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La Sirena Asesina

samhel27 de Marzo de 2012

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LA SIRENA ASESINA

Las primeras luces del día se estrellaban inclementes contra los cristales de la pequeña ventana enmarcada con boceles metálicos que alguna vez estuvieron pintados de blanco; el aire pesado y caliente sofocaba a los durmientes y formaba remolinos invisibles por toda la habitación. Allí dormían los sueños maltrechos de Mariana junto al recuerdo de una infancia robada, y salpicada de violencia, hambre y ausencia de amor. Ahora se vestía de mujer, delineaba sus enormes y hermosos ojos de negro intenso y con ellos cautivaba a todos, usaba pantalones ajustados y faldas cortas que realzaban las bondades de su tierna humanidad; las blusas las llevaba con escotes pronunciados que dejaban al descubierto una espalda nueva que despertaba entre sabanas húmedas cada vez que sus intestinos crujían de hambre; se encaramaba en enormes tacones vendiendo la idea de que ya estaba en edad de merecer.

Eran las nueve y treinta de la mañana cuando ella despertó sintiéndose más sola que nunca y con una tristeza que la consumía profundamente; volteo y el panorama no podía ser peor un hombre inmenso y pasado de kilos roncaba como un cerdo a su lado en aquella cama café oscuro reforzada con puntillas en todos los parales para soportar la batalla de cuerpos que cada noche se libraba en ella. Se puso en pie rápidamente y se vistió en un silencio sepulcral temerosa de despertar abruptamente a la bestia, miro en la mesita de noche esperando encontrar la paga, pero solo hallo unas cuantas monedas y unas envolturas de chicle que había desechado su verdugo luego de matar su mal aliento, desconcertada y presa de la desolación decidió sentarse en la vieja mecedora de mimbre herencia quizás de alguna abuela desalmada y testigo fiel de amores y desamores que sucumbieron al delirio de la pasión.

Allí frente a la pequeña ventana la vida de Mariana paso delante de sus ojos a través de instantáneas a blanco y negro que le recordaban los episodios más dolorosos de su vida y que para bien o para mal estaban tatuados en su alma. Mariana soñó como todas las niñas con su fiesta de quince, con su príncipe azul, jugo con muñecas usadas y soñó también con ser doctora cuando fuera grande, pero a veces el destino se ensaña con los seres más indefensos y termina lanzándolos al abismo.

Un pajarillo revoloteaba a través de la ventanita como observando desde la barrera el infierno de Mariana; ella salió de su letargo y quiso salir corriendo de allí, pero no podía irse sin la única razón por la que había pasado la noche en aquel motel de tres pesos: el dinero; fingió una tos fuerte a tal punto que el monstruo abrió lentamente los ojos como desorientado, al ver a la princesa mecerse ahora silenciosa y con esa mirada perdida pero hipnotizadora la invito nuevamente a la cama, ella no opuso resistencia y cedió al deseo insaciable del gigante, quien al terminar la miro esta vez de una manera tierna que desconcertó a Mariana le entrego un par de billetes grandes y le dio las gracias, ella solo asintió con la cabeza y salió como un bólido de aquella habitación tres por cuatro que había sido testiga como otras tantas de su acelerada degradación.

Una vez estuvo en la calle se sintió asqueada, y maldijo mil veces a quien para ella era el verdadero culpable de su desgracia, el príncipe que había llegado a su vida montado en una bicicleta pasada de moda, pero con los ojos azul profundo mas hermosos del mundo, y cargado de todas las promesas que ella necesitaba escuchar para huir sin pensarlo dos veces de la casa de su tía política quien cada día recordaba lo miserable que era.

La fuga fue planeada minuciosamente, cada detalle fue tenido en cuenta para no despertar ninguna sospecha, y juntos llegaron presurosos, pero felices al lugar de encuentro y de partida a esa vida nueva que Nicolás le ofrecía llena de días maravillosos y de noches abrazados

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