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El Cuento

brightnightlover6 de Mayo de 2013

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Por qué, cómo y para qué:

una (breve, modesta y particular)

Teoría General del Cuento

Dr. Joaquín Mª Aguirre Romero

Dpto. Periodismo III

Universidad Complutense de Madrid

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En los últimos años se ha producido un interés general por los cuentos. Al decir “interés general”, me refiero a una recuperación, no necesariamente editorial, de esta forma peculiar de narración. Durante mucho tiempo, la escritura de cuentos ha sido considerada como una forma de arte menor respecto a la novela, como una especie de pariente pobre.

Existían diversos motivos para esto. En primer lugar está el aspecto que podríamos llamar “el prestigio del tamaño”. El cuento se enfrenta al ascenso de la novela desde mediados del siglo XVIII. Quizá decir “se enfrenta” sea utilizar una metáfora engañosa que, como suele suceder, nos desvía del problema real. En realidad, el cuento no se “enfrenta” a nada. Sencillamente aquellas instituciones encargadas de la valoración, la crítica, entienden, como ya había sucedido en la poesía, que los textos largos tienen un componente de esfuerzo titánico frente al menor esfuerzo requerido para los textos narrativos breves. Es el prestigio de lo grande frente a lo pequeño. Es, por utilizar un símil, la relación entre el edificio y la maqueta.

Las grandes novelas decimonónicas son sobre todo, eso, grandes. El valor de un escritor se mide a través de su capacidad para crear grandes edificios, construir monumentales textos en los que meter el mundo. Lo que asombra de ellos es su capacidad para no perderse, para que todo ese edificio se mantenga en pie tras páginas y más páginas. Algunos no tienen bastante y con esas monumentales novelas-edificios, necesitan construir ciudades, como Balzac, con su Comedia Humana, Zola o Galdós. El siglo XX tampoco está falto de retos monumentales, en los que la misma novela se muestra espacio insuficiente. Proust, Thomas Mann, Musil, Lawrence Durrell..., se empeñan en meter la totalidad de la Vida, la totalidad de la Historia, la totalidad de la Cultura en formas narrativas desbordantes, apabullantes, faraónicas...

Ante esto, ¿qué hacer con el cuento, esa miniatura narrativa cada vez más acomplejada ante los monstruos novelescos? ¿Qué hacer con el cuento despreciado, en general, por la crítica, los editores...?

Quizá habría que describir la historia del cuento para comprender ese carácter menor que se le ha atribuido. El cuento es una forma natural, en sentido romántico, de relato. Decimos que es natural porque proviene de una tradición cultural universal, oral y popular, frente a la novela, que podríamos calificar como “artificial”, en el mismo sentido romántico. No es un capricho recurrir a esta terminología romántica, pues son los románticos los que recuperan el cuento como forma artística vinculándolo al espíritu del pueblo o Volkgeist. El cuento se valora, precisamente, por ser la cristalización del pensar popular transmitido históricamente. Los cuentos de los Grimm no son de los Grimm; ni los cuentos de Andersen de Andersen; no les pertenecen. Ellos son los recopiladores de unas narraciones que se han gestado durante siglos. Estos fijadores de la tradición materializan las narraciones que circulan en sus pueblos. El cuento está, en este sentido, vinculado directamente con el pueblo. Y el público-pueblo ama los relatos. Se han criado entre cuentos, los han escuchado en su infancia y se los han contado a sus hijos.

El pueblo, la sociedad en su conjunto es fundamentalmente anónima; es un organismo supraindividual, un autor colectivo. En los cuentos, el pueblo es a la vez autor y lector, emisor y destinatario. En este sentido, todas las formas breves de narración poseen originariamente esta doble condición circular: vuelven a sus productores.

Desde esta perspectiva, el cuento se opone a la novela, género en el que se vuelcan desde el siglo XVIII (podría rastrearse desde la invención de la imprenta misma), de forma intensiva, los deseos de notoriedad personal de todos esos individuos ambiciosos, de genio e ingenio, que tratan de hacerse un nombre en la naciente y creciente República de las Letras.

Conforme la sociedad estamental se va resquebrajando, conforme se va haciendo más abierta y móvil, las Letras serán una de las principales formas elegidas por ese nuevo tipo de advenedizo social, de individuo que, sin el capital del nombre por su nacimiento, tiene que hacérselo para adquirir presencia y consistencia social. Ya no busca el amparo de los nobles para escribir; se lanzan a la conquista del público, nuevo soberano, desde Rousseau.

