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Posible Origen Del Doble Sentido Conocido Como Albur


Enviado por   •  5 de Marzo de 2014  •  2.264 Palabras (10 Páginas)  •  3.067 Visitas

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Por Carlos Guillermo Caldera Banuet

El presente trabajo tiene por objeto explorar la factibilidad de una conjetura que, al parecer, comienza a convertirse en una verdad aceptada con respecto al origen del doble sentido mexicano conocido como albur. Parto de lo planteado por el sociólogo Marvin Harris en su libro “Vacas, cerdos, guerras y brujas” en el sentido de que lo que él llama estilos de vida inexplicables —que en realidad son peculiaridades de las creencias, hábitos y ciertos acontecimientos de las culturas— en realidad sí tienen una explicación. Dicha explicación requiere, sin embargo, un arduo trabajo de investigación interdisciplinario al que el mismo Harris se dio a la tarea a sabiendas de que su trabajo podría muy bien ser descalificado por los expertos de cada uno de las áreas del conocimiento que su trabajo invade, aunque sea de modo tangencial.

Aún así, coincido con la justificación que el mismo autor da para esa serie de intromisiones: es necesario moverse a través de las disciplinas para lograr un conocimiento amplio, pues pocas cosas son tan distantes entre sí como el juicio de dos grupos separados de expertos (Harris, 1980).

Es por ello que cuando entré en contacto con lo que Víctor Hernández plantea como “una de tantas teorías” para explicar el origen del albur mexicano, me interesó grandemente. Plantea tres factores como los que se conjugaron para originarlo: primero, la censura y represión sexual que en México han ocurrido desde la Colonia por parte de la iglesia Católica y el gobierno; segundo, la tradición nahua de los cantos de cosquilleo, y por último, la franca majadería hispana en su expresión oral (Hernández).

Antes que otra cosa, me permito ilustrar el concepto de albur con unos pocos ejemplos explicados que, según mi propia experiencia, son típicos y comunes en las conversaciones entre varones en México en la actualidad:

—Pásame el chile —dice uno refiriéndose inocentemente al picante para aderezar casi cualquier cosa en México—.

—Siéntate, ¿no estás cansado? —contesta el otro maliciosamente.

En este primer ejemplo, el chile es un objeto con claras connotaciones sexuales y específicamente fálicas, y la sugerencia de sentarse en realidad es una invitación a sentarse sobre él para, eventualmente, ser penetrado por este.

—Tengo hambre —dice alguien con la única intención de comunicar su apetito,

más que su hambre—.

— ¡Falta de confianza! —Contesta algún otro con falsa generosidad—.

Este falso ofrecimiento generoso que podría fácilmente ser tomado como la simple oferta de proveer alimento al hambriento de muy buena gana, es en realidad otro albur que lleva implícita la idea de que para satisfacer su hambre, el albureado es bienvenido a comerse al otro o al miembro del otro, es decir, a practicarle una felación. Es entonces que generoso acto se convierte una agresión.

Un tercer ejemplo bastará para englobar los aspectos más significativos de tan pintoresca costumbre:

—Seño, deme usted otra gorda de frijol —se oye a hora temprana en algún mercado.

—Sacudo pa’no barrer —añade un tercero que difícilmente sería la seño referida sino algún amistoso acompañante del peticionario, amenizando el almuerzo de la concurrencia.

En este caso, la palabra sacudo esconde detrás de su literalidad la semejanza fonética con la del verbo sacar. Lo que en realidad se quiso decir es saco los frijoles. Ello haciendo una grotesca referencia al sexo anal y sus implicaciones en tanto que la dieta del mexicano que consume frijoles a diario podría ser adivinada sin mucho esfuerzo al realizar una inspección a sus excrementos o, en este caso, al ser penetrado analmente por quien en adelante llamaremos el alburero.

En todos los casos y tal como plantea Antonio Alatorre en el postemio filológico añadido a la famosísima “Picardía Mexicana” (Jiménez, 1958) se puede apreciar claramente el carácter pornográfico y sodomita del albur, mientras que en el tercero, además, la coprolalia está bien presente. Está también la peculiaridad del tono juguetón con la que el alburero expresa su deseo de penetrar —anal u oralmente— al albureado, dejando en claro que la sodomía activa es vista en la sociedad mexicana con cierta indulgencia. De esta indulgencia habla también Alatorre quien de pasada refiere al magnífico trabajo de Octavio Paz, “El Laberinto de la Soledad”.

Según Santiago Ramírez en el postemio sicoanalítico añadido a la obra ya mencionada (Jiménez, 1958), el albur es un claro reflejo del machismo del mexicano, quien se maneja en términos de chingar o ser chingado. El chingar lo hace a uno más hombre y ser chingado lo pone a uno en el papel de mujer, y en el inconsciente colectivo mexicano lo masculino es identificado con lo español y la fuerza, a la vez que lo femenino es vinculado a lo indígena, lo débil y la pobreza.

Coincide Felipe Montemayor con su postemio antropológico en que el albur es una expresión del machismo mexicano, y va más allá al plantear que, para un antropólogo, el machismo no es sino una expresión de frustración (Jiménez, 1958). Al respecto creo que la pregunta obligada es ¿por qué está frustrado el mexicano?

La respuesta me lleva de nuevo a la hipótesis planteada por Víctor Hernández en su sitio web, y en ese sentido, hubo que buscar evidencia de que la frustración sexual del mexicano. Si efectivamente fue la represión sexual a partir de la época colonial en México la causa de esta frustración, habría tenido que existir una realidad contrastante durante el México prehispánico, de modo que un cambio brusco en la postura pública y eclesiástica respecto a la sexualidad combinado con otros factores pudiera haber dado como resultado lo que hoy conocemos como albur.

En el México prehispánico y muy particularmente entre los aztecas, tanto los pillis como los macehuales varones tenían amplios privilegios en lo que a ejercer su sexualidad de manera libre se refiere. Por un lado, los “hijos de los grandes señores” o pillis podían tener amantes mancebas a placer y a discreción a través de un pacto convencional con los padres de la joven, e incluso en el caso de que la joven resultara embarazada ello no le acarreaba ni obligaciones al varón, ni deshonra a la mujer, misma que podía casarse con el padre de su hijo nonato, o buscar otro marido

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