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Resumen capitanes intrepidos


Enviado por   •  6 de Noviembre de 2016  •  Resúmenes  •  27.913 Palabras (112 Páginas)  •  6.529 Visitas

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Capitanes intrépidos

PERSONAJES

  • Harry Cheyne (hijo único de Henry Cheyne):
  • Todavía no cumplía los 16 años. Tenía 15 años
  • Antes de caer al mar. Esbelto y vehemente. En su mirada había una mezcla de desconfianza, de reto y de malicia.
  • Su padre tiene una casa en San Diego y otra en Los Ángeles.
  • Tiene media docena de líneas de ferrocarril y la mitad de los bosques de la costa del Pacífico.
  • Línea de barcos de transporte de té entre San Francisco y Yokohama
  • Era heredero de 30 millones de dólares
  • Madre de Harry: Constancia. Vivía en un temor perpetuo de acobardarlo, lo que tal vez fuese la razón de que ella misma estuviera continuamente al borde de un ataque de nervios
  • Padre de Harry: Henry Cheyne
  • Señorita Kency: Trabaja con Henry Cheyne. Es dactilógrafa y telegrafista
  • Mark: secretario personal de Henry Cheyne.
  • DiskoTrup: capitán de la goleta INTRÉPIDA de Gloucester. Un hombre de estatura mediana, ancho de espaldas y cuidadosamente afeitado, de ojos azules. Eran 8 personas en la goleta Intrépida
  • Dan Trup: hijo de Disko Trup, capitán de la Intrépida, tenía casi la misma edad que Harry. de cara ancha y rojiza, y un par de traviesos ojos grises
  • Manuel: salvó a Harry de morir ahogado cuando cayó del barco de pasajeros. Rema a la manera de los portugueses, ya que es portugués
  • Otto Svendson era un grumete que se cayó por la borda. Era sueco y sólo tenía veinte años.
  • Pensilvania Pratt: su nombre real David Boller, le decían agricultor, tenía ojos azules. Era predicador. Vivía en Pensilvania
  • Largo Jack: era un irlandés de barbita gris y labio superior prominente. Es de Galway, pero vive al sur de Boston, donde viven casi todos y como la mayoría de Galway son buenos en un bote. Irlandés jorobado.
  • Tom Platt: Fue marinero en el viejo Dakota, el primer barco de nuestra flota que dobló el Cabo de Hornos. Su cara tenía un aspecto curioso, debido a una cicatriz que le cruzaba desde el ojo izquierdo al ángulo derecho de la boca.
  • Salters: tío de Dan, hermano de Disko Trup. Decían que tenía mala suerte. Hombrecillo gordo. Agricultor.
  • Cocinero: era un tipo enorme, negro como el carbón, no hablaba, contentándose con sonrisas y movimientos de cabeza. Es del Cabo Breton, donde los agricultores hablan una especie de dialecto escocés. Esa región está llena de gente de color, cuyos antepasados huyeron de los Estados Unidos durante la guerra civil. Mac Donald.
  • bote rojizo pequeño de Dan, que llevaba una inscripción: Caty.
  • Caty; niña de 14 años de la que estaba enamorado Dan
  • Mientras tanto, la señora Cheyne examinaba las caras: la de color amarillo-marfil, sin barba; la de Salters, con su collar de barba a la campesina; la simple de Pen; la sonriente de Manuel;  la alegre de  Jack;  y la acuchillada de Tom Platt.

  • Harry viajaba en un barco de pasajeros desde Estados Unidos a Europa por el Atlántico Norte para terminar su educación.
  • Era la primera vez que cruzaba el Atlántico.
  • Cuando estaba en el barco de pasajeros vestía una chaqueta roja y pantalón corto del mismo color, zapatos para andar en bicicleta y una gorra de ciclista echada hacia atrás.
  • Harry recibía 200 dólares mensuales para sus gastos.
  • Su padre se ocupaba de hacer dinero
  • Los barcos de pasajeros hacían sonar su sirena para avisar a los barquichuelos de la flota de pescadores.
  • El barco de pasajeros desde el mediodía había atropellado tres botes y hundido un barco francés.
  • Harry fumaba y un alemán le dio un puro la noche que cayó por la borda.
  • Esa noche había niebla, luego Harry salió a cubierta, pero con el puro y el movimiento del barco se sintió muy mal y finalmente se desmayó, por lo que con un movimiento del barco cayó sobre la cubierta y luego una ola grande y gris lo arrastró lejos del barco.
  • El gran desierto verde se cerró sobre él, mientras caía en un profundo sueño. Le despertó el sonido de un cuerno, que le recordó el que llamaba a la comida en una escuela de vacaciones, donde había pasado algún tiempo. Lentamente empezó a recordar que era Harry Cheyne, y que se había ahogado en medio del océano, pero se encontraba demasiado débil como para relacionar una cosa con otra. Un olor nuevo llenó su nariz; por sus espaldas sentía correr un frío húmedo: estaba completamente empapado en agua salada.
  • Cuando abrió los ojos, comprendió que se encontraba en la cima del mar, que corría debajo de él en colinas de plata. Estaba echado sobre un montón de pescado, mirando unas anchas espaldas, envueltas en un jersey azul.
  • Harry pensó que había muerto, pero luego se dio cuenta que Manuel (vestía un jersey azul) lo había salvado de morir ahogado.
  • Harry le dijo que había caído porque estaba enfermo, pero afortunadamente Manuel hizo sonar su cuerno y el barco giró un poco y ahí lo vio caer.
  • Manuel le dijo que era de la goleta Intrépida de Gloucester y que vivía ahí.
  • Lo subieron al velero, le dieron a beber algo caliente, lo desnudaron y lo acostaron, quedándose dormido inmediatamente.
  • Cuando se despertó escuchó la campana del vapor llamando para el desayuno.
  • Al volver la cabeza vio lo que parecía ser una especie de nicho triangular y estrecho, alumbrado por una lámpara que colgaba de una gran viga. Una mesa de la misma forma, al alcance de su mano, se extendía desde la proa hasta uno de los mástiles.
  • Al fondo estaba sentado un muchacho de casi su misma edad, de cara ancha y rojiza, y un par de traviesos ojos grises. Estaba vestido con un jersey azul y llevaba altas botas de goma.
  • De los catres colgaban varios trajes de tela impermeable, negros y amarillos. El lugar estaba tan lleno de olores como un fardo lleno de algodón.
  • Los trajes de hule despedían un olor tan denso que formaba una especie de fondo a otros, como el de pescado frito, la grasa quemada, la pintura, la pimienta y el humo del tabaco, aunque todos ellos quedaban encerrados en un olor a alquitrán y agua salada.
  • Harry observó con disgusto que su cama no tenía sábanas y que la nueva embarcación saltaba en el agua como potro atado con una cuerda.
  • Dan le llevó un café endulzado con melaza. Harry preguntó si había leche, a lo que Dan le contestó que era probable que pudieran probarla recién a mediados de septiembre.
  • Harry lo tomó sin decir una palabra; después el muchacho le entregó un plato lleno de trozos de carne de cerdo, que Harry devoró furiosamente.
  • Dan le pidió que se vistiera y fuera a cubierta, ya que su  padre lo quería ver.
  • Dan ayudaba al cocinero y hacía a bordo todo lo que los hombres no querían hacer.
  • No había otro grumete a bordo desde que Otto se cayó por la borda. Era sueco y sólo tenía veinte años.
  • Harry nunca en su vida había recibido una orden, nunca, por lo menos, sin una larga y a veces lacrimosa explicación de las ventajas de la obediencia y de las razones de lo que se le pedía.
  • La señora Cheyne siempre temía herirlo, por lo que se limitaba a rogarle con lágrimas en los ojos que obedeciera.
  • Harry no comprendía que ahora se pretendiera obligarlo a hacer algo porque a otro le parecía que debía ser así. Y así lo manifestó abiertamente, diciéndole a Dan que le dijera a su padre que bajara si quería hablar con él y que necesitaba que lo llevara a Nueva York inmediatamente y que se lo pagaría.
  • Finalmente Harry subió a hablar con el padre de Dan, el capitán Disko Trup.
  • El mar parecía una balsa de aceite, en la que se movían una docena de barcos de pesca. Entre ellas se veían pequeñas manchas negras: los botes de los pescadores. La goleta de vela triangular, estaba aferrada al ancla. En el puente no había nadie más.
  • Buenos días, mejor dicho, buenas tardes. Has dormido todo lo que da el reloj, jovencito -fue el saludo.
  • Cuéntanos tu historia. ¿Cómo te llamas? ¿De dónde eres? ¿Adónde te dirigías?
  • Harry dijo su nombre, así como el del vapor, y contó brevemente la historia del accidente, terminando por pedir que se le llevara inmediatamente a Nueva York, donde su padre pagaría cualquier cantidad que se pidiera.
  • El capitán Trup le dijo que no podían tener una idea muy favorable de un hombre, o incluso de un muchacho, que se cae de un gran vapor durante una calma chicha.
  • Harry le indicó a Trup que lo llevara a Nueva York y le prometió que su padre lo recompensaría.
  • Como tenía 140 dólares en su bolsillo, los buscó, pero no los encontró y acusó de ladrones a los del barco, lo que molestó mucho a Disko Trup, además que Harry indicó que esos dólares eran parte del dinero para sus gastos mensuales.
  • Disko le indicó que no podían regresar en ese momento y suponiendo que pudieran hacerlo, Harry no estaba en situación de volver a su casa, y ellos, acababan de llegar al Banco para ganarse el pan.
  • Disko además le dijo que ellos no veían ni la mitad de cien dólares al mes, y muchísimo menos para gastos particulares y que si tenían buena suerte, estarían otra vez en casa alrededor de la primera semana de septiembre.
  • Obviamente a Harry le pareció pésimo la noticia, ya que estaban en mayo y él no podía estar sin hacer nada.
  • A lo que Disko le indicó que tenía toda la razón y por ello iba a tener que reemplazar a Otto que se había ahogado, lo que molestó muchísimo a Harry
  • A bordo de la Intrépida Harry debía trabajar y Disko le pagaría 10 dólares y medio al mes, pagaderos al final del viaje y le pidió que abriera los ojos y ayudara a Dan a hacer lo que le mandara. En total serían treinta y cinco dólares.
  • Harry tenía mucha pena por su madre, pero Disko le dijo que cuando estuviera de nuevo con ella, olvidaría todo esto y que eran 8 hombres a bordo de la Intrépida y si volvieran en ese momento, perderían la temporada de pesca.
  • Disko insistió en que realizaría las labores como segundo grumete a bordo del velero, pero Harry gritando se negaba, hasta que Disko le golpeó la nariz y luego le pidió a Dan que fuera bueno con él.

