ENSAYO COMPOSICIÓN 2 EN ESPAÑOL

Nunca sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos, una de las frases que mi madre siempre utilizaba con mi padre cada vez que ellos discutían, recuerdo que cada vez que esa selección de palabras brotaba de la boca de mi madre le propiciaban una golpiza terrible, una noche la golpiza fue tan grande que mamá salió de casa en una camilla naranja, es de los pocos recuerdos que tengo de mis padres antes de que todo cambiara.

Mi nombre es Sara, parte de mi vida la pasé con mis padres, no éramos felices pero al menos los tenía a ambos a mi lado y así me sentía tranquila, hasta esa noche. Recuerdo a mi padre saliendo de casa con una maleta azul mientras yo tenía a mamá en brazos, mi mente estaba en blanco cuando lo vi partir, mi alma quería gritar y llorar más tuve que contener todo y llamar al 911 para que ayudaran a mi madre. Recuerdo que esa noche fue muy diferente a las demás, esa noche no tuve un buenas noches de mi madre ni un beso en la frente, menos una cama caliente y mi franela rosa, después de un par de horas dos personas llegaron y se sentaron a mi lado, miles de preguntas empezaron a rondar en una conversación que yo no entendía, cuando sale un médico del cuarto de mi madre y me deja verla, ella estaba con muchas agujas en su cuerpo y no podía hablar, lo único que pude hacer fue abrazarla, darle un beso en su frente y acomodar su franela. 

Fueron largas noches y días los que mi madre pasó postrada en la cama de ese hospital, muchos momentos donde pensé que no iba a sobrevivir, más una mañana logró abrir sus ojos, en ese momento vi una luz de esperanza donde todo era oscuridad y tristeza. Recuerdo que a la mañana siguiente tomé una vieja silla de ruedas que había en el hospital y la lleve a un pequeño parque a tomar aire, tenía exactamente dos semanas de no recibir un poco de sol, cuando logramos llegar a nuestro destino me senté en sus regazos y comenzamos a charlar, le comenté que me estaba quedando en la casa de la abuela y que ella me estaba cuidando bien, también le comenté que en la escuela tuve un pequeño altercado con un niño llamado Tom que no paraba de tirar mi cabello pero que logré solucionarlo de forma diplomática; minutos después tuve que volver a dejar a mamá en su habitación, en aquella fría y pequeña cama, nuevamente logré cobijarla, darle un beso de buenas noches y decirle cuanto la amaba y lo feliz que me hacía ser su hija.

La mañana siguiente fue algo diferente, recuerdo haberle levantado entre gritos ahogados en desesperación y palabras inexplicables, bajé corriendo al escuchar que mi abuela era la persona de la cual emanaban esos fuertes gritos, ella me abrazó muy fuerte y no paraba de llorar de forma desconsolada, al momento lo único que me llega a la cabeza era mi madre, estaba pasmada, el abrazo de mi abuela se extendió por unos minutos cuando al fin llegó mi tío Maurice y logró tranquilizar un poco su ánimo, mamá había fallecido, en ese momento quedé atónita, sin palabras, lo único que recuerdo después de las palabras de mi tío fue estar en una iglesia gigante vestida de negro velando por el cuerpo sin vida de la mujer que me dio la vida.  

No podría describir si fue una bonita ceremonia o si el padre no le habría hecho justicia con su sermón al momento de hablar de mi madre, yo tenía 12 años cuando todo esto sucedió, no puedo decir con claridad todo el resto de la situación, al final de todo el evento fúnebre una mano muy fría y fuerte tomó mi brazo de forma brusca y fuerte, era mi padre, tenía una mirada fría y fija, en sus ojos se notaba el odio y la desesperación de haber matado a mi madre, más eso no lo detuvo para hacer su siguiente movida, me tomó de forma agresiva y me levantó en sus brazos y me llevó a la parte trasera de su carro, nos fuimos a toda velocidad, yo no entendía nada de lo que estaba sucediendo, las palabras que dijo mi padre antes de llegar a una vieja choza en las montañas fueron sombrías y lúgubres: de este lugar no saldrás al menos que sea de la misma forma que salió tu madre de nuestro viejo hogar.

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