Antologia
Rosa19637 de Julio de 2012
9.755 Palabras (40 Páginas)554 Visitas
Antología
Cuentos de ficción
Alumnos: Ángel ortega Centeno
Jorge Everardo Heredia
Abdias haas yam
Grado 1º Grupo ¨d¨
Profesora: Gladys
Materia: Español
2/diciembre/2011
Índice
Introducción …………………… 3
Lluvia acida …………………… 4
Reseña …………………… 10
3015 …………………… 11
Reseña …………………… 13
Cápsula Cerebral C2505 …………………… 14
Reseña …………………… 16
Un viaje a la Luna …………………… 17
Reseña …………………… 19
La Pesadilla …………………… 20
Reseña …………………… 21
El veneno …………………… 22
Reseña …………………… 23
El corazón de la Maquina …………………… 24
Reseña …………………… 25
Aquel viejo reloj de bolcillo …………………… 26
Reseña …………………… 27
Mariposas espaciales …………………… 28
Reseña …………………… 30
El sueño del Robot …………………… 31
Reseña …………………… 32
Introducción
Nos inspiramos en la visión futurista que tiene el hombre sobre nuestro futuro tratándose de responder preguntas como ¿Qué pasara? ¿Cómo pasara? ¿Cuándo pasara? Y ¿Por qué pasara?
También para aprender un poco más sobre los cuentos de ciencia ficción que son:
Es la denominación popular con que se conoce a uno de los géneros derivados de la literatura de ficción, junto con la literatura fantástica y la narrativa de terror. Nacida como subgénero literario distinguido en la década de 1920 (aunque hay obras reconocibles muy anteriores) y exportada posteriormente a otros medios, como el cinematográfico, historietístico y televisivo, gozó de un gran auge en la segunda mitad del siglo XX debido al interés popular acerca del futuro que despertó el espectacular avance tanto científico como tecnológico alcanzado durante esos años.
Es un género especulativo que relata acontecimientos posibles desarrollados en un marco espacio-temporal puramente imaginario, cuya verosimilitud se fundamenta narrativamente en los campos de las ciencias físicas, naturales y sociales.
Lluvia acida
Luis Bermer
Mis ojos sintéticos despiertan en la madrugada. Tan fría, vacía. Más aún desde que sustituí mi horrible carne por implantes ¿Cuántos años perdí siendo un don nadie, un hombre-masa gris? Más rápido, más fuerte. Mi mente vuela tan alto como jamás pude soñar.
Y mis sueños ya no son humanos.
Pienso como el filo de una espada, la eficiencia procesual me dirige y motiva, nada más. Todo depende del proceso primario actual. Todo es el procesamiento presente. El resto son datos almacenados en los bancos de memoria, o metas para las próximas horas. Jamás existió el futuro, sino como imaginación.
A veces me asaltan visiones indescriptibles.
Aún es de noche cuando salgo de la cámara de iones. Siento los pistones bajo los músculos, desplazarme sin la menor sensación de esfuerzo hasta la cocina. Abro la puerta. Contemplo mi obra.
Siempre bebo un vaso de sangre fresca al despertar.
Me visto despacio. Coloco cuidadosamente cada arma en su lugar. La gabardina de cuero blindado es lo último. El mundo es un lugar muerto, pero nos empeñamos en seguir caminándolo. Salgo del edificio a la noche. Llueve. Esa lluvia que permite comer a los fabricantes de piel. Sólo los neones publicitarios encaran la oscuridad, junto a los faros de algún ligero. Hay que estar loco para salir antes del alba, sobre todo desde que emergieron los del subsuelo, esas cosas sin nombre. La parte de mí que desea morir me obliga a esto, la parte que ama vivir se opone; y yo estoy en medio, sin poder hacer nada por finalizar ese conflicto eterno. Dejo que luchen, que gane la más fuerte en ese momento y acepto sus condiciones sin oposición. Es algo asumido.
Voces de otros mundos me hablan. Las dimensiones se abren.
Camino a buen ritmo. No veo a nadie todavía. Las botas se hunden en los charcos, a veces el fondo parece légamo pegajoso, pero no lo es. Recuerdo la luna, ahora oculta para siempre; la echo de menos ¿Saben? Yo era un poeta, cuando tenía alma.
Luna, de muertos poblada.
Mi única amiga.
Ya nunca sabré si realmente tenía un alma; o era simple ilusión, el autoengaño de poseerla. Ya no pierdo el tiempo con esas estupideces. Un relámpago ilumina los edificios semimuertos, al fondo. La piel empieza a escocerme; debo encontrar un refugio temporal, hasta que amaine. Tuerzo por un estrecho callejón, cubierto de basura y restos de chatarra, irreconocibles. Algo se mueve más adelante, oculto a mi vista, bajo los hierros. Algo vivo que me ha oído llegar. Seguro que una de esas malditas cosas.