Capítulo II

  • Dan le había advertido que su padre no hace las cosas a la ligera y que se merecía el golpe por hablarle de esa manera.
  • Harry lloraba, pero Dan lo comprendía, ya que su padre también le había pegado una única vez, durante su primer viaje y sabía que eso hace sentir enfermo.
  • Harry insistía en que Disko es un loco o está borracho y la frustraba no poder hacer nada.
  • Dan le aclaró que su padre es enemigo de la bebida y le preguntó: ¿Cómo diablos se te ocurrió llamarle ladrón?
  • Harry se levantó, se secó la nariz y contó la historia del desaparecido fajo de billetes. Le dijo además que no estaba loco.
  • Dan le dijo que no sabía cuánto vale la Intrépida y que cómo su padre (de Harry) había ganado ese dinero.
  • A lo que Harry respondió que lo había hecho con minas de oro y otras cosas en el Oeste y que para viajar utiliza su vagón privado en el tren.
  • Mi padre es lo que se llama un multimillonario. Tiene dos coches propios. Uno lleva mi nombre, el Harry, y el otro el Constancia, por mamá.
  • Dan lo hizo jurar que todo lo que le contaba era verdad.
  • A su manera, Dan era un joven despierto; al cabo de un interrogatorio de diez minutos, se convenció de que Harry no mentía... al menos no mucho.
  • Dan dijo: Te creo, Harry. Por primera vez en su vida, mi padre ha cometido un grave error y le sugirió no ponerse terco nuevamente. A lo que Harry respondió que no quería que lo derribara otra vez de un golpe.
  • Pero te pegará otra vez, con toda seguridad. Cuanto más grande sea su error, más probable es que lo haga.
  • Cierto, no has dicho una palabra acerca de eso, dijo Dan. Dos coches particulares, uno con el nombre de tu madre y otro con el tuyo. Doscientos dólares para gastos particulares. ¡Y un golpe que te arrojó hasta la barandilla por no querer trabajar por 10 dólares y medio al mes! Ha sido la mejor pesca de la temporada -dijo Dan, riéndose a carcajadas.
  • No sé lo que tenías en tus bolsillos cuando puse a secar tu ropa, porque no me fijé. Pero puedo decir, usando las mismas palabras que acabas de pronunciar, que ni mi padre ni yo sabemos nada de ese dinero. Y éramos las únicas personas a bordo.
  • Ciertamente, la hemorragia nasal había aclarado las ideas de Harry, aunque es probable que la soledad del mar tuviera también algo que ver con ello.
  • -Está bien -dijo. Bajó la vista confundido-. Me parece que para una persona a quien acaban de salvar de morir ahogado, no me he portado como si estuviera muy agradecido.
  • -Bueno, estabas bajo el influjo de lo que te había ocurrido y te pusiste a hacer y decir tonterías -observó Dan-. De todas maneras, las únicas personas a bordo éramos mi padre y yo. El cocinero no cuenta.
  • -Debería haber pensado que pude perder el dinero de otra manera -dijo Harry como si hablara consigo mismo-, en lugar de llamar ladrón a toda persona que se pusiera por delante. ¿Dónde está tu padre?
  • -En el camarote
  • Harry fue al camarote, donde estaba Trup atareado con un cuaderno de notas y tenía entre las manos un enorme lápiz negro.
  • -No me he portado del todo bien -dijo Harry.
  • -Bien, yo..., yo he venido para retirar lo que dije -continuó Harry hablando rápidamente-. Cuando se salva a un hombre de morir ahogado... De ninguna manera debería insultar a la gente.
  • -He venido a decirle que lo lamento mucho -otra vez tuvo que tragar saliva.
  • Trup, haciendo un esfuerzo, se levantó lentamente del cajón sobre el que estaba sentado y le tendió la mano.
  • -Suponía que te iba a hacer mucho bien; esto demuestra que no estaba equivocado en mis juicios, dijo Disko. Es muy raro que me equivoque en mis juicios. No pienso nada malo de ti por ninguna de las cosas que han pasado. No eras del todo responsable. Vete a lo que tienes que hacer, que nadie te hará daño.
  • -Estás completamente blanco -dijo Dan, cuando Harry llegó nuevamente a cubierta.
  • Oí lo que decía mi padre. Cuando él confiesa que no piensa mal de alguien, es porque se hace amigo suyo. Una vez que se ha formado una opinión, nunca da su brazo a torcer. Pero él tiene razón cuando dice que no puede llevarte de vuelta a casa, porque en esta pesca nos ganamos toda la vida.
  • Espera hasta que se hinche nuestra vela mayor y nos dirijamos a puerto con el cargamento completo. Aunque antes tendremos mucho que hacer – e indicó con el dedo hacia la oscuridad, hacia la escotilla abierta entre los dos mástiles.
  • -Tú y yo y unos cuantos más tendremos que llenarlo. Ahí se guarda el pescado.
  • Primero tiene que estar muerto y quedar plano como una mesa y hay que salarlo. En la bodega tenemos cien barriles de sal. Y no hemos hecho más que empezar.
  • Anoche llegaste tú con cuarenta de ellos (pescados), dijo Dan e indicó con el dedo hacia un espacio cerrado con maderas en la borda.
  • Tú y yo tendremos que hacer eso cuando haya terminado la pesca. Dios quiera que se llenen los depósitos esta noche. He visto esta cubierta tapada con 15 centímetros de pescado, que había que limpiar. Seguimos trabajando hasta que ya no podíamos más.
  • Ahí vienen -Dan miró hacia afuera, donde se distinguían una docena de botes que remaban en dirección al barco.
  • Las pequeñas figuras en cada uno de los botes remaban como si fueran juguetes movidos por un mecanismo de relojería.
  • -Parece que han tenido suerte -dijo Dan. Manuel ya no tiene sitio para un pez más.
  • -¿Quién es Manuel?
  • -Es el último bote hacia el Sur. Es el que te encontró anoche -dijo Dan. Manuel rema a la manera de los portugueses.
  • A la derecha está Pen. Parece traer buena carga.
  • Otra vez a la derecha, está Largo Jack. Es de Galway, pero vive al sur de Boston, donde viven casi todos y como la mayoría de Galway son buenos en un bote.
  • A lo lejos, hacia el Norte, le oirás cantar dentro de un momento, está Tom Platt. Fue marinero en el viejo Dakota, el primer barco  de nuestra flota que dobló el cabo de Hornos. No habla de otra cosa, excepto cuando canta. Pero tiene mucha suerte pescando.
  • -Trae el bote lleno -dijo Dan riéndose-. Si empieza a cantar: ¡Oh capitán!, quiere decir que está lleno hasta los topes.
  • -Ese es Tom Platt. Mañana te contará todo sobre el Dakota
  • El bote azul detrás de Tom Platt es mi tío Salters, el hermano de mi padre. Tiene mala suerte
  • -¿Qué le ha picado? -preguntó Harry, que empezaba a interesarse.
  • -Generalmente lo hacen las fresas, otras veces son las calabazas, si no son los limones o los pepinos. La mala suerte de ese hombre es capaz de paralizarte. Ahora subiremos el botea bordo.  
  • -Intentaré hacer algo de todas maneras -repuso Harry valientemente-.
  • -Entonces agarra ese garfio. Harry asió una cuerda y un gancho de hierro que colgaba del palo mayor, mientras Dan tiraba de otro, mientras Manuel se acercaba al velero.
  • El portugués se sonreía de manera brillante. Con una horqueta de mango corto empezó a arrojar el pescado en el depósito de cubierta.
  • -Doscientos treinta y uno -gritó.
  • -Dale el gancho -dijo Dan, y al oír esto, Harry se lo entregó a Manuel. Lo afirmó en un lazo en la popa del bote, agarró el pedazo de cuerda que le ofrecía Dan, lo sujetó en la proa y subió al velero.
  • -¡Tira! -gritó Dan. Y Harry así lo hizo, asombrándose de lo fácil que era levantar el bote-.
  • Manuel, extendiendo su mano morena le preguntó a Harry: ¿Estás mejor ahora?  
  • -Le estoy muy... muy agradecido -farfulló Harry. Metió la mano en el bolsillo, pero recordó que, no tenía dinero para ofrecer.
  • -No hay razón para que me lo agradezcas -dijo Manuel-. ¿Cómo podía dejar yo que flotaras y flotaras, recorriendo todo el banco? Ahora, eres un pescador.
  • -Hoy no he limpiado el bote. Tuve demasiadas cosas que hacer. Danny, hijo, límpialo en mi lugar.
  • Harry avanzó inmediatamente, pues le pareció que era lo menos que podía hacer por el hombre que le había salvado la vida. Dan le pasó un balde, y Harry empezó a limpiar, con poca destreza pero con mucha voluntad.
  • Quita los remos, dijo Dan, y ponlos en la cala. Nunca dejes uno de ellos húmedo o sucio. Nunca sabes cuándo te hará más falta. Aquí está Largo Jack.
  • Una corriente de peces plateados voló desde el bote hacia el depósito de cubierta.
  • -Manuel, toma la polea. Yo me encargaré de las tablas. Harry está limpiando el bote de Manuel. El de Jack está encima de él. Harry levantó la vista de su trabajo y observó otro bote que se encontraba exactamente por encima de su cabeza.
  • -Es como esos juguetes de cajas, que se meten las unas dentro de las otras, dijo Dan, mientras colocaba un bote dentro de otro.
  • -Se desenvuelve como pez en el agua -dijo Largo Jack, que era de Galway, tenía barba gris y grandes labios, y se inclinaba de un lado a otro como lo había hecho Manuel. Por la escotilla Disko gritó algo mientras los otros podían oír cómo mascaba el lápiz.
  • -Ciento cuarenta y nueve y medio. Mala suerte para ti, Disko -dijo Largo Jack. El portugués me ha derrotado.
  • Otro bote golpeó contra el costado del velero y más pescado fue a parar al depósito.
  • -Doscientos tres.
  • El que hablaba era un hombre aún más largo Largo Jack. Su cara tenía un aspecto curioso, debido a una cicatriz que le cruzaba desde el ojo izquierdo al ángulo derecho de la boca.
  • Harry se dedicó a limpiar todos los botes en cuanto llegaban a cubierta; sacaba las tablas donde se apoyan los pies y las colocaba en el fondo del bote.
  • -Lo hace muy bien -dijo Tom Platt, y vigilaba la actividad de Harry-.
  • -Esto también lo hacíamos en el Dakota. ¿Ves, Danny? -dijo Tom Platt riéndose.
  • -Danny, te pasas tirado todo el día, durmiendo sobre las cuerdas -dijo Largo Jack-. Estoy convencido de que antes de una semana habrás echado a perder nuestro nuevo sobrecargo.
  • -Se llama Harry, para que lo sepas -contestó Dan, que tenía en la mano dos cuchillos.
  • Luego llegaron Pen y el tío Salters contando su pesca. Todos los días sucede lo mismo. Esto es mejor que ir al circo. Fíjate en los dos.
  • -Lo siento, señor Salters. Me embarqué debido a una enfermedad, una dispepsia de origen nervioso.
  • -Uno, dos, tres, cuatro..., nueve -dijo Tom Platt contando con su mirada experimentada-.¡Pen! Tú ganas.
  • Dan dejó que la cuerda corriera en la polea, y el agricultor cayó sobre el puente, en medio de un torrente de su propio pescado.
  • -¡Espera! -rugió el tío Salters-. ¡Espera, que me he equivocado en la cuenta!
  • No tuvo tiempo de seguir protestando. Se le subió por la borda y le arrojaron sobre cubierta lo mismo que a Pen.
  • -¡Cuarenta y uno! -exclamó Tom Platt-. ¡Derrotado por un agricultor! ¡Vaya un marinero estás hecho!
  • -No estaban bien contados -dijo arrastrándose fuera del depósito de pescado-. Estoy deshecho.
  • Sus gruesas manos estaban hinchadas y había en ellas manchas de un color purpúreo claro.
  • -¡A sentarse! ¡A sentarse! -exclamó una voz que todavía no había oído Harry a bordo.
  • Disko Trup, Tom Platt, Largo Jack y Salters se dirigieron hacia proa en cuanto lo oyeron.
  • En cuanto hayamos terminado de comer, haremos el aseo del pescado. Tú, Manuel,  Pen y yo somos el segundo turno.
  • -Dentro de un minuto habrán terminado de comer. Papá siempre embarca buenos cocineros que aguanten a su hermano. Ha sido buena pesca la de hoy,-y señaló el depósito lleno de bacalao hasta arriba-.
  • El cocinero no necesitó llamar a la segunda tanda. Dan y Manuel bajaron por la escotilla y se sentaron a la mesa. Harry siguió a Pen y se sentó frente a un plato de fritura de lenguas y vejigas de bacalao, pedazos de carne de cerdo y patatas, una hogaza de pan caliente y una taza de café negro y fuerte.
  • Aunque tenían mucha hambre, esperaron, mientras Pen rezaba. Entonces empezaron a tragar en silencio hasta que Dan tomó aliento a poco de sorber su café y le preguntó a Harry cómo se sentía.
  • -Bastante lleno, pero creo que todavía me queda sitio para otro trozo.
  • El cocinero era un tipo enorme, negro como el carbón, que no hablaba, contentándose consonreír.
  • Dan dijo: Los hombres jóvenes y guapos de a bordo, como yo, como tú, Manuel y Pen, somos la segunda tanda. Comemos después que han terminado los primeros.  
  • El cocinero hablaba muy poco. Su lengua materna es un tanto curiosa. Viene del Cabo Breton, donde los agricultores hablan escocés. Está lleno de negros cuyos antepasados huyeron de los Estados Unidos durante la guerra civil.
  • No es escocés lo que hablan -dijo Pen. Es portugués.
  • -Pen lee muchas cosas. La mayor parte de lo que dice es cierto
  • -Siempre más y nunca menos, cada vez que vamos a salar,-Largo Jack gritó a través de la escotilla, y al oírlo la segunda tanda abandonó la mesa inmediatamente.
  • La pila de pescado a popa parecía un chorro de plata líquida. Disko Trup y Tom Platt se movían entre los barriles de sal. Dan entregó a Harry una horquilla y lo condujo hasta el otro extremo de la mesa, donde el tío Salters tamborileaba impaciente con el mango del cuchillo. A sus pies tenía un barril con agua salada.
  • -Con la horquilla pasas el pescado a mi padre y a Tom Platt. Ten cuidado de que ése no te saque un ojo con el cuchillo -dijo Dan, metiéndose en la pila-. Yo pasaré la sal.
  • Pen y Manuel se encontraban en el depósito, con el pescado hasta las rodillas, manejando el cuchillo.
  • Largo Jack, con un canasto a sus pies y las manos enguantadas, se encontraba frente al tío Salters, mientras Harry observaba la horquilla y el barril.
  • -¡Ahí va! -gritó Manuel, agachándose para recoger un pescado, agarrándolo con un dedo debajo de una de las agallas y con otro por el ojo. Lo colocó en el extremo de la mesa; brilló la hoja del cuchillo, al hacer un ruido como si desgarrase algo: el pez, abierto de la cabeza a la cola, cayó a los pies de Jack.
  • -¡Ahí va! -gritó éste, haciendo un movimiento con su mano enguantada.
  • El hígado del bacalao cayó en el canasto. Otro movimiento y la cabeza y las entrañas del animal salieron volando; el pescado vacío siguió hasta el tío Salters que resoplaba estrepitosamente.
  • Se oyó otro ruido como si desgarrara alguna cosa: la espina voló por encima de las amuras.
  • El pescado, descabezado, limpio y chato, cayó en el barril, haciendo saltar el agua salada en la boca de Harry, abierta por el asombro.
  • Después del primer grito, los hombres permanecieron en silencio. El bacalao se movía a lo largo de la línea como si estuviera vivo; mucho antes que Harry hubiera dejado de admirarse de la habilidad manual desplegada, estaba lleno el barril.
  • -¡Tíramelo! gruñó el tío Salters, sin volver la cabeza, y Harry empezó a mandar los pescados en grupos de dos y tres por la escotilla.
  • -¡Eh! Utiliza la horquilla. ¡Tíralos juntos! -gritó Dan-. No los esparzas. El tío Salters es el mejor estibador de la pesca que hay en toda la flota. Fíjate cómo lo hace.
  • El cuerpo de Manuel, un poco inclinado, estaba inmóvil como si fuera una estatua, pero sus largos brazos agarraban el pescado sin detenerse un instante.
  • El pequeño Pen trabajaba valerosamente, pero era fácil ver que carecía de la resistencia física necesaria. Una o dos veces Manuel tuvo tiempo para ayudarlo sin interrumpir el suministro.
  • Abajo, en la bodega, el ruido que producía la sal al frotársela sobre la carne, parecía el zumbido de un molino: melodía de fondo que se agregaba a la de los cuchillos en la mesa, al corte y la caída de las cabezas, los hígados que caían en el barril y las entrañas que volaban por encima de las amuras. Del cuchillo del tío Salters quitando las espinas de cuajo y el golpe sordo que producían los pescados abiertos cayendo en el barril.
  • Al cabo de una hora, Harry hubiera dado todo el oro del mundo por un poco de descanso; el bacalao fresco y húmedo pesa mucho más que lo que uno se puede imaginar.
  • Le dolía la espalda de pinchar pescado. Pero por primera vez en su vida sintió que era un hombre en un grupo de ellos, dedicados al trabajo, de lo cual se enorgulleció, prosiguiendo su actividad orgullosamente.
  • -¡Cuchiiillo! -gritó finalmente el tío Salters. Silenciosamente, como si fuera una sombra, apareció el cocinero, recogió un montón de espinas y cabezas y se fue.
  • -Colas y cabezas para el desayuno -dijo Jack mojándose los labios.
  • -¡Cuchiiillo! -repitió el tío Salters.
  • Harry vio media docena de cuchillos colocados en una pieza de madera cerca de la escotilla. Los repartió entre los pescadores, colocando en su lugar los que se habían desafilado.
  • -¡Agua! -gritó Disko Trup.
  • -El tonel está en la proa y el cazo a un lado. ¡Date prisa, Harry! -exclamó Dan. Volvió en seguida con un tazón lleno de agua limpia y destilada, un verdadero néctar.
  • -Esto es bacalao -dijo Disko-. No son higos de Damasco ni lingotes de plata. Te lo he dicho siempre que nos ha tocado navegar juntos.
  • -Lo que debe haber sido seis o siete veces -respondió Tom Platt secamente-.
  • -¡Eh! -gritó Manuel, reanudando su trabajo, sin detenerse hasta que el depósito provisional de cubierta quedó completamente vacío. En cuanto el último pescado bajó por la escotilla, Disko se retiró con su hermano. Manuel y Largo Jack se dirigieron a proa, y Tom Platt desapareció. Medio minuto más tarde Harry oyó profundos ronquidos.
  • -Esta vez lo he hecho un poco mejor, Danny -dijo Pen, cuyos párpados se cerraban de puro sueño-. Pero supongo que mi deber es ayudarte a limpiar.
  • Por ningún motivo -dijo Dan-. Vete a dormir, Pen. Harry, trae un balde de agua. Pen, lleva estos hígados al barril donde los guardamos antes de irte a dormir.
  • Pen se llevó el pesado canasto con los hígados de pescado y los arrojó en un barril con tapa que había junto al castillo de proa, y luego desapareció en seguida del camarote.
  • Los grumetes tienen que limpiar después de salar, y además, les toca la primera guardia.
  • Dan limpió enérgicamente la mesa, la desarmó y la dejó para que se secara; luego limpió los cuchillos ensangrentados y los afiló. Harry, siguiendo sus instrucciones, arrojaba las espinas y tripas por la borda.
  • En cuanto cayeron los primeros, una orca se elevó audazmente sobre las aguas aceitosas, produciendo un efecto horrible. Harry retrocedió gritando, pero Dan se limitó a reírse.
  • -Orcas -le explicó, pidiendo cabezas de pescado-. Saltan de esa manera cuando tienen hambre. Su aliento apesta como una tumba.
  • Las verás a centenares antes que termine el viaje. Es bueno tener otra vez un muchacho nuevo a bordo, Otto era demasiado viejo y además era sueco. Todo el día estábamos peleando.
  • -Estoy muerto de sueño -dijo Harry.
  • -No puedes dormirte cuando estás de guardia. Levántate y fíjate si están encendidas las luces de posición. Estás de guardia ahora, Harry.
  • -Dice papá que el buen tiempo induce al sueño, y antes que te des cuenta de ello, un barco de pasajeros te ha cortado en dos y después sus oficiales  juran que nuestros faroles estaban apagados y que había espesa niebla. Harry, me caes bien, pero si cabeceas una vez más, voy a despertarte con una soga.
  • La luna, que hace ver muchas cosas raras en los bancos, iluminó a un joven delgado y elegante que daba pasos inseguros a bordo de una goleta de 70 toneladas, mientras otro muchacho corría detrás de él, con una cuerda de nudos en la mano, bostezando, pero vigilándolo implacablemente.
  • Harry protestó, amenazó, rogó y, finalmente, se echó a llorar.
  • Dan habló de la belleza del deber cumplido mientras manejaba la cuerda, dando tantos golpes a los botes como a Harry. Por último, el reloj de a bordo dio las diez de la mañana. En cuanto sonó la última campanada Pen subió a cubierta.

