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Cuentos De Terror


Enviado por   •  28 de Noviembre de 2012  •  3.022 Palabras (13 Páginas)  •  577 Visitas

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Marcelo y las criaturas del bosque

La noche había silenciado al bosque, sumiéndolo en la oscuridad. En ese bosque acampaba Marcelo.

Sentado frente a la fogata, agregó unas ramas que las llamas enseguida envolvieron, después levantó la mirada hacia el cielo. Unas nubes tenues que parecían estar a punto de disolverse en el viento, cruzaban rápidamente frente a la luna, que con su pálida luz plateaba las copas de los árboles, y después se filtraba hasta el suelo en finos rayos.

Marcelo bostezó y estiró los brazos hacia arriba, luego continuó observando el fuego, como fascinado por las llamas que temblaban sobre la leña; pero algo distrajo su atención, y recorrió su entorno con la vista. No estaba seguro, mas creyó escuchar que alguien reía muy bajo, o el sonido venía de muy lejos.

Puso atención y giró la cabeza hacia varias direcciones y, escuchó otra vez la risa, y esta vez se dio cuenta que venía de cerca, que estaba entre los árboles.

Sin levantarse, estiró el brazo y tomó su mochila, sacó una linterna y esperó. Quería identificar el lugar exacto de dónde venía la risa, y así enfocarlo de pronto. La escuchó de nuevo, apuntó la linterna y la encendió, iluminando parcialmente a una criatura pequeña como un niño pero de cara arrugada y deforme, que al verse descubierto abrió la boca ay lanzó una risotada chillona, y salió corriendo velozmente entre los árboles, desapareciendo enseguida.

Tras el terrible susto que le causó aquella criatura, Marcelo levantó el campamento y se marchó, iluminando su camino a punta de linterna, y volviéndose cada tanto con miedo de que aquello lo persiguiera.

Después de ese encuentro aterrador, Marcelo quiso saber qué era lo que había visto. Leyó cuanto libro consiguió sobre duendes, trolls, y otras criaturas mitológicas. En sus siguientes salidas al bosque trató de hallar pistas sobre estos seres. En esas excursiones siempre iba armado, pues suponía que eran peligrosos, y acampando en un claro una noche, comprobó que lo eran, mas él estaba preparado, pero eso es otra historia.

¿Accidentes?

Aquella parte del camino siempre me había dado mala impresión. Allí ocurrieron varios accidentes automovilísticos, aunque aquel tramo no tiene ninguna dificultad que los justifique. Esa parte está encajonado por árboles altos, pero es un tramo recto, sin desniveles. Es un camino de tierra, en cada lado hay un bosque de eucaliptos. El de la izquierda va bajando con el terreno, y desde el camino se puede ver las copas de los árboles que están más abajo; el bosque de la derecha sube, y se ven sus troncos que van manteniendo la vertical mientras el terreno asciende; mas el camino en si es plano y bien nivelado.

Cruzándolo a pie, incluso de día y yendo con otra gente, una sensación angustiante se apoderaba de mí hasta que me alejaba de allí. Creo que todos los que pasan por el lugar sienten eso, porque recuerdo que en esa parte los otros buscaban con la vista no sé qué, como yo.

Una noche de luna, regresaba a mi hogar, a pie, solo, y al atravesar esa parte siniestra del camino sentí que me observaban.

Tenía que haber seguido sin mirar, pero girando la cabeza miré hacia todos lados, y vi una cosa que venía atravesando las sombras del bosque. No hacía ruido al andar pero avanzaba bastante rápido. Iba agitando unos brazos larguísimos y parecía tener una joroba, o era parte de su cabeza. Lo veía bien porque aquella cosa tenía puesto algo como una capa o una túnica blanca.

Hice bien en no correr. Aquello llegó hasta el borde del camino y se detuvo, después siguió por las sombras de los árboles. Mi cuerpo estaba tenso por el terror. De reojo vi que me siguió un buen tramo, siempre avanzando entre las sombras con aquel andar silencioso y su extraño movimiento de brazos.

Desde esa noche pasó por otro camino, aunque me queda mucho más lejos. No sé que era, lo que sé es que hay lugares así en caminos o carreteras: no son tramos complicados pero hay muchos accidentes en ellos.

Pasó a mi lado

La noche calurosa me entretuvo fuera de la pensión hasta la medianoche. Cuando regresaba caminando por la calle, oí unos truenos y miré hacia arriba, pero las luces de la calle no me permitieron ver la tormenta. Estaba cerca, ya se sentía en el aire. Apuré el paso y llegué a la pensión justo antes de que un aguacero se volcara sobre la ciudad. Era una de esas lluvias que caen de pronto, cortando el silencio de la noche abruptamente.

Cuando atravesé el patio interior, que estaba oscuro, casi tropiezo con un masetero de flores. En ese momento recordé al casero y a lo amarrete que era ¡Qué le costaba poner una luz!

Llegué a la escalera, que apenas estaba iluminada por un tuvo de luz que parpadeaba, y subí mientras escuchaba como la lluvia azotaba el techo de la vieja pensión. Alcancé el corredor que estaba penumbroso también y me dirigí a la puerta de mi pieza.

Seguía en el corredor cuando vi que alguien más avanzaba por él caminando hacia mí lentamente.

Haciendo un esfuerzo para vencer las tinieblas, distinguí a la persona; era la señora de Rodríguez, que después me enteré que se llamaba Carmen.

Frente a mi puerta, metí la mano en el bolsillo para tomar mi llave, sin dejar de mirar a la mujer. Cuando la fui a saludar, de pronto se me erizó la piel, sentí que el aire estaba helado, y de alguna manera supe que estaba viendo una aparición. Al pasar a mi lado me miró, abrió la boca y dijo algo que no entendí a pesar de que lo escuché bien. Volvió la cara hacia el corredor y siguió su camino y la vi perderse en la oscuridad.

Esa noche, mientras afuera seguía la tormenta, la sentí pasar varias veces frente a la puerta.

Por la mañana escuché un alborotó. Cuando me asomé al corredor vi que unos policías llevaban esposado a Rodríguez. Él fue el que los llamó. Temprano en la noche había matado a su esposa.

Frente al manicomio

Cerca de la media noche se estaba por desatar una tempestad. Un viento cargado de humedad arrastraba hojas por las calles desiertas de la ciudad, las arremolinaba, las hacía volar; mientras los árboles del ornamento público, despojados de su follaje, se inclinaban levemente al dejar que el viento cruzara silbando entre ellos.

Por una de esas calles desoladas avanzaba un peatón. En la cuadra más despoblada, pasó frente a un muro enrejado, el muro del viejo manicomio abandonado; y entonces, escuchó que desde el interior del lugar brotaron

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