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CUENTOS DE TERROR

chicloso22 de Abril de 2013

3.246 Palabras (13 Páginas)492 Visitas

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Llegando a destino

Agustín conducía por una ruta oscurecida por la noche. Al ingresar a una zona cubierta por la niebla su visibilidad se redujo drásticamente. Disminuyó la velocidad y se concentró más en la ruta que tenía por delante, de la cual veía unos pocos metros nada más.

Se orilló un poco y buscó su celular para llamar a su esposa:

- ¡Hola! -lo saludó una voz de mujer.

- Hola querida. Te llamo para avisarte que me agarró la niebla, no se ve nada por aquí. Por eso voy a demorar un poco más.

- Bueno. Maneja con cuidado. Ahora ya sé que vas a demorar, ve lento. Lo importante es que llegues a destino. Nos vemos, chau.

- Chau -y cortó.

La niebla se espesó más. Ya no era seguro conducir. Tenía que detenerse, pero no quería hacerlo de nuevo en la ruta. Conocía bien el lugar como para saber que casi todo aquel tramo corría sobre un terraplén alto. ¿Dónde detenerse? Repasando mentalmente la carretera encontró un lugar. No le gustó mucho la idea de estacionar por allí, pero el próximo lugar que recordaba estaba muy lejos, y la niebla era cada vez más espesa.

El camino que buscaba surgió de pronto a su derecha, dobló hacia él, avanzó lentamente y se detuvo al iluminar la entrada de un cementerio.

Aquel cementerio estaba abandonado. El pueblo que lo había nutrido ya no existía, sólo algunas ruinas que sobresalían entre las malezas indicaban su posición. Agustín tenía muy claras la imágenes de aquel esqueleto de pueblo fantasma, y de los muros a medio derrumbar de su aún más espeluznante cementerio; pero ahora lo único que veía era la entrada de éste, todo lo demás era niebla cerrada y silencio. Al dejar encendida solamente las luces rojas parpadeantes, hasta la entrada del campo santo desapareció entre la bruma.

Esperó un largo rato, la niebla continuaba. Encendió la radio e intentaba sintonizar alguna emisora que estuviera pasando música, cuando de repente del aparato brotó una sucesión de gritos espantosos que lo hicieron saltar en el asiento. Era una mezcla de gritos: algunos claramente de angustia, otros de dolor insoportable, y entre los gritos se escuchaban unas voces extrañas que hablaban una lengua desconocida por Agustín, pero aunque no se entendía lo que decían, se deducía por su tono que eran voces de seres violentos, malvados…

Agustín apagó la radio, mas no dejó de escuchar los gritos, porque ahora venían desde el interior del cementerio. Entonces, aterrado, encendió el vehículo y dio marcha atrás. Al alcanzar la ruta intentó enderezarlo, mas una luz surgió de pronto entre la niebla, sonó un bocina potente, la de un camión, sintió un golpe tremente que lo acudió todo, y después, silencio; mas el silencio no duró mucho: las voces de los seres violentos que gritaban en una lengua extraña se le fueron acercando, y de pronto los vio ¡Eran demonios!

Cuando el camionero que lo chocó fue a revisar lo que quedó del auto, Agustín ya estaba muerto.

Publicado por Jorge Leal en 13:37 No hay comentarios: Enviar por correo electrónico

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Etiquetas: Cuento de terror

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viernes, 15 de febrero de 2013

Gente de circo

“¿Te volviste loco? ¿Cómo se te ocurrió esa idea? ¡Comprar un circo…!”, le repitieron varios conocidos a José, pero ninguno pudo hacerlo cambiar de idea.

Compró un circo ambulante. Al conocer a los empleados, durante una noche de función, notó enseguida que no lo querían por allí, que habían vendido el circo por una urgente necesidad de dinero, pero que no querían un jefe husmeando en el lugar. El enano encargado de la contabilidad parecía bastante honesto, los números estaban claros, por lo que José descartó que intentaran estafarlo. Dedujo entonces que la actitud de los que trabajaban allí se debía a que eran un grupo muy cerrado, pero decidió que de todas formas iba a visitarlos cuando quisiera y sin avisar; ahora él era el dueño.

Cuando el circo se hallaba en un campo cercano a un pueblo, José les hizo una visita por la mañana. Descubrió que casi todos estaban dentro de los remolques. Solamente un jorobado que barría el lugar y el enano de la contabilidad se encontraban afuera.

- ¿Siempre duermen hasta tan tarde? -le preguntó José al enano, con tono autoritario.

- Sí, lo que sucede es que… las funciones terminan muy tarde. Por eso duermen… todo el día.

- ¿Qué, duermen todo el día? ¡Ah! ¡Esto se tiene que terminar!