Capítulo III

  • Fue un sueño profundo de esos que aclaran la mente, los ojos y el corazón, y después del cual uno se levanta con unas ganas furiosas de desayunar.
  • Vaciaron un gran plato lleno de pescado, que el cocinero había guardado la noche anterior. Limpiaron los platos y las tazas de los comensales de la primera tanda, que ya habían salido a pescar, cortaron carne de cerdo para la comida del mediodía, baldearon la cubierta, llenaron las lámparas de su provisión de combustible, entregaron en la cocina el agua y el carbón y arreglaron la despensa donde se guardaban las provisiones. Hacía un tiempo espléndido: claro y suave. Harry respiró a pleno pulmón aquel aire reconfortante.
  • Todo el ancho mar azul estaba lleno de velas y de botes. A lo lejos, en el horizonte, el humo de algún barco de pasajeros, cuyo casco era invisible; viajaba hacia el Este. Disko Trup fumaba y miraba a su alrededor en silencio.
  • -Cuando se pone a reflexionar de esa manera -dijo Dan en voz muy baja-, está pensando por toda la tripulación.
  • Papá conoce el bacalao y sabe dónde encontrarlo, y la flota lo sabe.
  • Cuando mi padre fuma y deja escapar el humo en espirales, como lo hace ahora, es que está estudiando el bacalao. Si le hablamos se pondrá furioso. La última vez que lo hice me tiró una bota a la cabeza.
  • Disko Trup estudiaba el bacalao. Se ponía en el punto de vista del bacalao; él mismo se convirtió durante una hora en otro bacalao y calculaba las tempestades, las corrientes, los recursos alimenticios y otros detalles domésticos.
  • Disko Trup miraba hacia adelante, la pipa entre los labios, sin ver nada. Como había dicho su hijo, estudiaba el bacalao, equilibrando los hábitos migratorios de la especie con su conocimiento y su experiencia del gran banco.
  • Aceptaba la presencia de los otros veleros como un homenaje a su superioridad de pescador, pero quería alejarse y echar ancla donde estuviera completamente solo, hasta que fuera tiempo de dirigirse a La Virgen.
  • Disko Trup, de pronto se sacó la pipa de la boca.
  • -Papá -dijo Dan-, hemos terminado nuestro trabajo. ¿Podemos salir en el bote? El tiempo parece bueno para pescar.
  • -Que no salga con esa ropa de colorinches. Dale ropa apropiada.
  • Dan proporcionó a Harry un par de botas de goma, que le llegaban a la mitad del muslo; un grueso chaleco azul, un par de mitones y una bolsa de cuero.
  • -Ahora sí que pareces un pescador -dijo Dan-. ¡Apresúrate!
  • -No te alejes mucho -dijo Trup-. Si alguien te pregunta lo que yo pienso hacer, di la verdad, pues no lo sabes.
  • A popa del velero se encontraba un bote rojo pequeño, que llevaba una inscripción: Caty pintado en la quilla. Dan tiró de la amarra y se dejó caer suavemente, mientras que Harry se descolgó.
  • Dan le dijo que tenía que aprender a subirse al bote.
  • -¡Corto! Tienes que remar más corto -dijo Dan-. Si se te encalla el remo vamos a volcar.
  • El bote estaba escrupulosamente limpio. Tenía un ancla pequeña, dos depósitos de agua y unas 60 brazas de hilo de pescar muy fino.
  • -Los botes de pesca no llevan velas. Hay que remar, aunque no hace falta que despliegues tanta energía.-
  • -Supongo que mi padre me regalaría uno o dos si se lo pidiera -dijo Harry.
  • -Claro. Olvidaba que tu padre es millonario. Aunque ahora no te comportas como si lo fueras. Pero un bote y todo lo demás cuesta un montón de dinero. ¿Crees que tu padre te lo regalaría como si fuera un juguete?
  • -No me extrañaría nada. Sería casi lo único que no le he pedido hasta ahora.
  • -Pues debes ser un hijo muy caro de mantener. No manejes el remo así. El golpe debe ser más corto, puesto que el mar nunca está enteramente tranquilo y puede golpearte el remo de vuelta...
  • El extremo del remo golpeó a Harry bajo la mandíbula, tirándolo hacia atrás.
  • -Precisamente eso era lo que quería decirte. Yo también tuve que aprender
  • Harry volvió a ocupar su puesto con la mandíbula dolorida.
  • -Papá dice que no vale la pena enojarse por estas cosas. Según él, es por nuestra culpa sino sabemos manejarlas bien. Vamos a quedarnos aquí. Manuel nos indicará la profundidad.
  • El portugués se encontraba a una milla de distancia, pero levantó tres veces la mano cuando Dan puso verticalmente uno de los remos.
  • -Treinta brazas -dijo Dan, mientras ponía una almeja salada en el anzuelo-. Ponla como yo lo hago, Harry, y que no se te enrede el sedal.
  • La de Dan estaba ya desde hacía tiempo en el agua, antes que Harry hubiera aprendido aponer el cebo y arrojar las plomadas. El bote navegaba a la deriva suavemente. No valía la pena anclarlo mientras no estuvieran seguros de encontrarse sobre una región de pesca abundante.
  • -¡Ahí va! -gritó Dan, mientras caía sobre Harry un diluvio de gotas, provocadas por los desordenados movimientos de un enorme bacalao-. ¡El palo!
  • Harry entregó a Dan el mazo. Su compañero atontó primero al pez antes de echarlo a la cala, y arrancó el anzuelo con la ayuda de un palo corto.
  • Luego Harry notó un tirón en el sedal y empezó laboriosamente a recogerlo.
  • -¡Pero cómo! ¡Si son algas! -exclamó-. ¡Mira!
  • El anzuelo se había agarrado a un montón de algas marinas, rojas de un lado y blancas de otro y de tallo viscoso y hueco.
  • Dan gritó -¡No las toques! ¡Tíralas!, pero Harry las había separado del anzuelo y las admiraba.
  • -¡Ay! -gritó, pues le ardían los dedos como si hubiera tocado cardos.
  • -Ahora ya sabes lo que son estas algas que llamamos fresas. Dice papá que excepto el pescado nada debe tocarse con las manos desnudas.
  • Harry sonrió al recordar sus diez dólares y medio por mes.
  • De repente, la cuerda de Harry dio un tirón, de manera tan rápida, que le tajeó los dedos a pesar de tener puestos los mitones de lana.
  • -Debe pesar mucho. Dale cuerda, según lo que pida -gritó Dan-. Yo te ayudaré.
  • -No hace falta -repuso Harry, mientras procuraba que no se le escapara el sedal-. Es elprimero que pesco...¿Será una ballena?
  • -Dan observó el agua y sacó a relucir el mazo, listo para cualquier eventualidad
  • Los dos muchachos se cansaron antes que pescaran definitivamente a aquel halibut, que durante veinte minutos dominó al bote y a ellos. Pero, finalmente, pudieron meterlo en la embarcación.
  • -Suerte de principiante -dijo Dan. Pesa sus cien libras.
  • Harry observó aquel enorme ejemplar marino de color gris moteado, con un orgullo inexpresable. Muchas veces había visto aquel pez en los mostradores de mármol, pero nunca se había preocupado de averiguar cómo llegaba hasta allí.
  • -Si papá estuviera aquí -dijo Dan, leería en esta señal como en un libro. El pescado está escaso, y tú coges el pez más grande de esta campaña. Ayer nadie cogió algo así. Por eso anda pensativo mi padre.
  • Mientras hablaba, alguien disparó una pistola en la Intrépida e izaron un saco de papas en el aparejo de proa.
  • Llama a toda la tripulación. Cuando papá interrumpe la pesca, por algo será. Regresemos.
  • A una milla de distancia sonaron gritos de socorro, era Pen, cuyo bote giraba alrededor de un punto fijo
  • -Tendremos que ayudarle-dijo Dan.
  • -Se le ha enganchado el ancla. Pen siempre las pierde, ya lleva 2 en esta campaña. Papá dice que si pierde otras más, le dará la piedra, es decir, una piedra grande que se utiliza en lugar del ancla.
  • Toda la flota sabe lo que eso significa. Le tomarían el pelo de una manera terrible. Es tan sensible... ¡Hola! ¡Pen! ¿La has atascado otra vez?
  • Dan se inclinó sobre la borda tiró una o dos veces de la caña y el ancla empezó inmediatamente a producir el efecto deseado.
  • -Súbela, Pen -le dijo, o se atascará de nuevo.
  • Pen está loco. Mejor diría yo que es una manía inofensiva. Según cuenta padre, en otro tiempo era predicador de la secta de los moravos y se llamaba David Boller que vivía en Pensilvania. Una noche en que estaba con su familia en un hotel de Johnstown, la ciudad que fue inundada por las aguas del dique y las casas se derrumbaron a causa del aluvión.
  • Pen vio que se ahogaba su familia antes que pudiera comprender lo que ocurría. En aquel momento se nubló su cerebro.
  • Cree que algo le pasó a Johnstown, pero no puede recordar. Y ahora vagabundea por ahí sonriendo y admirándose de todo. No sabía quién era o lo que había sido.
  • De esa manera tropezó con el tío Salters. Al ver su chifladura, lo adoptó o algo así y lo puso a trabajar en su granja junto con él. Más tarde vendió la granja y se trajo a Pen acá, a trabajar con papá, para que no lo buscaran más los de su congregación.
  • ¿También tu tío Salters es agricultor?
  • Ya ves si será agricultor... dijo Dan. Entre él y Pen hacían todo el trabajo de la granja. Esta primavera el tío Salters  la vendió.
  • Vino entonces a casa de padre, llevando arrastras a Pen (hace dos años), diciendo que Pen tenía que dedicarse a pescar por razones de salud.
  • Mi padre estaba conforme, pues el tío había sido pescador durante más de 30 años.
  • Puso la cuarta parte del dinero necesario para aquel viaje. A Pen le hizo tanto bien, que padre tiene ya la costumbre de llevarlo. No se te ocurra mencionar esa ciudad o esas cosas a Pen, pues el tío Salters es capaz de arrojarte por la borda.
  • -Yo también estimo mucho a Pen; a todos nos cae bien -dijo Dan-.
  • No hay necesidad de izar los botes hasta después de comer, gritó Trup desde el puente de la goleta. Ante todo, pongan la mesa muchachos.
  • -Más profundo que el Abismo de la Ballena -dijo Dan, mientras se disponía a obedecer aquella orden. ¿Ves aquellos barcos Harry? Todos esperan a ver lo que hace papá.
  • -A mí me parecen todos iguales.
  • Pero no lo son. Y es probable que mañana veremos algunos más, ¿verdad papá?
  • Mañana no verás más barcos, Danny. Cuando Trup le llamaba así, era señal que estaba contento.
  • Hijos míos, hay mucha gente aquí; debemos mudarnos. Hay pocos peces y pequeños, estoy vigilando el tiempo.
  • Lo que es yo, declaró Largo Jack, no veo ningún indicio de cambio.
  • Media hora después, la niebla cayó, «entre pescado y pescado», como decían ellos. Los pescadores se lanzaron a la maniobra. Jack y el tío Salters soltaron el ancla, con la ayuda de Manuel y Tom Platt. La vela se hinchó y Trup la sujetó a la barra.
  • ¡Vámonos por favor de la niebla! -gritó Largo Jack.
  • Crujió la goleta cuando, tomando viento, cruzó la bruma espesa.
  • -Detrás de la niebla hay viento -dijo Trup.
  • Harry estaba asombrado, pues no percibía ningún ruido.
  • ¿Adónde vamos? Le preguntó a Platt
  • A pescar y fondear, como lo verás antes de una semana.
  • Esto vale más que unos pocos dólares y una bala en el vientre, Platt, dijo Disko.
  • -Seguramente, repuso Tom, pero no pensábamos eso cuando estábamos en plena tempestad en el Dakota. ¿Dónde estabas tú entonces, Disko?
  • -Aquí mismo o en los alrededores, procurando ganarme la vida en el agua y evitando a los rebeldes independientes de la guerra de Secesión. Creo Tom, que aprovecharemos un buen viento antes de entrar a la Punta del Este.
  • Se oía a los lados de barco una incesante charla, mezclada con los ruidos de la maniobra en que estaban todos, menos el tío Salters, que se rascaba sus manos picadas.
  • El timón viró de modo imperceptible en las manos de Disko. Minutos después, la cresta de una ola azotó el barco y mojó a Salters de pies a cabeza. Se levantó sacudiendo el agua y se dirigió hacia proa, llamó a Pen y juntos abandonaron el puente.
  • -Ahora tomarán café y jugarán ajedrez-dijo Dan a Harry. No hay nada más aburrido que la vida de un pescador en el Banco de Terranova cuando no está pescando. Ya lo verás.
  • -Me alegro que lo hayas dicho, Danny -gritó Largo Jack, que buscaba distracción. Había olvidado que tenemos un forastero acá. Enséñale, Dan, para que aprenda la vida a bordo.
  • -Esta vez no me toca a mí -gruñó Dan-. Papá me enseñó con un látigo en la mano.
  • Durante una hora, Largo Jack tomó por su cuenta la educación de Harry y le fue enseñando, como él decía, las cosas que en el mar debe conocer todo hombre así esté ciego, borracho o dormido-
  • Cuando deseaba llamar la atención de Harry sobre algo, lo hacía sujetando la nuca del muchacho y lo obligaba a mirar medio minuto.
  • Insistía en la diferencia entre la popa y la proa, frotando la nariz de Harry y le grababa, por decirlo así, la dirección del rumbo.
  • Más fácil era la lección cuando estaba libre el puente. Adelante el cabrestante y su aparejo, con la cadena y los cables de cáñamo, con los que tropezaban los pies; atrás, las berlingas de mesana y el encerado del vivero llenaban todo el espacio que dejaban libre las bombas y los cubos para la limpieza. Esto sin contar los botes encadenados a popa y las cuerdas de la vela.
  • Como siempre, Tom Platt intervenía con alusiones al Dakota, su viejo barco favorito.
  • -No le hagas caso, decía Jack, te embrolla las ideas con sus fantasías.
  • No aprenderás nada en una goleta como ésta, decía Tom Platt-. Mira, Harry. La navegación de vela es un arte que yo te enseñaría si estuviéramos ahora en Dakota.
  • -Ya lo sé. Hablarías hasta que el pobre estuviera muerto. ¡Silencio, Tom Platt! Le decía Largo Jack.
  • Con el tiempo aprenderás. Toda cuerda a bordo tiene su razón de ser.
  • No sabes los cientos de dólares que te regalo, sobre todo si dices que Largo Jack es quien te enseñó a navegar. Ahora te daré un repaso. Nombraré cada cuerda y tú las tocarás a medida que yo las nombre.
  • Harry pensó que las lecciones que recibía serían provechosas, y puso todo su esfuerzo en aprender
  • Jack empezó. Harry se movía por el puente como un águila, pero pronto se cansó y lo hacía con tanta lentitud que Jack perdía la paciencia.
  • -Cuando seas dueño de un barco -dijo Tom Platt severamente-, podrás pasear.
  • Harry estaba excitado con el ejercicio y la última parte le cansó realmente. Observó a los otros hombres y se fijó en que nadie, ni siquiera Dan, se reía. Su inteligencia vivaz lo hizo comprender que a partir de ahora, nadie se permitiría burlarse de él.
  • Muy bien hecho -dijo Manuel-. Después de comer te mostraré una goleta, que he hecho yo, con todo el velamen completo. Así aprenderás.
  • Papá dice que hará bastante con ganar la comida a bordo, antes de bajar al agua. Ya le iré enseñando en otra vigilancia que hagamos juntos.
  • -¡El cebo! -gruñó Disko, que trataba de ver a través de la bruma.
  • No se podía distinguir nada a 10 pies de la proa, pero seguía la procesión de las olas.
  • -Ahora te mostraré algo que Largo Jack no sabe -exclamó Tom Platt a Harry.
  • Sacó de un cofre de popa un plomo de sonda, agujereado por un extremo. Tomó el platillo de sebo de carnero  y untó con él la concavidad. Luego se dirigió a proa.-Te enseñaré cómo volar el Pichón Azul.
  • Disko enderezó la marcha de la goleta, mientras Manuel, con la ayuda de Harry, llevaba el foque (vela triangular) por un cabo de afuera. El plomo cantaba una canción profunda y sonora cuando Platt lo hizo girar sin descanso. Luego lo lanzó al mar, a distancia, mientras la goleta continuaba su marcha enderezándose lentamente.
  • El sondaje es asunto grave, aunque no lo parezca-dijo Dan-, cuando de ello depende el trabajo de una semana. ¿Qué profundidad calculas, papá?
  • Disko sonrió. Tenía fama de conocer el Banco con los ojos cerrados.
  • -Sesenta, si no me equivoco -replicó mirando la brújula.
  • -Sesenta -exclamó Platt al izar la sonda.
  • La goleta siguió su marcha
  • -¡Cincuenta! -dijo Trup al cabo de un cuarto de hora. Creo que estamos en la grieta del Banco Verde.
  • -¡Cincuenta! -gritó Platt. Apenas podían verle a través de la niebla.
  • -Pon el cebo, Harry -dijo Dan y tomó la caña de pescar.
  • Los hombres esperaron al ver que los 2 grumetes empezaban a pescar.
  • -¡Cayó uno gordo! -exclamó Dan
  • Ayudado por Harry remolcó un bacalao de 20 libras que se había tragado el anzuelo hasta el estómago.
  • Está lleno de cangrejos pequeños-exclamó Harry, dándole vuelta.
  • El agua saltó al peso del ancla, y todos corrieron a los hilos de pescar.
  • Cuando pican así es porque tienen hambre, dijo Dan. No te preocupes por el cebo, morderán el anzuelo desnudo
  • -¡Esto es genial! -gritó Harry subiendo otro. ¿Por qué no pescamos siempre desde aquí, en lugar de utilizar los botes?
  • La pesca en barco no se considera productiva, a menos de llevar un práctico como papá. Creo que esta noche vamos a pescar con “trol”, que es la cuerda provista de anzuelos; pero papá no pesca al trol a menos que tenga buenas razones. Por eso ceba como ahora. Esto es más duro para los riñones que pescar con los botes.
  • Era en realidad un trabajo abrumador, pero aquella fue una faena inolvidable, y el montón de bacalao alcanzó un volumen enorme. Cesó la pesca cuando de pronto las víctimas dejaron de morder.
  • -¿Dónde están Pen y el tío Salters? -preguntó Harry mientras sacudía su capote como lo hacían los demás.
  • Bajo la amarillenta luz de la lámpara, completamente inconscientes de la existencia de peces o del estado del tiempo, estaban sentados los dos hombres con un tablero de ajedrez entre ellos. El tío Salters gruñía a cada movimiento de Pen.
  • -¿Qué pasa ahora? -preguntó Salters al ver a Harry
  • -Mucho pescado y lleno de cangrejos -dijo Harry.
  • -Estaban jugando ajedrez, ¿no es verdad? -preguntó Dan cuando Harry apareció a popa con el café humeante-. Esto nos va a librar de la limpieza del pescado. Papá es justo y les dará esta carga a los jugadores.
  • -Y dos jóvenes que yo conozco cebarán algunas cuerdas mientras ellos limpian -dijo Disko.
  • Pero, papá, yo prefiero limpiar, entonces
  • -No lo dudo. Pero no lo harás. Pen echará el pescado mientras ustedes ceban
  • ¡Por mil truenos!, exclamó Salters. Estos pícaros grumetes no me avisaron que había empezado la función
  • Si cuando tiran el ancla no te das por avisado, te recomiendo que contrates un grumete para tu servicio particular, repuso Dan.
  • -Hay que poner la carnada que haya -dijo Disko-. Creo que los restos del bacalao servirán muy bien para eso.
  • Quería decir que los muchachos debían utilizar como cebo los mejores pedazos de las tripas del bacalao, lo que era mucho mejor que manejar con las manos desnudas los pequeños barriles de cebo. La red consistía en sedal, provisto de anzuelos grandes por cada metro; era una verdadera hazaña examinar cada uno de ellos, ponerle su correspondiente cebo y luego lanzarla desde el bote de tal modo que se mantuviera separada de la embarcación.
  • Dan trabajaba en la oscuridad, sin necesidad de mirar, mientras que los dedos de Harry se quedaban prendidos en las púas de los anzuelos, por lo que lamentaba su suerte.
  • Yo ayudaba a cebar en tierra antes de aprender a andar, le decía Dan. Pero igual es un trabajo aburrido. Te digo Harry, que no hay bastante dinero para pagar lo que yo hago.
  • Pen y el tío Salters hicieron la limpieza, como Disko lo había mandado, pero de poco les sirvió a los muchachos, porque Tom y Jack, lanzaron un bote al agua, en lo que Harry consideraba un mar excesivamente fuerte.
  • -¡Se ahogarán! -exclamó-. Ese bote está más cargado que un vagón de ferrocarril.
  • -Ya volveremos -dijo Largo Jack-.
  • El bote se elevó sobre encima de una ola y desapareció en la oscuridad.
  • -¡Haz sonar continuamente la campana! -dijo Dan alcanzándole la cuerda con la que se movía.
  • Harry lo hizo con fuerza, pues comprendió que dos vidas dependían de él. Pero Disko desde su camarote, se burlaba de la ansiedad del joven.
  • -Esto no es mal tiempo -dijo Dan-. Tú y yo hubiéramos podido colocar esa red. En realidad no necesitan la campana.
  • Harry siguió tañendo la campana durante una media hora. Hasta que oyó vociferar a bordo, y Jack y Platt hicieron juntos su aparición en el puente.
  • Vamos a tener el gusto de que nos acompañen en el festín, niños, dijo Jack. Queremos honrar al segundo turno con nuestra presencia.
  • Los cuatro se fueron a comer. Harry se infló de sopa de pescado y de buñuelos y se durmió. Pen lo empujó al camarote.
  • Debe ser muy triste para sus padres dijo Pen observando la cara de Harry, si creen que ha muerto. ¡Perder un hijo!
  • -Déjale, Pen -repuso Dan-. Vete a terminar tu partida con el tío Salters. Dile a papá que yo me encargo de la guardia de Harry, si él no manda otra cosa. Está demasiado cansado.
  • Harry es un buen chico-dijo Manuel, quitándose las botas y desapareciendo en las negras sombras de una de las literas inferiores. Pienso que será un buen marinero. Y no creo que esté loco como decía tu papá, Dan
  • Dan se rió, pero la carcajada terminó en un ronquido.
  • Afuera, la bruma se hacía más espesa y soplaba el viento. La atrevida proa del barco, en su lucha con las olas, se hundía a cada balanceo.
  • Los muchachos seguían durmiendo, mientras Disko, Jack, Platt y el tío Salters, por turnos, iban a popa a vigilar el timón, y a proa a fijarse si el ancla estaba segura; o bien a inspeccionar las luces de a bordo entre la neblina.

