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Analisis De Caso Intel


Enviado por   •  26 de Marzo de 2013  •  2.177 Palabras (9 Páginas)  •  784 Visitas

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Las palabras, al igual que las costumbres, están sujetas a la tiranía de las modas. En nuestro siglo, y con especial énfasis en los últimos años, tanto los escritores como los editores han dado en denominar "ensayo" a todo aquello difícil de agrupar en las tradicionales divisiones de los géneros literarios. Si a esto unimos la vaguedad del término y la variedad de las obras a las que pretende dar cobijo, no debe extrañarnos que las definiciones propuestas se expresen sólo en planos generales. El Diccionario de la Real Academia Española define el ensayo como "escrito, generalmente breve, sin el aparato ni la extensión que requiere un tratado completo sobre la misma materia". No es necesario un examen meticuloso para determinar lo inoperante de esta definición: sólo hace referencia a la forma y, por otra parte, presenta al ensayo como a un hermano menor del tratado, como algo que no llegó a desarrollar lo que tenía en potencia. A este particular no son tampoco de gran ayuda las antologías de ensayistas, especialmente las que recogen escritores españoles, pues o incluyen demasiados ejemplos sin verdadero criterio del género, o representan puntos de vista parciales, por lo común determinados por aspectos temáticos.1

En la búsqueda de una definición o caracterización del ensayo, es no sólo conveniente, sino preciso, remontarse a la obra de Miguel de Montaigne, creador del género ensayístico según la posición tradicional de la crítica literaria. Montaigne, en efecto, fue el primero en usar el término "ensayo", en su acepción moderna, para caracterizar sus escritos, y lo hizo consciente de su arte y de la innovación que éste suponía. En el ensayo número 50 del libro primero, que tituló "De Democritus et Heraclitus", nos da una "definición" que todavía posee hoy algo más que valor histórico: "Es el juicio un instrumento necesario en el examen de toda clase de asuntos, por eso yo lo ejercito en toda ocasión en estos ensayos. Si se trata de una materia que no entiendo, con mayor razón me sirvo de él, sondeando el vado desde lejos; y luego, si lo encuentro demasiado profundo para mi estatura, me detengo en la orilla. El convencimiento de no poder ir más allá es un signo del valor del juicio, y de los de mayor consideración. A veces imagino dar cuerpo a un asunto baladí e insignificante, buscando en qué apoyarlo y consolidarlo; otras, mis reflexiones pasan a un asunto noble y discutido en el que nada nuevo puede hallarse, puesto que el camino está tan trillado que no hay más recurso que seguir la pista que otros recorrieron. En los primeros el juicio se encuentra como a sus anchas, escoge el camino que mejor se le antoja, y entre mil senderos decide que éste o aquél son los más convenientes. Elijo al azar el primer argumento. Todos para mí son igualmente buenos y nunca me propongo agotarlos, porque a ninguno contemplo por entero: no declaran otro tanto quienes nos prometen tratar todos los aspectos de las cosas. De cien miembros y rostros que tiene cada cosa, escojo uno, ya para acariciarlo, ya para desflorarlo y a veces para penetrar hasta el hueso. Reflexiono sobre las cosas, no con amplitud sino con toda la profundidad de que soy capaz, y las más de las veces me gusta examinarlas por su aspecto más inusitado. Me atrevería a tratar a fondo alguna materia si me conociera menos y me engañara sobre mi impotencia. Soltando aquí una frase, allá otra, como partes separadas del conjunto, desviadas, sin designio ni plan, no se espera de mí que lo haga bien ni que me concentre en mí mismo. Varío cuando me place y me entrego a la duda y a la incertidumbre, y a mi manera habitual que es la ignorancia" (289-290).

