Antologia Bello
bismarkalfredo14 de Octubre de 2012
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ANDRÉS BELLO
ANTOLOGÍA
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ANDRÉS BELLO
ANTOLOGÍA
MODO DE ESCRIBIR LA HISTORIA
No hay peor guía en la historia que aquella filosofía
sistemática que no ve las cosas como son, sino como concuerdan con
su sistema. En cuanto a los de esta escuela, exclamaré con Juan
Jacobo Rousseau:
¡Hechos! ¡Hechos!»-Carlos du Rozoir.
Los historiadores formados por el siglo XVIII se dejaron
preocupar demasiado por la filosofía de su tiempo... Trataron los
hechos con el desdén del derecho y de la razón; cosa muy buena
seguramente para operar una revolución en los espíritus y en el
Estado, pero que lo es mucho menos para escribir la historia. Hoy no
es ya permitido escribir la historia en el interés de una sola idea.
Nuestro siglo no lo quiere; exige que se le diga todo; que se le
reproduzca y se le explique la existencia de las naciones en sus
diversas épocas, y que se dé a cada siglo pasado su verdadero lugar,
su color y su significación. Esto es lo que yo he procurado hacer
para el gran suceso cuya historia he emprendido. No he consultado
más que los documentos y los textos originales, sea para
individualizar las varias circunstancias de la narrativa, sea para
caracterizar las personas y las poblaciones que figuran en ella.
Tanto es lo que he sacado de esos textos, que me lisonjeo de haber
dejado poco que tomar. Las tradiciones nacionales de las poblaciones
menos conocidas y las antiguas poesías populares, me han
suministrado muchas indicaciones acerca del modo de existencia, los
sentimientos e ideas de los hombres en los tiempos y lugares a que
trasporto al lector.
En cuanto a la relación, he adherido cuanto me ha sido posible
al lenguaje de los historiadores antiguos, contemporáneos de los
hechos o cercanos a ellos. Cuando me he visto precisado a suplir su
insuficiencia por consideraciones generales, he tratado de
autorizarlas reproduciendo los rasgos originales que me habían
conducido a ellas por inducción. En fin, he conservado siempre la
forma narrativa, para que el lector no pasase súbitamente de una
relación antigua a un comentario moderno, y para que la obra no
presentase las disonancias que resultarían de fragmentos de
crónicas, entreverados de disertaciones. Por otra parte, he creído
que aplicándome más a referir que a disertar, aun en la exposición
de los hechos y resultados generales, podría dar una especie de vida
histórica a las masas de hombres como a los personajes individuales,
y que de esta manera en el destino político de las naciones
hallaríamos algo de aquel interés humano que inspiran
involuntariamente los pormenores ingenuos de las vicisitudes de
fortuna y las aventuras de un solo hombre.
«Me propongo, pues, presentar con la mayor individualidad, la
lucha nacional que se siguió a la conquista de la Inglaterra por los
normandos establecidos en la Galia.»-Agustín Thierry.
Sismondi anuncia que se propone escribir la historia de Francia
hasta Luis XVI, y que terminará este trabajo con la filosofía de la
historia de Francia: «Si me quedare bastante vida y salud, para
llevar hasta el fin la tarea que he tomado a mi cargo, pediré a esos
trece siglos las lecciones que, sobre, las ciencias sociales, nos
tienen guardadas. Trataré sobre todo de dar a conocer ese progreso
sucesivo de la condición de los pueblos, esa organización interior,
ese estado de bienestar o de desazón, que debe mirarse como el gran
resultado de las instituciones públicas, y que puede sólo enseñarlos
a distinguir con certidumbre lo que merece en ellas nuestra
aprobación o nuestra censura.
»Debo también decir aquí algunas palabras sobre el método que
he adoptado para trabajar sobre documentos antiguos. Me lisonjeo de
que a la primera ojeada ningún lector vacilará en reconocer que esta
historia no es, como muchas otras, una compilación ejecutada sobre
compilaciones. Mi trabajo principia y acaba en los originales, según
el consejo que me dio en otro tiempo el gran historiador Juan de
Muller. He buscado la historia en los contemporáneos, y tal como se
presentó a ellos... Cito siempre sus autoridades para poner al
lector imparcial en estado de verificar mi trabajo, y de formar su
juicio con los mismos datos que me han servido para el
mío».-Sismondi.