Capítulo IV

  • CUANDO Harry se despertó, el primer turno estaba almorzando, la puerta estaba entreabierta y cada centímetro cuadrado de la goleta crujía.
  • El corpulento cocinero se balanceaba a popa en su minúscula cocina, donde ollas y cacerolas chocaban una con otras ruidosamente a cada movimiento de la embarcación.
  • Vamos bien, dijo Jack-. Aquí no tenemos competencia de otros barcos, y además no hay nada que hacer. ¡Buenas noches para todos!
  • Pasó de la mesa a su litera y empezó a fumar.
  • Tom Platt siguió su ejemplo y el cocinero preparó la mesa para el segundo turno.
  • Dan y Harry salieron de sus camarotes como los otros entraron, estirándose y bostezando.
  • Comieron hasta no poder más. Manuel llenó su pipa de tabaco fétido, la encendió, se sentó en el suelo y se dedicó a seguir con la mirada las volutas del humo.
  • Dan tendido en su lecho, tocaba un acordeón, cuya melodía subía o bajaba según los balanceos de la goleta.
  • El cocinero, pelaba papas, sin perder de vista la estufa, atento para evitar que se lo apagara el agua.
  • Harry estudió la situación; se extrañó de que no se enfermara y se metió de nuevo en su litera, por ser el lugar más seguro y agradable, mientras Dan hacía oír los primeros acordes de su serenata, con la corrección que le permitía la salvaje oscilación del barco.
  • -¿Cuánto tiempo durará esto? -preguntó Harry a Manuel.
  • -Hasta que la goleta esté un poco más tranquila y podamos nadar para colocar las cuerdas. Quizás esta noche o mañana o dentro de 2 días. ¿No te gusta el vaivén?
  • -Hace una semana me hubiera dado vértigo, pero ahora ya estoy acostumbrado.
  • Dentro de poco serás un pescador hecho y derecho. En tu lugar, cuando lleguemos a Gloucester, yo iría a encender 2 velas por tan buena suerte.
  • ¿2 velas?-¿A quién?
  • -A la Virgen de nuestra iglesia en el cerro. Es la patrona de los pescadores. Esa es la razón por la que se ahogan tan pocos portugueses.
  • -¿Eres católico?
  • -Soy de la isla de Madera. Siempre llevo dos o tres velas cuando llego a Gloucester después de una temporada de pesca. La buena Virgen no me olvida nunca.
  • Yo no estoy de acuerdo con esas cosas, dijo Tom Platt desde su litera, mientras encendía su pipa.
  • Yo hago como Manuel -dijo Jack-. Hace años formaba parte de una tripulación de un barco de Boston y nos cogió una tempestad de primera clase. Entonces prometí: «Si llego a tierra, probaré mi agradecimiento a los santos».
  • Al volver le regalé al cura el modelo del barco en que iba, que me costó el trabajo de 1 mes y él lo colgó en el altar. Eso les prueba a los santos que uno se ha sacrificado para mostrarse agradecido. Largo Jack.
  • Crees en esas cosas porque eres irlandés?–dijo Platt.
  • -¿Qué sería de mí si no creyera?
  • Había tema para una discusión interminable, pero Dan la cortó entonando esta canción:
  • El cangrejo saltó a la arena y con donaire dio una voltereta en el aire.
  • Una bota de goma de Tom Platt atravesó la escena y dio en el brazo de Dan.
  • La guerra entre ambos estaba declarada, pues Dan sabía que Platt se enfurecía cuando él cantaba esa canción al echar la sonda.
  • Ya sabía que te enojarías, dijo Dan. Si no te gusta mi música, saca tu violín, si no, seguiré cantando.
  • Tom Platt abrió un cofre y sacó un violín viejo.
  • La mirada de Manuel se iluminó y sacó de un escondrijo otro instrumento en forma de guitarra con  cuerdas de metal.
  • Vamos a tener un concierto -dijo Jack. Un verdadero concierto.
  • En esto apareció Disko.
  • Te toca cantar Trup, dijo Jack.
  • No sé más que 2 canciones antiguas, y todos las conocen.
  • Tom Platt interrumpió sus excusas con un acorde plañidero del violín y, con los ojos fijos en las vigas del techo, Disko empezó a tararear una melancólica canción.
  • Luego le tocó el turno a Platt y a continuación a Harry, que se sintió muy halagado de tomar parte en el concierto. Pero todo lo que pudo recordar eran algunas estrofas de El Paseo del Patrón Benjamín, canción que aprendiera en la escuela de verano. Le pareció el tema más apropiado para la ocasión, pero apenas la inició, Disko dio una patada en el suelo y ordenó en tono duro:
  • -No sigas con eso.
  • -Debí advertírtelo -dijo Dan-. Papá detesta esa canción.
  • -¿Por qué? -preguntó Harry desconcertado.
  • Porque es falsa de principio a fin, exclamó enojado Disko. Conozco la historia de Ben y te la contaré
  • -Por centésima vez -dijo Jack en voz baja.
  • -Ben era el patrón de la Betty y venía al Banco de Terranova. Esto fue antes de la guerra de 1812. Se encontraron con la Activa, una goleta de Portland que hacía agua pasado el faro de Cabo Cod. Había una tempestad horrible y la Betty capeaba el temporal. Ben dijo que era una locura aventurar el barco en un mar así, pero como sus hombres no le hicieron caso, les propuso navegar en convoy con la Activa hasta que se calmara algo el mar. La tripulación se negó a permanecer cerca del Cabo Cod, izaron una vela pequeña y salieron mar adentro. Y Ben no pudo impedírselo.
  • Cuando regresaron al puerto, la gente estaba enfurecida en contra de Ben porque no había querido correr el riesgo de ayudar a la Activa, la que naufragó, y sólo se salvaron algunos de sus tripulantes.
  • Los hombres de Ben negaron haberse amotinado y dijeron que toda la responsabilidad era del capitán.
  • Una turba de hombres y chiquillos lo subió a un bote y lo paseó por la ciudad, entre insultos y burlas. Esta es la verdad. Tú no tenías por qué saberlo, Harry, por eso te lo cuento, para que no te hagas eco de juicios temerarios y de calumnias.
  • Nunca había oído Harry hablar tanto a Disko, se sintió avergonzado, por más que Dan le dijo que la vida era corta para descubrir tanta mentira que corre por el mundo.
  • Manuel tocó una melodía extraña y cantó en portugués, acompañándose con su bandurria, ruidosa y discordante. Tomó luego el violín Tom Platt y tocó un rato solo.
  • La melodía era muy romántica, hablaba de una espiga dorada que sería su pan cuando volviera al hogar, y pronto fue coreada por todos. Harry lloró sin saber por qué.
  • Pero fue aún peor cuando el cocinero dejando caer las papas, cogió el violín y, de espaldas contra el armario, tocó  algo que parecía muy triste, acompañado de una canción que nadie entendió. La cantó con los ojos húmedos de emoción y su voz se fue extinguiendo como un lamento
  • Me pone carne de gallina -dijo Dan-. ¿Qué diablos es eso?
  • La canción de Fin Mac Coul -dijo el cocinero-, cuando se alejaba de su tierra.
  • Después para alegrarse, todos entonaron una canción acerca de un barco que viajaba con mil quintales de sal.
  • -¡Paren! -gritó Tom Platt-. Tanta sal nos va a traer un Jonás.
  • -¿Qué es un Jonás? -preguntó Harry-.
  • -Un Jonás es cualquier cosa que trae mala suerte. A veces es un hombre o un grumete, o un cubo.
  • En 2 campañas tuvimos un Jonás que no podíamos descubrir; era un cuchillo. Hay Jonás de todas clases. Tim Bourke era uno, hasta que se ahogó. Nunca me hubiera embarcado con él, aunque estuviera a punto de morirme de hambre. Era un Jonás de la peor clase. Ahogó a cuatro hombres en su bote, que brillaba como el fósforo por las noches.
  • -¿Crees estas cosas? -preguntó Harry, recordando lo que había dicho el mismo Tom Platt acerca de los cirios-. Yo pienso que hay que tomar las cosas como se presentan.
  • Un murmullo de desaprobación se oyó en toda la concurrencia.
  • Lo que dices Harry -dijo Disko-, está bien cuando estás en tierra, pero no cuando estás embarcado. No te burles de los Jonás.
  • -Bueno, Harry no es ningún Jonás -interrumpió Dan-. Al día siguiente de sacarlo del mar tuvimos muy buena pesca.
  • El cocinero lanzó una extraña carcajada.-
  • Harry es nuestra mascota -dijo Dan- dirigiéndose al negro, y desde que lo pescamos a él, pescamos mucho más.
  • -Sí -respondió el cocinero-. Ya sé eso, pero todavía no ha terminado la pesca.
  • ¿Por qué lo dices? ¿tienes algo contra él?
  • -Nada; pero llegará el día en que él será tu amo, Danny.
  • -¿Eso es todo? -preguntó Dan. No lo será, de ninguna manera.
  • -¡Amo! -dijo el cocinero, señalando a Harry-. ¡Criado! -añadió señalando a Dan.
  • ¿Cuándo será eso? -preguntó Dan riendo.
  • -Dentro de algunos años y yo lo veré. Amo y criado. Criado y amo.
  • -Por todos los diablos, ¿cómo se te ocurre eso? Preguntó Tom Platt.
  • Lo he visto pintado en mi mente. Y así será.
  • El negro inclinó la cabeza y siguió pelando papas, sin que fuera posible sacarle una palabra más.
  • -Bueno -dijo Dan-. Ocurrirán muchas cosas antes que Harry sea mi patrón.
  • De todas maneras, me alegro de que este cocinero brujo no haya hecho de Harry un Jonás. Por lo demás, agregó riéndose, el Jonás de esta flotilla es el tío Salters, con su mala suerte.
  • Ya ha aclarado, avisó Disko desde afuera.
  • Todos subieron corriendo para respirar una bocanada de aire fresco. La niebla se había disipado, pero mar continuaba encrespado.
  • La goleta subía la cresta de una montaña de agua y bajaba en seguida a las profundidades, en tanto el viento rugía a su alrededor.
  • Cuando el mar se calmó algo, Dan trepó a los obenques para ver cómo estaba la boya de los trols. Todo se encontraba en orden.
  • -Me parece que el viento está trayendo una embarcación hacia el norte, dijo Dan
  • Una media hora después pudieron ver con claridad, mientras en el cielo se abría paso un sol que tenía el agua de color verde oliva.
  • -¡Es un velero francés! -gritó Dan-.
  • -No es francés -dijo Disko-. Salters, ¿ves algo?
  • La embarcación parecía un buque fantasma por lo sucia y desvencijada. Se balanceaba fuertemente debido al viento, con un palo desarbolado tendido en el puente, mientras los aparejos flotaban enredados y llenos de nudos. Parecía una mujer vieja, fea, desgreñada y maloliente que contendía con una bella joven.
  • Es el rey de los Jonás, afirmó Tom Platt.
  • ¡Ay, Salters, ojalá hubieras estado durmiendo!
  • Es Gregory (el rey de los Jonás), no hay duda, repitió Salters. Va borracho y con peor tripulación que existe. Vuelven a buscar cebos.
  • Se diría que se prepara para pasarnos por encima, dijo Disko. ¿No te parece Platt, que se hunde por delante más de lo necesario?
  • Sí, pronto tendrá que recurrir a las bombas.
  • La extraña aparición viró con una especie de estremecimiento de todo su aparejo y se puso a sotavento, al alcance de la voz.
  • Una barba gris se asomó por la borda y una voz ronca aulló algo que Harry no pudo entender. Pero la cara de Disko se contrajo.
  • Este demonio arriesga hasta sus propias tablas para traer malas noticias. Dice que tenemos mal viento. Yo creo que él lo tiene peor. ¡Eh! ¡Gregory! ¡Sigue tu camino!
  • ¡Vete a tomar aire a la luna! Vociferó Gregory. ¡Viene un fuerte viento! ¡sí! ¡Será tu último viaje, Trup! No volverán a tierra, pejesapos de Gloucester. ¡No volverán!
  • La goleta viró hasta ir quedando fuera del alcance de la voz. Harry se estremeció al ver la suciedad y las miradas torvas de los tripulantes. No entendió lo que aullaba el viejo en ese instante
  • Loco de atar, como de costumbre, gruño Tom Platt, pero hubiera preferido no encontrarlo en nuestra ruta. Dijo algo de un hombre muerto que llevan en la proa.
  • ¡Ese barco es un infierno flotante! –dijo Jack.
  • -Gregory es un troller -explicó Dan a Harry-, y va errante con un hatajo de hombres borrachos y él es el peor. Siempre está agobiado de deudas. Recoge cebo a lo largo de la costa sur, y vocifera como lo oíste ahora. Les pide alcohol a los barcos con que se cruza y todos le dan porque temen a sus maleficios. Creo que está completamente loco. Dicen que su encuentro trae desgracia, porque es uno de los peores Jonás que se conocen en la región.
  • -No vale la pena sacar la red esta noche -dijo Tom Platt, con amargura.
  • La deteriorada embarcación bailaba en el mar y todos la seguían con la mirada.
  • ¡Está agonizando! ¡Es el fin! ¡Miren!
  • Era la voz del cocinero.
  • La goleta de Gregory navegaba en un manchón de sol líquido a una distancia de unas 4 millas. La mancha se diluyó de pronto y se borró, y la goleta desapareció al mismo tiempo que la luz. Cayó envuelta en un abismo de olas y no se la vio más.
  • -¡La tragó el remolino! -gritó Disko corriendo hacia popa-. Borrachos o no, tenemos que ayudarlos. ¡A levar el ancla, Platt! ¡Rápido!
  • Esta maniobra, a la que se apela en casos de vida o muerte, es tremendamente brusca, y la pequeña Intrépida se quejaba como un ser humano. Llegaron al sitio donde había desaparecido la embarcación y sólo hallaron una botella de whisky y un bote desfondado que flotaba en el agua. Nada más.
  • -Dejen eso -dijo Disko, aunque nadie había pensado en recogerlos despojos-. No quiero a bordo ni una cerilla que haya pertenecido a Gregory. No hay duda que la goleta se hundió. Otro barco perdido por haber zarpado con su tripulación borracha.
  • -¡Que Dios se apiade de ellos! -dijo Jack-.
  • -se llevó la mala suerte con él–sentenció el cocinero-. Yo les avisé.
  • Pen se sentó a popa, gimiendo de horror y compasión. En cuanto a Harry, sin comprender todavía que había visto la muerte sobre las aguas del mar, se sentía muy angustiado.
  • No se necesita mucho para irnos de este mundo, dijo Disko. Dirigiéndose a Harry agregó: Acuérdate de esto y no lo olvides. Estas son las consecuencias del alcohol.
  • Después de la comida, el mar estaba más tranquilo y la pesca desde lo alto del puente fue abundante en bacalaos de buen tamaño.
  • Tom Platt insistía en levar ancla y buscar otro fondeadero, pero el cocinero aseguraba que ya estaba roto el hechizo.
  • Venciendo la resistencia de Tom Platt, Jack logró que salieran juntos a pescar.
  • Recoger el trol significa traer el pescado a uno de los lados del bote, desprenderlo y volver a cebar los anzuelos para echarlos al mar. Es una faena larga y muy peligrosa.
  • Cuando se acercó el bote a la goleta, la tripulación se puso en acción. El bote venía repleto y Platt gritó a Manuel que les ayudara a descargar.
  • Por esta vez vencimos la brujería –dijo Jack y hundió la horqueta en el pescado. Al principio Platt no creía, pero yo le dije que el cocinero es un adivino y entonces empezamos a sacar peces enormes. Estamos de suerte.
  • Continuaron pescando hasta que cayó la tarde.
  • -No quiero arriesgarme en este lugar de naufragio-dijo Disko-. Traigan los botes y después de cenar limpiaremos el pescado.
  • La pesca estuvo extraordinaria, pues cayeron 3 o 4 orcas como la que había pescado Harry. La faena se prolongó hasta las 9. Dos o tres veces Disko se rió al observar cómo Harry recogía el pescado ya cortado.
  • ¿Sabes que estás muy valiente? dijo Dan a Harry cuando afilaban los cuchillos, después que los pescadores se fueron a dormir terminada la cena-. Tuvimos una buena marejada esta noche y no te has quejado.
  • -Es que estaba muy ocupado -replicó Harry. Pero ahora ya siento el vaivén.
  • La goleta se balanceaba sin cesar entre las olas plateadas. Cuando retrocedía por la tensión del cable, parecía desperezarse como un gato que dijera “Siento no poder quedarme más tiempo por aquí; me voy al norte».
  • Mírala como habla, dijo Dan a Harry.
  • La Intrépida siguió su balance, y parecía decir “Dame la libertad o la muerte.», Pero al fin se aquietó en un remanso de la luna, e hizo una reverencia mientras parecía que la rueda del timón chirriaba burlándose de ella.
  • Es cierto que habla como una persona, dijo Harry y se echó a reír.
  • Es tan sólida como una casa y tan seca como un arenque -dijo Dan con orgullo, en un momento en que un golpe de las olas le hizo caer de bruces sobre el puente. En cambio, vieras lo que es un palillo cuando leva el ancla.
  • -¿Palillo?
  • Llamamos así a los nuevos barcos para la pesca del abadeja, que es otra especie de bacalao. El palillo es delgado como un yate en la proa, con bauprés en punta y una popa soberbia. A papá no le gustan esos barcos, a causa de sus balanceos y sacudidas, pero a mí sí porque ganan mucho dinero. Papá sabe como nadie buscar el pescado, pero es enemigo del progreso.
  • -¿Cuánto cuestan, Dan?
  • -Montañas de dólares. Tal vez quince mil dólares, quizá más.
  • Y como si hablara para sí mismo, añadió: Ojalá tuviera uno.

