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Habilidad De La Comunicación

05070411 de Noviembre de 2014

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Cada vez un número más elevado de personas se ve en la necesidad de hablar en público pero por desgracia eso no significa que tengamos la oportunidad de escuchar buenos discursos. Buenos, no sólo por el tema, sino también por la forma y por el modo en que el discurso es pronunciado. Ya ni siquiera los, antaño, templos de la oratoria, el parlamento y la iglesia, pueden jactarse de ser escenario de grandes discursos. La mediocridad se ha adueñado de las tribunas de los oradores y de los púlpitos de los predicadores.

Se dice, y no sin razón, que la base de la oratoria es tener algo que decir y querer decirlo; pero si bien esa motivación es el punto de arranque hace falta algo más que buena voluntad y conocimientos más o menos profundos sobre un tema concreto para construir un buen discurso. Y ¿qué es un buen discurso? Como norma general podríamos decir que aquél que se adecua a su fin y lo obtiene; y el objetivo general de todo discurso, independientemente de su concreción es: persuadir y mover (a la acción). No sólo es necesario convencer racionalmente, apelando a los argumentos de la razón, a los oyentes. También es necesario lograr que el oyente se mueva, que actúe en la dirección indicada por el discurso.

El interés por el conocimiento y el estudio de las normas que rigen la elaboración del discurso persuasivo no es algo nuevo, desde la antigüedad clásica las artes del discurso han despertado el interés de las personas cultas, magníficos ejemplos de oratoria pueden encontrarse en la Iliada, interés que menguó durante los siglos xviii a xx por causa de la identificación de la retórica con el uso abusivo de figuras y de un lenguaje recargado y huero. Pero nada más lejos de la intención de los tratadistas antiguos y medievales que el convertir a la retórica en eso. Afortunadamente, el siglo xx ha visto un resurgir del interés por la cosa retórica y han aparecido nuevas y muy interesantes escuelas de retórica, así como cientos de cursos y libros de oratoria práctica.

“El orador, nos dice Cicerón, debe tener en cuenta tres cosas: qué decir, en qué orden y cómo.” (Orator § 43). La primera de esas tres cosas que cita Cicerón nos remite a la Inventio o dicho de otra manera, el acto de encontrar o decidir de qué se va a hablar, qué se va a decir. Ese qué decir sería algo así como la esencia del discurso o su hilo conductor, esencia que se ha de revestir luego con el con el cuerpo que le ofrecen los demás elementos o hilo que se ha de tejer para crear una trama.

El segundo aspecto, el relativo al orden en que se ha de decir lo que queremos decir, es lo que se conoce con el nombre de Dispositio. Aquí se trata de ordenar los argumentos que vamos a emplear en nuestra exposición. Los dividiremos según su peso en primarios y secundarios y aún incluso algunos quedarán fuera. Meditaremos en que parte del discurso aparecerá cada uno de ellos y de que forma y manera los iremos alternando. Analizaremos las posibles objeciones y trataremos de rebatirlas, ya sea que aparezca de manera explícita en el discurso o que decidamos no incluirlas y dejarlas como reserva de una posible réplica.

Y finalmente, la tercera cosa que menciona el Retor latino,el cómo, es lo que se conoce como Elocutio. En esta fase se encarnan los argumentos que hemos encontrado y que hemos clasificado y colocado en el esqueleto del discurso. Ahora buscamos las expresiones lingüísticas adecuadas, la palabra precisa para lograr de la mejor manera posible alcanzar nuestro objetivo. Aquí es donde tejemos el discurso que luego pronunciaremos, y le damos forma. Una forma que ha de ser la apropiada al tema y al auditorio. Parece obvio que no es lo mismo hablar de la Teoría de Cuerdas ante una audiencia formada por expertos en la materia, a los cuales les estamos presentando un nuevo avance, una nueva ecuación resuelta, que hacerlo ante otra formada por estudiantes de secundaria, a los que vamos a darles datos muy generales para que puedan hacerse una idea de lo que es esa teoría, o ante una asamblea de políticos y empresarios a los cuales tratamos de convencer para que sigan financiando nuestras investigaciones.

Como se echa de ver si bien el tema es idéntico no lo es en absoluto ni la audiencia, ni el objetivo final del discurso. Por lo tanto, ni los argumentos que usemos ni el envoltorio en que esos argumentos son presentados puede ser idéntico. Deberemos adaptar tanto el fondo como la forma del discurso al tipo de oyente que tenemos y al objetivo final que perseguimos, que en última instancia viene marcado por nuestro auditorio.

