidad, se tiene que la primera de ellas se concibe como una época reciente, en donde los valores y la percepción del mundo y del hombre se centran en la diversidad, la pluralidad y la complejidad. En consecuencia, el hombre contemporáneo, específicamente, se da cuenta que el universo no es homogéneo sino heterogéneo; que el principio que determina la vida es la diversidad y la complejidad de relaciones e interrelaciones. Comprende que no existe una historia única para todos los pueblos de la tierra, sino que cada cultura tiene su propia historia. A su vez, logra entender que no existe una sola forma de ver o de pensar el mundo, sino que en esa diversidad y complejidad no hay una sola forma de pensar o de hacer las cosas, sino múltiples; que un problema no tiene una solución sino muchas. Es la época en que se derrumban los absolutos y lo homogéneo, para dar paso a las diversas formas y maneras de pensar o hacer las cosas.

Al analizar la situación social de tránsito a la postmodernidad, Reyes (1988:326) afirmo que “debe haber determinado por qué tipo de formas de conciencia social y estructuras institucionales se ha caracterizado la modernidad misma”. La teoría de la postmodernidad se asoció, mediante su concepto de modernidad a una tradición filosófica que hoy consigue renovado crédito. Bajo la impresión de una amenaza universal debido a las innovaciones técnicas y científicas ha ganado de nuevo el influjo en los últimos años la filosofía racional critica que intenta mostrar que las fuerzas de la razón y de la racionalidad, de las cuales ha extraído en su momento la ilustración europea su autoconciencia conducen en realidad a la destrucción, dominación e incluso, a la racionalidad. La determinación de las características, por medio de las que debe ser calificada la modernidad social, sirve por sí sola para dejar destacar aquellos cambios culturales y sociales que señalan en dirección a una postmodernidad, una época postmoderna.

CARACTERIZACIÓN DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN SOCIAL

La Comunicación juega un papel de suma importancia dentro del desarrollo de la Sociedad en General, ya que la misma tiene que ver con la forma como los individuos interactúan y como influyen los unos sobre los otros. La comunicación es el “portador

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