Capítulo V

  • Este tema dio motivo a muchas conversaciones entre Dan y Harry.
  • Dan confesó que su sueño era tener un palillo y ponerle por nombre Caty.
  • Harry supo así que Caty, la verdadera, según vio en una fotografía que le mostró su amigo, era una muchacha de 14 años, que al parecer se complacía en destrozar el corazón de Dan.
  • Esta confidencia, bajo promesa de guardar el más solemne secreto, le fue hecha por el grumete en la oscuridad de la noche y en medio de una sofocante bruma.
  • El timón crujía tras ellos, y podían escuchar los gemidos del puente en tanto afuera azotaba el mar sin descanso.
  • La amistad entre ambos grumetes se acrecentaba día a día.
  • Y así fue que Harry tuvo forúnculos en los brazos, Dan se los trató con la navaja de afeitar de su padre, y le dijo que ahora ya era un verdadero pescador del Banco de Terranova, pues todos los han tenido en el trabajo del mar.
  • Como pasaba el día atareado, Harry tenía poco tiempo para pensar. Pero se sentía hondamente afligido ante la idea del sufrimiento de su madre, que lo creía muerto. Ansiaba verla y contarle esta asombrosa vida que llevaba a bordo de la Intrépida y que ella supiera el valor con que se hijo la enfrentaba.
  • En la goleta pesquera formaba parte de todos los planes, tenía su sitio en la mesa y en las literas, e intervenía en las largas conversaciones de los días de mal tiempo, en que los de abordo le oían relatar sus “cuentos de hadas”, como llamaban ellos a su vida en tierra.
  • Muy pronto se dio cuenta de que si hablaba de cómo vivía antes con su madre, nadie, fuera de Dan, le creería. Entonces se le ocurrió inventar un amigo imaginario que manejaba un coche tirado por 4 ponies, y que asistía a bailes, y cuyo padre tenía los bolsillos forrados en oro.
  • Salters protestaba, afirmando que esas eran diversiones pecaminosas y ridículas. Sus críticas acabaron por dar a Harry opiniones totalmente nuevas sobre los bailes, los cigarrillos, el champaña, los juegos y las comodidades de la vida de hotel. Jack bautizó al famoso amigo con el apodo de el  «Niño Dorado».
  • Harry iba adaptándose al medio. Su mirada se volvió escrutadora y el oído aguzado ante el menor pliegue de frente o a la más mínima palabra.
  • No tardó en saber dónde guardaba Disko el viejo octante: lo tenía bajo el colchón de la litera en su camarote.
  • Cuando él tomaba la altura del sol y, con la ayuda de un almanaque, la latitud, el muchacho bajaba de un salto al camarote para escribir en la bitácora el cálculo y la fecha.
  • Ni el primer maquinista de un gran vapor, con 30 años de servicio, tiene esa seguridad tan propia de un avezado marino que ostentaba Harry cuando, después de escupir con gran precisión por la borda, anunciaba la posición de la goleta y le quitaba el octante a Trup.
  • Este instrumento, el almanaque, el libro llamado El Navegante y la sonda, su ojo de reserva como él la llamaba, era todo lo que usaba Trup para gobernar el rumbo de su embarcación.
  • Empleaba la sonda de buena gana en tiempo de calma, con un plomo de 7 libras, el llamado pichón azul, bien untado con sebo en la base.
  • No es el sondaje lo que busca papá, decía Dan, sino las muestras.
  • Cuando se retiraba la sonda, el plomo traía arena, fango, conchuelas, que Disko olía y tocaba.
  • Disko pensaba como un bacalao; gracias a esta mezcla de instinto y de experiencia, guiaba la goleta de fondeadero en fondeadero, siempre con pescado; como un jugador de ajedrez que, con los ojos vendados, juega sobre un tablero que no ve.
  • Pero el tablero de Disko era el Gran Banco, una inmensidad de aguas turbulentas, envuelta en niebla húmeda, atormentada por tempestades, con hielos a la deriva, sembrada de velas pescadoras y cortada por algunos transatlánticos.
  • En los días en que trabajaban con bruma, Harry se hacía cargo de la campana. Así se familiarizó con la oscuridad, y ahora cuando salía en el bote en compañía de Tom Platt, iba con el  corazón alegre y sin una gota de miedo.
  • Vivía la experiencia tan fuerte de un mundo totalmente distinto al de tierra firme, que, por primera vez, en las noches soñaba con paredes de aguas hirvientes, que rodeaban el bote y con cordeles que se enredaban por todos lados.
  • Salió una mañana en el bote con Manuel y fueron hasta un sitio donde éste calculaba debía tener unas 40 brazas de profundidad, pero al fondear el cable del ancla dio todo su largo. Harry se asustó terriblemente, ante la idea de haber perdido el contacto con la tierra.
  • -¡Es el Agujero de la Ballena! -dijo Manuel, el agujero vacío del Gran Banco mientras recogía el ancla-. ¡Regresemos!
  • Y remó hasta la goleta, donde Tom Platt y los demás pescadores se burlaban de su capitán, pues, los había llevado al estéril «Abismo de la Ballena».
  • A través de la niebla se dirigieron a fondear en otro sitio, y ahí Harry, lleno de espanto, vio muy cerca suyo una masa blanca que evolucionaba entre la niebla, con un aliento helado como el de una tumba y que hacía borbotear el agua como un gruñido.
  • Tal fue el encuentro con el temible Iceberg de verano, el témpano que flota en el Banco. Se agazapó en el fondo de la lancha, mientras Manuel lo miraba sonriente
  • Pero hubo también días claros, apacibles y cálidos, y otros días de ligeras brisas, en los que Harry aprendió a llevar la goleta de un fondeadero a otro.
  • No pudo menos que estremecerse la primera vez que, con las manos en la rueda del timón, sintió cómo le respondía la quilla y se deslizaba entre las aguas hacia el azul del horizonte.
  • Como todos los jóvenes, Harry comenzó a imitar a cada uno de los mayores que lo rodeaban, hasta que combinó el modo de inclinarse de Disko en el timón, el braceo de Jack al recoger las cuerdas de pesca, el manejo del remo de Manuel con la espalda encorvada, y el paso marinero de Tom Platt en el puente.
  • Hay que ver cómo se esfuerza-dijo Jack una tarde de niebla en que Harry hacía de serviola, de guardia en la proa. Apostaría mi ganancia de un mes a que él se traga su comedia y se cree un experto marinero.
  • -Así empezamos todos -dijo Platt-. Los muchachos se creen hombres hasta que llegan a serlo. A Dan le pasa lo mismo. Sabes, Disko, creo que por esta vez te equivocaste. A mí no me parece que Harry esté loco.
  • -Cuando llegó estaba chiflado-replicó Disko- Estaba más chiflado que un mono. Ahora se ha enmendado mucho porque yo lo he corregido.
  • -Pero sigue contando fantasías-dijo Tom Platt-. La otra tarde nos habló de un montón de tonterías sobre un amigo de allá del Oeste que es multimillonario. No sé de dónde saca todas esas bromas.
  • De su imaginación -gritó Disko, camino a su camarote a revisar su cuaderno de bitácora. Son inventos suyos. Y al único a quien logra engañar es a Dan.
  • -¿No le han contado nunca lo que Simeón Smith decía cuando se le puso en la cabeza casar a su hermana Kitty con Sam Porter? –dijo el tío Salters, que se secaba a estribor.
  • Decía, continuó Salters muerto de la risa, que Sam era un caballero, pero que así y todo, era imbécil. La moraleja es que Harry es un caballerete con título de chiflado, por más que tenga apariencia de rico.
  • ¡Qué pesadilla sería navegar con una tripulación en la que todos fueran como Salters!–exclamó Jack-. Un agricultor metido a pescador de bacalao!
  • Todos se rieron y llovieron las burlas a costa de Salters.
  • Sólo Disko seguía mudo y repasaba el cuaderno de viaje. En las últimas páginas se leía:
  • «17 de julio. Bruma espesa y poco pescado.
  • «18 de julio. Bruma; algo más de pescado.»
  • «19 de julio. Ligera brisa y buen tiempo. Mucha pesca.»
  • «20 de julio. Domingo. Total pescados recogidos en la semana: 3.478.»
  • No se trabajaba los domingos. Ese día se destinaba al aseo personal.
  • Pen cantaba himnos religiosos, pero una vez que quiso lanzar un sermón, tío Salters se lo impidió, temiendo que eso le recordara la catástrofe de su familia.
  • Desde entonces, Salters tomó la costumbre de leer en voz baja un viejo libro llamado El Josefo encuadernado en cuero, muy semejante a una Biblia, pero que relataba historias de antiguas batallas. Todos escuchaban sin pestañear.
  • Pen era un hombre taciturno, que pasaba días enteros sin decir palabra, aunque jugara al ajedrez y se riera junto con los demás. Sentía una inmensa compasión por Harry pues lo tenía por un joven desequilibrado. Cuando alguien trataba de distraerlo, decía:
  • -No es que desprecie su compañía; es que yo no tengo nada que contar. Siento mi cabeza totalmente vacía. Casi he olvidado mi propio nombre.
  • -¡Pensilvania Pratt! –le gritaba Salters-. Y parece que también te hubieras olvidado de mí.
  • ¡Eso jamás, jamás!-contestaba Pen. Claro, me llamo Pensilvania Pratt.
  • Otras veces era el tío Salters el que se olvidaba y le cambiaba el nombre, y él lo aceptaba muy complacido.
  • Salters pretendía tener a sus órdenes a los grumetes, y su trato no era muy amable. Un día obligó a Harry a subir al tope del palo mayor, sólo para hacerlo colgar allí sus botas, en señal de burla hacia una goleta que navegaba junto a ellos.
  • Disko, en cambio, tenía gran ascendiente sobre Harry, especialmente por el tono calmado y respetuoso con que daba sus órdenes. El enseñó al joven a leer el mapa, lleno de alfileres y de huellas de dedos, y que según él valía más que cualquier otra publicación oficial.
  • Con el lápiz lo llevaba de fondeadero en fondeadero por todo el rosario de bancos repletos de bacalao. Le enseño también el uso del octante.
  • En esto Harry aventajaba a Dan, pues había heredado de su padre una mente organizada para los números, y le fascinaba la idea de sacar información a uno de los débiles rayos del sol de Terranova.
  • Pero Dan podía cebar la cuerda o coger cualquier aparejo en la oscuridad; con solo sentir la dirección del viento podía gobernar la goleta; su bote formaba parte integrante de su voluntad y de su cuerpo.
  • Cuando hacía mal tiempo y se veían obligados a guarnecerse en el puente o a sentarse en los cofres del camarote, mejoraba el ambiente social de la goleta.
  • Disko hablaba de los viajes a cazar ballenas, entre 1850 y 1860; de las hembras desventradas junto a sus ballenatos; de su agonía en las aguas negras y agitadas; de los chorros de sangre que se elevaban a 40 pies de altura; del terrible episodio de 1871, cuando 200 hombres quedaron desamparados en el hielo durante 3 días. Pero más extraordinarias era las historias del bacalao.
  • Largo Jack se inclinaban por lo sobrenatural. Los fascinaba con sus historias fantásticas. Hablaba de las voces que se burlaban de los solitarios buscadores de ostras; de los fantasmas errantes de las dunas, que se enterraban poco a poco; del tesoro oculto de la Isla de Fuego que custodiaban los secuaces de un célebre pirata; de los navíos que bogan entre la niebla; de los marineros muertos que salen a medianoche, sacuden el ancla a proa, y atormentan al hombre que turbó su reposo.
  • Harry se burlaba de las historias de aparecidos, pero se limitaba a oír sin chistar.
  • Cuando le tocaba su turno, Tom Platt refería su interminable viaje alrededor del Cabo de Hornos, a bordo del viejo Dakota.  Contaba cómo se cargaban los cañones y cómo los grumetes del buque enemigo los incitaban al combate.
  • Narraba historias de tempestades y de mucho frío, que obligaban a la tripulación a machacar el hielo acumulado sobre los cables y el aparejo, mientras que en la cocina los hornillos ardían más rojos que el fuego, y los hombres bebían tazones de chocolate hirviente.
  • Manuel hablaba lenta y gentilmente acerca de las chicas bonitas de Madera que lavan la ropa en los arroyos de la isla, a la luz de la luna. O bien contaba historias de santos o leyendas de extraños combates en los puertos helados de Terranova.
  • Salters se refería más que nada a la agricultura, porque si bien leía e interpretaba El Josefo su misión en este mundo era probar el valor de los abonos verdes sobre los fosfatos.
  • Le explicaba sus teorías a Harry, para quien todo eso sonaba a griego. Pero como Pen se entristecía cuando Harry se burlaba de Salters, el muchacho dejó de hacerlo y lo escuchaba en silencio.
  • El cocinero no tomaba parte en las conversaciones. En cambio se mostraba muy comunicativo con los 2 grumetes. Les hablaba, mitad en inglés y mitad en portugués, del transporte en invierno por el camino del Cabo Bretón; del convoy de perros, y del rompehielos entre el continente y las islas.
  • Les relataba historias que le contara su madre de tierras donde el agua no se hiela nunca. Decía que cuando muriera, iría su alma a reposar en una tibia bahía de arena blanca, sombreada de palmeras de cimbreantes ramas.
  • Los muchachos pensaban que era una idea muy extraña en un hombre que nunca había visto una palmera.
  • Mientras Harry absorbía nuevos conocimientos por todos sus poros y bebía salud a cada bocanada de aire, la goleta seguía su camino en el Banco, y las pilas de pescado llegaban cada vez más alto en la sentina.
  • Disko evitaba la compañía de otras goletas pesqueras, esquivándolas en la oscuridad.
  • Disko evitaba su compañía por dos razones: primero porque quería hacer sus propios experimentos y segundo porque era contrario a las mescolanzas en una flotilla casi internacional.
  • Nos vemos obligados a estar un momento entre ellos, pero si la suerte ayuda, el tiempo será corto, Harry. El sitio en que nos encontramos ahora no es considerado bueno para la pesca.
  • Entonces valdría la pena buscar un sitio mejor, dijo Harry, que estaba atareado en sacar los baldes de agua para la limpieza
  • Donde yo quisiera ir es a Punta Este -dijo Dan-. Papá supongo que no estaremos más de 2 semanas en los bancos. Ahora Harry es el momento en que se empieza a trabajar. Se acabó el descanso a horas fijas. Un bocado cuando se tiene hambre y la litera cuando uno no puede tenerse más en pie. Creo que ya estás entrenado para la Virgen Antigua.
  • Por el mapa comprendió Harry que la Virgen Antigua y otros bancos de extraños nombres eran el eje del crucero, donde acabarían por emplear toda la sal de a bordo. Se preguntaba cómo podría Disko dar con el Banco de la Virgen. Más tarde comprobó que Trup era capaz de salir airoso de situaciones mucho más complicadas.
  • En el camarote colgaba un gran cuadro negro, cuya utilidad no comprendió el joven hasta que, después de algunos días de una bruma que no dejaba ver ni las manos, oyó el estridente sonido de una sirena cuyo grito discordante semejaba al de un elefante enfermo.
  • Estaban entonces en un fondeadero, llevando el ancla a remolque para ahorrar faena.
  • Una vela cuadrada que pide auxilio-dijo Jack.
  • Por entre la niebla aparecieron las velas rojas y húmedas de un barco y la goleta de Disko dio 3 tañidos de campana, según los usos del mar. En las gavias se vieron hombres que llamaban a gritos.
  • ¡Un barco francés!-dijo Salters en tono desdeñoso.
  • ¡El cuadro! ¡El cuadro!, gritaron todos a una.
  • Sube la pizarra Dan, dijo Disko. Me extraña la facilidad que tienen los franceses para llegar a cualquier parte. Claro que Estados Unidos es un país muy grande. Les bastará con saber que están entre los grados 46 y 49.
  • Dan escribió con tiza las cifras en el pizarrón, después de lo cual lo colgaron del palo mayor, a lo que siguió un coro de mercis de la otra embarcación.
  • Nos falta tabaco, dijo Disko. ¿Sabes francés Harry?
  • ¡Sí! dijo Harry y aulló-: ¡Eh, oigan!, arrétez-vous. Attendez. Tabac!
  • -¡Ah!, tabac, tabac-gritaron los franceses, y se rieron otra vez.
  • Dimos en el blanco-dijo Platt-. Echemos un bote al agua. No tengo ningún certificado de mis estudios de francés, pero conozco otra jerga que creo servirá. Vamos, Harry, tú serás intérprete.
  • Se desató una gran algarabía cuando Platt y Harry subieron al barco francés. El intérprete comprendió que sus conocimientos del idioma servían de poco allí y hubo de limitarse a movimientos de cabeza y muecas.
  • En su camarote, plagado de estampas de la Virgen de Terranova, como la llaman ellos, el capitán ofreció a Platt un vaso de buen vino y la tripulación los trató como a hermanos. Entonces empezó el trato.
  • Platt movía los brazos y se entendía perfectamente.
  • Los franceses tenían tabaco que cambiaron por latas de cacao y frascos con galletas que les proporcionaron los de la Intrépida.
  • Terminado el trueque, los alegres marineros se alejaron en medio de la bruma y Harry los oyó cantar a voz en cuello: en casa de mi tía hay un bosque muy tupido donde canta noche y día un ruiseñor en su nido
  • ¿Cómo puede ser que mi francés no sirviera de nada y tú te hayas entendido con ellos por señas? preguntó Harry a Platt, una vez que estuvieron de vuelta en la goleta.
  • El lenguaje por señas es más antiguo que el francés fue la respuesta de Platt, mientras encendía su pipa.

