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EL GRAN GATSBY


Enviado por   •  28 de Septiembre de 2014  •  1.877 Palabras (8 Páginas)  •  380 Visitas

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Uno no puede evitar sentir, al leer El gran Gatsby, que existe en torno a esta notable novela una especie de bruma o ambigüedad, que impregna a todos los personajes, se filtra en sus relaciones e inunda así toda la trama. Sin perder a pesar de todo el ritmo del relato, Fitzgerald presenta sus personajes de tal modo que, haciendo amago de mostrársenos y salir finalmente de esta niebla en la que viven, no acaban nunca de revelarnos nada acerca de ellos; poco sabemos de su biografía en la mayoría de los casos, salvo algunos aspectos aislados, y por lo que respecta a su carácter, los rasgos que conocemos se nos presentan como artificiales, algo así como una máscara.

Esta circunstancia, sea como sea, no desmerece en absoluto el libro; al contrario, le da una fuerza y una coherencia mayores a los que podría haber logrado mediante otros procedimientos, y es este aspecto, dominado con gran maestría, el que lo hace prevalecer sobre otros libros de similar argumento pero de menor brillantez constructiva.

De hecho, esta artificialidad, esta “máscara” que oculta a los personajes, resulta al fin y al cabo un recurso muy hábilmente utilizado, puesto que lo que se quiere retratar no es otra cosa que una sociedad y una época en las que predominan las máscaras. Se trata del Nueva York de los años treinta, un mundo de inconsciencia y desenfreno, de alocadas fiestas millonarias que duran toda la noche, y de gánsteres.

En medio de este bullicio de bailes y de superficialidad emerge, envuelta de misterio y mito, la efigie del multimillonario Jay Gatsby, “el gran Gatsby”, anfitrión de las mayores fiestas y soñador quijotesco en su intimidad. A través de los ojos del joven y sencillo accionista Nick Carraway, vecino de Gatsby y narrador de la historia, conocemos poco a poco su enigmática figura.

Jay Gatsby viene a ser la excepción a todo lo que su época, y por lo tanto también los demás personajes del libro, representan. Sin abandonar nunca del todo su trazado esquemático e indefinido, el autor profundiza en su retrato con auténtica destreza narrativa. En este sentido, podríamos decir que Jay Gatsby, a pesar de todo lo que de él ignoramos, es el único personaje que llega a quitarse la máscara, al menos hasta cierto punto, para mostrarnos el rostro de la ilusión y el sueño.

Aunque no es el objetivo de este artículo exponer el argumento de la novela, será quizás útil, antes de continuar, presentar brevemente la historia de Jay Gatsby en sus rasgos principales. De Gatsby, como ya hemos apuntado, sabemos muy poco, excepto sus pasados amores con Daisy, prima del narrador y ahora casada con Tom Buchanan. Gatsby amó en su juventud a Daisy, pero su pobreza de entonces truncó cualquier posible relación. Con el tiempo, sin embargo, los empeños del joven por prosperar dieron finalmente resultado, y, pasados los años, Gatsby, ahora como deslumbrante millonario, persiste en su antiguo amor por Daisy, más mitificado y fantaseado que no vivido. Este empeño, alimentado por las circunstancias y el destino (presente aquí de un modo semejante al de la tragedia griega), conducirá ineluctable y fatalmente al trágico final.

El argumento, como puede observarse, es bastante común, y no nos sería difícil encontrar alguno semejante, aunque, sin duda, no desplegado con la misma agilidad narrativa. Por otro lado, el desarrollo de la historia puede incluso parecernos forzado, y ante los bruscos hechos conclusivos, no es extraño que nos sobrecoja la sensación de que los acontecimientos se han precipitado de un modo un tanto absurdo, patético. ¿Es este un defecto de la novela? En absoluto. Todo lo contrario: es mediante este recurso, así como los antes apuntados, que el autor logra alcanzar finalmente en este libro el aire de agitación y convulsión propio de la sociedad que retrata.

Jay Gatsby se erige en un mundo de hipocresía y superficialidad, sostenido por fiestas y bailes sin fin, donde todo el mundo habla pero donde nadie se conoce y nadie importa. La prueba que se nos da es el paisaje desolador de las últimas páginas. Gatsby es quizás la única excepción tangible –quitando al narrador, por supuesto– de este hecho: él, el personaje que ha procurado modelar con sus millones y sus fiestas una máscara, y esconder tras ella su origen de niño pobre enamorado, así como sus relaciones –solo entrevistas– con los gánsteres, es en realidad más auténtico que cualquiera de sus esporádicos huéspedes. Por lo que se refiere a los otros personajes, algunos de ellos nos producen ya desde el principio cierta aversión, como en el caso de Tom por sus prejuicios racistas y su suficiencia; otros, como Daisy o Miss Baker, nos decepcionan, por cuanto no llegan a las expectativas que teníamos de ellos. Solo Gatsby, despojado de todas sus máscaras, como James Gatz (su auténtico nombre) merece nuestro cariño y compasión.

En cuanto a la susodicha relación de Gatsby con el crimen organizado, no aparece en absoluto como algo censurable o reprobable, sino que, al contrario, parece ser que el delincuente tiene, en este mundo social desarreglado, un sistema de valores morales más rígido e integro que cualquiera de los acaudalados personajes que pretenden estar por encima del mundo y que juzgan despreciativamente las acciones de aquellos que consideran inferiores. Se produce así un cuestionamiento radical de los valores que rigen la sociedad de Gatsby. A este respecto escribe Vargas Llosa (1): “La mitología humana que de algún modo destaca en el libro no es la que rodea al rico, sino al marginal, al hombre de vida turbia, que opera y prospera en contra

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