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Unidad III: La Economía Ecológica como una Nueva Perspectiva

juanmpinto17 de Noviembre de 2011

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Unidad III: La Economía Ecológica como una Nueva Perspectiva

La Economía como un Subsistema Abierto dentro de la Biosfera. Producción y Productividad: dos enfoques. La Economía Ecológica frente a la Economía Ambiental y la Economía de los Recursos Naturales. Economía Ecológica – Economía Convencional – Ecología – Economía Ambiental.

El impulso que ha alcanzado la construcción de la economía ecológica como alternativa a la economía convencional es, en América Latina, patente para unos y una necesidad de sobrevivencia de esta parte de la humanidad para otros.

Marthadina Mendizábal R.

Santiago / Ecología – ¿La economía ecológica puede ser una alternativa para América Latina? Podría afirmarse que la realidad económico social y ambiental así lo demanda para promover cambios en los modelos de desarrollo imperantes en el continente. Si bien se trata de una corriente disciplinaria aún en construcción, ya cuenta con valiosos elementos provenientes de diversas disciplinas que tienen que ver con el accionar humano, que pueden contribuir a replantear y enriquecer la ciencia económica convencional desde una perspectiva ecológica y transdisciplinar en beneficio de Latinoamérica y de todo el planeta.

Revisemos brevemente qué es la economía ecológica y cómo se justifica esta nueva corriente de pensamiento para redireccionar la visión económica de tipo reduccionista, y para inspirar diseños más solidarios con generaciones venideras, con los grupos de población ambiental, económica y socialmente más vulnerables, y con una orientación más centrada en la inserción permanente de la especie humana en el planeta azul.

La economía ecológica es un una corriente de pensamiento basada en el enfoque sistémico, es decir, en las interrelaciones entre los sistemas económicos, sociales y el sistema biofísico dentro del cual aquellos están inmersos. Interrelaciones en las que las leyes de la termodinámica juegan un rol que no debiera más soslayarse, pues son verdaderas leyes de hierro de la naturaleza que rigen en el conjunto de actividades humanas y, dentro de éstas, la actividad económica. La economía ecológica busca reivindicar tales leyes en defensa del planeta y de las poblaciones más desprotegidas, abogando por el trazado de límites a la extracción de recursos naturales, la descarga de los desechos de la actividad humana, y límites en la adición de sustancias químicas en el procesamiento de alimentos… leyes que debieron haber inspirado a la economía a mitigar la entropía en los procesos.

La economía ecológica adopta el enfoque transdisciplinar que trasciende el paradigma económico, yendo más allá de límites convencionales de crecimiento económico (capital, mano de obra y recursos financieros), y reconociendo, en su lugar, límites físicos, químicos y biológicos que provienen de disciplinas diferentes a la economía y dentro de los cuales esta disciplina debió haber mantenido el conjunto de acciones económicas, con ayuda de su propio instrumental.

La transdisciplina de la economía ecológica es una economía en fin, que busca hacer operativo el principio de solidaridad intra e inter generacional, tanto en lo que se refiere a repartición presente y futura de los beneficios generados por el capital natural de que dispone una sociedad, como en la distribución de costos y perjuicios ambientales.

Entonces surge la pregunta: ¿es menester una economía ecológica para América Latina? Más allá del contexto político, económico y social prevaleciente en esta parte del mundo, las respuestas tienen que ver básicamente con los estilos de desarrollo heredados del pasado y el estilo transnacional. Podría afirmarse que la transdisciplina de la economía ecológica es necesaria porque los modelos que han orientado el desarrollo no han resuelto problemas básicos de pobreza; más aún, han profundizado la desigualdad social y la segregación espacial; es una necesidad porque en la búsqueda de mayores beneficios, los procesos económicos se han hecho dependientes de la energía no renovable, habiendo contribuido a procesos irreversibles de cambio climático; es menester porque el patrimonio natural ha sido por siglos extraído sin dejar beneficios en las regiones que lo han provisto y dejando, en su lugar, ecosistemas degradados. Es necesaria porque la tecnología se ha enfocado más en la aceleración de los ritmos de producción que en la consideración de los ritmos de reposición natural.

