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La poesia Mexicana del siglo xx


Enviado por   •  16 de Junio de 2019  •  Ensayos  •  3.606 Palabras (15 Páginas)  •  189 Visitas

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La poesía mexicana del siglo XX se caracterizó por el establecimiento de un diálogo con Hispanoamérica. Sus preocupaciones centrales fueron la universalidad y el esteticismo, aunque los movimientos sociales no dejaron de marcar su impronta. La literatura escrita por mujeres se multiplicó de manera notable, a la par que el ambiente literario del medio siglo comenzó a ser propicio para los creadores; existe desde entonces una cantidad significativa de premios y becas nacionales. Las temáticas y posturas artísticas al final del siglo XX se muestran en mosaico, donde cabe la poesía de temática urbana, social, intimista, conceptista, coloquial, feminista, y un largo etcétera.

I.1.Preludios

Llevar a cabo un repaso de la poesía contemporánea en México implica correr el riesgo de hablar sólo de lo que se conoce, pero también, de lo que personalmente se valora, debido a que los poetas y las tendencias van formando un mapa conceptual que una educación historiográfica ha moldeado: el siglo XX resulta de lo aprehendido a través del Ateneo de la Juventud, el Estridentismo, las revistas literarias desde Contemporáneos hasta Vuelta, las múltiples antologías, el Indigenismo, el ’68, el coloquialismo de los años 70... Sustraerse de este modo de apreciar la literatura es una tarea sumamente difícil. Cuando Carlos Monsiváis publicó La poesía mexicana del siglo XX, la empresa no escapó al influjo de los apartados de generaciones literarias, lo mismo que la tentativa de José Gorostiza y José Joaquín Blanco.[1] Estos ejemplos son representativos de la fragmentariedad existente en las aproximaciones del tema. La revisión de una sólida bibliografía con las categorizaciones enunciadas en el título, permitió corroborar la tendencia a pronunciarse por décadas o por promociones surgidas de la visión de los organizadores de la cultura, llámense antólogos, críticos, e historiadores del arte, quienes consideran a los periodos de espacio o hechos históricos relevantes para sus valoraciones: José Luis Martínez, por ejemplo, le otorga a la Revolución Mexicana el valor de ser el acontecimiento que marcó el distanciamiento con la época del Modernismo poético reinante durante la primera década del siglo XX, Para Martínez, la postura del escritor es determinante: reflexiona en torno a los escritores que persiguen ligar su obra a los acontecimientos políticos y sociales y alrededor de quienes, por el contrario, encuentran complacencia en alejarse. Otra de las prácticas críticas para establecer el carácter de la poesía mexicana es la elaboración de listas, que dan cuenta de las grandes obras de un siglo. En 2006, una correspondencia cruzada entre Víctor Manuel Mendiola y Christopher Domínguez en el suplemento El Ángel [3]nos dejó leer la polémica para establecer “Los 20 grandes libros de la literatura mexicana del siglo XX”. Una última consideración antes de entrar en materia: No podemos soslayar la verbigracia de Elías Nandino al hablar de los poetas que contribuyen a la naturaleza de una fisonomía nacional, con una cita apropiada a nuestra intención: […] mi padre, al final de cada cosecha, separaba la semilla buena de la mala con el fin de emplearla en la siguiente siembra, y para esto utilizaba un arnero. En él ponía toda la semilla y solamente se salvaba de caer al canasto la de buena calidad. De tal modo, la que se quedaba era conocida como "grano de a libra" y servía para la siguiente temporada. Esta idea del grano de a libra fue el principal punto de apoyo para el balance. Con este criterio podemos decir, sin temor a equivocarnos, que poetas [del siglo XIX] que continuaron escribiendo en la primera mitad del siglo XX como Amado Nervo, Efrén Rebolledo y Luis G. Urbina, por citar algunos, no fueron omitidos por nosotros, sino que fue el público quien se cansó de ellos.[4]

