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Artículo libro.Heberto Laguna

gattacaEnsayo29 de Septiembre de 2022

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Del normalismo rural al trabajo docente con compromiso social.

Heberto Laguna Caballero.

Normal Rural Mactumactzá, Chiapas.

(Generación 1977-1981)

Del monte, al ejido, al pueblo, a la ciudad capital.

Vi la luz por vez primera el 22 de febrero de 1961 en el ejido Tamaulipas (estación Joaquín Amaro), del municipio de Pijijiapan, Chiapas, México; supongo que mi mamá salió a parir al ejido porque en ese entonces mi padre administraba el rancho ganadero de una tía al que luego habrá regresado porque desde que nací hasta los 7 años que ingresé a la primaria, viví en el monte, y aunque un tanto solitaria, mi niñez fue muy bonita al crecer entre el ganado, andar a caballo, ayudar en la ordeña, cazar iguanas, recolectar tortugas y casquitos (especie de tortuga pequeña); mi única relación con humanos era mi papá, mamá y don Tacho (trabajador del rancho) y mis hermanos que estudiaban fuera y llegaban los fines de semana y en las vacaciones; cuando eso pasaba eran momentos inolvidables de juegos y salidas a cazar, a recolectar latas de comida que dejaban los cazadores y mi mamá utilizaba como moldes cuando hacía pan, siempre que platicamos de esa época, decimos que crecimos en el paraíso, todo rodeado de monte y agua, la fauna y flora en su máxima expresión, en la actualidad son centros de población y todo eso, solo se conserva en nuestros recuerdos.

Ya instalado en el ejido por cuestiones de estudio, debuté en primer grado con el miedo natural de tu primera experiencia con la educación formal pero también la emoción de querer aprender a leer y escribir, y como el último de la hermandad en esa época, seguir los pasos de mis hermanos como buenos estudiantes.

La primaria era bidocente e impartían hasta 4° grado, en ese grado destaco como el mejor alumno y voy a concursar a nivel zona quedando en primer lugar; para nuestra escuela bidocente, rural y perdida entre el mar y los cerros fue un acontecimiento importante, luego fui a la etapa estatal quedando en el lugar 28, en ese entonces pude considerar que fue un mal resultado, pero ya más adelante, con más conciencia de la situación de nuestra escuela, de nuestra condición misma de pobreza y marginación, fue un excelente resultado personal.

Para estudiar 5º y 6° grados tuvimos que salir a la cabecera municipal, Pijijiapan; lo hicimos con varios amigos de la misma comunidad, en la escuela primaria federal Ford No. 52.

Haber salido a estudiar al pueblo también representó perder el miedo a estudiar fuera y trazarnos la meta de llegar a ser profesionistas, cuántos sueños construimos colectivamente mientras caminábamos al ejido y descansábamos en la “piedrona”, sueños que finalmente todos los de ese grupo cumplimos al paso del tiempo.

Para la secundaria me fui a estudiar a la escuela Adolfo López Mateo de la capital Tuxtla Gutiérrez, fue un año complicado, salir del ejido a la capital es un salto muy alto en nuestras relaciones sociales, tuve muchas dificultades y me volví un chico solitario, de la casa de mi hermana a la escuela y de vuelta, no convivía con nadie; solo estudié el primer grado, tuve que emigrar a Tapachula donde cursé 2° y 3° en la escuela secundaria federal “Constitución.

La esencia de ser normalista rural.

En 1977 mi vida dio un giro importante, platico un poco los antecedentes, mi cuñado Francisco Javier Montesinos Palacios era profe y su hermano el profe José Luis, había estudiado en la normal rural Mactumactzá y era una buena opción de seguir estudiando y como era becado, pues libras a tu familia de una carga económica. Nos dieron un cursito de preparación a mi hermano Gerardo y yo y luego fuimos a presentar en la fecha asignada, éramos muchísimos, veías la cola y te ganaba el pensamiento, -así es imposible quedarse-, cuando fuimos a ver los resultados, empezamos con la última hoja y pasaba una y otra, Gerardo se encontró primero, no alcanzaba lugar para entrar y yo estaba en la primera hoja ya que quedé en el tercer lugar.

El primer día que llegué a la escuela normal, ya no recuerdo cómo terminé en el último dormitorio del acceso de entrada, quedaba frente a la alberca y muy cerca del comedor, en ese dormitorio habíamos de varios grados y en una gran mayoría de Chiapas, pero también de Oaxaca y de Guerrero. Los primeros dos días fueron de mucho desvelo porque ya sabíamos que al ingresar te “peloneaban” (era el ritual de inicio en ese tiempo), y fue hasta la tercera noche en que entraron al dormitorio, con un escándalo tremendo e iniciaron la peloneada con todos los que éramos de nuevo ingreso. En lo particular, me hicieron dos entradas en los costados de la cabeza, al otro día temprano, me trasladé a casa de mi hermana que vivía en Tuxtla Gutiérrez y era estilista, me cortó bien pegadito el cabello, pero no quedé “pelón” completamente.

