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Enviado por   •  13 de Marzo de 2013  •  2.549 Palabras (11 Páginas)  •  594 Visitas

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Artículo publicado en: R. Caracciolo, D. Letzen (ed.) Epistemología e historia de la

ciencia, Vol 7 (2001), No. 7, Universidad Nacional de Córdoba, pp. 283-289.

ETICA EN LA CIENCIA

Dr. César Lorenzano

Profesor Titular de la Universidad de Buenos Aires

Director de la Maestría en Epistemología e Historia de la Ciencia de la Universidad

Nacional de Tres de Febrero

Me propongo explorar en este escrito la posibilidad de que existan valores éticos en el

interior de la ciencia, en su estructura conceptual y social. Si este fuera el caso, se

podría fundamentar una dimensión ética que le fuera intrínseca, arraigada en su propio

funcionamiento, y en las prácticas cotidianas de los científicos.

Probablemente se preguntarán si es posible hablar de ética en la ciencia, y hacerlo desde

la filosofía de la ciencia. Cómo, ¿no es que “la ciencia nos enseñó que el universo es un

engranaje sin misericordia”, como se dijoi

, pensando en la objetividad sin valores de la

ciencia, y la filosofía de la ciencia la que reflexiona acerca de esta disciplina humana sin

valores?

¿No es que en la principal de las corrientes de la epistemología, la anglosajona, alguien

sostuvo que los juicios éticos no pasan de ser una expresión de sentimientos -

fundamentalmente reducibles a aprobación o desaprobación de una cierta conducta?ii

¿Es esto así, o proviene de una errónea interpretación de lo que es la ciencia, y de lo que

dice la filosofía de la ciencia, pero que no se corresponde con las reflexiones de

algunos de sus autores fundacionales?

Vamos a hablar, entonces, acerca de cómo -según la epistemología- la ciencia no es una

empresa sin valores, sino que estos le están inextricablemente unidos, de tal manera que

intentar extirparlos equivale de destruirla. Veremos, quizás, que algunos de estos

valores son los más altos de la humanidad, y que su respecto lleva, simultáneamente,

a pretender que la ciencia y el mundo sean mejores.

Para mostrar adecuadamente este punto de vista, traeré a la memoria un olvidado

artículo de 1918, de un olvidado filósofo de la ciencia, que no por ello es menos

importante para lo que nos preocupa. El filósofo en cuestión es Moritz Schlick, el

fundador del Círculo de Viena en el que nació el neo-positivismo -que supuestamente se

encuentra en las lejanías del pensar ético, y de sostener que la ciencia es algo más que

una relación objetiva de enunciados empíricos con la realidad-. El artículo se titula:

“Acerca del valor del conocimiento”iii

.

Comienza Schlick diciéndonos que cuando el conocimiento reduce la enorme variedad

de objetos que amueblan el mundo a un conjunto restringido de conceptos, nos da

placer, y que esto es así por una cuestión biológica. Los argumentos que esgrime para

sostenerlo parten de suponer que las teorías biológicas concuerdan en que todas las

tendencias que llevan a preservar al individuo y a la especie se intensifican, y mantienen de generación en generación. El pensar pertenece a estas tendencias desde sus orígenes,

en un pie de igualdad con el comer o el beber, ya que inferir y evaluar es más adaptativo

al emprender acciones que la simple asociación automática de los organismos inferiores.

Para Schlick, la ciencia -con su asombrosa posibilidad de predecir sucesos- es una

continuación de estos mecanismos adaptativos, que hacen que en los comienzos de su

desarrollo la ciencia surgiera de la práctica. Aunque nos recuerda Schlick,

posteriormente la investigación “pura” se independiza, y entonces, la relación parece

invertirse, ya que las aplicaciones prácticas más importantes surgen de investigaciones

que son sólo teóricas. De allí que los científicos se comportan como si buscaran sólo la

verdad, olvidados de los orígenes prácticos de su conocimiento, y no pensaran en las

consecuencias igualmente prácticas de sus investigaciones.

Nos dice Schlick que el valor de la ciencia no se agota en su excelencia adaptativa, pues

la comprensión de las cosas es una fuente de placer para el que comprende. En este

sentido, la función cognoscitiva comparte con otras funciones de orígenes igualmente

prácticos, que devienen en actividades culturales que brindan placer, independizadas de

la finalidad práctica. De esta manera, el hablar, que sirve inicialmente a la

comunicación, deviene canto, el caminar para cubrir distancias, danza, etcétera.

Devienen pasiones que procuran placer, juegos que se satisfacen a sí mismos.

(Recordamos que está justificando la ciencia por sí misma, ajena a las preocupaciones

prácticas, pero que finalmente termina dando frutos prácticos, más que si los buscara

deliberadamente). La vida en sí misma no tiene valor, sólo

...

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