I.2.Un comienzo

En 1903, Enrique González Martínez publica su primer libro: Preludios. Sirva ese volumen como el punto de partida, génesis que contempla al Ateneo de la Juventud como estandarte intelectual.[5] El Ateneo de la Juventud, surgido a fines de la época porfiriana, a instancias de Justo Sierra, buscaría equilibrar los intereses por crear una cultura nacional sin perder la tradición europea. Los poetas de México eran –lo aclara José Emilio Pacheco–[6] : Amado Nervo, Luis G. Urbina, Efrén Rebolledo y José Juan Tablada. Calificados dentro de la segunda promoción modernista, tendencia: [que] se inscribe en el ámbito del idioma, se empeña en no verse limitado por las fronteras nacionales. Al ser la negación de toda escuela, al exigir a cada poeta el hallazgo de su individualidad, el modernismo es un círculo cuyo centro está en todas partes y su circunferencia es ninguna”.[7]
Las décadas iniciales de la vigésima centuria tuvieron en su nómina, según Alfonso Reyes, unos cuantos nombres, que han llegado hasta nosotros por la propuesta que éste le hiciera a Xavier Villaurrutia para realizar una selección con poemas de los mejores líricos, entre los que incluía a Manuel José Othón, Salvador Díaz Mirón, Amado Nervo, Enrique González Martínez, José Juan Tablada y Ramón López Velarde.
[8] La acción la emprendería otro de los integrantes de la revista Contemporáneos, Jorge Cuesta. La Antología de la poesía mexicana moderna apareció en 1928. Ignoró la presencia de Manuel Gutiérrez Nájera, autor canónico de la época y precursor del Modernismo, fallecido en 1895, pero incluyó a Othón, Díaz Mirón, González Martínez, Tablada y López Velarde. Las notas introductorias a estas voces, nacidas en el siglo XIX, aunque plenas en el XX, rescatan la mudanza del paisaje de Othón, quien prefirió la altiplanicie norteña para su lirismo, alejándose de los paisajes al uso: En la estepa maldita, bajo el pesode sibilante brisa que asesina,irgues tu talla escultural y fina,como un relieve en el confín impreso.[9] Para Salvador Díaz Mirón, el calificativo que sobresale en la antología nombrada es el de parnasiano, ya que describe en sus versos el paisaje de Veracruz con un estilo entre el romanticismo y el simbolismo, formas lejanas al clasicismo de Othón. Se reconoce en Lascas su mejor obra, por una razón: podía ser leída por un público no especializado gracias a la nitidez de sus procedimientos. Cuesta destaca la preocupación del vate por eliminar todo elemento inútil, como los conectivos, calificando como novedosa su aportación. Amado Nervo es rescatado por su producción primera, amable en su musicalidad, perteneciente a la corriente decimonónica del Modernismo, que persistió hasta 1921. No se incluyen textos de su etapa mística, los mayormente celebrados en su momento. Aparece, sin embargo, el conocido “En paz” del libro Elevación: Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, Vidaporque nunca me diste ni esperanza fallidani trabajos injustos ni pena inmerecida;[10] Es un hecho que para los lectores del siglo XXI estos tres poetas han perdido frescura, sin que sean del todo desconocidos y hasta declamadas en los círculos populares muchas de estas piezas, en cuyas temáticas podemos observar el regocijo ante el paisaje y la reconvención moral. El canon respeta a los tres siguientes, por su gran influencia en los círculos intelectuales: González Martínez, Tablada y López Velarde. Enrique González Martínez imitaba por aquellos años al Parnasianismo en boga, movimiento francés del cultivo de la belleza formal y la rima. La poesía como religión decantaba a los poetas a trabajar la ciencia y la naturaleza como sus tópicos; en la elevación espiritual de los escritores, la morada de las musas estaba habitada por faunos y ninfas, personajes líricos que llenaban sus renglones. La obra de González Martínez fue adquiriendo con el paso del tiempo otros matices, hasta alcanzar un: […] mensaje de integridad, de melancolía optimista, de constante internación que gobernará su vida y más tarde su obra.[11] El poeta jalisciense buscó el autoconocimiento y la admonición moral. En un país que buscaba asideros luego de la revuelta revolucionaria, González Martínez se convirtió en un poeta influyente para los artistas del decoro formal, sin que no hayan surgido plumas disidentes, como las de los estridentistas, cuya carga política minimizaba la aparente relación espiritual del hombre con la palabra, desconociendo los gustos literarios a la moda. Hacia 1921, año de la aparición del movimiento estridentista, la comunidad artística fue atacada por su anquilosamiento e invitada a sacudirse de la estética burguesa. La llamada Vanguardia Actualista de México[12], negaba el valor intrínseco de las cosas y su equivalencia poética, proponiendo estudiar las leyes de la naturaleza para comportarse como ella misma. Entre sus postulados, quizá el más influyente para el cambio de perspectiva lírica fue el que sugirió: XI. Fijar las delimitaciones estéticas, hacer arte con elementos propios y congénitos fecundados en su propio ambiente.[13] Esta etapa de búsqueda correspondió a la influencia de las vanguardias europeas, sin que la obra propia de los estridentistas lograra cabalmente su cometido; sin embargo, la conciencia de transformar estéticamente la realidad, olvidándose del mimetismo, fue uno de sus logros. Quizá por ello la presencia de Ramón López Velarde, fue aceptada sin cortapisas por un público lector habituado a las letras clásicas, francesas y españolas.