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Transexualidad


Enviado por   •  17 de Octubre de 2014  •  1.160 Palabras (5 Páginas)  •  245 Visitas

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TODOS SOMOS TRANSEXUALES EN UNA ERA TRANSEXUAL El cuerpo sexuado está entregado actualmente a una especie de destino artificial. Y este destino artificial es la transexualidad. Transexual, no en el sentido anatómico, sino en el sentido más general del travestismo, del “juego de la perfección” sobre la conmutación de los signos del sexo y por oposición al juego anterior de la diferencia sexual, del juego de la indiferencia sexual, indiferenciación de los polos sexuales e indiferencia al sexo como goce. Lo sexual reposa sobre el goce (es el leitmotiv de la liberación) y lo transexual reposa sobre “el artificio”, sea éste el de cambiar de sexo o el juego de los signos indumentarios, gestuales, característicos de los travestidos. En todos los casos, operación quirúrgica o semiquirúrgica, signo u órgano, se trata de prótesis. Y cuando como ahora el destino del cuerpo es volverse prótesis, resulta lógico que el modelo de la sexualidad sea la transexualidad y que ésta se convierta por doquier en el lugar de la seducción.

“Todos somos transexuales. De la misma manera que somos potenciales mutantes biológicos, somos transexuales en potencia. Y ya no se trata de una cuestión biológica. Todos somos simbólicamente transexuales”.

Se podría hablar también del travestismo de la estética, del que Andy Warhol habrá sido, sin duda, la figura emblemática. Andy Warhol fue un mutante solitario, precursor de un mestizaje perfecto y universal del arte, de “una nueva estética” para después convertirse precursora de “todas las estéticas”. Un personaje completamente artificial, también inocente y puro, un andrógino de la nueva generación, una especie de prótesis mística y de máquina artificial que, por su perfección, nos liberó tanto del sexo como de la estética. Cuando Warhol dijo “todas las obras son bellas, sólo tengo que elegir, todas las obras contemporáneas son equivalentes”; o cuando afirmaba que “el arte está en todas partes, así que no existe, todo el mundo es genial, el mundo tal cual es, en su misma banalidad, es genial, nadie puede creerlo”, describía la configuración de la estética moderna, que es de un agnosticismo radical. Todos somos agnósticos, o travestis del arte o del sexo. Ya no tenemos convicción estética ni sexual, sino que las profesamos todas.

El mito de la liberación sexual permanece vivo en la realidad bajo muchas formas, y sin embargo, en en lo imaginario domina el mito transexual, con sus variantes andróginas y hermafroditas. Después de la orgía, lo más kitsch del travestido. Después del deseo, la expansión de todos los simulacros eróticos, embarullados, la transexualidad en toda su gloria. Pornografía postmoderna si cabe, en la que la sexualidad se pierde en el exceso teatral de su ambigüedad.

Las cosas han cambiado mucho desde que sexo y política forman parte del mismo proyecto subversivo: si Cicciolina pudo ser elegida diputada en el Parlamento italiano, es precisamente porque lo transexual y la transpolítica coinciden en la misma indiferencia irónica. Esta performance, inimaginable hace sólo una par de décasdas, habla en favor del hecho de que no sólo la cultura sexual sino toda la cultura política ha pasado al lado del travestismo. Esta estrategia de “exorcismo del cuerpo” por los signos del sexo, de “exorcismo del deseo” por la exageración de su puesta en escena, es mucho más eficaz que la tradicional y obsoleta represión por la prohibición. Pero al contrario de la otra, ya no se acaba de ver a quien beneficia, pues todo el mundo la sufre indiscriminadamente. Este régimen de lo travestido se ha vuelto la

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