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Antologia Bello

bismarkalfredo14 de Octubre de 2012

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ANDRÉS BELLO

ANTOLOGÍA

2003 - Reservados todos los derechos

Permitido el uso sin fines comerciales

ANDRÉS BELLO

ANTOLOGÍA

MODO DE ESCRIBIR LA HISTORIA

No hay peor guía en la historia que aquella filosofía

sistemática que no ve las cosas como son, sino como concuerdan con

su sistema. En cuanto a los de esta escuela, exclamaré con Juan

Jacobo Rousseau:

¡Hechos! ¡Hechos!»-Carlos du Rozoir.

Los historiadores formados por el siglo XVIII se dejaron

preocupar demasiado por la filosofía de su tiempo... Trataron los

hechos con el desdén del derecho y de la razón; cosa muy buena

seguramente para operar una revolución en los espíritus y en el

Estado, pero que lo es mucho menos para escribir la historia. Hoy no

es ya permitido escribir la historia en el interés de una sola idea.

Nuestro siglo no lo quiere; exige que se le diga todo; que se le

reproduzca y se le explique la existencia de las naciones en sus

diversas épocas, y que se dé a cada siglo pasado su verdadero lugar,

su color y su significación. Esto es lo que yo he procurado hacer

para el gran suceso cuya historia he emprendido. No he consultado

más que los documentos y los textos originales, sea para

individualizar las varias circunstancias de la narrativa, sea para

caracterizar las personas y las poblaciones que figuran en ella.

Tanto es lo que he sacado de esos textos, que me lisonjeo de haber

dejado poco que tomar. Las tradiciones nacionales de las poblaciones

menos conocidas y las antiguas poesías populares, me han

suministrado muchas indicaciones acerca del modo de existencia, los

sentimientos e ideas de los hombres en los tiempos y lugares a que

trasporto al lector.

En cuanto a la relación, he adherido cuanto me ha sido posible

al lenguaje de los historiadores antiguos, contemporáneos de los

hechos o cercanos a ellos. Cuando me he visto precisado a suplir su

insuficiencia por consideraciones generales, he tratado de

autorizarlas reproduciendo los rasgos originales que me habían

conducido a ellas por inducción. En fin, he conservado siempre la

forma narrativa, para que el lector no pasase súbitamente de una

relación antigua a un comentario moderno, y para que la obra no

presentase las disonancias que resultarían de fragmentos de

crónicas, entreverados de disertaciones. Por otra parte, he creído

que aplicándome más a referir que a disertar, aun en la exposición

de los hechos y resultados generales, podría dar una especie de vida

histórica a las masas de hombres como a los personajes individuales,

y que de esta manera en el destino político de las naciones

hallaríamos algo de aquel interés humano que inspiran

involuntariamente los pormenores ingenuos de las vicisitudes de

fortuna y las aventuras de un solo hombre.

«Me propongo, pues, presentar con la mayor individualidad, la

lucha nacional que se siguió a la conquista de la Inglaterra por los

normandos establecidos en la Galia.»-Agustín Thierry.

Sismondi anuncia que se propone escribir la historia de Francia

hasta Luis XVI, y que terminará este trabajo con la filosofía de la

historia de Francia: «Si me quedare bastante vida y salud, para

llevar hasta el fin la tarea que he tomado a mi cargo, pediré a esos

trece siglos las lecciones que, sobre, las ciencias sociales, nos

tienen guardadas. Trataré sobre todo de dar a conocer ese progreso

sucesivo de la condición de los pueblos, esa organización interior,

ese estado de bienestar o de desazón, que debe mirarse como el gran

resultado de las instituciones públicas, y que puede sólo enseñarlos

a distinguir con certidumbre lo que merece en ellas nuestra

aprobación o nuestra censura.

»Debo también decir aquí algunas palabras sobre el método que

he adoptado para trabajar sobre documentos antiguos. Me lisonjeo de

que a la primera ojeada ningún lector vacilará en reconocer que esta

historia no es, como muchas otras, una compilación ejecutada sobre

compilaciones. Mi trabajo principia y acaba en los originales, según

el consejo que me dio en otro tiempo el gran historiador Juan de

Muller. He buscado la historia en los contemporáneos, y tal como se

presentó a ellos... Cito siempre sus autoridades para poner al

lector imparcial en estado de verificar mi trabajo, y de formar su

juicio con los mismos datos que me han servido para el

mío».-Sismondi.