Capítulo VI

  • Lo que causaba gran admiración a Harry era el supremo descuido con que algunos buques navegaban a través del inmenso Atlántico. Así se lo hizo pensar un encuentro que tuvieron con un barco viejo, grande y pesado, destinado al transporte de ganado, y que apestaba como mil establos.
  • Con la ayuda de una bocina, un oficial los llenó de injurias, porque el navío se debatía desesperadamente en el agua, en tanto que Disko zafaba con facilidad su goleta.
  • Tienen lo que merecen. Van por  los mares salpicando despojos de cerdo, sin la menor consideración con los demás.
  • Al parecer, el capitán del otro barco oyó el comentario, pero se limitó a decir:
  • Hace 3 días que no hablamos con ningún barco. Es posible guiar un barco sin ver la ruta.
  • Para mí no es imposible-respondió Disko-. ¿Para qué les sirve la sonda? ¿Se la tragaron? ¿El ganado les estorba mucho?
  • -¿Con qué lo alimentan? -preguntó Salters con gran seriedad, porque el olor de los cerdos despertaba en él al agricultor. He oído que se pierden muchos en la travesía. Se les alimenta muy bien con cáscara de linaza.
  • ¡Cáscara de linaza! -exclamó un marinero de la otra embarcación. ¿qué asilo de locos anda suelto por estos mares?
  • Le interrumpió el oficial, que se encontraba en el puente de la otra embarcación:
  • -Disculpe -dijo-, lo que les pido es que me informen sobre el camino. No me hace la menor falta un curso de agricultura.
  • Nos pusiste en ridículo, Salters -dijo Disko enojado.
  • Es cierto, es un hospital flotante lleno de locos.
  • ¡Qué imbécil rugió Disko. Me ves enseñando la ruta, Salters, y sales con tu condenada agricultura.
  • Harry, Dan y los demás estaban a popa cambiando guiños, muertos de la risa; pero Disko y Salters se insultaron hasta cansarse.
  • Salters pretendía que un buque cargado con ganado es una granja móvil. Disko insistía en que por sobre todo está la dignidad del pescador.
  • Después de la cena, Jack comentó: ¿de qué sirve enojarse tanto por lo que ha pasado?
  • Porque contarán el caso y se reirán a gritos a costa nuestra, contestó Disko- ¡Cáscaras de Linaza!
  • Con sal naturalmente, añadió Salters.
  • Esto hiere mi dignidad.
  • Mira Disko, dijo Jack, nosotros tuvimos la delicadeza de darles la altura y, además aconsejarlos respecto a la alimentación del ganado. ¿Cómo no van a apreciar esta deferencia que jamás tendría con ellos un transatlántico?
  • Dan le dio un puntapié a Harry por debajo de la mesa y éste ocultó la cara en la taza.
  • Si a mí me hubieran mandado callar, Disko, dijo Jack, lo hubiera hecho, no por convicción, sino por dar un ejemplo a estos 2 estúpidos.
  • Y señalaba a los grumetes
  • Ya ves Harry, dijo Dan, que sea por lo que sea, nosotros siempre hemos de pagar los platos rotos. Yo, por mi parte, no hubiera interrumpido el espectáculo que daba el tío Salters. ¡Era demasiado divertido!
  • Hay una oportunidad para cada cosa -dijo Disko
  • La luz de un nuevo argumento brilló en los ojo de Salters.
  • Vean el caso de Ted Baxter. Contrató unos tripulantes a cual más malo y más borracho, igual a él. Dejaron el puerto de Boston con rumbo al Banco, con un viento norte que los empujaba con fuerza. Al cabo de unas semanas, rodeados por la niebla, no encontraron con quién hablar y vamos bebiendo ron. No veían algas, ni gaviotas, ni goletas. Calculaban que ya debían estar en el Banco. Echaron sonda y tenían 60 brazas.
  • “los he traído al Banco” dijo Baxter a sus hombres, “y cuando toquemos 30 brazas nos iremos a dormir”. Pero en otros sondajes encontraron 90 brazas. Y siguieron navegando, muy desconcertados. De pronto toparon con una nave y le preguntaron si habían visto barcos de pesca en las cercanías. “por supuesto” fue la respuesta “hay barcos de pesca en toda la costa de Irlanda”, “¡Llegué a Irlanda en 15 días!”, exclamaba Baxter, “¡soy un gran navegante!” se demoraron 30 días al regreso, faltos de víveres y bacalao. Esto sucede cuando no se encuentra ayuda en el camino.
  • Cierta vez que yo estaba en la Bella Lucy, dijo Manuel con su apacible voz, sucedió que en Gloucester no nos compraron el pescado. Atravesamos el mar y pensamos venderlo en las Azores. Pero el viento sopló fuerte y no sabíamos por dónde íbamos. De pronto divisamos tierra y notamos que hacía calor. Habíamos llegado a Bisagos.
  • ¿Pero una goleta como ésta puede hacer la travesía hasta África? -preguntó Harry.
  • Y doblar el Cabo de Hornos, si la cosa vale la pena y hay víveres para ello, contestó Disko. Mi padre condujo su barca de 50 toneladas hasta la montaña de hielo de Groenlandia, el año en que la mitad de nuestra flotilla trataba de perseguir el bacalao hasta allí.
  • Y lo que es más, se llevó a mi madre con él, creo que para enseñarle cómo se ganaba el dinero. Los hielos los envolvieron y nací en Disko. Cuando el hielo cedió en la primavera, regresamos y me dieron el nombre del paraje.
  • Todos podemos cometer errores.
  • Se dio por zanjado el asunto.
  • Siguieron después al Norte, anclando en diversos puntos, con las lanchas fuera casi todo el día, y pescando sin cesar.
  • Allí fue donde por primera vez Harry conoció a un pulpo.
  • Una noche oscura los pescadores sacaron una gran cantidad de pulpos, lo que al apretarlos manchaban con su tinta el agua y la cara del pescador. Era divertido ver los hombres volver la cabeza a cada instante, para esquivar el chorro de tinta negra.
  • El bacalao es sumamente goloso y le gustan mucho los tentáculos del pulpo y, debido a su gula, al día siguiente la pesca fue abundantísima.
  • Apareció al lado de ellos la Carrie y le comunicaron el hallazgo de pulpos.
  • La tripulación del otro barco quiso negociar: siete bacalaos por un buen pulpo, pero Disko no aceptó la oferta. No podía ver a los del Carrie.
  • Disko no habló hasta después de cenar y entonces anunció su intención de irse a acostar con el hacha en la mano, y envió a Dan y a Manuel a flotar el cable.
  • Desde el bote se burlaron de los marineros de la Carrie, que tenían mala fama por andar casi siempre a la deriva.
  • -Nadie va a la deriva, esta vez -dijo el otro pescador enojado, pues el Carrie tenía la reputación de romper las cadenas del ancla.
  • Y si no están a la deriva, ¿para qué, por todos los diablos, tenéis un nuevo botalón de foque?
  • Esta observación dio en el blanco.
  • Intercambiaron toda clase de insultos
  • -Ya sabía en qué iba a parar esto dijo Disko-. Hasta cambio el viento con el encuentro con este maldito barco.
  • Dan y Harry estaban de guardia cuando la vieron venir.
  • Si se hubiera tratado de otro barco, Disko no le habría hecho caso, pero tratándose del Carrie, cortó el cable en el momento en que ésta se venía sobre ellos, dejándoles escasamente el espacio necesario. Disko la dejó pasar, entre las burlas de todos.
  • ¡Vayan con Dios!, les gritaba a los tripulantes del barco que huía.
  • ¿Van a tierra a alquilar una mula?-dijo Salters-
  • -¿Quieren que les preste el ancla de mi bote? -gritó Jack.
  • Quita el timón y tíralo al agua -exclamó Tom Platt.
  • -¡Vaya! ¡Vaya! -gritaba Dan con su voz chillona. ¿están en huelga?
  • Perdieron el resto de la tarde en recuperar el cable. Los grumetes opinaron que nada importaba ante el gustazo que se habían dado insultando a la Carrie.

Capítulo VII

  • AL día siguiente, vieron gran número de velas que bordeaban lentamente de este a oeste; pero en el preciso momento en que esperaban llegar a los Bancos de La Virgen, la niebla se cerró sobre ellos y debieron echar el ancla, entre el tintineo de invisibles campanas.
  • No pescaban, pero de vez en cuando una lancha se encontraba con otra en la niebla y los hombres cambiaban noticias e impresiones.
  • En la noche de aquel día, poco antes del amanecer, Dan y Harry, que habían dormido a sus horas, se escaparon de sus camarotes para ir a robar buñuelos. Robados eran más sabrosos y así hacían rabiar al cocinero.
  • El calor y el olor de la cabina los hicieron huir a la cubierta, donde Disko tocaba la campana, ocupación de la que encargó en seguida a Harry.
  • -Sigue tocando -dijo-. Creo que he oído algo. Suceda lo que suceda, no me encontrarán desprevenido.
  • En efecto, se oía un vago rumor a través de la bruma, y Harry lo atribuyó a la sirena de un vapor. Ya sabía lo que esto quería decir en aguas del Banco.
  • Con horrible claridad le asaltó el recuerdo de un muchacho ignorante y egoísta que cierta vez había declarado con frialdad que sería entretenido ver cómo un vapor echaba a pique a un barco de pesca. Ese joven disfrutaba de un camarote reservado con baño privado y demoraba 10 minutos en decidir qué comería aquel día.
  • Era el mismo que estaba ahora de pie a las 4 de la mañana, procurando salvar su vida al hacer sonar con todas sus fuerzas una campana más pequeña que la otra que anunciaba el almuerzo en su transatlántico.
  • Muy cerca avanzaba una proa de acero, de 30 pies de altura, a bastante velocidad. Seguramente los pasajeros que dormían en sus cómodos camarotes ignorarían que habían echado a pique a un barco pequeño.
  • Pensaba todo esto Harry mientras tocaba sin cesar la campana de alarma.
  • Muy bien, dijo Dan, que hacía sonar la trompeta de Manuel-, disminuyen la velocidad ¡Escucha!
  • «¡Auuu-juuu-juuu»!, aullaba la sirena.
  • «Ding, dang, dong», hacía la campana. «Grauuuuu», rugía la bocina.
  • Mientras el mar y el cielo se mezclaban en una niebla lechosa.
  • En aquel momento Harry sintió que se encontraban cerca de una gran mole en movimiento y se vio frente al borde húmedo de una proa de navío que, como una fortaleza, parecía desplomarse sobre la goleta. Un chorro de vapor alcanzó las manos de Harry, que las tenía levantadas en actitud de rezar; una tromba de agua caliente barrió el borde de la goleta, haciéndola tambalear con la rotación de la hélice, y al final sólo vio un poderoso transatlántico que se desvanecía en la bruma.
  • Creyó que iba a perder el conocimiento, cuando oyó un ruido acompañado de una voz lejana que gritaba: “¡Deténganse! ¡Nos han echado a pique!”
  • -¿Somos nosotros? -preguntó Harry con voz entrecortada.
  • -¡No! Contestó Disko, se trata de un barco que está más lejos. Toca la campana y vamos a ver.
  • Dan echó al agua un bote y en medio minuto todos, a excepción de Harry, Pen y el cocinero, estaban fuera de la embarcación.
  • Penn cambió de color y contuvo conmovido. Harry tocó desesperadamente la campana, por temor a un choque inminente, y corrió al encuentro de Dan cuando los ausentes comenzaron a volver.
  • ¡La Diana! -dijo Dan nerviosamente-; ¡la cortó en 2 y la hizo astillas, a menos de un cuarto de milla de aquí. Papá salvó al patrón, pero falta su hijo! ¡Oh, Harry, es una cosa que da pena! Vi…..
  • Inclinó la cabeza y sollozó, en tanto que los otros traían a bordo a un hombre de edad madura.
  • -¿Por qué me salvaste? –gruño el náufrago
  • Disko puso su pesada mano en la espalda de aquel hombre que, con mirada vaga y labios temblorosos, contemplaba a los tripulantes de la goleta.
  • Tomó entonces la palabra Pen, cuyos rasgos sufrieron una increíble metamorfosis y, como por encanto, el semiidiota se convirtió en un ser inspirado.
  • -El Señor lo dio y el Señor lo ha quitado. Alabado sea Su nombre. Yo fui y soy ministro del evangelio. Déjenme a este hombre.
  • -¿De veras lo eres? -preguntó el náufrago-. Entonces, ruega para que me sea devuelto mi hijo. Ruega para que me devuelva mi barco y mi pescado. Si me hubieran dejado morir, mi viuda habría vivido de mi pensión. En cambio ahora, tendré que contarle…..
  • No hables más Charlie Olsen, le interrumpió Disko. Es mejor que te acuestes.
  • Es difícil tratar de consolar a un hombre que ha perdido su hijo único, la faena de un verano y sus medios de trabajo, todo en unos pocos segundos.
  • -Ven conmigo abajo dijo Pen,
  • -No sé quién eres, pero te escucharé -dijo Charlie. Quizás pueda recobrar algo...de mis nueve mil dólares.
  • Pen lo condujo al camarote y cerró la puerta tras ellos.
  • -Ese no es Pen -gritó el tío Salters-. Es David Boller que se acuerda de su tragedia. Jamás vi ojos como esos en rostro humano. ¿Qué voy a hacer ahora?
  • Se escucharon las voces de Pen y Charlie que hablaban un tiempo. Después sólo la voz de Pen, y parecía estar predicando. De pronto Pen apareció en lo alto de la escalera; con gruesas gotas de sudor en la cara y paseó su mirada por los rostros de los tripulantes.
  • -No nos reconoce –dijo Salters-.
  • Pen habló como si se dirigiera a un grupo de extranjeros.
  • -He rezado -dijo-. El mundo tiene fe en el poder de la plegaria. He rezado por el hijo de este hombre. Los míos se ahogaron ante mis ojos, mi esposa y otras personas. Nunca recé para que recobraran la vida, pero sí recé para que este náufrago recupere a su hijo, y lo recuperará.
  • Salters miraba a Pen, como pidiéndole con los ojos que le recordara.
  • -¿Cuánto tiempo he estado loco? -preguntó Pen repentinamente.
  • -¡Vamos, Pen! Tú nunca estuviste loco -dijo Salters, pero sí algo distraído
  • Yo ví derrumbarse las casas cuando empezó el aluvión. No me acuerdo de nada más. ¿Cuánto tiempo hace de eso?
  • -¡No puedo soportarlo! ¡No puedo! -gritó Dan mientras Harry prorrumpía en sollozos.
  • -Pues unos cinco años -dijo Disko con voz temblorosa.
  • Y todo ese tiempo estuve bajo el cuidado de alguien. ¿Quién es?
  • Disko indicó con el dedo a Salters.
  • -¡Nadie te ha cuidado! ¡Nadie! -exclamó Salters retorciéndose las manos- Te has ganado la vida con creces y soy yo el que tengo una deuda contigo.
  • Ustedes son buena gente, se ve en sus caras. Pero….
  • ¡Santa Madre de Dios! -murmuró Jack-. ¡Pensar que nos acompañó en todos estos viajes! ¡Está embrujado!
  • La campana de una goleta llegó a oídos de todos y una voz gritó a través de la niebla:
  • -¡Oye! ¡Disko! ¿Te has enterado de lo que le ha pasado a la Diana?
  • “Han encontrado a su hijo” -pensó Pen-. Aquí se ve la mano del Señor”.
  • Charlie está acá a bordo -dijo Disko. ¿Hay más náufragos?
  • También nosotros encontramos uno. Tiene la cabeza partida.
  • -¿Quién es?
  • Me parece que el joven Olsen.
  • Pen levantó las manos y dijo algo que no se entendió. A Harry le pareció que una luz iluminaba su cara.
  •  La voz prosiguió:
  • ¡Caramba como se burlaron de nosotros la otra noche!
  • Ahora no pensamos repetirlo, dijo Disko.
  • Los tripulantes de la Intrépida se echaron a reír, porque comprendieron que se trataba de la Carrie.
  • -¿Qué les parece si nos mandan al viejo Charlie? Supongo que ustedes no lo necesitan y nosotros sí. Tenemos mucho trabajo para coger cebo y un equipo de ancla, y además Charlie está casado con la tía de mi mujer.
  • Te puedo dar todo lo que necesites de mi barco-dijo Disko.
  • Lo más urgente es una buena ancla. ¡Mándame al viejo, mira que el joven Olsen empieza a mostrarse inquieto.
  • Pen sacó al viejo Olsen del estupor que le causaba la desesperación y Tom Platt lo llevó al otro barco. Se fue sin dar las gracias y sin darse cuenta de lo que pasaba. Luego la niebla lo envolvió todo.
  • -Y ahora -dijo Pen con los ojos apagados y la voz cambiada: ahora, señor Salters, ¿le parece bien que echemos una partida de ajedrez?
  • Me parece perfecto–contestó Salters apresuradamente-. Es asombroso Pen, como lees el pensamiento ajeno.
  • Pen lo siguió dócilmente.
  • ¡Levar ancla! ¡Dejemos de una vez por todas estas aguas!–dijo Disko.
  • Fue obedecido en un santiamén
  • Ahora que pasó todo -dijo Jack, ¿qué diablos significa esto?
  • Disko, que estaba en el timón, dijo:
  • Yo saco en limpio que aquí no ha pasado nada
  • Pero salvamos a uno de los náufragos–dijo Harry.
  • Y por eso Pen volvió en sí, replicó Disko. La fuerte impresión le hizo recordar quién era. Al consolar a Charlie Olsen, se consoló a sí mismo. Pero ahora es Pen otra vez.
  • Todos coincidieron en que Disko tenía razón.
  • Pen duerme, duerme como un bebé -respondió Salters. Se acostó como un niño. Veremos como despierta. ¿Se fijaron que se puso a predicar? Creo en su sinceridad: él hizo volver del océano al joven Charlie. El padre estaba orgulloso de su hijo, y por eso supuso que Dios lo castigaba por adorar a falsos ídolos.
  • -Hay otros igual de estúpidos -dijo Disko.
  • Cuando despertó, Pen no se acordaba de nada. Dijo que había tenido un sueño extraño, pero nadie le preguntó nada.
  • Durante los tres o cuatro días siguientes, Disko hizo trabajar sin descanso a su tripulación. Cuando no podían salir en las lanchas, tenían que apilar las provisiones en la cala del barco, a fin de que quedara más espacio para el bacalao. Así, la tripulación estuvo ocupada hasta que recobró su buen humor.
  • Jack dio a Harry una buena paliza con una soga por «estar tan triste como un gato enfermo por lo que ya no tenía arreglo», como explicó el de Galway.
  • Harry y Dan seguían disfrutando de sus acostumbrados robos de buñuelos y recibiendo las acostumbradas reprimendas del cocinero.
  • Pero una semana más tarde los dos casi hacen zozobrar al Caty. al intentar cazar un tiburón con una bayoneta vieja, montada en el extremo de un palo. La pobre bestia había estado frotando su lomo contra el bote, pidiendo pescado. La batalla entre los tres fue tal, que se debió a un milagro que los muchachos escaparan con vida.
  • Finalmente, después de jugar a la gallina ciega en la niebla, una mañana gritó Disko en la cabina:
  • -¡Rápido! ¡Chicos! Hemos llegado a una ciudad.