«La historia no tiene valor, sino por las lecciones que nos da
acerca de los medios de hacer felices y virtuosos a los hombres, y
los hechos no tienen importancia sino en cuanto representan ideas.
Pero por otra parte es demasiado cierto que el espíritu de sistema
los disciplina con facilidad, y que en el caos de los sucesos se
hallarán siempre ejemplos en los que apoyar las más insensatas
teorías. He visto mil veces la verdad forzada a servir la mentira, y
esta charlatanería tan frecuente en los escritores superficiales, me
ha hecho sentir más que cualquier otra cosa todo el valor de las
individualidades, toda la importancia de un examen escrupuloso hasta
de las menores circunstancias. Tal vez se creerá que doy una
atención demasiado minuciosa a hechos comparativamente pequeños, que
refiero muchos que tanto valdría haber ignorado, y que si yo hubiese
reducido a cuatro tomos una narración que abraza dieciséis, hubiera
podido encerrar en este estrecho cuadro las grandes lecciones de la
historia, y desenvolver suficientemente los principios que he
deseado grabar en la memoria de los lectores. Pero se olvida que
procediendo así hubiera entresacado los hechos en vez de
consignarlos, y que las conclusiones que hubiese presentado entonces
habrían dependido del espíritu que hubiese presidido a la elección,
y no de los hechos mismos. Al contrario, he querido que la historia
de Italia se presentase a la vista del lector como un grupo aislado;
y que él pudiese recorrerla en cierto modo, y contemplarla bajo
todos sus aspectos. No he ocultado los sentimientos de que me he
sentido animado a vista de ella, pero he querido dejar al lector la
independencia de sus juicios. Ahí están los hechos; si alguna otra
interpretación les cuadra, puede dármela».-Sismondi.
Villemain no perdona a Robertson el haber descarta do de su
Introducción a la Historia de Carlos V ciertas particularidades que
presenta después bajo la forma de notas o documentos justificativos.
«Se admira, se alaba mucho esa Introducción; y cierto que hay en
ella una serenidad de razón, una bien entendida distribución de
partes, algo de regular y de progresivo, que agrada al pensamiento.
Pero la acompaña un tomo de notas; y lo más curioso es que en estas
notas es donde se encuentran todas las particularidades
originales... Robertson nos dirá, por ejemplo, que cierto pueblo
bárbaro, invasor de la Europa civilizada, tenía en el más alto grado
la pasión y el fanatismo de la guerra. Eso es lo que coloca en el
texto; pero los rasgos, las facciones de esa ferocidad salvaje,
aquella pintura tan singular del campamento de los bárbaros, aquella
muchedumbre que se agolpa alrededor de un bardo de la selva que
entona canciones marciales, aquellas mujeres y niños que lloran,
porque no pueden seguir a sus hijos o a sus padres a los combates,
todos aquellos pormenores, en fin, referidos por el embajador romano
Prisco, poseído todavía del terror que sintió al verlos y que lleva
a la corte bizantina, todo esto que relega Robertson a las notas,
hace falta en su libro».
«Una cosa es común a todos ellos» (los historiadores griegos y
romanos), »aun a aquel Salustio que oculta los pesares de la
ambición frustrada bajo el velo de una filosofía desalentada y
amarga: es el talento de la narración. Todos la han hecho el fin o
el medio de sus composiciones, y la han presentado con una
ingenuidad candorosa, o con la inspiración de un sentimiento vivo y
profundo. Si tienen una opinión que sostener, una moralidad que
realzar, se percibe su color en la narración. Sea que los hechos se
desarrollen ante ellos como un espectáculo o que traten de
profundizarlos y de beber en ellos el conocimiento del hombre y de
los pueblos, siempre saben presentarlos a nuestra vista como se
ofrecerían a la suya. Han estudiado lo verdadero, lo han sentido, y
el copiarlo es para ellos una obra de la imaginación.
«Tácito mismo, que es de todos ellos el que más ha contribuido
a elevar y robustecer el pensamiento humano; aquel cuyas palabras
conversarán eternamente con las almas que marchita el despotismo;
que parece saborear el único consuelo que dejan al hombre la tiranía
y la bajeza la satisfacción de conocerlas y despreciarlas, ¿de qué
medios se vale? ¿Cuál es su secreto? ¿Cómo persuade sus opiniones?
¿Cómo demuestra las causas generales o los motivos particulares?
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