- Señor, usted no entiende. ¡No vaya a entrar! ¡Señor…! -trató de detenerlo el enano, pero José ya se precipitaba hacia un remolque, y con un movimiento brusco abrió la puerta y entró.

Adentro estaba oscuro. Escudriñando distinguió que había alguien sobre una cama. Al acercarse vio que era un payaso, vestido como tal y hasta maquillado.

- ¡Es hora de levantarse! ¿Me oye? ¡Oiga! ¡Payaso! -mas el payaso ni se movió.

Ya algo alterado, fue hasta la ventana y descorrió las negras y pesadas cortinas que la cubrían. La luz del sol entró a raudales. El astro rey se encontraba frente a la ventana, y su luz iluminó de pronto todo el cuerpo del payaso, y éste emitió inmediatamente un grito espeluznante. Cuando José, asustado por el grito, giró rápidamente hacia él, el payaso se levantó de golpe. De su cabeza salía humo y su cara comenzó a derretirse, y su carne empezó a chorrear sobre la cama; pero aquella cosa aún seguía gritando, y su pelo se incendió ante los aterrados ojos de José, que lleno de terror veía cómo aquel ser era destruido por la luz solar mientras gritaba horriblemente.

Finalmente pudo apartar la vista de aquella escena de terror, después salió del remolque tambaleándose, con las piernas temblorosas por el miedo. A duras penas llegó a su auto. Ya lejos de la zona pensó que debía informar de aquello a la policía, o al ejército, a alguien. No lo iba a conseguir, nadie se iba a enterar de aquello, pues oculto en el asiento de atrás viajaba con él el jorobado del circo.

Publicado por Jorge Leal en 11:50 1 comentario: Enviar por correo electrónico

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Etiquetas: cuento de terror de payasos

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martes, 12 de febrero de 2013

Los muertos

En una sala pequeña, el viejo Gómez dormitaba sentado en una silla, con la cabeza recostada a la pared y la boca abierta.

La noche estaba más movida de lo normal: había escuchado algunos griteríos, y el ruido del tráfico, un tráfico desordenado, era más fuerte que el normal.

Los ruidos terminaron despertándolo. Gómez bostezó y se pasó las manos la cara, miró hacia la ventana y escuchó; el alboroto iba en aumento.

- ¿Qué le pasa a esta maldita cuidad? -refunfuñó Gómez al servirse café.

Con la taza en la mano se acercó a la ventana, abrió la persiana para ver.

Un grupo de personas corría por la calle, y tras ellos iba otro grupo. Cuando el segundo

grupo pasó frente a la ventana, Gómez notó que todos estaban terriblemente heridos;

fatalmente heridos, demasiado como para aún correr. algunos autos intentaban abrirse paso entre la

multitud de perseguidos y perseguidores, dando bocinazos y frenadas.

- ¿¡Pero qué diablos…!? - el viejo se asombró. Aquella gente tenía que estar muerta, con aquellas heridas... Y lo estaban: eran zombies.

Alguien que corría por la calle gritaba como un loco:

- ¡Los muertos han revivido! ¡Los muertos…!

Aquellas palabras y lo que vio, llenaron de terror al viejo Gómez, pues era el vigilante de

la morgue. Detrás de una puerta ya se escuchaban ruidos.

Publicado por Jorge Leal en 09:24 5 comentarios: Enviar por correo electrónico

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Etiquetas: cuento de terror de zombies

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sábado, 9 de febrero de 2013

Recuerdo aterrador

Sé que sonará extraño, pero una vez me aterré de algo mucho tiempo después de verlo.

Una noche, caminaba por una parte poco transitada de la ciudad. La calle era angosta, los árboles de sus veredas enormes y frondosos, mientras las casas que había allí eran todas viejas; y algunas se encontraban abandonadas: lo indicaba su mal estado. Para mí era un lugar tranquilo, apenas perturbado por la luz ocasional de algún auto, mucho mejor que las calles concurridas, con sus bocinazos y el ruido constante de los vehículos.

Cuando pasé frente a una casona vieja y alta, de dos pisos, levanté la vista hacia una ventana situada como a cinco metros del suelo, en el segundo piso, supuse. No tenía cortinas y era ancha. Una luz amarillenta salía por ella, y sorpresivamente un hombre con sombrero cruzó delante de aquella ventana, miró hacia abajo, hacia mí y lo ocultó la pared al seguir avanzando.

Me impresionó un poco su aspecto: Tenía unas acentuadas ojeras, unos pómulos prominente y una quijada angosta. Pero fue un sobresalto pasajero, del momento. Seguí caminando como si nada.

Meses después, la casualidad, una jugarreta del destino o quién sabe qué, me llevó hasta aquella casona. Una familia la había comprado y querían que revisara la instalación

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