Es una necesidad imperiosa porque el libre comercio está socavando la base misma de capital natural; pero también porque su apertura ha significado el libre tránsito de sustancias tóxicas cuyos efectos en la salud son en su mayor parte desconocidos; es útil para cambiar la percepción de los derechos de pueblos aislados que han sido largamente vulnerados, amén de ganancias de corto plazo como motor del desarrollo; es una demanda por el carácter violento de los frentes expansionistas de la sociedad en contra de pueblos autóctonos; es necesidad latente porque frente a la homogenización de valores, culturas y patrones de consumo, reivindica la preservación de culturas autóctonas que marcan notables diferencias con la civilización occidental.

Es una necesidad reconocida porque grandes territorios y poblaciones del continente han quedado marginados de los beneficios del desarrollo, y aunque comparten la biosfera con el resto de la civilización planetaria, no funcionan con las leyes y categorías económicas de la sociedad occidental pues tienen una cultura, una lengua y una historia que les son propios y que son más amigables con el entorno natural.

Es una necesidad imperiosa en fin, porque en la reconstrucción de una economía menos orientada a precios y ganancias, todas las disciplinas que tienen que ver con el accionar humano contribuyen, con su propia perspectiva e instrumental, a una visión más holística y enriquecida, con mayor capacidad para abordar de manera integral el problema de la sustentabilidad de las economías de los países, de las sociedades que las conforman y del entorno físico natural en que se desarrollan.

Por estas y otras razones, el impulso que ha alcanzado la construcción de la economía ecológica como alternativa a la economía convencional es, en América Latina, patente para unos y una necesidad de sobrevivencia de esta parte de la humanidad para otros.

1.- La productividad.

Lo primero que debemos reseñar es que la productividad puede ser medida en diferentes unidades y que, en función de las unidades elegidas, tendremos un resultado u otro. Por ejemplo, podemos estar delante de un sistema de gestión de recursos altamente remunerador en términos monetarios pero que suponga una utilización ineficiente de los recursos energéticos o que sus rendimientos, medidos en unidades de masa, presenten tendencia decreciente. En consecuencia, dependiendo del tipo de unidades que utilicemos podremos calificar a un sistema de gestión de más o menos productivo.

En general, podemos decir que el objetivo es maximizar la productividad del factor más escaso.

Desde la perspectiva de la economía ecológica se defiende la utilización de unidades físicas para medir la productividad de los sistemas rurales pues ese tipo de unidades son, por definición, invariantes en el tiempo y en el espacio y no están sujetas a apreciación humana. Esto no significa que se rechacen frontalmente las unidades monetarias.

Vamos a comentar, a continuación, algunas de las iniciativas más interesantes que trataron de medir eficiencias no convencionales. Un ejemplo, ya clásico, son los balances energéticos; trasladando a unidades energéticas todos los inputs y outputs, con costo de oportunidad, y comparando sus cuantías se llega a la conclusión de que la modernización agraria estilo revolución verde conduce a la pérdida de eficiencia energética: esto es, mediante la aplicación de variedades de alto rendimiento, mediante la sustitución de métodos tradicionales de gestión por modernas tecnologías estamos, por así decirlo, comiéndonos el petróleo.

La metodología de los balances energéticos presenta un problema y es que no distingue entre la procedencia de los recursos. El coste ecológico propuesto por Punti29, definido como la cantidad de recursos necesarios para obtener un producto dado nos permite tanto distinguir entre recursos renovables y no renovables como comparar la velocidad de consumo de recursos con el ritmo de los ciclos naturales de producción de esos recursos.

De esta forma podremos conocer el balance de las existencias o las variaciones en la velocidad de consumo de los stocks de recursos. Punti llega a resultados patéticos: de los años 50 a los años 70 la agricultura española multiplicó por 29 la velocidad en el consumo del stock de recursos accesibles.

Podemos decir, para concluir, que el objetivo debe ser maximizar la

productividad de los ecosistemas (será aquella que garantice la rentabilidad

económica del sistema de producción mediante un consumo reducido de recursos no renovables, de tal forma que se cumplan las reglas 1 y 3 apuntadas en la sección anterior) no mediante la utilización de cantidades crecientes de insumos de producto (nuevos y caros recursos: abonos industriales, pesticidas, variedades de alto rendimiento, etc.) sino mediante nuevos insumos de proceso (cambios estructurales en los ecosistemas, asociación de cultivos, rotaciones, etc.)

Por ejemplo, el control e plagas mediante plaguicidas (insumo de producto) exige la aplicación reiterada de los mismos para mantener los niveles de productividad. En cambio, mediante la introducción de agentes biológicos que

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