Capítulo VIII

  • HASTA el fin de sus días Harry no olvidaría lo que vio en aquel momento. El sol acababa de levantarse sobre el horizonte, despejado por fin después de una larga semana, y su luz rojiza iluminaba las velas de tres flotas de pescadores que habían anclado en el lugar: una por el Norte, otra por el Oeste y la otra por el Sur.
  • Había casi un centenar de embarcaciones, de todas las  formas y construcciones. De cada una se desgranaban los botes como abejas de una colmena; y el clamoreo de las voces, el ruido de las poleas y del cordaje y de los remos llenaban los alrededores. Las velas eran de todos colores: negro, gris y blanco, mientras el sol se elevaba sobre el horizonte; y nuevos barcos emergían de la bruma, allá por el sur.
  • En las lanchas los marineros silbaban, gritaban y cantaban, y ensuciaban el agua con los restos de pescado que echaban por la borda.
  • -Es una ciudad -dijo Harry-.
  • Aquí nos juntamos mil hombres. Allá abajo está La Virgen.
  • Y Disko señaló un espacio de mar verdoso, en el que no se veía ninguna lancha.
  • La Intrépida dio la vuelta a la escuadrilla del norte. Disko saludaba a sus numerosas amistades con la mano y fondeó con la corrección de un yate de carrera.
  • ¡Eh, Tom Platt! ¿Vienes a cenar esta noche? –gritaban desde una goleta.
  • ¿Gastaron la sal? Decían otros.
  • Todos estaban enterados del salvamento de Harry y preguntaban si se ganaba ya el jornal; éste se sentía el punto central de todas las miradas.
  • Los jóvenes bromeaban con Dan; los compatriotas de Manuel se entendían con él en su propia lengua; hasta el silencioso cocinero hablaba en portugués con otro negro de la flotilla.
  • En medio de la confusión de barcas, Harry oyó hablar en todos los idiomas y dialectos, incluso el portugués, napolitano, francés y galés. Todo condimentado con canciones y los más variados juramentos. Era un espectáculo fascinante para el muchacho.
  • Vigila, le dijo Dan agitando una red. Cuando te diga:”¡Tómala!” Tú lo harás. Puede llegar una bandada de pescadillas de un momento a otro.
  • Vieron pasar un bote a toda velocidad. Se podía ver al tripulante soltando la cuerda con la máxima rapidez.
  • ¿Qué ocurre?, preguntó Harry
  • Dan le explicó que iba arrastrado por una ballena y ordenó a gritos:
  • ¡Tómala Harry! ¡Ya están aquí!
  • Alrededor de ellos se oscureció el mar, como si lo cubriera una nube; luego sobrevino una inundación de pequeños peces de plata y en medio de ellos saltaba el bacalao. Detrás del bacalao se veían 3 o 4 masas negruzcas que se movían pesadamente.
  • Entonces, entre gritos, cada bote trataba de izar su pequeña ancla para llegar al banco de los peces. Se enredó la lancha de los grumetes con la cuerda del vecino, y, furioso por la tardanza, Dan echó la red, mientras el mar hervía y hombres, bacalaos y ballenas perseguían el cardumen de pececillos plateados.
  • Harry casi salió del bote lanzado por el mango de la red de Dan. En medio de todo ese salvaje tumulto, vio, y nunca más lo pudo olvidar, el ojo fijo y malicioso de una ballena casi a flor del agua y que, según contó después Harry, le hacía guiños.
  • De pronto el banco de peces se alejó, y 5 minutos más tarde ya no se oía otro ruido que el crujido de los remos, el aleteo del bacalao, y el golpe de los mazos a medida que los hombres iban aturdiendo al pescado.
  • Fue una pesca maravillosa. Harry pudo ver el bacalao brillar en el agua y nadar lentamente en tropel, mordiendo  el anzuelo sin dejar de nadar.
  • La ley del banco prohíbe más de un anzuelo por cuerda cuando los botes están en La Virgen; pero las embarcaciones estaban tan cerca unas de otras que los anzuelos se enredaban.
  • Peor que la confusión de las cuerdas de pesca era, bajo el agua, la confusión de los pequeños cables de las lanchas.
  • Cuando el pescado mordía más lentamente, todos querían levar el ancla y buscar un sitio mejor. De manera que muchos se amontonaban en un mismo lugar.
  • En el Banco se considera como un crimen incalificable cortar el cable de otro. No se descubrió a los culpables, pero el hecho fue que el crimen se cometió: los cables de Dan y de Pen fueron cortados y debieron ser trasladados en lanchas de descarga hasta la goleta.
  • Otros bancos de peces aparecieron en el crepúsculo, y recomenzó el clamoreo salvaje de los pescadores. Llegó la noche y todos volvieron al remo, para proceder a la limpieza del bacalao a bordo de las goletas.
  • Al día siguiente, muchas embarcaciones pescaron en La Virgen, y Harry pudo ver claramente la hierba de esta roca aislada que se levanta a menos de 20 pies sobre el nivel del mar. El bacalao se amontona allí en legiones, que se deleitan con las algas.
  • Cuando paraba la mordida, los pescadores aprovechaban esos momentos para divertirse. Se burlaban de todos con canciones o adivinanzas.
  • Todo se descubría en público; los juicios infalibles de Disko, el barco que Largo Jack vendiera años atrás, la amiguita de Dan, la mala suerte de Pen, las opiniones de Salters sobre los abonos, los pecadillos de Manuel en tierra, el aire elegante con que Harry manejaba el remo, todo servía para burlarse y hacer reír.
  • Toda esa noche el viento rugió fuerte en La Virgen. A la mañana siguiente amaneció la mar bravía y la flotilla se preparó para la pesca, pero Disko mantuvo a sus hombres en la goleta, dedicados a la limpieza del pescado. No le pareció prudente desafiar el mar, cuando la tempestad iba en aumento. Ese día la Intrépida recibió a varios tripulantes naufragados, y el cocinero tuvo 7 bocas más para el almuerzo.
  • El recuento final dio 3 ahogados y algunos heridos. Entre los muertos estaba el francés que había hecho intercambio de tabaco con los compañeros de Harry. Este pudo ver el funeral con ayuda del catalejo, y escuchó, conmovido, una especie de himno fúnebre que entonaban sus compatriotas.
  • El bergantín en que voy rueda, se inclina, se va a fondo. Virgen María, ruega por mí. ¡Adiós, patria mía, adiós!
  • La noticia de su muerte se hizo pública, y como no tenía parientes, se puso en venta todo cuanto le pertenecía, desde el gorro de lana hasta su cinturón de cuero con el cuchillo en la vaina. Todo se exhibió a los interesados, de manera que Dan y Harry acudieron a la subasta en la lancha. Dan compró el cuchillo, que tenía un curioso mango de cobre.
  • Cuando iban a regresar al barco, los sorprendió una llovizna y decidieron seguir remando en medio de la intensa bruma blanca que, como siempre, cayó de improviso sobre el mar, agitado por un fuerte oleaje.
  • -Hay mala corriente aquí, dijo Dan. Echa el ancla mejor, Harry, y pescaremos un rato.
  • Se produjo un pequeño borboteo de agua por delante, como si una corriente del banco tirara de la cuerda del bote en línea recta, pero los grumetes no veían nada en ninguna dirección.  Harry ya no temía a la niebla, así que se dedicó a pescar con toda tranquilidad, notando que el bacalao picaba bien.
  • Dan sacó el nuevo cuchillo de la vaina y probó el filo en la madera.
  • -Es genial -dijo Harry-. ¿Cómo lo conseguiste tan barato?
  • Gracias a lo supersticiosos que son los pescadores franceses, respondió Dan, por nada del mundo usarían las armas de un muerto. Además tengo entendido que este cuchillo mató a alguien allá en Francia.
  • ¿Mató a alguien?
  • Sí, el tipo se lo enterró a alguien y, aunque yo lo sabía, me moría de ganas de comprarlo.
  • No sabía ese detalle. Te lo compro por 1 dólar…, por 2… por lo que quieras.
  • ¿Tanto te gusta? -preguntó Dan. Mira, para ser franco, lo compré para regalártelo. Tómalo Harry, te lo doy de buena gana; somos compañeros de lancha y puedes disponer de todo lo mío. Y le entregó el cuchillo con la vaina y el cinturón.
  • Pero Dan...
  • -Tómalo. Quiero que sea tuyo.
  • La tentación era irresistible.
  • Dan, eres muy generoso -dijo Harry-. Lo guardaré toda mi vida.
  • Se puso el cinturón y con orgullo oyó el ruido que hacía la vaina al chocar con el bote.
  • Apostaría que tu cuerda ha cogido algo, le advirtió Dan.
  • Sí, se enredó -dijo Harry y empezó a forcejear. ¡Pesa como plomo! Parece que la cuerda está en un fondo de algas.
  • Da una o 2 sacudidas y cederá la cuerda.
  • Luego tiraron juntos y notaron que subía un peso blanco, pero enorme.
  • -¡Vaya una pesca! -exclamó Dan- ¡Iza!
  • Pero su alegría se trocó en un grito de horror, porque lo que el mar entregaba era….el cuerpo del francés  muerto y sepultado 2 días antes.
  • Estaba enganchado en el anzuelo y se balanceaba, rígido, horrible. Tenía los brazos pegados al cuerpo y la cara comida por lo peces.
  • Los 2 grumetes cayeron, aterrados, en la cala del bote y así permanecieron un rato, en tanto el cadáver oscilaba sostenido por la cuerda.
  • -¡La marea lo trajo! -exclamó Harry, tembloroso y se palpó el cinturón.
  • -¡Por Dios Harry! -gimió Dan-. Tú tienes la culpa de que lo hayamos cogido ¡Devuélvelo al mar!
  • -¡Rápido desengancha tu cuerda!
  • Harry se levantó para quitarse el cinturón, de frente a aquella cabeza que no tenía cara; pero Dan se adelantó y con su cuchillo cortó la cuerda. Harry al mismo tiempo tiró al agua el cinturón con el cuchillo.
  • El cuerpo cayó al agua, y Dan, con precaución, se levantó sobre las rodillas, más blanco que la bruma.
  • -¡Volvió a buscarlo! ¡Volvió a buscarlo! Una vez vi otro muerto enredado en un trol, pero no me impresionó tanto como éste. Parece que vino expresamente a buscar su cuchillo.
  • -Ojalá no te lo hubiera aceptado; así hubiera venido a tu cuerda.
  • Da lo mismo Harry. Creo que hemos envejecido 10 años. ¿viste su cabeza?
  • Sí; nunca la olvidaré. Pero dime, Dan, ¿crees que vino expresamente por el cuchillo? ¿No pudo traerlo la marea?
  •  Vino por sí mismo, Harry. Lo sepultaron lejos de aquí y me dijeron que lo cargaron con braza y media de cadena.
  • ¿Qué habrá hecho con el cuchillo allá en Francia?
  • -Con seguridad, algo malo habrá sido. Supongo que está obligado a tenerlo hasta el Juicio Final... ¿Qué estás haciendo con el pescado?
  • -Lo estoy tirando otra vez al mar -dijo Harry.
  • -¿Por qué? Nosotros no vamos a comerlo.
  • -No me importa. Me bastó verlo mientras desataba el cinturón. Puedes guardar tu pesca, si quieres.
  • Dan, sin decir palabra, echó también al agua el pescado que había cogido.
  • Creo que lo mejor que podemos hacer es volver a la goleta. Daría un mes de paga porque se levantara esta niebla. En la oscuridad se ven cosas raras y se oyen lamentos. Tengo el consuelo de que el muerto se ha alejado.
  • ¡Cállate Dan! En este momento estamos encima de él. ¡Ah, cuánto diera por estar sano y salvo a bordo, aunque el tío Salters o Largo Jack me den chicotazos!
  • No tardarán en venir a buscarnos. Dame la trompeta.
  • Pero se detuvo.
  • El caso es saber cómo tomará esto el muerto. Recuerdo que un marinero no se atrevía a tocar el cuerno para llamar a los botes, porque su patrón, en plena borrachera, había matado a un grumete, y desde entonces el grumete seguía como un espectro a la goleta, gritando: “¡Lanchas! ¡Lanchas!”
  • ¡Las lanchas! -gritó una voz apagada a través de la niebla.
  • Ambos muchachos se asustaron otra vez, y la trompeta cayó de las manos de Dan.
  • -¡Espera! -gritó Harry-. Es el cocinero.
  • Precisamente él me contó lo que acabo de relatarte.
  • -¡Dan! ¡Danny! ¡Dan! ¡Harry! ¡Harry! ¡Haaarry!
  • -Estamos aquí -gritaron los dos muchachos a coro.
  • Oían el ruido de los remos, pero no veían nada, hasta que el cocinero llegó hasta ellos.
  • -¿Qué pasó? -preguntó-. Buena paliza les espera a bordo.
  • -Es lo que queremos. Eso nos consolará -dijo Dan-. Todo cuanto nos hagan a bordo serán caricias para nosotros, con tal que lleguemos, tuvimos una compañía muy desagradable.
  • Mientras el cocinero les pasaba una amarra, Dan le contó lo que les había ocurrido.
  • -Claro. Vino a buscar el cuchillo -dijo el cocinero terminando el relato.
  • La goleta fue para los grumetes el refugio más maravilloso del mundo. El cocinero, que era un gran estratega, antes de amarrar los botes, calmó los ánimos de Disko y sus compañeros y relató todo lo que había acontecido a los jóvenes.
  • Cuando subieron a bordo, fueron recibidos como héroes y todos los abrumaron a preguntas.
  • Pen lanzó un sermón sobre las supersticiones, y la locura de creer en ellas, pero tuvo en su contra a toda la tripulación. Jack aprovechó la oportunidad de contar las historias más macabras sobre aparecidos y venganzas.
  • A excepción de Salters y Pen, nadie se opuso ni habló de idolatrías cuando el cocinero colocó una vela encendida a popa, más un pastel y un poco de sal, por si se le ocurría al francés volver por allí.
  • -¿Qué opinas del progreso y de las supersticiones? -preguntó Harry a Dan cuando iban a acostarse después de haber terminado su guardia.
  • Te juro que soy el primer admirador del progreso, pero cuando un marinero de Marsella, después de muerto, se aparece a 2 pobres muchachos por un cuchillo que no vale nada, entonces creo todo lo que el cocinero quiera contarme.
  • A la mañana siguiente, todos, excepto el cocinero, estaban avergonzados de la ceremonia y se pusieron a trabajar hablando entre sí por monosílabos.
  • Ese día las tripulaciones de todas las goletas trabajaron con las cuerdas de pescar desde el amanecer hasta que se terminó la luz.
  • El Intrépida luchaba de igual a igual con la Lily  en medio de las apuestas en tabaco que cruzaban los demás. El cocinero echaba el pescado, Harry pasaba la sal, mientras Dan ayudaba a la limpieza.
  • Harry se preguntaba cómo podían embarcar más pescado, pero para Disko siempre quedaba «un día más de trabajo» y no cejó hasta que se acabó la sal. Entonces desplegó la gran vela.
  • A eso del mediodía todo estuvo a punto para zarpar. Se baldeó el puente, se izó la bandera, honor que se otorga al primer barco que deja el Banco,  y, levada el ancla, la goleta se puso en movimiento
  • La Intrépida llevaba la correspondencia de toda la flotilla, pero como algunos no habían entregado aún la suya, Disko alardeó un rato y paseó triunfalmente su goleta en medio de los barcos.
  • Era el quinto año que demostraba ser el primer marino del Banco, y todos le rindieron el debido homenaje, y le encargaron mensajes para sus familias en Gloucester.
  • El acordeón de Dan y el violín de Tom Platt sonaban alegremente, y las velas parecían agitarse como la mano de un hombre que da la despedida.
  • Harry apreció la diferencia que había entre la goleta de Disko bogando de uno a otro fondeadero, con la misma goleta en viaje de regreso. A pesar de la poca brisa y el enorme peso, volaba.
  • A partir del instante en que cesó la pesca, Harry pudo contemplar el mar desde otro punto de vista. Se veía poco del horizonte, menos cuando la goleta subía una ola y se abría camino en medio de abismos grises o negros, donde hervía la espuma.
  • Como no era indiferente a los grandes espectáculos de la naturaleza, empezó a aprender el lenguaje de las olas que ruedan con incesante estrépito; el curso de los vientos que amontonan un tropel de nubes de reflejos purpúreos; la imponente ascensión del sol rojizo-
  • Al oscurecer, siempre Harry bajaba y le pedía galletas al cocinero. Pero lo más entretenido era cuando los 2 grumetes, juntos en timón y bajo la vigilancia de Tom Platt, manejaban la goleta.
  • Por fin dejaron atrás el gris frío de los mares del Banco y encontraron aguas profundas, donde la goleta navegó con más confianza.
  • En esos días Dan dijo a Harry
  • El domingo próximo podrás pagarle a un grumete para que eche el agua por ti. Oye, supongo que seguirás a nuestro lado hasta que llegue tu familia. ¿Sabes qué es lo mejor de volver a casa?
  • -¿Un baño caliente? -preguntó Harry, cuyas cejas estaban blancas del agua salada que las había mojado.
  • -Eso es bueno, pero para mí vale más que todo una camisa de dormir.
  • En todos estos días del regreso he soñado con esto. Mamá tendrá una nueva para mí, y la lavará bien para que no se sienta la tela nueva. ¡Vamos a casa! ¡Harry! ¡A casa!
  • Corremos ahora con viento caliente, y desde aquí me parece oler los brotes de laurel. Quizás lleguemos a tiempo para cenar en mi casa.
  • Las vacilantes velas se hincharon en el aire tibio, sobre un mar calmo y azul.
  • Al final sobrevino la lluvia, se redoblaron las olas, y el trueno y los relámpagos anunciaron la locura del verano. La tripulación aguantó el chubasco sobre el puente, contentos por su próxima llegada.
  • Ya se veía la tierra. Estalló la tempestad de verano, que se desvaneció en franjas azules, grandes y espaciadas, acompañadas de un trueno final. El aire tembló bajo las estrellas, y todo quedó en silencio.
  • ¡La bandera, la bandera!, gritó Disko
  • -¿Qué pasa? -preguntó Jack.
  • ¡Poned la bandera a media asta por Otto!
  • -Lo había olvidado completamente. ¿tiene parientes en Gloucester?
  • -No, sólo la muchacha con la que pensaba casarse cuando regresara.
  • Jack puso la bandera a media asta por Otto, arrastrado mar afuera por una ola tres meses antes.
  • Disko se enjugó la humedad de sus ojos y condujo la goleta al desembarcadero en la oscuridad de la noche. La rodeaba el continente con sus miles y miles de gentes dormidas, el olor de la tierra refrescada por la lluvia, y el ruido familiar de una locomotora de maniobras, que soltaba vapor.
  • Estas cosas le llegaban al alma a Harry, de pie junto al palo de mesana.
  • Luego se oyó el alerta del vigía de un faro flotante, y la goleta entró en un callejón de tinieblas, alumbrado por una linterna a cada lado. Alguien se adelantó, tiró una cuerda y amarraron a un muelle silencioso.
  • Tras esto, cesó todo ajetreo en la goleta.
  • Harry se sentó cerca de la rueda del timón y sollozó como un niño
  • Una mujer alta que esperaba en el muelle saltó a bordo y besó a Dan; era su madre, que había visto el barco a la luz de los relámpagos.
  • Después Disko le contó la historia de Harry.
  • Al romper el día, todos fueron a casa de Disko y, hasta que el telégrafo funcionó para dar parte a su familia, Harry se consideró el joven más desgraciado del mundo.
  • Pero lo más curioso era que ni Disko ni Dan le despreciaban por haber llorado.
  • En los días siguientes, Dan no hacía más que callejear y fanfarronear contando sus aventuras, con bastante exageración.
  • -Dan, tendré que castigarte si te sigues portando de esa manera -dijo Trup pensativo-. Desde que hemos llegado a tierra te portas como un insolente.
  • Ya lo corregiré yo, declaró tío Salters.
  • Este y Pen se alojaban en casa de Trup.
  • Mire, papá, dijo Dan, usted es libre de juzgar como quiera, pero no será culpa mía si se equivoca. En cuanto a usted, tío Salter, es muy distinto. Dan Trup reverdecerá como un laurel, porque se corrige solo.
  • -Te estás volviendo loco como el pobre Harry, repuso Disko, que fumaba su pipa. Todo se te va  en cuchichear, en dar patadas por debajo de la mesa y en desordenar la casa.
  • Cosa de la juventud, papá-repuso Dan-.
  • Harry había mostrado a Dan un telegrama, y le hizo jurar que guardaría el secreto hasta que la bomba estallara.
  • Me parece que la familia de Harry no vale gran cosa -dijo Dan después de cenar-, si no ya habríamos oído hablar de ella a estas horas. Su padre ha de ser un comerciante cualquiera, allá en el Oeste. Es posible que a lo mejor te de unos cinco dólares, papá.
  • Ten cuidado Dan, advirtió Salters-, no exageres.

