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Medio Ambiente


Enviado por   •  1 de Octubre de 2012  •  1.093 Palabras (5 Páginas)  •  293 Visitas

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La adoración hacia la ciencia ha alcanzado su más alto grado, hasta el punto de verse en ella la posibilidad de solución de todos los problemas que pueda tener el ser humano, incluidos los de índole espiritual; la ciencia ha llegado a ser, según la expresión de Ortega, “la fe de que vive el hombre europeo actual”. Pero resulta que, desde hace nada menos que casi siglo y medio, existía ya entre los propios científicos niveles considerablemente altos de desconfianza hacia su propia validez.

Es opinión generalizada que la validez de las ciencias se fundamenta en dos grandes soportes: la experimentación objetiva, es decir, la observación más o menos directa de la realidad, y la formulación matemática de sus contenidos. Empecemos por la observación:

Digamos, para introducirnos de una vez en el tema, que el problema actual de la credibilidad de la ciencia hay que inscribirlo en el marco de una profunda actitud de duda respecto a la capacidad humana de conocer. De hecho, se trata, el de la credibilidad de la ciencia, de un episodio más de una larga historia de desconfianza con respecto al valor general de nuestros conocimientos, desconfianza que empieza a manifestarse en filosofía muy tempranamente -siglo V a.C.-, pero que logra su expresión más decisiva y cargada de consecuencias con Descartes, en los comienzos mismos de la Edad Moderna. No obstante, conviene aclarar que Descartes no fue un escéptico. Para él todas nuestras facultades pueden llevarnos a la verdad. La cuestión se plantea en su filosofía sólo respecto a la posibilidad de encontrar una primera verdad absolutamente segura que pueda servir de fundamento y punto de partida de todas las demás verdades. Ahí sí que tuvo dificultades Descartes.

A partir de Descartes el problema no hace sino ir in crescendo hasta nuestros días. Y hoy ya, con respecto al valor y los límites de nuestra capacidad de conocer, se admite, al menos, sin graves dificultades algo muy importante, aunque pueda parecer una perogrullada: que el conocimiento humano es conocimiento “humano”, es decir, propio del hombre, y que, por consiguiente, cada tipo de ser tiene su forma propia, peculiar de conocer. De aquí se desprende, y pronto veremos las consecuencias de esta afirmación, que si nosotros tuviésemos unas facultades distintas a las que tenemos, conoceríamos el mundo de manera diferente a como lo conocemos.

Esto es ya claro en cuanto a nuestra percepción de las cosas. En primer lugar, porque el ser humano conoce inicialmente a través de los sentidos, los cuales tienen una constitución determinada y una organización específica. Están formados, por ejemplo, por ciertos tipos de células: los conos y los bastoncitos, entre otras, para el sentido de la vista, que nos permiten, respectivamente, captar la luz o ver en la oscuridad; las células de Corti para el sentido del oído, etc. Y todas estas clases de células son distintas entre sí. Es decir, tenemos unos sentidos que son de cierta manera, y ello constituye una condición inamovible. Funcionan de una manera determinada, y porque son como son y funcionan así, percibimos de la forma en que lo hacemos. Si no tuviéramos células adecuadas para captar la luz, nos sería imposible ver los

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