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Poesia Latinoamericana


Enviado por   •  25 de Agosto de 2013  •  424 Palabras (2 Páginas)  •  275 Visitas

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La vanguardia fue en un primer momento feliz e irresponsable. Remontaba el vuelo en los recientes aviones y luego descendía en paracaídas, como Icaro. Así lo hizo Vicente Huidobro en su ya clásico Altazor (1931). Pero también tomaba trenes, barcos o tan solo el teléfono o el telegrama para comunicarse con el mundo. En tal sentido nada mas dinámico y lleno de colores que las postales que enviaron Oliverio Girondo, de la Argentina, Carlos Pellicer, de Mexico o Jorge Carrera Andrade, de Ecuador, viajeros por el mundo. Puertos africanos, puertos del Caribe, puertos europeos. La Torre Eiffel . Carrera Andrade, como Tablada, se fue hasta el Japón y allí hizo sus propios hai-kus a los que llamo Microgramas (1926). En uno de ellos dijo:

"Tierra de pájaros

Es América entera

inmensurable pajarera.

En el amanecer sonoro

cada árbol es un coro.

Hay tantas alas en vuelo

que alzan América al cielo".

Ni siquiera Borges, tan libresco, tan paseante de barrios y arrabales de Buenos Aires, elude el exotismo de los viajes, el placer de la imagen fotográfica. En sus primeros libros, Fervor de Buenos Aires (1923), Luna de enfrente (1925) cultiva la fascinación de la distancia. Habla de 'Benarés', "la imaginada urbe / que no han visto nunca mis ojos", de Dakar, donde si vio " Un jefe en cuya manta era mas ardiente lo azul que en el cielo incendiado", y de esa Africa pasara a la Norteamérica de Walt Whitman, "cuyo nombre es el universo". Ese poema se titulaba "Lineas que pude haber escrito y perdido hacia 1922". Retengamos la fecha, 1922, y pensemos que ya había leído las Mil Noches y Una, como le gustaba decir, los capitanes de barco de Joseph Conrad por los mares de Oriente, y una imagen que luego amara Enrique Molina, tripulante de barcos mercantes.

"En ociosas canoas, de cara a las estrellas,

el hombre mide el vago tiempo con el cigarro".

Tanto Borges como Enrique Molina han buscado " El río, el primer río. El hombre, el primer hombre". Borges recompuso el mundo, en un ejercicio de imaginación inagotable, pues a pesar de su ceguera preservo el prisma de la memoria como Funes, el memorioso. Pero no una memoria caótica sino una mente que había leído a Ovidio. Gracias a ella describió El Aleph en el sótano de una casa de Buenos Aires. Sus únicos limites parecían ser los de la edad y la noche, el inagotable caudal con que todas las cosas del mundo nos asombran. Y la aparente imposibilidad de definirlas en la cárcel de una elegía o un soneto. Pero logro tal hazaña.

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