[14] El nuevo estilo permitió visualizar una lírica de emociones encendidas, donde el amor, el erotismo y la religiosidad se entreveraban con particular limpieza. El entorno local de Velarde universalizaba lo propio, sin los excesos caligramáticos de José Juan Tablada, poeta experimental de juegos lingüísticos, e introductor de la poesía ideográfica, que ha aguardado desde entonces, en el umbral de los especialistas, sin que por esta particularización vanguardista deje de ser apreciado por el gran público. La poesía de López Velarde manejó las asociaciones libres, los adjetivos en calidad de significación sustantiva y las metáforas religiosas para hablar de la carnalidad, mecanismos que lo han convertido en modelo emblemático de la poesía contemporánea de México.[15] Los años veinte representaron para la poesía una posibilidad de crecimiento: con el país en vías de reconstrucción (luego de la violencia de la revolución armada de 1910 y la etapa anticonstitucionalista que finalizó en 1917), México impulsó a sus artistas gracias a las gestiones de José Vasconcelos como Secretario de Educación y años más adelante, el gobierno mexicano, bajo la gestión de Lázaro Cárdenas, recibió a los republicanos españoles, entre quienes figuraban filósofos y escritores, sensibilidades que vinieron a nutrir la cultura mexicana, la cual, según José Luis Martínez, tenía en plena actividad, del lado mexicano, a aquellos que se preciaban de ser los últimos modernistas (léase Enrique González Martínez) y los integrantes del Ateneo de la Juventud en pleno reconocimiento (Alfonso Reyes, cuya poesía, de veta tradicional y corte clásico, destacó primordialmente con el poema dramático “Ifigenia Cruel”, alusivo al mito helénico). Es por estas épocas que aparece en escena una voz sensorial y adjetiva, que vendría a dar continuidad a la plasticidad de la naturaleza mexicana: Carlos Pellicer, cuya perspectiva impresionista dotó a la poesía de un lenguaje lúdico: Jugaré con las casas de Curazao,pondré el mar a la izquierday haré más puentes movedizos,¡lo que diga el poeta![16] Las imágenes que trabaja son asimiladas al color desde el goce amoroso y erótico. En su etapa inicial son los sentidos en algarabía los que sobresalen; más tarde, escribe sonetos con el tópico de la muerte, tema fundamental y compartido por todos los Contemporáneos, destacándose José Gorostiza y Xavier Villaurrutia. La originalidad de sus metáforas trajo vientos nuevos.Gorostiza se alimenta de la tradición española para crear con Muerte sin fin un poema metafísico, donde utiliza como sistema el enfrentamiento de elementos contrarios, para hacer surgir nuevas imágenes: El duelo mortal entre tantos gemelos adversarios agua y vaso, sueño y razón, palabra y silencio, tiempo y forma, no se expresa como discordia dramática o como dilema de pensador, sino como ambigüedad poética[17] El valor de la ambigüedad en Gorostiza se confronta con la esencialidad de Xavier Villaurrutia, quien busca una poesía de precisión. Sueño y vigilia son sus leit motiv, continuidad temática en los versos primeros de Octavio Paz, cuya estirpe surrealista en los poemas iniciales no se esconde. Villaurrutia es uno de los poetas táctiles de mayor envergadura, los poemas primerizos de Reflejos (1926) son un espejo de las sinestesias de López Velarde, la musicalidad de Nervo y la mesura de González Martínez. Es hasta Nostalgia de la muerte (1938) que los temas nocturnos, como el sueño y la muerte, lo caracterizan. La pretensión fue el conocimiento del hombre, el sopeso de su inteligencia, y para ello se valió de una herramienta surrealista que lo ha definido: los juegos de palabras. La posición universalista de Los Contemporáneos, en un México donde reinaba el nacionalismo fue entendida tiempo después, porque entonces, su contemporaneidad con las obras tempranas de Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, Gabriela Mistral o César Vallejo, no eran visibles: Nuestra visión más importante –dice Villaurrutia– fue la de poner en contacto, en circulación, a México con lo universal. Tratamos de dar a conocer las manifestaciones del arte; de abrir el camino para el conocimiento de las literaturas extranjeras.[18] La ruptura con la retórica tradicional, con sus recursos formales y temáticos era explícita. La Historia mexicana fue cantada por los corridos en una literatura que no se llevaba a la imprenta y cuando era así, se hacía por vía de la narrativa. La poesía mexicana de fines de los años treinta no puede entenderse sin Taller, la revista fundada por Rafael Solana en cuyo techo de palabras medraron dos plumas infaltables en la poesía vigente: por su pensamiento sin fronteras, Octavio Paz; por su apego a la nueva realidad urbana, Efraín Huerta. Estos dos nombres simbolizan al autor esteta y al escritor social, y de ambos intereses va a nutrirse la literatura en la mitad del siglo, enriquecida con la lectura de Cocteau, Gide y Proust. En la retaguardia van a quedarse las expresiones del paisaje natural, del exotismo que pintó objetos fríos, el ruido estridente de la ciudad, la sensualidad de los elementos tocados por la mano del poeta. Efraín Huerta retrata a una ciudad de México convulsa: Ciudad tan complicada, hervidero de envidias,Criadero de virtudes deshechas al cabo de una hora,Páramo sofocante, nido blando en que somosComo palabra ardiente desoída,Superficie en que vamos como un tránsito oscuro […][19] El abordaje al mundo convulso de la contemporaneidad, las guerras y los vicios confrontados, será el tema de Piedra de Sol, de Octavio Paz, páginas donde la unión de la pareja primordial es simbólica respecto al papel del amor para la salvación del hombre: amar es combatir, si dos se besanel mundo cambia, encarnan los deseos,el pensamiento encarna, brotan alasen las espaldas del esclavo […][20]

