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EL MAESTRO QUE NO SÓLO JUGABA CON LAS MATEMATICAS.


Enviado por   •  23 de Noviembre de 2017  •  Ensayos  •  1.298 Palabras (6 Páginas)  •  176 Visitas

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EL MAESTRO QUE NO SÓLO JUGABA CON LAS MATEMATICAS.

Cuando terminé mi estadía en la Universidad EAFIT, alrededor de hace 18 meses, tuve la sensación de que actualmente estamos en una época en la cual hay un déficit de vocaciones, donde en su mayoría de veces prima la obtención de un trabajo, pero, sin importar cuál sea, además, que el llegar a éste resulte mucho menos complejo que cumplir con otros objetivos meramente profesionales. No es mi intención dar la idea de que sea absolutamente erróneo, no todos pueden ejercer la profesión por la que sientan convicción.

Por otro lado, en el momento que entramos de lleno en el ámbito educativo la anterior idea genera un problema claro, hay montones de profesores en los cuales, claramente, abunda la falta de vocación, lo cual es crítico, a su vez, existe la otra cara de la moneda, una gran cantidad de maestros entregados de verdad, que están convencidos de lo que hacen, que realmente viven tanto la enseñanza como el aprendizaje.

Pocas personas he conocido las cuales tengan esa seguridad al momento de hacer lo que aman, y, en cuanto a maestros se refiere, tengo la certeza de haber conocido mínimo una persona, la cual será partícipe en este escrito, concretamente me refiero a Alejandro Fernández, mi profesor de matemáticas desde el grado octavo hasta el grado once. El colegio al que pertenecía tenía dividido los horarios, uno en la mañana al cual acudían los grados sexto y séptimo, y el de la tarde, en el que fueron asignados los grados restantes de bachillerato. Yo tenía un modelo de vida muy asociado con el horario de la mañana al cual estaba ligado, y aborrecía pensar siquiera en estudiar en la tarde, necesitaba motivación.

El momento había llegado, entrar al salón a esperar al educador que sería director de grupo, pasaron los minutos, lo vi entrar, se veía despreocupado, caminaba al ritmo de su silbido, como si fuera la única persona en el aula. ¡Eh tío! ¿Lo ves?, parece gilipollas —me susurra un compañero, me hizo gracia, he de admitirlo, aunque, más pronto que tarde iba a darme cuenta de que tan equivocados estábamos.

¡Buenas tardes! Mi nombre es Alejandro Fernández, seré su director de grupo y profesor de matemáticas —dijo eufórico. Esas fueron sus primeras palabras, me sorprendió la alegría con la que habló, estaba acostumbrado a numerosos saludos de profesores que parecían odiar su vida, en cambio, este chico se presentaba con su voz aterciopelada, seguro, capaz, convencido a enseñarnos, transmitía motivación mediante su clase, y eso, era algo único.

A medida que transcurrían las clases entre semanas, iba descubriendo el estilo de su clase, se paraba frente a sus alumnos imponiendo respeto gracias a sus 180 centímetros de estatura, similar a un líder, dirigía al grupo mediante preguntas introductorias a un tema nuevo, había algo jocoso, cuando te preguntaba, te hacía decirle como lo habías sabido. No solo quería enseñarte, quería saber cómo pensabas y cuál era la razón de que pensaras así. Una respuesta clara a sus maliciosas preguntas era para él un acontecimiento, sonreía abiertamente, dejaba ver sus dientes blancos, que, aunque pequeños, eran firmes. Cuando la respuesta que dabas no era acertada, no importaba, porque se motivaba aún más, daba paso a una derivación a veces más interesante que la opción original.

Cuando profundizaba en un tema, no sólo explicaba cómo eran las cosas, sino también como no eran. Y por qué. Y por qué no. Se interesaba tanto en el , como en el no. Siempre databa las clases, sabía si le prestabas atención, personalizaba su plan para el próximo encuentro con respecto al anterior, retomaba un tema si no quedaba claro entre sus alumnos, se enorgullecía si admitías que no habías entendido muy bien lo tratado, lo sabías, porque se le dilataban las pupilas, el color castaño claro de sus ojos se encontraba en su máximo brillo. Me preguntaba qué tan importante era que te equivocaras mientras aprendías.

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