En efecto, la veo retorcerse para salir al descubierto. Es como una larva blancuzca, nerviosa, con hileras de patas plegadas. Su cabeza es de pez abisal, con dientes largos, finísimos, y los ojos que me miran son los de una persona. Enciendo el filo-sierra en el canto de mi mano, justo antes de que la cosa se proyecte de un salto, a increíble velocidad y con las fauces abiertas, hacia mi cara. La capturo al vuelo, algo impensable sin mis reflejos electrónicos. Se debate en mi mano izquierda, larga, repulsiva, chasqueando las mandíbulas en un intento de engancharme. Me cruzo con su mirada humana, y me apresto a hundir la sierra en su cuerpo. Me salpica un líquido repugnante, al tiempo que su chillido indescriptible resuena por el callejón. Con asco, la arrojo lejos. Y me estremezco al pensar fugazmente en qué otras cosas bullirán allá abajo, en el subsuelo.
Avanzo hasta toparme con una frágil puerta de alambre oxidada. La aparto, medio deshecha, y me encuentro en una especie de pequeño patio de luces entre edificios. Unos curiosos montículos de metal medio fundido tachonan el suelo, desperdigados aquí y allá. En uno de los rincones, al fondo, distingo un enorme montón de chatarra y desperdicios de toda índole; parecen conformar un habitáculo, una precaria chabola, por sus placas en los laterales y una haciendo las veces de techo. Tal vez sea el único lugar donde guarecerme, antes de que la piel me caiga deshecha. En mi fuero interno, la parte que desea vivir reacciona. Camino hacia el rincón, a punto estoy de tropezar, con un pie enredado entre cables medio ocultos. De repente, una de las placas se abre hacia fuera y veo asomar una cabeza encanecida.
– ¡Rápido, corre! ¡Pasa, pasa! –me invita con la mano, antes de volver adentro.
Acelero el paso, aceptando la oferta del desconocido. Si me conociera, es seguro que no me habría invitado.
Me agacho para entrar y cierro la plancha tras de mí que, curiosamente, encaja a la perfección; buen refugio. El olor a cerrado es asfixiante, nauseabundo… aunque esperable. El espacio es pequeño y opresivo. Las paredes parecen haber sido recubiertas de una lámina gomosa aislante, que emite un fulgor verdoso fosforescente; alguna clase de pintura, que constituye la única iluminación. El agua no entra, y se mantiene el calor. El anciano yace en un catre casi a ras de suelo, cubierto por una tela parduzca de aspecto asqueroso.
–Sé bienvenido a mi hogar, extraño –me dice, invitándome a acercarme.
Pienso en matarle, pero su sangre ha de ser por fuerza débil. Me siento a su lado y observo sus ojos azules, acuosos, escrutándome; su cuerpo enjuto pero enérgico, su piel casi tan blanca como sus cabellos. Un superviviente nato.
–Gracias por resguardarme de la lluvia, anciano. Estaba a punto de licuarme ahí fuera.
El hombre me mira, como miraban antes los padres a sus hijos cuando llegaban de una borrachera, intentando adivinar qué se agita en la cabeza de este desconocido para él.
– ¿Cómo se te ocurre salir de noche? –Me pregunta–. Y lloviendo, encima.
–Tenía… tenía que salir. Es algo que no puedo… evitar.
El anciano se estremece en un escalofrío. Se arropa un poco más con su apestosa tela.
–Comprendo. Eres joven, con impulsos propios de joven –susurra, como recordando.
–No… no es eso –respondo, pero no continúo por ahí–. Y soy mucho más viejo de lo que aparento, créame.
Ni siquiera recuerdo ya cuándo nací. Ni cuántas décadas han podido transcurrir desde aquel momento.
–Entonces… imagínate qué podría decirte yo, hijo –Sonríe, mirándome con esos ojos que evocan los mares que ya no existen.
Empiezo a comprender que este anciano fue, es un hombre especial; un vestigio de la humanidad, como era antes de que todo… cambiara. No, no podría matarlo ni aunque lo deseara. Estando a su lado, siento la entrañabilidad renacer en mí otra vez, el afecto, aunque sea como un leve eco entre las entrañas metálicas. Me recuerda lo que fui y ya no soy, ni seré. Pero la ilusión es poderosa, tanto, que me siento plenamente humano de nuevo hablando con él. En este agujero hediondo he encontrado un fugaz paraíso.
Respiro el aire viciado, miro una vez más a mí alrededor. Y la pregunta surge sin pensarla:
– ¿Lleva mucho tiempo viviendo aquí, anciano? Es una buena guarida, bien camuflada.
–Oh sí… Tendría tu edad cuando decidí huir de allá abajo, hacia la superficie. Y lo primero que hice fue buscar el lugar
...