Las escritoras mexicanas toman cuerpo visible a partir de la publicación de la revista Rueca (1941), título significativo para la producción fabril a la que estuvo destinada la mujer en sus inicios en el mercado laboral; revista que contribuyó a la divulgación de figuras como Rosario Castellanos, Margarita Michelena y Concha Urquiza, entre otras voces del amor y la denuncia social. Para Gabriel Zaid, aunque las mujeres escriben desde el siglo XVI, con escaso éxito, y salvo la mejor pluma –Sor Juana, por supuesto– del siglo XVII, las voces femeninas mejoran en calidad:
Se exigen más: replantean el lenguaje poético recibido y su propio papel en mundo de la cultura. Casi todas empiezan en una militancia femenina, católica, literaria,que toma como modelo a Sor Juana o a Gabriela Mistral (que estuvo repetidamente en México, y obtuvo el premio Nobel de literatura en 1945).
[21]

Los intereses de las autoras recogieron, en sus inicios, una poesía de corte confesional, donde la condición de la mujer se señala con todas sus desventajas.

La literatura, junto con el cine de los años cincuenta y sesenta reprodujo imágenes de mujeres que se oponían a los estereotipos de la mujer mexicana, cuya realización personal ya no se daba a través de los otros, de los hijos, del marido. La píldora anticonceptiva fue el germen de una rebelión que liberó a algunas del peso de una procreación esclavizante, la mujer escritora es parte intelectiva en el panorama social, aunque con marcados límites.

La medianía del siglo XX puede observarse desde el santo y seña de Octavio Paz y Jaime Sabines: un consagrado y un primerizo. Paz ha develado en sus ensayos y su verso el carácter del mexicano y su ideología, le ha especificado el Ánima (alma como cosa que se mete en el hueco de algunas piezas para darle solidez), en tanto que el Ánimus (esfuerzo, energía) está representado por Sabines.

Del medio siglo datan los apoyos gubernamentales a la creación artística: el Instituto Nacional de Bellas Artes en 1947 publica Los Anuarios de Poesía, y no es sino hasta 1952 que se instala el Centro Mexicano de Escritores que otorga becas a narradores como Juan Rulfo o Juan José Arreola, así como al poeta Rubén Bonifaz Nuño. La figura de Rosario Castellanos, bandera del feminismo latinoamericano desde los años cincuenta
[22] va a destacarse no sólo por sus temáticas (entre ellas la herencia indígena), sino por la gran variedad de géneros que trabajó. De entre ellos será la poesía su máximo blasón:

La conciencia del mestizaje, la perduración en nuestro ser de una raza vencida a la que el mundo fue sin misericordia arrebatado, dan forma y profundidad a muchos de sus versos.
[23]

La temática indígena, privilegiada desde la época de Lázaro Cárdenas, persistió con brío hasta los años setenta, cuando la actividad agrícola predomina en México sobre la industrial, aunque estos aspectos no han sido determinantes para su floración: 
[24]

El devenir de la poesía mexicana, si en términos generales ha correspondido los últimos cuarenta o cincuenta años a las improntas sociales, asimismo ha observado independencia con respecto a la economía y la política.
[25]

