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El Respeto En La Comunicación

willmantz7 de Septiembre de 2013

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]EL RESPETO EN LA COMUNICACIÓN

ESTANISLAO ZULETA

Nosotros hemos hablado de oponer a una cultura de la violencia, una cultura de los derechos humanos; o dicho de otra manera, de oponer a una cultura autoritaria y de la imposición, una cultura de la reciprocidad y del respeto. Pero no hemos desarrollado, hasta ahora, aquello en lo que podría consistir una cultura del respeto, fuera, desde luego, de lo evidente, es decir, de no matar a la gente, de no pegarle o de impedirle hablar. Pero el problema del respeto no es algo tan claro y su estudio es bastante difícil.

Vamos a hacer aquí un comienzo de desarrollo expuesto de manera muy sencilla. Podemos introducirnos en el tema analizando algunos elementos del problema del respeto en un solo nivel: el discurso autoritario y el discurso respetuoso. Esperamos que de aquí pueda salir para nosotros un material interesante y una acción interesante: un mensaje a los educadores colombianos sobre la educación en el respeto y para el respeto.

Voy a comenzar a exponer de la manera más simple, algunos elementos lingüísticos del análisis del discurso. Es conocido que el discurso se analiza reduciendo a seis elementos mínimos fundamentales (aunque algunos lingüistas le agregan otros) los procesos que confieren una significación al lenguaje. Esto fue lo que hizo Roman Jakobson, y que después de él se ha empleado en mil formas de análisis. Vamos a comentarlo, ya que se trata de un clásico del tema y es bastante conocido. Estos seis elementos son: el referente(contexto), el emisor, el destinatario(receptor), el código, el mensaje y el contacto.

Todo proceso de comunicación tiene tres elementos básicos: el emisor(alguien que habla), el referente(algo de que se habla), y el destinatario(alguien a quien se dirige o a quien se habla). Existe además un código, que debe ser relativamente común, pues es obvio que si uno habla chino y el destinatario no conoce ese idioma, no hay proceso de comunicación. Este código es lingüístico, pero también contiene elementos ideológicos y valorativos. Por ejemplo, si yo expongo un término al que no le doy ningún sentido peyorativo, pero quien lo escucha sí se lo está dando, tampoco nos vamos a entender aunque la palabra sea la misma.

Tenemos también un contacto, es decir, un medio a través del cual se comunica el emisor y el destinatario. Para dar un ejemplo sencillo observemos que es muy diferente si la comunicación se hace por escrito a través de una conversación. En el primer caso, el destinatario es en cierto modo virtual, ya que un escrito puede ser leído por mucha gente diferente, es virtual incluso si se trata de una carta personal, de la cual uno puede estar seguro de que no va a ser mostrada a otras personas, porque el destinatario la puede recibir en diversos momentos: en un momento en que está entusiasmado o en que está deprimido, en un momento en que está en muy buenas relaciones afectivas con el emisor, o en muy malas, y todo esto determina efectos diferentes. Por el solo hecho de ser un escrito, el destinatario es siempre virtual.

Otra diferencia entre el contacto por la escritura y el contacto oral es que en el lenguaje hablado uno puede estar "chequeando" la manera como está siendo recibido lo que dice, así sea en una manifestación pública o en una conversación personal. Cuando hay signos de desaprobación en el destinatario, uno puede volver sobre lo que ha dicho, corregir y tomar de nuevo su propio discurso modificándolo. En cambio, el lenguaje escrito permanece y tiene que defenderse a sí mismo ante un destinatario virtual.

Otro elemento del proceso de comunicación que por lo general se denomina "mensaje", (yo preferiría llamarlo "forma del mensaje" o estilo) se refiere a la forma de expresión que puede ser poética, simplemente expositiva o didáctica, y que muchas veces es indicativa de lo que el emisor piensa del mensaje. Así, por ejemplo, es muy distinto pedir en un restaurante "un jugoso bistec", que "un pedazo frito de un cadáver de una vaca". Aunque el referente sea el mismo, la impresión que recibe el destinatario del mensaje es completamente diferente. El contacto entre emisor y destinatario no es sólo, desde luego, la escritura o la palabra hablada. Una misma frase, dicha al oído en la almohada o dicha en una manifestación pública, tiene sentidos supremamente distintos.

Muchas de las formas de la incomunicación se deben a fallas en alguno o en todos estos aspectos. Un ejemplo frecuente es cuando el emisor está hablando de una cosa y el destinatario cree que se trata de otra; se produce una incomunicación y se hace necesario aclara el sentido, rectificar. Si dos personas están hablando de la libertad, pero las dos entienden por libertad cosas distintas, entonces se produce un diálogo de sordos, como ocurre muy frecuentemente entre marxistas y liberales. Los marxistas entienden por libertad, la igualdad de posibilidades reales, económicas y educativas, mientras que los liberales entienden, principalmente, el hecho de que no haya prohibición para diferir. Ambos están hablando bien de la libertad, pero entienden de ella cosas distintas, aunque relacionadas.

