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Cuento Inventado Sobre Los Emblemas Mexicanos

janjin37 de Mayo de 2014

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Durante muchas lunas vivimos en Aztlan hasta que nuestro dios Huitzilopochtli nos dio el mandato para abandonar nuestras tierras y buscar un lugar donde en su nombre nosotros gobernáramos. Caminamos durante incontables lunas y comerciamos con muchas tribus. Fueron pasando ante nuestros ojos, que miraron asombrados, mil maravillas allí entre las cañas y las juncias; entre el cielo y el bosque; entre la selva y la ceiba; el nopal y el desierto.

Ese había sido el mandato que les dio Huitzilopochtli a ellos que eran sus guardianes, eran sus padres los dichos. Lo que les dijo fue así: - “En donde se tienda la tierra entre cañas y entre juncias, allí se pondrá en pie, y reinará Huitzilopochtli.”

Así por su propia boca nos habló y esta orden dio.

Muchas lágrimas lloramos, mucha hambre padecimos, de muchas partes nos echaron y nos hicieron la guerra, perdimos a padres y madres, hermanos y amigos. Hasta que llegamos y vimos al momento: sauces blancos, allí enhiestos; cañas blancas, juncias blancas, y aun las ranas blancas, peces blancos, culebras blancas: es lo que anda por las aguas. Y vieron después donde se parten las rocas sobrepuestas, una cueva: cuatro rocas la cerraban.

Una al oriente se veía, nada de agua tiene, es sin agua que se agita.

La segunda roca de la cueva ve al norte: se ve que está sobrepuesta, y de ella sale el agua que se llama agua azul, agua verdosa.

Cuando esto vieron los viejos se pusieron a llorar. Y decían: - ¿Con que aquí ha de ser?

Es que estaban viendo lo que les había dicho, lo que les había ordenado Huitzilopochtli.

Es que él les había dicho:

-“Habéis de ver maravillas muchas entre cañas y entre juncias.”

¡Ahora las estamos mirando – decían ellos –, y quedamos admirados!

¡Cuán verdadero fue el dicho, bien se realizó su orden!

Muchos al enterarse de esto dijeron: vamos, vamos a admirar lo que hemos contemplado. Digamos al Sacerdote: él dirá qué debemos hacer.”

Fueron unos a Temazcatitlan y allí se detuvieron. Por la noche, vinieron a ver. Vieron a mostrarse unos a otros y era el sacerdote Cuauhtlaquezqui, que es el mismo Huitzilopochtli quien los recibió en el templo.

Dijo él: - Cuaucóhuatl, ¿habéis visto allí todo lo que hay entre cañas y juncias? ¡Aún resta ver otra cosa!

¡No la han visto todavía!

Id y ved un nopal salvaje: y allí tranquila veréis un águila que está enhiesta. Allí come, allí se engalana las plumas, y con eso quedará contento vuestro corazón: ¡allí está el corazón de Copil (nuestro príncipe) que tú fuiste a arrojar allá donde el agua hace giros y más giros! Donde el agua azul y el agua roja se unen. Pero allí donde vino a caer, y habéis visto entre los peñascos como florecía, en aquella cueva entre cañas y juncias, ¡del corazón de Cópil ha brotado ese nopal salvaje! ¡Y allí estaremos y allí reinaremos: allí esperaremos y daremos encuentro a toda clase de gentes!

Nuestro pechos, nuestra cabeza, nuestra voz, nuestro corazón, nuestras flechas, nuestros escudos, allí les haremos ver a todos los que nos rodean, a los que nos dieron tierras que solo daban alimañas tierras secas de salitre que allí los conquistaremos! Aquí estará perdurable nuestra ciudad de Tenochtitlan! El sitio donde el águila grazna, en donde abre las alas; el sitio donde ella come y en donde vuelan los peces, donde las serpientes van haciendo ruedos y silban! ¡Ese será México Tenochtitlan, y muchas cosas han de suceder!

Dijo entonces Cuauhcóatl: - ¡Muy bien está mi señor sacerdote, que era el mismo Huitzilopochtli: ¡Lo concedió tu corazón. ¡Vamos a hacer que lo oigan mis padres los ancianos todos juntos! Y luego hizo reunir a los ancianos todos Cuauhcótal y les dio a conocer las palabras

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