Estos rituales de nuevo ingreso realmente nunca fueron de mi agrado porque lejos de darte identidad normalista solo degradan las relaciones humanas, cuando alguien de nuevo ingreso tenía hermanos o paisanos del mismo lugar en grados avanzados y los defendían de los que los quisieran pelonear, se desataban unas peleas impresionantes, de ser compañeros normalistas rurales, parecían enemigos a muerte, yo flaco y miedoso, siempre me alejaba de esos acontecimientos; otro lugar donde también era muy recurrente las peleas era el comedor, con tantos comiendo al mismo tiempo, no faltaba quien tirara el migajón del francés o pan a la distancia y le cayera en el plato de comida de alguien, y si era caldo, mole o frijoles en caldo, y terminara manchando la camisa del camarada, inmediatamente buscaba al responsable y aunque no fuera el que lo haya tirado, siempre encontraban con quien desquitar su coraje y se desataba una pelea campal al incorporarse los del mismo grupo, a veces terminabas metiéndote bajo la mesa cuando empezaba a llover platos, vasos y restos de comida por doquier, era impresionante este momento, afortunadamente no era muy seguido.

Haber estudiado en una normal rural internado, te da una identidad propia (como seguro la tiene cualquier normalista del país), pero la de normalista rural es como un sello aparte, esa convivencia diaria, de realizar todo el proceso de formación inicial en el mismo espacio, te hace diferente.

El ritual iba más o menos así; por ahí de las 5:30 am pasaba la banda de guerra tocando por todo el pasillo de los dormitorios y el maestro de guardia entraba a los dormitorios a invitar despertarnos para incorporarnos al trabajo diario, teníamos clases de 6:30, a 8:30 am., luego a desayunar, volvíamos a clases de las 9:30 am., hasta las 2:30 pm., venía la comida, descansábamos un rato y a las 4 pm., volvíamos a clases, mayormente a talleres hasta las 7 pm., íbamos a cenar y el resto de las horas cada quien las definía de acuerdo a sus preferencias; algunos para hacer tareas, otros para hacer deportes, descansar, platicar, jugar barajas, dominó, etc. al filo de las 10 de la noche la inmensa mayoría descansaba tranquilamente.

El fin de semana, algunos se iban a su lugar de origen porque vivían cerca y la gran mayoría permanecíamos en el edificio escolar por ser de lugares lejanos y sólo íbamos a nuestras casas en las vacaciones. Se aprovechaba para lavar la ropa, ir a pasear a Tuxtla, a Terán, a Juanchis, bañarse en la alberca, jugar futbol, basquetbol, etc. Esos momentos de convivencia muy estrecha y personal, es lo que va haciendo que al estar internado, vas conformando una identidad propia y fuerte de normalista rural, vas considerando a tus compañeros de grupo, de dormitorio, de grado, como si fueran tus hermanos, esas horas de pláticas interminables, de compartir tus sueños y problemas, de hacer tareas y deportes juntos, van haciendo una red intrincada de relaciones interpersonales que durarán toda la vida y que los recuerdos generados en esos cuatro años, te alimentarán la memoria, hasta el último respiro de vida.

Otra parte que es importante señalar porque nos ha impactado fuertemente en el servicio activo, fue nuestra formación política, las normales rurales han tenido un desarrollo social político que difícilmente se da en otras normales, desde que ingresas, el comité estudiantil hace un estudio socioeconómico para comprobar que eres de familia de bajos ingresos, que era un requisito para aceptarte, ese origen de clase humilde también te da identidad social. Si te vuelves representante de tu grupo (como en mi caso) empiezas a participar en actividades alternas a tu formación académica, habían reuniones continuas en el COPI (Centro de Orientación Política Ideológica), en ese grupo participaba el Comité estudiantil y todos los representantes de grupo, eran reuniones interminables (se llevaba gran parte de la noche) y donde todo se discutía, algo que sí era muy bueno, que tenías que leer muchos textos de luchas revolucionarias, porque era un espacio de formación política e ideológica, algo en lo que se han destacado las normales rurales, formando personajes que han luchado siempre contra el sistema, algunos hasta el radicalismo extremo como Lucio Cabañas y Genaro Vázquez, insignes maestros normalistas rurales egresados de la Normal “Isidro Burgos” de Ayotzinapa, Guerrero, hoy más famosa por los tristes y lamentables acontecimientos del asesinato de los 43 normalistas rurales de esa escuela normal en septiembre del 2014.

Bien, esta fue la parte de formación normalista rural donde nos preparamos para irnos a contribuir en la formación académica de los niños y niñas de nivel primaria, teníamos muy en claro que sería a alguna comunidad de difícil acceso, pero eso, era lo que menos nos preocupaba, esperamos con impaciencia el día en que nos entregarían nuestra orden de comisión y emprender nuestra historia en el servicio activo. Llegó ese día, nos entregaron nuestros despachos y yo entré en angustia de no conocer el lugar que decía el oficio “Motozinatla”, nunca había escuchado de ese lugar, me acerqué con una secretaria y me aclaró que estaba mal escrito y era Motozintla; de Huixtla hacia Comalapa, en plana sierra madre de Chiapas, la aventura comenzaba, con cierta aprehensión porque era pasar de la costa (clima caluroso) a la sierra madre (clima extremoso frío) pero a esa edad (19 años), te crees Supermán y que nada puede afectarte, más las ansias de empezar a desempeñarte como profe, le gana a cualquier pensamiento de tristeza porque te alejas de tu familia o te pueda pasar algo y están tan lejos los servicios de salud; nada logra restarle importancia a los deseos de ya empezar a trabajar y tener tu propio grupo, atrás quedaron los grupos que no eran tuyos en las prácticas docentes, ahora tocaba ser responsable de los propios y empezar a construir las utopías de los que te tocaran en el camino de la docencia; Motozintla, ahí te vamos.

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