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ISAAC ASIMOV (FUNDACION)


Enviado por   •  22 de Mayo de 2015  •  Prácticas o problemas  •  1.497 Palabras (6 Páginas)  •  262 Visitas

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ISAAC ASIMOV (FUNDACION)

Gaal no estaba seguro de que el sol brillara ni, por lo tanto, de si era de día o denoche. Le daba vergüenza preguntarlo. Todo el planeta parecía vivir bajo metal. Lacomida que acababa de ingerir había sido calificada de almuerzo, pero había muchosplanetas que se regían por una escala temporal que no tomaba en cuenta la alternanciaquizá inconveniente del día y la noche. Las velocidades de rotación planetarias diferían, y él no sabía cuál era la de Trántor.

Al principio, había seguido ansiosamente las indicaciones hacia el « Solárium», no encontrando más que una cámara para tomar el sol bajo radiaciones artificiales. No permaneció allí más que un momento, y después volvió al vestíbulo principal del Luxor.

Se dirigió hacia el conserje.

— ¿Dónde puedo comprar un billete para un viaje turístico planetario?

— Aquí mismo.

— ¿A qué hora empieza?

— Acaba de perderlo. Mañana habrá otro. Compre el billete ahora y lereservaremos una plaza.

Oh. Al día siguiente ya sería demasiado tarde. Al día siguiente tenía que estar en launiversidad. Preguntó: — ¿No hay una torre de observación… o algo parecido? Quierodecir, al aire libre.

— ¡Naturalmente! Puedo venderle un billete, si quiere. Ser á mejor que compruebesi llueve o no. — Cerró un contacto a la altura del hombro y leyó las letras que aparecieronen una pantalla esmerilada. Gaal las leyó con é l.

El conserje dijo:

— Buen tiempo. Ahora que lo pienso, me parece que estamos en la estación seca.

— Añadió, locuazmente— : Yo no me preocupo del exterior. La última vez que salí al airelibre fue hace tres años. Lo ves una vez, sabes cómo es y eso es todo. Aquí tiene subillete. Hay un ascensor especial en la parte posterior. Tiene un letrero que dice: « A la torre» . Tómelo.

El ascensor era uno de los que funcionaban por repulsión gravitatoria. Gaal entró y otros se amontonaron detrás de é l. El ascensorista cerró un contacto. Por un momento, Gaal se sintió suspendido en el espacio cuando la gravedad llegó a cero, v después recobró algo de su peso a medida que el ascensor aceleraba hacia arriba. Siguió un repentino descenso de la velocidad y sus pies se alzaron del suelo. Dejó escapar un grito contra suvoluntad.

El ascensorista le dijo:

— Ponga los pies debajo de la barandilla. ¿No ve el letrero?

Los otros lo habían hecho así. Le miraban sonriendo mientras é l trataba frené tica yvanamente de descender por la pared. Sus zapatos se apretaban contra la parte superiorde las barandillas de cromo que se extendían por el suelo en hileras paralelas separadasligeramente entre sí. Al entrar se había fijado en ellas y las había ignorado.

Entonces alguien alzó una mano y le estiró hacia abajo.

Logró articular las gracias al tiempo que el ascensor se detenía.

Salió a una terraza abierta bañada por un brillo blanco que le hirió la vista. Elhombre que le había ayudado en el ascensor estaba inmediatamente detrás de é l. Dijo,con amabilidad:

— Hay muchos asientos.

Gaal cerró la boca — la tenía abierta— y dijo:— Así parece. — Se dirigió automáticamente hacia ellos y entonces se detuvo.

Dijo:

— Si no le importa, me quedaré un momento junto a la barandilla. Quiero… quiero mirar un poco.

El hombre le hizo una seña de asentimiento, con afabilidad, y Gaal se apoyó sobre la barandilla, que le llegaba a la altura del hombro, y se sumió en el panorama.

No pudo ver el suelo. Estaba perdido en las complejidades cada vez mayores de las estructuras hechas por el hombre. No pudo ver otro horizonte más que el del metal contra el cielo, que se extendía en la lejanía con un color gris casi uniforme, y comprendió que así era en toda la superficie del planeta. Apenas se podía ver ningún movimiento — unas cuantas naves de placer se recortaban contra el cielo—, aparte del activo tráfico de los miles de millones de hombres que se movían bajo la piel metálica del mundo.

No se podía ver ningún espacio verde; nada de verde, nada de tierra, ninguna otra vida más que la humana. En alguna parte de aquel mundo, pensó vagamente, estaría el palacio del emperador enclavado en medio de ciento cincuenta kilómetros de tierra natural, llena de árboles verdes y adornados de flores. Era un pequeño islote en un océano de acero, pero no se veía desde donde é l estaba. Debía de hallarse a quince mil kilómetros de distancia. No lo sabía.

¡No podía esperar demasiado a hacer aquel viaje turístico!

Suspiró haciendo ruido; y se dio realmente cuenta de que al fin estaba en Trántor; en el planeta que era el centro de toda la Galaxia y el núcleo de la raza humana. No vio ninguna de sus debilidades. No vio aterrizar ninguna nave de comida. No estaba enterado de la yugular que conectaba con delicadeza a los cuarenta mil millones

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