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La Tejedora De Coronas


Enviado por   •  22 de Octubre de 2013  •  2.309 Palabras (10 Páginas)  •  481 Visitas

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LA TEJEDORA DE CORONAS Y LOS PECADOS DE INES DE HINOJOSA

Novela culta y novela popular

Pese a lo que pregonan algunos aficionados de la novela postmoderna o del post-boom, todavía se puede distinguir en la década de los ochenta entre la novela culta, candidata a la canonización, y la novela popular que suele gozar de mayor éxito comercial. Para tratar de comprobar esta hipótesis, voy a comentar dos novelas históricas colombianas que pueden considerarse paradigmáticas de este subgénero: La tejedora de coronas (1982) de Germán Espinosa y Los pecados de Inés de Hinojosa (1986) de Próspero Morales de Pradilla. Además de pertenecer al mismo subgénero que ha florecido con inusitado esplendor en la última década, comparten estas dos obras una protagonista sensual y seductora que muere condenada por las autoridades coloniales.

Las dos novelas comienzan precisamente con escenas eróticas. Mientras Genoveva Alcocer, virgen de 17 años de edad, tiembla de placer, contemplándose en el espejo, Inés de Hinojosa, en su noche de boda, se desnuda sintiendo “la carne cimbreante” (En ninguna de las dos escenas se satisface la mujer pero por razones muy distintas. Genoveva recuerda “el cuerpo amado de Federico, su viril pero aún casi tierna complexión, a punto de poseerme aquel mediodía tan reciente”. Pero no es hasta el capítulo diez y siete de La tejedora de coronas que se explica por qué Federico no llegó a poseerla. En cambio, el lector se entera inmediatamente de que Inés de Hinojosa queda frustrada por el estado totalmente ebrio e impotente de su marido Pedro de Ávila, quien no llega a excitarse y a poseerla hasta la mañana siguiente, pero a fuerza de darle latigazos.

Para vengarse, Inés se hace amante del bailarín sevillano Jorge Voto y juntos planean el asesinato del marido. Una vez establecidos los dos en Tunja, la historia se repite. Inés se hace amante del encomendero Pedro Bravo de Rivera mediante la construcción de un pasadizo entre las dos casas vecinas para ligar las dos alcobas –episodio que proviene de El carnero. Luego los amantes conspiran para asesinar al marido. Además de sus experiencias sexuales con los dos Pedros y con Jorge Voto, Inés goza de las caricias lúbricas de su sobrina Juanita, igualmente sensual. La novela termina con la muerte de Inés, ahorcada por orden del presidente de Santa Fe.

La tejedora de coronas también termina con la muerte de la protagonista, acusada de bruja, torturada y quemada por la Inquisición de Cartagena. Igual que Inés, la vida de Genoveva también se marca por una serie de encuentros sexuales, principalmente con hombres pero también con dos mujeres.

Ya enganchados los destinatarios de esta ponencia, vamos a regresar a nuestra hipótesis de que siguen existiendo diferencias claramente visibles entre la novela culta y la popular. Esas diferencias podrían sintetizarse en una sola palabra: complejidad, pero, desde luego, complejidad bien lograda. La Tejedora de coronas se distingue de Los pecados de Inés de Hinojosa por su mayor complejidad cronotópica, mayor complejidad estructural, estilística; y complejidad de caracterización.

Casi por definición, una novela popular tiene que ser accesible a un gran número de lectores, la mayoría de los cuales no pertenecen a la élite cultural. Por lo tanto, ni el argumento ni la caracterización, ni la estructura ni el estilo pueden crearles problemas de comprensión. Al mismo tiempo, el interés del lector tiene que mantenerse con una serie de episodios dramáticos y eróticos salpicados de suspenso y colocados a menudo en un espacio exótico. Con esta fórmula, Los pecados de Inés de Hinojosa cuenta con siete ediciones entre noviembre de 1986 y marzo de 1988. El argumento se desarrolla de modo lineal desde la muerte del tirano Lope de Aguirre en 1561 en Nueva Segovia, Venezuela hasta la muerte de Inés de Hinojosa en 1571 en Tunja, Colombia. El espacio, al igual que el tiempo, está relativamente reducido. Los protagonistas viven sucesivamente en Carora, Pamplona y Tunja. Aunque se elude mucho al hecho de que la acción transcurre durante el reinado de Felipe II, sólo en tres ocasiones (págs. 64, 268, 581) se abre la lente para abarcar el panorama internacional.

Sin embargo, no cabe duda de que la lectura de Los pecados de Inés de Hinojosa es seductora por las intrigas de una buena variedad de personajes que representan todas las clases sociales; por una buena proporción de narración, descripción y diálogo; y por la recreación de la época histórica con dosis moderadas de detalles sobre la ropa y los muebles. Narrada con lenguaje sencillo sin innovaciones artísticas, la obra de Morales Pradilla se parece a las novelas románticas del siglo diez y nueve sin los excesos melodramáticos. Además, hay que reconocer que su éxito popular se debe en parte a los pasajes eróticos cuyo entorno corresponde más al siglo XX que al siglo XVI, y que por lo tanto rebaja el valor artístico de la novela.

Por ser una novela mucho más ambiciosa, La tejedora de coronas sí pertenece claramente a la literatura elitista. Incluso fue una de las postulantes para el premio Rómulo Gallegos de 1987. Sin embargo, puede ser que ese mismo talento narrativo o mejor dicho, el afán de lucir el virtuosismo impida que la novela se canonice. A mi juicio, el aspecto más problemático de esta novela culta es que cada uno de los diez y nueve capítulos está escrito en una sola oración sin ningún punto y aparte. La prolongación indefinida de cada oración, que puede justificarse como reflejo de la exuberancia de la narradora-protagonista, se realiza con bastante ingeniosidad a tal punto que después del primer capítulo ya no distrae al lector. Sin embargo, la ausencia del punto y aparte no ofrece ningún descanso a la vista de un lector no acostumbrado a las carreras maratónicas.

Como toda buena novela culta del siglo veinte, La tejedora de coronas exige por lo menos dos lecturas para comprender su complejidad. Más que nada, se trata de una complejidad cronotópica. Anclada en Cartagena, Colombia durante cuatro meses (abril-agosto de 1967), la acción también abarca los primeros setenta y cinco años del siglo diez y ocho mediante escenas en el Ecuador, Francia, España, Prusia, Laponia, Italia, Nueva York, Mt. Vernon y Curazao. Dentro de cada capítulo, Genoveva narra sus propias experiencias a la edad de diez y siete años durante la batalla de Cartagena contra los franceses y las experiencias posteriores, casi década por década, hasta su muerte a la edad de noventa y siete. Los múltiples cruces por los puentes cronotópicos se efectúan dentro de cada capítulo mediante la evocación de sentimientos o situaciones semejantes o por una frase cronológica. Por ejemplo, para pasar de 1697 en Cartagena al futuro

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