Miremos un poco el papel que tiene el emisor en el discurso que produce. Hay casos en los cuales el emisor tiene muy poca importancia, o, como suele decirse, tiende casi a cero, que es lo que ocurre en el discurso de la ciencia. Cuando alguien dice "dos más dos son cuatro", no está diciendo nada de sí mismo ni a nombre de sí mismo; e igual pasa en cualquier formulación científica más o menos demostrada. Pero es muy distinto, para poner ilustraciones extremas, cuando el que está hablando es, por ejemplo, un poeta lírico, quien todo lo que todo lo que dice es sobre sí mismo. Pero no nos vamos a detener más en este problema, para llegar rápidamente al punto que mayor interés tiene para nosotros aquí: el análisis del discurso autoritario.

La gran característica del discurso autoritario consiste en que el emisor se considera a sí mismo como garantía de verdad de lo que anuncia. En el esquema de Jakobson este aspecto es denominado el "tercero garante". En el discurso dogmático no se apela a la corroboración por parte del destinatario, simplemente porque no la necesita. Se supone que el emisor mismo tiene la verdad, es decir, se confunden en una sola cosa la autoridad y la razón. Este fenómeno es muy típico del discurso dogmático, político o religioso, en el que se suele apelar a una autoridad venerada, como si tal cosa fuera suficiente para que una determinada proposición sea cierta; es decir, no es el conjunto de un texto lo que se pone a consideración, sino su fuente, que se considera indiscutible. Es muy frecuente en este sentido el empleo en el discurso dogmático de la cita que se considera intocable, necesariamente cierta, hasta el punto de que quien está en desacuerdo con ella es un hereje o algo por el estilo. En un sentido completamente opuesto, la discusión científica no ofrece lo que podríamos llamar el modelo del discurso respetuoso. En este caso el destinatario es considerado como un igual. Cuando uno trata de demostrar algo - y ese es el estilo de la discusión científica - sólo puede tratar al otro como a un igual: a un inferior se le ordena o se le intimida; a un superior se le suplica o se le seduce; pero a un igual se le demuestra. Se trata de un modelo interesante de la reciprocidad en la comunicación, casi ideal, (porque desde luego no todo puede ser discusiones científicas), que consiste en que el otro es tratado como un igual y tiene, por lo tanto, todas las posibilidades de objetar y disentir.

La reciprocidad y la igualdad en el discurso de la ciencia y la filosofía es una posición que nos viene ya incluso desde Grecia, que se encuentra por lo menos en Platón y Aristóteles, o en el Renacimiento (en el Diálogo sobre los sistemas del mundo de Galileo, por ejemplo), y que se sigue haciendo ahora: al otro se le dan todas las condiciones para que responda y desarrolle su tesis en contra de lo que sostiene el emisor. El otro es tratado con el máximo de respeto. Incluso en las costumbres de la conversación o de la discusión científica lo indican en su estilo mismo: "Permítame, en gracia de discusión, esta hipótesis", con lo cual se le está pidiendo al destinatario permiso para poder desarrollar algo y ver a qué conclusión se llega.

Ahora bien, tengamos en cuenta que cualquier discurso puede ser autoritario independientemente del tema, es decir, que se puede enseñar dogmáticamente cualquier cosa, no sólo el catecismo del padre Astete, sino incluso la aritmética. El problema, pues, no es que haya referentes, como la religión o como ciertas formas de políticas que de suyo son dogmáticas, sino que cualquier referente se puede volver dogmático, según la manera como el emisor trate al destinatario.

Es posible analizar en detalle un cierto discurso y encontrar que ya en las características de su código de lenguaje (el tipo de adjetivación, los sustantivos usados) se está descalificando al otro totalmente. La frase: "Ese es un personaje al que no vale la pena dirigirse", contiene una autorreferencia que liquida de antemano cualquier discusión: "Nosotros - los emisores - somos honestos y por lo tanto lo que hacemos lo hacemos bien. Aquéllos son deshonestos y todo lo que hacen lo hacen mal".

Una característica muy frecuente del discurso autoritario consiste en que el emisor no puede siquiera imaginar que alguien piense distinto a él. Tertuliano, aquel emperador que se convirtió al cristianismo decía: "Todos los que no piensan como nosotros, están locos". Y lo más particular es que lo decía en un

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