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Cuentos De Latino America


Enviado por   •  23 de Enero de 2014  •  2.032 Palabras (9 Páginas)  •  194 Visitas

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La cajita de música. Rocío Cumplido González, escritora española. Cuentos en capítulos. Historias de niñas. Cuentos infantiles.

Capítulo I: La bailarina de la sonrisa triste.

El otoño empieza a entrar por el Este, cambiándolo todo a su paso: Los árboles mudan de color, las hojas empiezan a caer, las abuelas ponen tartas de calabaza a enfriar en los alféizares de las ventanas y los niños andan enfurruñados porque las clases ya han comenzado.

— ¡Me encanta el Otoño!— digo saltando dentro de un gran charco.

—¡Mía, sal de ahí o te ensuciarás la falda nueva!— Mi madre es muy buena; pero a veces se obsesiona demasiado con la limpieza.

—Mamá. Llevo unas botas Katiuska y un chubasquero. No me voy a manchar— Mi madre, enfadada, me lanza una de esas miradas que dicen: “No me repliques, niña”. Yo, muy obediente, me salgo del charco y me pongo a su lado. (No quiero que me castiguen la noche que hay tarta de manzana de postre).

Vamos cruzando el parque, ya que es el camino mas corto para llegar a casa de la abuela Clara. ¡Adoro a mi abuelita Clara! Es la abuela más impresionante que existe. Siempre está viajando, visitando lejanos lugares y viviendo grandes aventuras. ¡Estoy deseando ver qué regalo me ha traído de su último viaje! (¡Qué esperabais! ¡Solo tengo ocho años!).

Cuando cruzamos la reja de la entrada, me apresuro en soltar la mano de mi madre para llegar a la puerta antes que ella y ser la primera en tocar el timbre. ¡Estoy muy nerviosa por volver a ver a mi querida abuelita!

—¿Se acordará de mi? ¿O habré crecido tanto durante el verano que no sabrá quien soy? Esas son las preguntas que me rondan por la mente.

Zas… Zas… Zas.

¡Ya está aquí! El ruido de sus zapatillas de andar por casa es inconfundible y se oyen desde el otro lado de la puerta. Mis nervios van en aumento, siento hasta mariposas en la tripa y mis pies están tan alegres que podrían ponerse a bailar.

—Para ya Mía, antes de que te vea algún vecino.— Además de la limpieza, mi madre suele obsesionarse demasiado con las apariencias.

Las mariposas de mi barriga empiezan a revolotear con emoción en cuanto oigo como mi abuela gira el pomo de la puerta. Una puerta que chirría tanto cuando se abre, como cuando se cierra; ya que es más vieja que la reina de Inglaterra.

Al ver a mi abuela no puedo más que chillar de la emoción. Rodeo con mis brazos su estrecha cintura y la abrazo con todas mis fuerzas.

—¡Qué altas estás, Mía. Ya me llegas a la altura de la cintura!— La abuelita se agacha y junta su nariz con la mía para darme uno de nuestros “besos de gnomos”.

—¿Entonces, me has echado de menos, enana?— Yo asiento con tanta intensidad que parece que el cuello se me va a descolocar.

—Tengo una sorpresa para ti ahí dentro.— Mi abuela me guiña un ojo y yo siento que los míos hacen chiribitas con solo imaginar de qué sorpresa hablará.

Estoy deseando entrar y empezar a buscar; pero mi abuela no piensa ponérmelo fácil. Está parada en medio de la puerta de entrada y cada vez que intento pasar por uno de los lados, ella se mueve para impedirme el paso. Mi abuelita me mira divertida. Al contrario que mi madre, que nos mira con impaciencia, pues no le hacen mucha gracia nuestros juegos.

Mientras saluda a mi madre, mi abuela se descuida un segundo y separa un poco las piernas. Aprovecho al momento la oportunidad y me cuelo entre ellas para entrar en su casa y empezar a buscar.

—Mía, ten cuidado o te ensuciarás. La abuela acaba de llegar y no le habrá dado tiempo de limpiar.— Mi pobre madre suspira ofuscada, ya que sabe que cuando llego a casa de la abuela me convierto en un torbellino inquieto.

—Poneos cómodas, mientras yo traigo el té y unas pastas.

—Yo te acompaño, y así charlamos un rato.— Mi madre y mi abuela se van a la cocina. Mientras, yo me quedo en el salón, para rebuscar hasta por debajo del sofá.

¿Dónde estará? Parece que esta vez la abuela Clara se ha esforzado mucho en esconder mi regalo.

Miro por debajo de la mesa, rebusco entre los cajones del mueble del televisor e incluso detrás de su sillón, en el que se sienta cada noche para leer, y el cual, por algún motivo que desconozco, huele a crema de calabaza.

—¿Aún no lo has encontrado?— dice mi abuela mientras entra en el salón llevando una bandeja de pasteles que ha traído de su viaje a París. Estoy un poco decepcionada por no haber encontrado nada; pero el olor de los pasteles me hace olvidar enseguida el tema del regalo.

—Ummm. ¡Me los comería todos de una sentada!

La tarde se pasa volando siempre que estoy con mi abuela. ¡La he echado tanto de menos este verano! Ambas queremos contarnos todas las cosas que han pasado este tiempo que hemos estado separadas y no paramos de interrumpirnos la una a la otra:

—Abuelita, aprendí a nadar sin manguitos mientras estabas fuera. Tenías que haberme visto, nado tan rápido ¡que podría ganar una medalla en las próximas olimpiadas!

—Yo encontré una carta debajo de un banco en frente de la Torre Eiffel, la cual me llevó hasta una tienda en la que te compré un increíble regalo.

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