En España, a pesar de que en el Tesoro de la lengua castellana de Covarrubias (1611), se encuentra ya el término "ensayo", en ninguna de las tres acepciones que se incluyen, se hace referencia a una composición literaria. Para hallar la palabra "ensayo" con el sentido que le proporcionó Montaigne, habrá que esperar hasta bien entrado el siglo XIX. En Covarrubias el concepto se encuentra implícito en la voz "discurso": "Tómase por el modo de proceder en tratar algún punto y materia, por diversos propósitos y varios conceptos".2 Así lo emplearon nuestros ensayistas del siglo XVII, especialmente Quevedo en Los sueños y Gracián en Agudeza y arte de ingenio. La palabra ensayo, si bien aceptada en el siglo XIX para designar una composición literaria (en el Diccionario de la Academia Española aparece ya la definición actual),3 es considerada despectivamente en ciertos sectores de la crítica hasta bien entrado el siglo XX. En 1906 Baralt, en su Diccionario de Galicismos, señala acerca del término ensayo: "Aplicado como título a algunas obras, ya por modestia de sus autores, ya porque en ellas no se trata con toda profundidad la materia sobre que versan, ya, en fin, porque son primeras producciones o escritos de alguna persona que desconfía del acierto y propone con cautela sus opiniones" (209). De forma muy semejante se expresa Mir y Noguera en 1908: "Modernamente han dado los escritores extranjeros, ingleses, franceses, italianos, en llamar 'ensayo' al escrito que trata superficialmente algún asunto, como si de él echase el escritor las primeras líneas. Esa palabra exótica va cundiendo entre nosotros. Exótica digo, por la rareza y especialidad de su significación. Porque la voz 'ensayo' o 'ensaye' siempre quiso decir 'prueba, examen, inspección, reconocimiento'" (703).

En Iberoamérica, el ensayo, como género literario, parece adquirir madurez mucho antes, y lo hace no tanto por la influencia directa de un Feijoo, de un Larra o de los pensadores franceses e ingleses de la Ilustración, cuanto por constituirse en una forma propia de expresión en las reflexiones en torno a una identidad iberoamericana: así Bolívar, Bello, Alberdi, Mora, Montalvo, Hostos, Martí, por citar sólo algunos de los ensayistas más conocidos del siglo pasado. En España, por el contrario, lo mismo que el siglo XIX fue el siglo de la novela, en el XX destaca el ensayo. Y pese a las etiquetas, más o menos académicas, con que fue en un principio considerado, el ensayo había ganado ya carta de naturaleza en España a finales del siglo XIX. Ortega y Gasset, que lo elevó a una altura de prestigio en los círculos intelectuales, se expresa ya en 1914 de forma muy distinta: "Se trata, pues, lector, de unos ensayos de amor intelectual. Carecen por completo de valor informativo; no son tampoco epítomes —son más bien lo que un humanista del siglo XVII hubiera denominado 'salvaciones'—. Se busca en ellos lo siguiente: dado un hecho —un hombre, un libro, un cuadro, un paisaje, un error, un dolor—, llevarlo por el camino más corto a la plenitud de su significado. Colocar las materias de todo orden, que la vida, en su resaca perenne, arroja a nuestros pies como restos inhábiles de un naufragio, en postura tal que dé en ellos el sol innumerables reverberaciones" (Meditaciones 12). Esta "definición" que nos entrega Ortega y Gasset, tres siglos después de que Montaigne nos diera la suya, sigue siendo fundamentalmente la misma. La forma, el contenido, ha evolucionado; la esencia del ensayo es, sin embargo, aquella que Montaigne le proporcionó.

Las definiciones hasta aquí indicadas, si bien concretas en algunos aspectos, resultan, en definitiva, insuficientes. Más bien parecen indicar el pensamiento o carácter del escritor, que limitar y concretar un género. Los estudiosos de la literatura que con posterioridad se ocuparon del ensayo, tampoco llegaron a una definición satisfactoria. Bleznick, desde el campo de la crítica literaria, señala con brevedad: "El ensayo puede definirse como una composición en prosa, de extensión moderada, cuyo fin es más bien el de explorar un tema limitado que el de investigar a fondo los diferentes aspectos del mismo" (6). Para Díez-Canedo, poeta, periodista y ensayista, "el ensayo viene a dar denominación literaria al escrito, difundido hoy preferentemente gracias a la prensa periodística, en que se discurre, a la ligera o a fondo, pues no son la inconsistencia y la brevedad condiciones esenciales suyas, sobre un tema de cualquier naturaleza que sea" (III: 19). Gómez de Baquero, crítico y ensayista, no llega, a pesar de ser más explícito, nada más que a enfocar un grupo específico de ensayos: "El ensayo es la didáctica hecha literatura, es un género que le pone alas a la didáctica y que reemplaza la sistematización científica por una ordenación estética, acaso sentimental, que en muchos casos puede parecer desorden artístico. Según entiendo el ensayo, su carácter específico consiste en esa estilización artística de lo didáctico que hace del ensayo una disertación amena en vez de una investigación severa y rigurosa. El ensayo está en la frontera de dos reinos: el de la didáctica y el de la poesía, y hace excursiones del uno al otro" (140-141).

