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La Cabeza Del Arquitecto


Enviado por   •  10 de Septiembre de 2013  •  15.024 Palabras (61 Páginas)  •  283 Visitas

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La Cabeza del Arquitecto

por

Maurice LAGUEUX

Departamento de Filosofía

Universidad de Montreal

Traducción del francés (1992):

Jorge Parra .

Marx, en un célebre pasaje del Capital en el cual busca evidenciar la cualidad propia del hombre, señala que si la abeja guiada tan sólo por su instinto, puede confundir "la habilidad de más de un arquitecto", no obstante "aquello que distingue a primera vista el más malo de los arquitectos de la más experta de las abejas, es que aquel construye la celdilla en su cabeza antes de construirla en la colmena" . Este pasaje no es, sin duda, aquel en el que Marx afirma con la mayor lucidez la originalidad de su pensamiento, sin embargo constituye, y con cierta elocuencia, el testimonio de una convicción bastante característica de todo pensamiento que, como aquel de Marx, busca ser a la vez decididamente socialista y moderno. El socialismo, en efecto, propone concebir los planes de una sociedad mejor y la modernidad puede reconocerse en la voluntad del hombre moderno para asumir su destino. La “cabeza” del arquitecto, donde son concebidos los planos de aquello que se construirá posteriormente, constituirá una especie de símbolo para quienes suscriben aquellos valores que evocan conjuntamente el proyecto socialista y la modernidad como tal. Aún si “el arquitecto” evocado en este pasaje de Marx es forzosamente tan sólo una figura un poco abstracta, puede resultar interesante el preguntarse si la historia de la arquitectura moderna y en particular la historia de los vivos debates de los cuales aquella fue el teatro, puede arrojar alguna nueva luz acerca de la cuestión del socialismo y la “modernidad”. Pero, antes de ir más lejos en esta búsqueda, puede ser útil recordar un poco más precisamente por qué la arquitectura puede ser asociada de una manera tan espontánea tanto al socialismo como a la modernidad.

I) Socialismo, modernidad y arquitectura

a) Arquitectura y socialismo

Lo que Marx da a entender en este pasaje es que, si hay una superioridad del hombre sobre el animal, ella se manifiesta, antes que nada, en el poder que tiene aquel de construir primero “en su cabeza” el plan de aquello que se empleará después para su realización, tal como el arquitecto construye primero “en su cabeza” la casa que realizará después en el mundo real. Ahora bien, ¿qué otra cosa puede ser el socialismo sino la firme voluntad de construir un mundo que sea el resultado, no del azar de un mercado impersonal sino de un plan que los pensadores iluminados han construido primero en sus cabezas? Además, aquella idea que busca que toda intervención política importante suponga primero la elaboración de un “plan” de aquello que va a ser realizado, siempre ha estado estrechamente ligada al pensamiento socialista y, más generalmente, a todo pensamiento que espera transformar el mundo en nombre de cualquier utopía. En efecto, los utopistas de todas las edades han rivalizado literalmente en la previsión y en la minucia, cuando se trata de concebir los planes de las ciudades ideales que han imaginado. Algunos de ellos estimaban conveniente tener que reunir el mayor número posible de cerebros en una empresa dada, como Cabet, quien recomendaba proceder a través de concursos para concebir el plan de la casa modelo a partir de la cual serían construidas “todas las casas de la comunidad” que él deseaba ver edificarse . Otros preferían ocuparse directamente de los más minuciosos detalles de los proyectos, como Fourier, quien se atareaba en establecer planes minuciosos para la construcción de su Falansterio, que inspiraron posteriormente a más de un arquitecto .

Podemos afirmar que el arquitecto que concibe los planos de una modesta vivienda no será en absoluto conducido a percibir su trabajo como un acto político inscrito en el marco de una empresa utópica. Pero cuando se trata, por ejemplo, de un proyecto de vivienda colectiva en el cual se propone un nuevo modo de vida a numerosas familias, la distancia entre el acto político y el gesto arquitectónico disminuye considerablemente. ¿Qué decir en el caso de los proyectos de urbanismo en los que los arquitectos han sido conducidos tan frecuentemente a aplicar sus conocimientos, comprometiéndose de hecho con una actividad en la cual las dimensiones políticas son manifiestas? Si concebir los planos de una unidad de vivienda colectiva constituye en sí un gesto político, concebir aquellos del centro de una ciudad o de una región entera, lo es aún más. Así, no sería sorprendente que, cuando se trata de planificar el ordenamiento de un vasto territorio, el arquitecto aborde las cosas con la ayuda de categorías suficientemente análogas a aquellas que le inspiran cuando se trata de construir una simple casa. Por ejemplo, Le Corbusier en su célebre “Plan Vecino”, no dudaba en proponer el arrasar una buena parte del centro de la ciudad de París para construir allí una serie de inmuebles cruciformes, racionalmente concebidos y alineados que debían, en una versión posterior modificada pero inspirada en la misma concepción, ser presentados como “inmuebles cartesianos”. Esta proposición podría parecer descabellada; sin embargo, es comparable a aquella subyacente en los proyectos de “Ciudad radiosa” de este célebre arquitecto, proyectos que están lejos de haber sido realizados en toda su amplitud, pero que, bajo varios aspectos, correspondían a lo mejor adaptado y más generoso que el espíritu humano podía concebir en aquel momento para responder a las necesidades reales de una humanidad cruelmente privada de sol, de aire puro y de vegetación. Se sabe que en el transcurso de los años 50, este racionalismo corbusiano pudo, entre otras cosas, encarnarse en dos capitales modernas construidas completamente en medio de tierras hasta ese entonces prácticamente inhabitadas y situadas en regiones particularmente inhospitalarias: se trata de Chandigard al noroeste de la India, cuya concepción fue confiada al mismo Le Corbusier, y Brasilia, la nueva capital de Brasil, realizada por Costa y Niemeyer, dos discípulos de Le Corbusier. Más adelante retomaremos este tema respecto del destino tan discutible de estas audaces ciudades experimentales así como de otras experiencias inspiradas en concepciones análogas. Por el momento habrá sido suficiente el observar que los planes de los arquitectos toman a veces dimensiones que les acercan a aquellos que los socialistas deben concebir con miras a realizar las más ambiciosas utopías.

Es

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