«La historia no tiene valor, sino por las lecciones que nos da

acerca de los medios de hacer felices y virtuosos a los hombres, y

los hechos no tienen importancia sino en cuanto representan ideas.

Pero por otra parte es demasiado cierto que el espíritu de sistema

los disciplina con facilidad, y que en el caos de los sucesos se

hallarán siempre ejemplos en los que apoyar las más insensatas

teorías. He visto mil veces la verdad forzada a servir la mentira, y

esta charlatanería tan frecuente en los escritores superficiales, me

ha hecho sentir más que cualquier otra cosa todo el valor de las

individualidades, toda la importancia de un examen escrupuloso hasta

de las menores circunstancias. Tal vez se creerá que doy una

atención demasiado minuciosa a hechos comparativamente pequeños, que

refiero muchos que tanto valdría haber ignorado, y que si yo hubiese

reducido a cuatro tomos una narración que abraza dieciséis, hubiera

podido encerrar en este estrecho cuadro las grandes lecciones de la

historia, y desenvolver suficientemente los principios que he

deseado grabar en la memoria de los lectores. Pero se olvida que

procediendo así hubiera entresacado los hechos en vez de

consignarlos, y que las conclusiones que hubiese presentado entonces

habrían dependido del espíritu que hubiese presidido a la elección,

y no de los hechos mismos. Al contrario, he querido que la historia

de Italia se presentase a la vista del lector como un grupo aislado;

y que él pudiese recorrerla en cierto modo, y contemplarla bajo

todos sus aspectos. No he ocultado los sentimientos de que me he

sentido animado a vista de ella, pero he querido dejar al lector la

independencia de sus juicios. Ahí están los hechos; si alguna otra

interpretación les cuadra, puede dármela».-Sismondi.

Villemain no perdona a Robertson el haber descarta do de su

Introducción a la Historia de Carlos V ciertas particularidades que

presenta después bajo la forma de notas o documentos justificativos.

«Se admira, se alaba mucho esa Introducción; y cierto que hay en

ella una serenidad de razón, una bien entendida distribución de

partes, algo de regular y de progresivo, que agrada al pensamiento.

Pero la acompaña un tomo de notas; y lo más curioso es que en estas

notas es donde se encuentran todas las particularidades

originales... Robertson nos dirá, por ejemplo, que cierto pueblo

bárbaro, invasor de la Europa civilizada, tenía en el más alto grado

la pasión y el fanatismo de la guerra. Eso es lo que coloca en el

texto; pero los rasgos, las facciones de esa ferocidad salvaje,

aquella pintura tan singular del campamento de los bárbaros, aquella

muchedumbre que se agolpa alrededor de un bardo de la selva que

entona canciones marciales, aquellas mujeres y niños que lloran,

porque no pueden seguir a sus hijos o a sus padres a los combates,

todos aquellos pormenores, en fin, referidos por el embajador romano

Prisco, poseído todavía del terror que sintió al verlos y que lleva

a la corte bizantina, todo esto que relega Robertson a las notas,

hace falta en su libro».

«Una cosa es común a todos ellos» (los historiadores griegos y

romanos), »aun a aquel Salustio que oculta los pesares de la

ambición frustrada bajo el velo de una filosofía desalentada y

amarga: es el talento de la narración. Todos la han hecho el fin o

el medio de sus composiciones, y la han presentado con una

ingenuidad candorosa, o con la inspiración de un sentimiento vivo y

profundo. Si tienen una opinión que sostener, una moralidad que

realzar, se percibe su color en la narración. Sea que los hechos se

desarrollen ante ellos como un espectáculo o que traten de

profundizarlos y de beber en ellos el conocimiento del hombre y de

los pueblos, siempre saben presentarlos a nuestra vista como se

ofrecerían a la suya. Han estudiado lo verdadero, lo han sentido, y

el copiarlo es para ellos una obra de la imaginación.

«Tácito mismo, que es de todos ellos el que más ha contribuido

a elevar y robustecer el pensamiento humano; aquel cuyas palabras

conversarán eternamente con las almas que marchita el despotismo;

que parece saborear el único consuelo que dejan al hombre la tiranía

y la bajeza la satisfacción de conocerlas y despreciarlas, ¿de qué

medios se vale? ¿Cuál es su secreto? ¿Cómo persuade sus opiniones?

¿Cómo demuestra las causas generales o los motivos particulares?

...

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