La Memoria
daniel128917 de Noviembre de 2014
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John Ruskin,
“La lámpara de la memoria”, en su obra: Las siete lámparas de la arquitectura.
Más que una metodología, la doctrina del historiador británico John Ruskin, debe entenderse como una autentica filosofía de la conservación de bienes culturales. Las opiniones de Ruskin sobre el cuidado de los monumentos no pueden ser extrapoladas de su visión general de la arquitectura y el arte, a su vez enmarcada dentro de su concepto armónico del mundo.
John Ruskin.
John Ruskin se convirtió en uno de los más destacados teóricos de la conservación. Considera la obra de arte como un signo irremplazable de la actividad humana y, como tal, debe conservarse en toda su integridad con un respeto y una “abnegación religiosa”. Si bien la actividad crítica de Ruskin es, en sus más importantes aportaciones, anterior a las doctrinas de Viollet, el crítico inglés combatió con contundencia la restauración estilística. La oposición entre las doctrinas de Viollet y Ruskin no se resuelve en un litigio sobre como intervenir en los monumentos. En realidad representan dos mundos espirituales diversos, que plantean el tema de la restauración desde puntos de partida radicalmente diferentes.
Viollet era, como hemos visto en anteriores post, un historiador, arquitecto y constructor, apasionado de los avances de la Historia del arte y portador de todo el optimismo de la nueva cultura positivista e industrial que plantea la restauración con una visión concreta, operativa y plena de confianza.
A Jonh Ruskin le debemos considerar más bien como un esteta, un sociólogo, un escritor y crítico de arte, un literato, en definitiva, que sumerge su consideración del monumento en un nivel poético, ético e ideal. De ahí que su doctrina haya sido entendida por algunos autores, más que como un método de restauración, como una posición frente al monumento que, frente a la intervención activa de la restauración estilística, propugna una postura contemplativa, de espera, limitada al mantenimiento y a la estricta conservación.
J. Ruskin en su estudio. 1881.
Ambas posiciones ocuparon la parte central del siglo XIX. Pero el contexto de la Inglaterra victoriana era distinto al de la Francia del III Imperio: la agitación del debate sobre la arquitectura gótica fue igualmente ejemplar, pero la discusión se llevó a unos fervorosos términos espirituales y religiosos que esclarecen la originalidad de Ruskin.
El pensamiento de Ruskin, vigoroso y expresado a modo de aforismos, no es sistemático, pero quizás por ello mismo es especialmente convincente y eficaz, aunque también nos lleva a la necesidad de recomponer sus juicios sobre la conservación y restauración desde la compleja red de ideas en que están encajados. La extensión y cualificación de concepto de arte y valor de testimonio único de civilización y cultura, son cuestiones que permanecen indisolublemente unidas en el pensamiento de Ruskin a su doctrina de la conservación, enraizada en la defensa apasionada de la autenticidad histórica del monumento.
Una de sus publicaciones más conocidas: Las siete lámparas de arquitectura.
Para Ruskin, el monumento tiene un valor documental que nos lo transmite gracias a las diferentes alteraciones que ha sufrido, y la originalidad de la materia con la que fue construida, por ello no se puede sustituir la materia sin alterar su imagen actual, con la que nos ha llegado, sólo se permite realizar las actuaciones necesarias para conservar y mantener el estado en el que nos llegó.
El Palacio Ducal de Venecia (1835) por John Ruskin, 1819-1900. Fotografía de George P. Landow. Fuente: www.victorianweb.org.
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