Esta dificultad en la definición del ensayo no es nada nuevo en el campo de los géneros literarios: otro tanto sucede con la novela, por ejemplo. Podríamos, por el contrario, decir que es sólo muestra de la conciencia que el crítico tiene del valor individual de la obra de arte. Benedetto Croce rechazaba las clasificaciones por géneros como algo impropio y extraño a la realidad de la obra literaria. Pero, a pesar de su oposición, él mismo reconocía la necesidad de ciertas clasificaciones que sirvieran de orientación: no reglas que limiten, sino características que unan.4 Frente a la dificultad de una definición satisfactoria, nos proporciona el ensayo gran riqueza en características comunes. En las páginas que siguen se consideran las más sobresalientes en el contexto de los ensayistas hispánicos.

LA VOLUNTAD DE ESTILO EN EL ENSAYO

La libertad del escritor de ensayos en cuanto a la elección del tema puede únicamente compararse a la del artista, y, al igual que éste, se guía en su producción literaria por inspiración. Esta libertad, que le permite escribir tan sólo cuando la inspiración le incita a hacerlo, puede explicarnos la causa de la diferencia que tan a menudo notamos en la calidad de los ensayos de algunos escritores. Ramón Pérez de Ayala puede ser calificado con justicia de ensayista. En sus ensayos, sin embargo, encontramos algunos de calidad muy irregular; así, mientras unos pueden ser considerados, por su estilo, por su contenido, y más que nada por su perenne actualidad, como modelos del género, otros, en realidad poco numerosos en Pérez de Ayala, apenas son exposiciones sin vida que se proyecte más allá de lo que se propone narrar. Y es que hay gran diferencia entre la reflexión que espontáneamente se nos ocurre al leer un libro o asistir a una representación teatral, y que perpetuamos voluntariamente en un ensayo, al comentario que nos comprometemos a hacer sobre dicho libro u obra de teatro, antes de leerlo o de presenciarla. Son, por tanto, la inspiración y el entusiasmo lo que inyecta vida incluso en aquello que parecía muerto, y es la libertad la mejor garantía con que cuenta el artista en su función creadora. Ahora bien, como creador es libre en el elegir, pero como ensayista se diferencia de los que cultivan los otros géneros literarios en que no es libre ante los datos.

El hecho de que el ensayista por una parte goce de libertad y elija por inspiración, y que por otra deba mantenerse dentro de los estrechos límites de la "verdad", lógica o científica, proporciona al ensayo un carácter peculiar que le permite cabalgar al mismo tiempo a lomos de la literatura y de la ciencia. Es decir, según la terminología propuesta en este estudio, hace uso de elementos del discurso depositario, pero persigue un discurso humanístico. Eduardo Nicol nos dice a este propósito: "Porque el artificio es literario, pero el producto no es artificial o ficticio, no es pura literatura, como la novela. El ensayista requiere inventiva, pero su ensayo no es pura invención. Feliz el novelista, que puede poner en las palabras y en los actos de sus personajes todas las arbitrariedades que se le antojen, seguro de que así no disminuye su realidad humana; pues la vida le ofrece más variedad y abundancia de situaciones extremosas [...] El compromiso con la verdad que tiene el ensayista no le obliga a desconfiar de esa fluencia de la imaginación, pero sí a canalizarla. Puede decir algo de lo cual no está muy seguro, pero no debe inventar algo de lo cual no pueda estar seguro nunca" (206). Esto hace que los límites del ensayo sean vagos y que con frecuencia se le confunda con los escritos eruditos. Estamos de acuerdo con Fryda Schultz de Mantovani cuando dice: "¿Son las ideas el principal motor de los ensayos? Sí; pero las ideas disparadas por el arco de la imaginación" (14). Y esta imaginación a la que se refiere Schultz, es la imaginación poética del ensayista, la que da valor estético al ensayo. Hay críticos, filósofos, historiadores, etc. que se acercan en sus escritos al ensayo, al intentar en ellos una superación estética; del mismo modo que por carecer de ella, hay pretendidos ensayistas que no pasan de simples divagadores

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