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Sonetos Y Trabalenguas Populares

susymariss27 de Junio de 2011

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Ejemplos de soneto:

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

RETORNO FUGAZ

¿Cómo era, Dios mío, cómo era?

¡Oh corazón falaz, mente indecisa!

¿Era como el pasaje de la brisa?

¿Como la huida de la primavera?

Tan leve, tan voluble, tan lijera

cual estival villano… ¡Sí! Imprecisa

como sonrisa que se pierde en risa…

¡Vana en el aire, igual que una bandera!

¡Bandera, sonreír, vilano, alada

primavera de junio, brisa pura…

¡Qué loco fue tu carnaval, qué triste!

Todo tu cambiar trocose en nada

¡memoria, ciega abeja de amargura!

¡No sé cómo eras, yo qué sé qué fuiste!

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DÁMASO ALONSO

CIENCIA DE AMOR

No sé. Sólo me llega, en el venero

de tus ojos, la lóbrega noticia

de dios; sólo en tus labios, la caricia

de un mundo en mies, de un celestial granero.

¿Eres limpio cristal, o ventisquero

destructor? No, no sé… De esta delicia,

yo sólo sé su cósmica avaricia,

el sideral latir con que te quiero.

yo no sé si eres muerte o eres vida,

si toco rosa en ti, si toco estrella,

si llamo a Dios o a ti cuando te llamo.

Junco en el agua o sorda piedra herida,

sólo sé que la tarde es ancha y bella,

sólo sé que soy hombre y que te amo.

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LUIS DE GÓNGORA

Ilustre y hermosísima María,

Mientras se dejan ver a cualquier hora

En tus mejillas la rosada aurora,

Febo en tus ojos, y en tu frente el día,

Y mientras con gentil descortesía

Mueve el viento la hebra voladora

Que la Arabia en sus venas atesora

Y el rico Tajo en sus arenas cría;

Antes que de la edad Febo eclipsado,

Y el claro día vuelto en noche obscura,

Huya la aurora del mortal nublado;

Antes que lo que hoy es rubio tesoro

Venza a la blanca nieve su blancura,

Goza, goza el color, la luz, el oro.

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MIGUEL HERNÁNDEZ

El rayo que no cesa

Soneto 19

Yo sé que ver y oír a un triste enfada

cuando se viene y va de la alegría

como un mar meridiano a una bahía,

a una región esquiva y desolada.

Lo que he sufrido y nada todo es nada

para lo que me queda todavía

que sufrir, el rigor de esta agonía

de andar de este cuchillo a aquella espada.

Me callaré, me apartaré si puedo

con mi constante pena, instante, plena,

a donde ni has de oírme ni he de verte.

Me voy, me voy, me voy, pero me quedo,

pero me voy, desierto y sin arena:

adiós, amor, adiós, hasta la muerte.

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Luis de Góngora

Mientras por competir con tu cabello,

oro bruñido al sol relumbra en vano;

mientras con menosprecio en medio el llano

mira tu blanca frente el lilio bello;

mientras a cada labio, por cogello.

siguen más ojos que al clavel temprano;

y mientras triunfa con desdén lozano

del luciente cristal tu gentil cuello:

goza cuello, cabello, labio y frente,

antes que lo que fue en tu edad dorada

oro, lilio, clavel, cristal luciente,

no sólo en plata o vïola troncada

se vuelva, mas tú y ello juntamente

en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

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-XI-

Tengo hambre de tu boca, de tu voz, de tu pelo

y por las calles voy sin nutrirme, callado,

no me sostiene el pan, el alba me desquicia,

busco el sonido líquido de tus pies en el día.

Estoy hambriento de tu risa resbalada,

de tus manos color de furioso granero,

tengo hambre de la pálida piedra de tus uñas,

quiero comer tu piel como una intacta almendra.

Quiero comer el rayo quemado en tu hermosura,

la nariz soberana del arrogante rostro,

quiero comer la sombra fugaz de tus pestañas

y hambriento vengo y voy olfateando el crepúsculo

buscándote, buscando tu corazón caliente

como un puma en la soledad de Quitratúe.

Pablo Neruda

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Mariposa, no sólo no cobarde,

Mas temeraria, fatalmente ciega,

Lo que la llama al Fénix aun le niega,

Quiere obstinada que a sus alas guarde,

Pues en su daño arrepentida tarde,

Del esplendor solicitada, llega

A lo que luce, y ambiciosa entrega

Su mal vestida pluma a lo que arde.

Yace gloriosa en la que dulcemente

Huesa le ha prevenido abeja breve,

¡Suma felicidad a yerro sumo!

No a mi ambición contrario tan luciente,

Menos activo sí, cuanto más leve,

Cenizas la hará, si abrasa el humo.

Luis de Góngora

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El poeta dice la verdad

Quiero llorar mi pena y te lo digo

para que tú me quieras y me llores

en un anochecer de ruiseñores,

con un puñal, con besos y contigo.

Quiero matar al único testigo

para el asesinato de mis flores

y convertir mi llante y mis sudores

en eterno montón de duro trigo.

Que no se acabe nunca la madeja

del te quiere me quieres, siempre ardida

con decrépito sol y luna vieja.

Que lo que no me des y no te pida

será para la muerte, que no deja

ni sombra por la carne estremecida.

Federico García Lorca.

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Soneto CXLV - A su retrato

Este que ves, engaño colorido,

que, del arte ostentando los primores,

con falsos silogismos de colores

es cauteloso engaño del sentido;

éste, en quien la lisonja ha pretendido

excusar de los años los horrores,

y venciendo del tiempo los rigores

triunfar de la vejez y del olvido,

es un vano artificio del cuidado,

es una flor al viento delicada,

es un resguardo inútil para el hado:

es una necia diligencia errada,

es un afán caduco y, bien mirado,

es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.

Sor Juana Inés de La Cruz

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sonetos de amor (Pablo Neruda)

Soneto I

Matilde, nombre de planta o piedra o vino,

de lo que nace de la tierra y dura,

palabra en cuyo crecimiento amanece,

en cuyo estío estalla la luz de los limones.

En ese nombre corren navíos de madera

rodeados por enjambres de fuego azul marino,

y esas letras son el agua de un río

que desemboca en mi corazón calcinado.

Oh nombre descubierto bajo una enredadera

como la puerta de un túnel desconocido

que comunica con la fragancia del mundo!

Oh invádeme con tu boca abrasadora,

indágame, si quieres, con tus ojos nocturnos,

pero en tu nombre déjame navegar y dormir.

Soneto II

Amor, cuántos caminos hasta llegar a un beso,

qué soledad errante hasta tu compañía!

Siguen los trenes solos rodando con la luvia.

En Taltal no amanece aún la primavera.

Pero tú y yo, amor mío, estamos juntos,

juntos desde la ropa a las raíces,

juntos de otoño, de agua, de caderas,

hasta ser sólo tú, sólo yo juntos.

Pensar que costó tantas piedras que lleva el río,

la desembocadura del agua de Boroa,

pensar que separados por trenes y naciones

tú y yo teníamos que simplemente amarnos,

con todos confundidos, con hombres y mujeres,

con la tierra que implanta y educa los claveles.

Soneto III

Aspero amor, violeta coronada de espinas,

matorral entre tantas pasiones erizado,

lanza de los dolores, corola de la cólera,

por qué caminos y cómo te dirigiste a mi alma?

Por qué precipitaste tu fuego doloroso,

de pronto, entre las hojas frías de mi camino?

Quién te enseñó los pasos que hasta mí te llevaron?

Qué

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