Podemos estudiar la transformación del cuento en ese período a través de tres modelos representativos de la intencionalidad que tras ellos anida. Estos tres modelos representan formas diferentes y específicas de plantearse la escritura respecto a su finalidad. Los vamos a denominar modelos “vehicular o volteriano”, “romántico” y “literario”.

El primero de ellos, al que denominamos volteriano, supone la utilización del cuento como vehículo de introducción de ideas en el pueblo. Voltaire escoge la forma del cuento para exponer sus ideas filosóficas. Ante él se presentan una serie de opciones literarias entre las que debe escoger la más adecuada a sus objetivos. Voltaire no es un escritor de cuentos; es un intelectual, un filósofo, por ser más ajustados a sus propias formas de reconocimiento, que tiene un objetivo: hacer que sus ideas ilustradas lleguen al mayor número posible de personas. El cuento, para él, no es un género literario que elija por cuestiones estéticas, sino una opción comunicativa. Es una narrativización de ideas filosóficas, políticas, etc. El ejemplo más evidente lo tenemos en su Diccionario filosófico, obra en la que, bajo ese modo de organización, cada entrada está desarrollada bajo la forma de narraciones breves que ejemplifican la idea central.

Lo que le anima a escoger esa forma literaria es el atractivo que pueda tener la anécdota frente a la abstracción, la historia frente al razonamiento. Bajo la forma del cuento, Voltaire busca introducirse entre los lectores que constituyen el público general, ampliando el círculo de los lectores especializados en otros tipos de textos. Son cuentos filosóficos, sí; pero sería más correcto decir que es filosofía narrativizada que busca el vehículo más popular.

Sin embargo, no debemos considerar que por el calificativo de “volteriano” se refiere tan solo al relato filosófico. Es, más bien, la intención pedagógica la que prima; es decir, es una forma narrativa que busca modificar un estado exterior. De ahí ese carácter de vehículo antes señalado.

El segundo modelo del cuento es el que hemos denominado “romántico”. En este caso, el formato narrativo responde a la fijación de la tradición. Los cuentos son materializaciones discursivas de las tradiciones orales, que se detienen así en un momento de su devenir histórico. Este aspecto me parece especialmente relevante, porque presupone que las narraciones conviven con nosotros a lo largo de la Historia adecuándose a cada situación.

Los cuentos y otras formas tradicionales son, eso, parte de una tradición, es decir, un acompañamiento histórico, una convivencia espacial y temporal entre narración y sociedad. La tradición no es el “pasado”; es el pasado actualizado, el pasado-presente, lo que nos liga como comunidad en el tiempo. Este proceso de convergencia espacio-temporal supone la aplicación de los principios de regulación homeóstaticos. Este principio, expresado por los teóricos de la Oralidad, supone que entre la Sociedad, evolutiva en su desarrollo, y las formas narrativas se producen unos mecanismos de reajuste, de tal forma que las narraciones varían conforme las sociedades varían. Es un proceso de readaptación constante.

Este fenómeno tiene una explicación clara: en la medida en que determinadas formas literarias no están fijadas textualmente, son los sujetos sociales los que las adecuan a sus necesidades expresivas en cada momento. Este hecho se puede entender claramente en una forma narrativa oral como es el chiste.

Los chistes se readaptan a las circunstancias del aquí y el ahora. Viejos chistes que se contaban ya con los políticos del siglo pasado, se cuentan ahora aplicados a los políticos actuales. Asistimos a un proceso de adaptación/actualización de una estructura narrativa para poder seguir siendo contada. Se produce una contextualización de la estructura narrativa. Los sujetos y escenarios cambian, pero la estructura se mantiene.

Obsérvese que es justo el mecanismo contrario al que se produce con otras formas literarias tradicionales, como son los refranes, en los que el su pervivencia pasa por el mecanismo contrario: la no alteración. Seguimos diciendo “tanto va el cántaro a la fuente”, aunque no usemos cántaros, ni vayamos a la fuente. Solo ha quedado su sentido general encerrado en una fórmula petrificada, desactualizada, descontextualizada. Los chistes o los cuentos, podemos, en cambio, adecuarlos a nuestras nuevas condiciones. Podemos transformar el “Cuento de la Lechera” en el “Cuento del Repartidor de Pizzas”, pongo por caso, sin que se altere su sentido narrativo, y, de esta manera, puede seguir conviviendo con nosotros, porque no estamos manejando discursos, sino estructuras narrativas y estas son rellenables. No se produce alteración mientras se mantengan las funciones narrativas. Esto es lo que estableció Vladimir Propp y la base de la Narratología.

El modelo de cuento que etiquetamos como “romántico” no es el cuento tradicional; es el cuento sacado de la tradición,

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