Para Frank Dauster, autor de la Breve historia de la poesía mexicana (1956), existía un letargo entre los jóvenes poetas; en las conclusiones de su estudio afirma la ausencia de nuevos derroteros formales, aunque observa la tendencia hacia una prometedora ironía.
[26]
Observar historias y antologías de literatura para dar forma a esta contextualización parte del criterio de que estas últimas se han constituido como la fotografía de una época, con sus consabidos riesgos, entre los que se cuentan la subjetividad del antologador, la amistad o enemistad que guarde con alguno de los poetas por seleccionar, entre otras cuestiones; sin embargo, estas compilaciones no están exentas del juicio temporal, porque, finalmente, es el tiempo el que devela la justa estatura de un poeta. Poesía en movimiento no consideró, por ejemplo, a Jorge Cuesta, a pesar de los débitos que Octavio Paz guarda con sus ideas estéticas.

En cuanto a Max Aub, autor de la Antología de poesía mexicana (1950-1960)
[27] el español considera que por esas fechas, la poesía mexicana vive un necesario proceso de renovación, debido a:

[…] la virtual liquidación de dos generaciones de poetas que dominaron el escenario poético durante la primera mitad del siglo: la del Ateneo (representada en la antología por Enrique González Martínez y Alfonso Reyes, muertos en 1952 y 1959, respectivamente) y la de los Contemporáneos (representados por Carlos Pellicer, Salvador Novo, Jaime Torres Bodet, Elías Nandino y Gilberto Owen, quienes, después del temprano fallecimiento de Jorge Cuesta, Bernardo Ortiz de Montellano y Xavier Villaurrutia, y tras el voluntario silencio de José Gorostiza, son los únicos de su promoción en proseguir sus carreras; aunque el autor de Perseo vencido, Gilberto Owen, también fallecería durante este mismo lapso, en 1952, mientras que Novo escribía ya muy poca poesía, entregado como estaba al periodismo y al teatro). 
[28]

Los poetas vigentes, surgidos de las revistas Taller y Tierra Nueva tenían la palabra. De los años cincuenta son La señal (1951), de Jaime Sabines y Ruina de la infame Babilonia (1953) de Marco Antonio Montes de Oca, textos donde el amor suena a pretexto para abordar al mundo:

Tuyas son estas colinas donde se quema el día […]
Pero no lejos de aquí, casi en todas partes,
Caen todavía los cervatillos de negro botón en el hocico:
Ruedan las cabezas, las hojas, los higos, el mundo,
El mundo sobre todo, que deserta sin moverse de su sitio
[29]

De alguna manera, Paz distingue –como lo hace Dauster– a los poetas con el tono de Sabines:

Su humor es una lluvia de bofetadas, su risa termina en un aullido, su cólera es amorosa y su ternura colérica. Pasa del jardín de la infancia a la sala de la cirugía. Para Sabines todos los días son el primer y el último día del mundo.”
[30]

El humor del chiapaneco no es cosa nueva, piénsese en Salvador Novo, quien muestra su desencanto entre bromas; pero en Sabines no se intenta la risa fácil, sino la honda amargura de lo perdido.

Jaime Sabines, junto con Rubén Bonifaz Nuño, Rosario Castellanos, Jaime García Terrés, Marco Antonio Montes de Oca y José Emilio Pacheco (quien aún no contaba con un volumen de poesía, puesto que el primero fue Los elementos de la noche, publicado en 1963), habían sido seis de los diez los elegidos por Aub para resignificar a la poesía de esa década.

Octavio Paz, Alí Chumacero y Efraín Huerta se mantuvieron como figuras de primer plano, síntomas de salud a toda prueba en el arte, aunque en la vida cotidiana México era distinto: un país anémico, donde se pronunciaban discursos como el de Vicente Lombardo Toledano, candidato a la presidencia de la República por el PPS, en 1952, quien denostaba el “dedazo” que impone a gobernadores, alcaldes y regidores. La pobreza en México, según el Secretario de Hacienda Ramón Beteta, había que buscarla en la escasez de tierras cultivables, en la falta de agua, en la técnica insuficiente y en la herencia de siglos de limitación e ignorancia.
[31]

Este mundo convulso –hacia el fin de la década de los años cincuenta en Latinoamérica– es el que ve triunfar una revolución de carácter socialista en Cuba; observa a los estadounidenses invadir de nuevo la República Dominicana ya en los años sesenta; mira el movimiento hippie en Occidente; a los poetas beatnik en Estados Unidos (Allen Ginsberg y Gregory Corso, quienes entre otros, ofrecen nuevos formatos para la poesía).

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