Y es ahí donde yo veo un gran problema de muchos oradores modernos. Su incapacidad para cambiar de registro, para adecuarse a las circunstancias de lugar y de entorno, lo que llamaban los tratadistas clásicos el decorum. Por eso más de un buen mensaje se pierde en el aire de nuestros parlamentos, de nuestras Aulas Magnas y de nuestras iglesias o mítines callejeros. Veo una abundancia del estilo áspero y descuidado, como sinónimo de sencillo, llano y claro; pero esto, lejos de ser así, en muchas ocasiones entorpece la transmisión clara y distinta de las ideas que el orador desea dejar en la mente y en el corazón de su auditorio. Porque el discurso, como más arriba se ha dicho, no sólo ha de apelar a la razón (para persuadir) sino también al corazón (para mover a la acción). En el otro extremo, se identifica lo cuidado y elegante con lo huero y falto de significado; pero se olvida que con frecuencia la dulzura gana más adhesiones que la amargura. Se cazan más moscas con miel que con vinagre, y ese viejo refrán vale también para el tema que nos ocupa.

Desde luego muchas cosas más podrían escribirse sobre este tema, y se han escrito para el que tenga interés en leerlas. En cualquier biblioteca pública se pueden encontrar estas obras que tan útiles son para quien sabe leerlas y extraer el néctar que contienen. Me permito citar aquí algunas de ellas, que pueden servir para ir abriendo boca.

Aristóteles, La Retórica. (La cito porque es probablemente el más conocido de todos los tratados retóricos pero tal vez convenga empezar por otros textos. Como los que cito debajo.

Marco Tulio Cicerón, El Orador

Cicerón, Bruto

Cicerón, De Oratore (No confundir con la 1ª obra citada de Cicerón)

Anónimo, Retórica a Herenio

Quintiliano, Instituciones Oratorias

No cito edición porque hay diversas ediciones, en general de excelente calidad. En todo caso la que encontréis en la Biblioteca o en la librería de turno os permitirá acercaros a este arte. Hay por supuesto retóricas contemporáneas, como la del Grupo Mi, Retórica General; o la monumental obra de Chaïm Perelman y Lucie Olbrechts-Tyteca, titulada Tratado de la Argumentación. Una excelente introducción al tema de la retórica en la actualidad es el texto del malogrado Antonio López Eire, de quien tuve el honor de ser alumno siquiera por breve tiempo, y que lleva por título Actualidad de la Retórica. En todos esos textos encontraran abundantes referencias a otros autores y otros textos, tirando del hilo con paciencia y práctica irán tejiendo su propio hilo de Ariadna para guiarse y salir con bien de este laberinto que es la necesidad de comunicarnos y de hacerlo de manera apropiada, útil y bella

“EL ORADOR Y SUS CUALIDADES”

INTRODUCCION

EN ESTE TRABAJO SE VERA ACERCA DE LAS APTITUDES DEL ORADOR, LOS PUNTOS MÁS IMPORTANTES DEL ORADOR, COMO ES QUE SE DESEMPEÑA DENTRO DE LAS CARACTERISTICAS Y TAMBIEN VEREMOS COMO SE CARACTERIZAN.

EL ORADOR Y SUS CUALIDADES

En este tema el autor nos habla que todos los hombres tenemos en mayor o menor grado la facultad de persuadir, y sin embargo, no todos somos elocuentes. Se llama elocuente a la persona que al hablar tiene la facultad de deleitar y persuadir usando la palabra elegante, eficaz y persuasiva. Indudablemente hay personas que nacieron con el don, pero no lograron desarrollarlo porque les faltó cultivar esa cualidad al estudiar las reglas de oratoria. No es un buen orador el que teniendo dotes naturales maravillosas no sabe aplicar las reglas de oratoria, son buenas esas dotes pero perfeccionadas con el estudio de la retórica son mejores.

Un buen orador es el hombre naturalmente elocuente que ha perfeccionado esas dotes con el estudio y el ejercicio. Es conveniente tratar acerca de las cualidades que son útiles y necesarias en el desempeño de tan privilegiada actividad.

Las palabras bien pronunciadas, el gesto metódicamente estudiado, el ademán perfectamente calculado, la entonación, las pausas y la dicción rítmicamente balanceadas causan mejor impresión que las palabras balbuceadas las poses desaliñadas y una voz sin ritmo y sin gracia.

Una regla muy valiosa para practicar la oratoria, es pronunciar un trozo literario compuesto por uno mismo. También es muy práctico proponerse un plan sencillo acerca de un tema; se divide en tres puntos o más, se desarrolla cada uno de ellos y se unen del otro, para concluir con una proposición que ha de ser la tesis del discurso; este trabajo es parecido al de la investigación.

La investigación consiste en aplicar la inteligencia a la compresión de una exacta realidad, penetrando y arrancando su secreto. El tema escogido distribuido en puntos se plantea en un esquema para que su concreción sea más fácil, y al mismo tiempo ver que el segundo punto en consecuencia del primero y ala vez el tercero dimane del segundo, para que al final la conclusión sea el resultado lógico de los puntos anteriores.

ACTITUDES DEL ORADOR

Todo esto a que el orador ha de adoptar ciertas actitudes que le son necesarias para cumplir con su función social se debe ejercer

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