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La tejedora de sueños

roberto066Apuntes16 de Septiembre de 2015

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                                        LA TEJEDORA DE SUEÑOS

-¡ Chepina, Chepina ¡ ¿ Dónde caramba estás?- Era José Juan que llamaba a gritos a su jovencita mujer desde el jacal todo contrariado y molesto pues había llegado del monte cansado y hambriento y no estaba Josefina para servirle los frijoles.                    

 -¡pos acá estoy José Juan! Contestó ella desde su pequeño huerto que se encontraba allá abajo junto a las nopaleras – espérame tantito, ya voy dijo- ella

Mientras se agarraba las naguas y se las levantaba para que no se fuera a lastimar con las espinas de algún nopal. Así fue subió la pequeña cuesta y llegó donde su molesto marido la esperaba- ya vine- dijo- nomás fui a traer un poco de epazote para darle sabor a los frijoles.

-pues apúrate mujer ya tengo hambre. Ella, Josefina corrió hasta el fogón, y le echó la hierba a la olla de frijoles que ya hervía y en unos cuantos minutos de aquel potaje salía un aroma delicioso que llenaba el interior del jacal, luego cogió un plato y le sirvió los frijoles sobre una mesa rústica hecha de madera de la región. Luego le arrimó las tortillas calientitas dentro de un cesto de petate. Y allí estaba ella sentada esperando que el marido terminara de comer, ella lo haría después, mientras tanto se entretenía tejiendo un tapete con la madeja de hilos que su hermana María le había llevado en su último viaje desde Veracruz quien se había casado con un jarocho. Ella había tenido suerte, pues un día llegó a la casa de sus padres una tía hermana de su papá  pidiéndole que se la diera para que la ayudara en los quehaceres domésticos, ya que su marido se encontraba enfermo de cáncer en el hígado debido a las borracheras desde su juventud, vicio que nunca dejó hasta que le diagnosticaron un cáncer severo pero ya de nada le sirvió; tenía los meses contados o semanas. Motivos por el cuan la tía Aleja, que así se llamaba, no tenía tiempo de nada exclusivamente para atender a todo lo que el futuro difunto necesitara. Fue allí donde conoció a Ignacio, su cuñado, quien estaba empleado en una tienda de abarrotes en  en Ocosingo, lugar de residencia de la tía. Allí se hicieron novios, y después de que  tío Raymundo  dejó este maravilloso mundo, se casó con Ignacio y se la llevó a vivir a Orizaba de donde era originario. Allá pusieron un negocio de abarrote y les iba muy bien. Desde entonces María visitaba a sus padres junto con su marido y sus dos hijos, cada año, en las navidades hasta que murieron. Ya solo le quedaba Josefina su única pequeña hermana a quien quería mucho.

Ella no sabía tejer, una vecina que se llamaba Teresa de los ranchos vecinos que sí sabía, le enseñó una tarde como se formaban las cadenas y todos los pasos para el tapete y como no tenía más que ese hilo color amarillo lo tejía y lo volvía a desbaratar, así lo hizo en varias ocasiones pero ya se había. Ella pensaba que un domingo cuando su marido la llevara al pueblo a vender los sacos de elote el Ocosingo, le pediría que le comprara hilo de muchos colores para tejer muchos tapetes y quién sabe, hasta podría llegar al pueblo a venderlos. Bueno si es que su marido la dejara hacer eso que tenía planeado.

    Pero un buen día o más bien dicho malo, su marido José Juan amaneció con unos fuertes dolores en el pecho y a las pocas murió en la clínica de la comunidad donde ella vivía, el diagnóstico fue infarto fulminante. Sus vecinos la ayudaron para el funeral que fue en su propia casa y lo enterraron en el panteón de San Nicolás, que así se llamada ese lugar, de casitas desperdigadas con sus sitios lleno de nopaleras, de milpa y de todo tipo de hierbas comestibles. A su hermana no le dio tiempo de avisarle, para qué, si no podría llegar. Ya después lo haría. No sentía dolor ni tristeza, solo un corazón entumecido de incertidumbres y llena de preguntas pues prácticamente la obligaron a casarse con José Juan pues sus padres en ese entonces estaban enfermos y no podían darle mayor cosa pues ni casa tenía porque se la pasaban rentando. ¿Qué voy a hacer? Se repetía mientras sus vecinos se lamentaron pues él era un hombre sano y fuerte. Pues ya ven no hay que confiarse de nada. Después del funeral se la pasaba acompañada de sus vecinas quienes se turnaban para no dejarla sola, y por las noches Teresa le prestaba a una de sus hijas para las noches de soledad.

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