CULTURA Y COMPORTAMINETO
248857 de Noviembre de 2013
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Cultura y comportamiento
La cultura se puede apreciar en el comportamiento aprendido de los individuos. Pero el grado en que ese comportamiento cultural resulta visible varía desde las actividades regularizadas de las personas hasta sus razones internas para llevarlas a cabo. Los chicos y chicas de nuestra sociedad, p. ej., se comportan en la adolescencia según las normas establecidas para su edad y condición por el medio ambiente a que pertenecen. No menos culturales (aunque menos visibles) son los motivos que tienen para salir juntos, bailar y desarrollar actividades deportivas. Es muy probable que muchos de ellos salgan juntos sencillamente porque quieren que les vean salir con alguien, que son «populares», y no porque les interese su acompañante del momento. Ese deseo de provocar favorablemente la atención de los demás pertenece también al ambiente cultural en que viven, aunque el hecho no resulte tan evidente como en el caso de su comportamiento externo.
La realidad empírica básica es el comportamiento humano y sus productos. La cultura misma no se puede ver, pero sí el comportamiento de los seres humanos; comportamiento que se manifiesta de una forma regular, ajustada a unas pautas o patrones, de la que podemos inferir la •existencia de algo a lo que hemos dado en llamar cultura. La interacción se produce de acuerdo con expectativas de grupo que se pueden deducir de la acción, pero ellas mismas no se pueden ver tampoco. Vemos a la gente comer, beber, luchar y dedicarse a muchas otras formas de interacción social que, como advertimos cuando las observamos con atención, no resultan individualizadas y casuales, sino que adoptan formas concretas, aunque los actores observados rara vez se dan cuenta de que su comportamiento corresponde a pautas establecidas.
Así, pues, la cultura no es una fuerza que opere por sí misma e independiente de los factores humanos, aunque, en efecto, haya una tendencia general a atribuirle vida propia y considerarla una cosa. Es una creación de la sociedad en interacción simbólica, y su existencia depende, por tanto, de la continuidad de esa interacción. En un sentido estricto, la cultura no hace nada, no obliga a nadie a conducirse de esta o aquella manera ni convierte al individuo normal en anormal. En justicia, la cultura no debería ser sujeto de un verbo transitivo. Es lógicamente erróneo deducir la cultura del comportamiento humano y luego decir que causó la acción que acabamos de ver. En una palabra, es un producto humano que no tiene vida propia.
En ciertos aspectos es intangible, es decir, no puede ser apreciada por los sentidos, pero en otros es tangible y puede ser captada por ellos. Este hecho es la categoría a la que pertenecen los muchos elementos del armazón material de la sociedad. En la nuestra, automóviles, cuchillas de afeitar, zapatos, lápices, mesas, radios, casas, trenes y bombas de hidrógeno dan una idea de la enorme cantidad de manifestaciones materiales nacidas de la interacción cultural, cuya variedad puede apreciarse en el catálogo de cualquiera de esas empresas comerciales que venden por correspondencia, donde se enumeran miles de objetos resultantes de la más compleja cultura material de todos los tiempos.
Esa cultura material es, evidentemente, producto humano. A nadie se le ocurre pensar que el automóvil surgió de la nada por designio de algún poder sobrenatural.
El hombre fabrica su cultura con su propio cerebro y aquella asume formas distintas, psicológicas unas veces, materiales otras.
Así, pues, la cultura tiene dos aspectos o niveles, ambos producto de la interacción significativa, y, en definitiva, constituye un modelo o patrón de comportamiento humano regularizado, cuyo origen es la interacción social. El primer aspecto o nivel de cultura es el material, que incluye todos los objetos materiales de cada sistema específico. El segundo es el inmaterial
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