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Reseña Chicas muertas


Enviado por   •  12 de Marzo de 2023  •  Reseñas  •  1.257 Palabras (6 Páginas)  •  46 Visitas

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Julio

CHICAS MUERTAS,

de Selva Almada

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Bs. As., Literatura Random House, 2014.

Laura Vilches

Lic. en Letras.

El título anticipa la dimensión del flagelo que Selva Al- mada va a reconstruir en sus tramas íntimas. El gené- rico “chicas muertas” no es solo la denominación en los expedientes consultados por la autora; da cuenta de que, solo en Argentina, el asesinato de mujeres por el simple hecho de serlo, se materializa en cifras esca- lofriantes: una muerta cada 30 horas en el último año; 1.236, en los últimos 5. Serena, Nora, María Soledad, Wanda, María de los Ángeles, Paulina, María Luisa, An- drea, Sara… o Selva. “Tengo cuarenta años y a dife- rencia de ella y de las miles de mujeres asesinadas en nuestro país desde entonces, sigo viva. Solo una cues- tión de suerte”.

Esta obra no ficcional, de la ya consagrada autora

entrerriana, se basa en el relato de una investigación hecha por ella misma, sobre tres casos de jóvenes ase- sinadas en los años ‘80, aún impunes. Andrea Danne, “Sarita” Mundín y María Luisa Quevedo son las “chi- cas muertas” cuya historia presenta Almada. La prime- ra, entrerriana como ella, asesinada de una puñalada en el corazón mientras dormía. Una joven cordobesa y po- bre, Sara, atrapada en las mafias de los prostíbulos que desapareció en 1988. Y la tercera, una chaqueña de 15 años, violada y estrangulada, a poco de conseguir su primer trabajo como empleada doméstica.

Al mismo tiempo, la autora va a colocarse, como mu- jer, en el centro de la trama y ocupando un lugar que lejos está de pretenderse neutral u objetivo. Así, el rela- to se configura desde la propia experiencia que –como la frase citada– da cuenta de una marca: ella, una joven de un pueblo del interior, es testigo epocal del asesina-

to de Andrea Danne y si hoy puede contarlo, es casi por simple azar. Este ida y vuelta entre la historia personal

y la de las muchachas articula el texto, a la par de la propia historia de esta investigación infructuosa. De allí sabemos que la autora “habla” porque el caso de An- drea estuvo siempre cerca y “volvía cada tanto con la


noticia de otra mujer muerta”. Dar con el derrotero de las otras dos chicas, en cambio, será casual o delibera- do. A María Luisa, la encontrará recordada en un diario chaqueño a 25 años de su asesinato; a Sara Mundín, la buscará como otro botón de muestra de una situación generalizada, cuando aún en la Argentina, “desconocía- mos el término femicidio”.

La tensión siempre latente entre lo real y lo literario, característico del género al que diera origen Rodolfo Walsh, sustenta este trabajo que se perfila como uno

dúeltimlososmtaieymorpeos.apDoertestealmgoédnoe,roAldmeandoa-cfiucecniótna leanhlios- toria de estas mujeres (que podría ser la historia de to- das, de muchas de nosotras) intercalada con anécdotas recogidas durante su infancia, juventud e inclusive, en el presente de la escritura, cuando la investigación es- taba desarrollándose. Mientras cuenta cómo era la vi- da de estas jóvenes y cómo fue su muerte, se despliega su propia historia. El texto está inundado de relatos, recuerdos y anécdotas narrados en primera persona, que bien podrían constituir un repertorio de experien- cias “femeninas”: la de jóvenes hijas de trabajadores que van a estudiar a otra ciudad y hacen “dedo” para viajar barato, quedando expuestas al acoso de los con- ductores; la de mujeres sometidas al maltrato verbal de sus parejas en la calle y a la vista de todo el mundo; la de una madre amenazada por el marido con el amague de un cachetazo y la respuesta brava de la mujer, cla- vándole un tenedor en la mano. “Mi padre nunca más se hizo el guapo”, sentencia Almada, para luego agre- gar: “No recuerdo ninguna charla puntual sobre la vio- lencia de género ni que mi madre me haya advertido alguna vez específicamente sobre el tema. Pero el te- ma siempre estaba presente”. Lo estaba en los comen- tarios familiares sobre vecinas que se suicidan porque el marido le pega; sobre esposas de carniceros violadas no por un desconocido, sino por propio marido (ante una sorprendida Selva de 12 años); o sobre un “Cachi- to” que “sacudía las siestas con los escándalos que le hacía a su novia”. Son éstas las escenas que “convivían con otras más pequeñas: la mamá de mi amiga, que no se maquillaba porque su papá no la dejaba. La compa- ñera de trabajo de mi madre, que todos los meses le entregaba su sueldo completo al esposo para que se lo administrara (…) La que tenía prohibido usar zapatos de taco porque eso era de puta”.

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