Recordando Al Maestro Antonio Carrillo
NEOESCA16 de Febrero de 2014
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RECORDANDO AL MAESTRO ANTONIO CARRILLO
Cuando entramos al salón de clases, los casi 50 alumnos teníamos una sensación de estímulo, por la baja temperatura, y a la vez de potencial apoltronamiento por la tibia atmósfera del salón de clases, repleto de estudiantes. Los vidrios de la gran ventana del salón, cubiertos de vaho, atestiguaban que afuera hacía frío. Era una de esas ocasiones en que lo mismo puede uno estar sumamente activo que caer en una envolvente somnolencia. Biología era la primera clase de la mañana. El maestro Antonio Carrillo, titular de nuestro grupo de tercero de secundaria (el “3° C”), había llegado, como de costumbre, antes que nosotros y estaba al fondo del salón, sentado ante su gran res tirador, pues usaba ese espacio no sólo para impartir la clase, sino también como su cubículo y su oficina para trabajar en sus proyectos de biología. Era de estatura mediana –alguien podría calificarlo incluso de ligeramente bajo-,delgado, de complexión realmente fibrosa y de carácter nervioso. Tomó sus notas del res tirador sobre el que dibujaba la anatomía floral de las orquídeas, que era su especialidad, se acercó con el paso vigoroso que acostumbraba, de un salto deposito su ágil cuerpo en la tarima, que lo ponía unos 30 o 40 cm. por arriba del nivel del piso y empezó a inducirnos a la clase de reproducción sexual. De inmediato se hizo un silencio que algunos comentarios y risas al fondo del salón trataron de perturbar. Pero la mirada firme y serena del maestro Carrillo paró en seco cualquier intento de burla. Era 1955. Hablar de reproducción sexual en las escuelas de nivel inferior al del bachillerato de ninguna forma es usual; si aún ahora existen tabúes al respecto, es fácil imaginar cuál era la situación hace casi 35 años. Recuerdo vívidamente que usó el ejemplo de las gallinas para explicar la reproducción sexual en los vertebrados. Sus explicaciones fueron en extremo claras y al grano. Los términos utilizados por el maestro Carrillo eran los precisos para cada órgano y para cada función, y se ayudaba con su prodigiosa capacidad para el dibujo; tengo aún grabados en la memoria los esquemas que con gises de colores dibujó en el negro pizarrón de tela ahulado, y que produjeron ante nuestros ojos prácticamente una película de la estructura de los órganos de reproducción en las gallinas y en los gallos. Era un audiovisual de tiza que se desarrollaba frente a nosotros con precisión, con claridad y con llaneza excepcionales. La clase no duró más que los 60 minutos reglamentarios.
Pero en ese lapso tuvimos frente a nosotros un escenario claro, inequívoco y maravilloso del sistema reproductivo de los vertebrados. Esta era una clase más de las muchas en las que Antonio Carrillo nos llevaba al fascinante mundo de los fenómenos biológicos.
Junto a su enorme capacidad de transmisión de conocimientos, adquiridos tanto por la bibliografía como por su trabajo práctico con los modelos de los que nos hablaba, el profesor Carrillo tenía una pasión por el estudio de las plantas. En compañía de varios de sus colegas maestros de la escuela, excursionaba con regularidad a diversas partes de la República, particularmente a las montañas de Morelos y a diversas áreas de Durango y Coahuila para recolectar especímenes de plantas mexicanas que iban conformando un valioso herbario en la escuela, que no se usaba para enseñar a los alumnos, sino para satisfacer el interés del grupo de maestros por conocer la flora mexicana. No obstante, a través de Antonio Carrillo y particularmente de su genio artístico y su interés por la morfología, yo tuve un primer asomo a la flora mexicana, justo por medio de uno de los grupos más exóticos y fascinantes del reino vegetal: las orquídeas. Permanentemente, el maestro Carrillo tenía organizada, en la esquina derecha del fondo de nuestro salón de clases, su pequeña área de trabajo, que consistía,
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