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Canto 3: Por mí se va a la ciudad doliente


Enviado por   •  21 de Octubre de 2014  •  Informes  •  796 Palabras (4 Páginas)  •  248 Visitas

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«Por mí se va a la ciudad doliente,

por mí se va en el eterno dolor,

por mí se va con la perdida gente.

La justicia movió a mi alto hacedor:

Hízome la divina potestad,

la suma sabiduría y el primer amor.

Antes de mí ninguna cosa fue creada

sólo las eternas, y yo eternamente duro:

¡Perded toda esperanza los que entráis!»

Estas palabras de color oscuro

vi escritas en el dintel de una puerta:

Y dije: Maestro, su sentido me es duro.

Y él a mí, como persona atenta:

Es necesario aquí dejar todo recelo;

toda cobardía es necesario que aquí muera.

Hemos venido al lugar donde te dije

habías de ver la gente adolorida,

que ha perdido el bien del intelecto.

Después su mano en la mía puso

con rostro sonriente me reanimó,

y me introdujo adentro a las secretas cosas.

Allí suspiros, llantos y grandes gritos

resonaban en el aire sin estrellas,

que me hicieron llorar no bien entré.

Lenguas diversas, horribles lenguarajos,

palabras de dolor, acentos de ira,

altivas y roncas voces, con puñadas,

tumultuaban todas rondando

siempre en aquel astuto aire sin tiempo,

como la arena que el torbellino aspira.

Y yo con el horror ciñéndome la frente

dije: Maestro, ¿Qué es lo que oigo?

¿Y cuál es esta gente tan por el dolor vencida?

Y él a mí: Esta suerte miserable

tienen las tristes almas de aquellos

que vivieron sin infamia y sin honor.

Mezcladas están con aquel malvado coro

de los Angeles que ni fueron rebeldes

a Dios, ni fieles, sino sólo para sí fueron.

Los echa el Cielo por no ser menos bello:

y el profundo infierno no los recibe

porque sus reos alguna gloria lograrían de ellos.

Y yo: Maestro, ¿Qué les es tan pesado

qué los hace lamentar tan fuertemente?

Repuso: Te lo diré brevemente:

Estos no tienen esperanza de muerte,

y su ciega vida es tan villana

que envidiosos están de cualquier otra suerte.

De ellos no queda fama en el mundo,

misericordia y justicia los desdeñan:

no tratemos ya de ellos, mas mira y pasa.

Y observando vi una insignia

que sin descanso rondaba velozmente

incapaz al parecer de detenerse:

y detrás la seguía una multitud

de gentes de la que nunca yo creyera

que tantas hubiera deshecho la muerte.

Después de haber reconocido a algunos

me fijé más y conocí la sombra de aquel

que por vileza hizo la gran renuncia.

De pronto comprendí y cierto fui

de que esta era la turba de los cautivos

que desagradan a Dios y a sus enemigos.

Los desgraciados, que nunca fueron vivos,

estaban desnudos y molestados mucho

por moscones y avispas que allí había.

Sangre les regaba el rostro

matizada de lágrimas, que a sus pies

fastidiosas

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