Capítulo IX

  • El padre de Harry Cheyne dejó de lado todos sus innumerables negocios y se instaló al lado de su esposa, que soñaba día y noche con su hijo ahogado en medio del océano.
  • Por más que la había rodeado de los mejores médicos, la señora Cheyne seguía en el mismo estado y se pasaba horas enteras hablando de Harry, lo que hacía temer que perdiera la razón y buscara en  la muerte el fin de su pena.
  • El señor Cheyne no demostraba dolor, y tal vez no se dio cuenta cabal de la pérdida de su hijo hasta el día en que decidió abandonar los negocios.
  • Siempre fue su ilusión que un día, terminado el colegio, lo llamaría a su lado, le enseñaría a manejar las finanzas y el joven continuaría su labor, dando más empuje a las importantes empresas de su padre. Pero ahora su hijo estaba muerto, su esposa, moribunda. Él mismo se veía a merced de legiones de médicos, enfermeras y damas de compañía.
  • No tenía interés en nada. Había instalado a su mujer en la nueva mansión en San Diego, recién construida, donde ella y su servidumbre ocupaban toda un ala del lujoso edificio. Él pasaba las horas en la terraza, sentado entre un secretario y la señorita Kency, una dactilógrafa que era a la vez telegrafista. Con la mirada absorta, fija en los juncos de la bahía, sacaba fuerzas de flaqueza para dictar algunas órdenes y contestaba “sí” a todas las preguntas que le hacía su secretario personal.
  • Había una guerra de tarifas entre cuatro ferrocarriles del Oeste; una ruidosa huelga se extendía en  los aserraderos de Oregón, temas que en otra ocasión hubieran provocado en él una violenta reacción.  Se habría dispuesto a la batalla, alegre y confiado.
  • Ahora, sin poner atención a las noticias, se preguntaba lo que le costaría dejarlo todo y retirarse de los negocios. Estaba asegurado por sumas enormes, de las que obtendría fabulosas rentas. Pero por otro lado…..
  • El tictac del telégrafo interrumpió sus cavilaciones.
  • La joven dactilógrafa miraba al secretario, que, a su vez, había palidecido.
  • Respiró hondo, y pasó a Cheyne un telegrama proveniente de San Francisco:
  • Recogido por goleta de pesca Intrépida al caer del vapor. Muy entretenido en Banco de pesca. Todos muy buenos conmigo. Espero en Gloucester casa de Disko Trup; dinero o giro telegráfico. Telegrafíen qué hacer y cómo está mamá.
  • HARRY CHEYNE.
  • Al padre de Harry se le cayó el papel de las manos, dobló la cabeza y dio un profundo suspiro. El secretario corrió a buscar al médico de la señora Cheyne.
  • ¿Será posible? Sollozó Cheyne. ¿Qué piensa usted? No puedo comprender.
  • Lo que yo comprendo, repuso el doctor-, es que he perdido 7.000 dólares al año.
  • Pensaba horrorizado en que había abandonado a su clientela en Nueva York por atender a los Cheyne, y devolvió el telegrama con resignación.
  • -¿Cree que debo contarle a mi mujer?, le pregunto Cheyne. Podría ser falso.
  • Vaya a contárselo, contestó el médico. No hay duda de que se trata de su hijo.
  • Subió Cheyne y al instante se oyó un alarido por toda la casa.
  • Debemos agradecer  la veracidad del viejo aforismo, señorita Kency, dijo el médico; la alegría no mata.
  • Así es. Pero ahora tenemos mucho que hacer.
  • La señorita Kency era muy parca en palabras. Como sentía especial interés en el secretario, se dio cuenta de que éste estaba aterrado. Lo vio mirar atentamente un gran mapa de los Estados Unidos colgado de la pared.
  • Escuche, Mark, atravesaremos en línea recta. En el coche privado, recto hacia Boston. Anote los empalmes, por favor, decía Cheyne en ese momento desde lo alto de la escalera.
  • Es lo que yo pensaba, respondió el secretario.
  • Se volvió hacia la señorita Kency y sus ojos se encontraron. Le hizo señas de que se dirigiera al Morse, como un general lleva a sus brigadas al combate. Los dedos de la dactilógrafa llamaban a las estaciones telegráficas.
  • El coche Constancia está en Los Ángeles. ¿No es así, señorita Kency?
  • La señorita Kency hizo un gesto afirmativo.
  • Entonces empecemos allí, dijo Mark.-¿Lista? Escriba: Enviar aquí coche particular Constancia y programar salida domingo para alcanzar el New York  en Chicago martes próximo. Mi plan de sesenta horas de aquí a Chicago. Agregue por favor: Concertar para que coche Constancia tome tren a Búfalo, de ahí Albany y Nueva Yorky siga de inmediato a Boston. Debo estar en Boston miércoles en la mañana. Firmado: CHEYNE
  • Kency, por favor, comuníquese con las agencias de ferrocarriles de esas ciudades para que enganchen el Constancia en los días y horas que indicamos.
  • ¡Es maravilloso!, exclamó ella, mirando con ojos de adoración al secretario.
  • No está mal, dijo él, modestamente. Otro habría perdido 30 horas y empleado una semana en hacer los arreglos necesarios para que el señor Cheyne vaya directamente a Boston.
  • Deberíamos entonces telegrafiar al hijo.
  • Voy a consultar al señor Cheyne.
  • Cuando el secretario volvió con el mensaje para Harry, encontró un telegrama de Chicago: Desearíamos saber motivo viaje. Si cataclismo ha de venir, ruego advertir amigos de siempre.  De Los Ángeles llegó un telegrama de un deudor que pedía prórroga del plazo.
  • El millonario se rió a carcajadas del miedo que en el mundo de los negocios habían provocado los telegramas que programaban su viaje.
  • Explíqueles lo que pasa, Mark. Y les agradecería a usted y a la señorita Kency que nos acompañaran, aunque no es probable que me ocupe de negocios.
  • La señorita Kency hizo funcionar el telégrafo con las palabras dictadas por el secretario: Hacemos la paz.
  • En virtud de esa frase, los representantes de millones de dólares en intereses de ferrocarriles pudieron respirar con libertad. Aquellos hombres rudos, dispuestos a defender su vida financiera a costa de lo que fuera, depusieron sus armas y le desearon buena suerte.
  • Para que Cheyme llegara en el tiempo requerido a Boston, fue necesario que diversos trenes de distintas compañías ferroviarias adelantaran otros 160 trenes, por lo que hubo que avisar a los expedidores y a los viajes de cada tren.
  • Se debían utilizar 16 locomotoras, 16 maquinistas y 16 fogoneros, que emplearan el tiempo mínimo en sus faenas, porque Cheyne tiene prisa.
  • Kency admiraba al secretario más que nunca
  • El domingo al amanecer el señor y la señora Cheyne salieron de San Diego.
  • Poco se habló dentro del coche en el trayecto. Mark y Kency iban sentados juntos a la cola del tren, y miraban huir como una ola los postes telegráficos, los árboles y todo lo que los rodeaba.
  • Cheyne iba y venía, nervioso, con un cigarro apagado en los labios, en medio del lujo extravagante del compartimiento. La cuesta que subía el tren por tierras áridas no permitía acelerar la velocidad. El calor de desierto hizo rechinar el coche.
  • El equipo de maquinistas se desvivía por complacer al millonario, que no hacía más que contar cómo su hijo había sido devuelto por el mar.
  • En una ciudad recibieron un periódico que traía una entrevista a Harry. La prosa magnífica del relato infundió ánimo a la acongojada madre, que ya no dudó más de que se trataba de su hijo.
  • Más rápido, era la orden que recibían continuamente los maquinistas.
  • La señora Cheyne se mostraba cada vez más impaciente, a medida que se acortaba la distancia que la separaba de su hijo.
  • En Madison cambiaron de máquina, y Cheyne pagó a maquinistas y fogoneros lo que merecían, además de una espléndida gratificación a todos los empleados del servicio que demostraron tanto interés en servirlos.
  • Finalmente, se completó el viaje de un océano a otro. El tiempo total: 3 días y 15 horas.

CAPÍTULO X

  • Harry los esperaba.
  • Tras la emoción violenta, la mayoría de las personas, en especial los jóvenes quieren comer.
  • Festejaron la vuelta del hijo pródigo, dentro del coche con las cortinas corridas, mientras que los trenes rugían a su alrededor.
  • Harry comió y se explayó en el relato de sus aventuras, casi sin respirar, y cuando tenía una mano libre, su madre se la tomaba para hacerle cariño.
  • Su voz se había hecho más gruesa por vivir al aire libre, las palmas de sus manos eran duras y callosas, en las muñecas quedaban las cicatrices de clavos, y sus botas de goma y su chaleco azul olían a bacalao.
  • Su padre, acostumbrado a juzgar a los hombres, lo miraba con atención. Se dio cuenta que conocía poco a su hijo; lo recordaba como un muchacho pálido y siempre descontento, que se complacía en hacer rabiar a sus padres.
  • Ahora este joven pescador, se le presentaba serio y formal, lo miraba con firmeza y serenidad, y hablaba en tono seguro pero respetuoso. Había algo en su voz que indicaba que el cambio sería duradero.
  • «Alguien lo ha corregido-pensó Cheyne-. Creo que en Europa no lo habrían educado mejor. Constancia no lo habría permitido»
  • -Pero ¿por qué no le dijiste a ese hombre, Trup, quién eras? -preguntó su madre otra vez, después que Harry repitió su historia por segunda vez.
  • -Disko Trup, querida mamá, es el mejor hombre entre todos los marinos dudo que haya alguien que se le parezca.
  • -¿Por qué no le dijiste que te llevara a tierra? Tú sabes muy bien que tu padre le hubiera recompensado 10 veces.
  • -Ya lo sé, pero él creyó que yo estaba loco. Lo que más me duele es haberlo tratado de ladrón, porque no encontré los billetes que llevaba en mi bolsillo. Y tú me dices, mamá, que un marinero los encontró en el puente la noche en que caí del buque. El caso es que cuando le dije solemnemente a Trup que yo no trabajaría a bordo, me pegó un puñetazo en la nariz, y te aseguro que me salió más sangre que a un cerdo cuando lo degüellan.
  • -¡Pobre hijo mío! ¡Cómo te habrán maltratado!
  • No lo creas. Pero aprendí a ganarme la vida.
  • Cheyne se cruzó de piernas, satisfecho porque así era como él quería ver a su hijo.
  • Trup, siguió contando Harry, me daba diez dólares y medio al mes; hasta ahora me ha pagado la mitad.
  • Yo me hice amigo de Dan y me puse a trabajar. No diré que yo haga el trabajo de un hombre, pero puedo manejar una lancha tan bien como Dan, y en la niebla no pierdo la vista. Puedo gobernar un barco, si no hay demasiado viento; puedo cebar un anzuelo, conozco el cordaje. Te enseñaré cómo se puede clarificar el agua con un pedazo de escama de pescado ¡No te imaginas todo el trabajo que se puede hacer por 10 dólares y medio al mes!
  • Hijo yo empecé con ocho y medio,-dijo Cheyne.
  • -¿En serio? Nunca me lo habías contado.
  • -Tú nunca me lo preguntaste, Harry. Ya te contaré más adelante.
  • -Trup dice que lo más interesante del mundo es saber cómo se gana la vida el prójimo. Me encanta estar en una mesa con tantas cosas, como ésta. Nosotros no comíamos mal en el Banco; la mejor cocina era de la de nuestra goleta. Disko nos da una comida de primera.
  • La tripulación, fuera de  que ya les conté, se compone del tío Salters, con sus abonos y sus lecturas de El Josefo. Todavía está convencido de que estoy medio loco. Luego está Pen, que ése sí está chiflado de veras. No puedes dejar de conocer a Tom Platt y Largo Jack y Manuel. Manuel me salvó la vida. Siento que sea portugués, porque no puedo conversar mucho con él, pero es un músico excelente. Me encontró en el momento en que yo iba a la deriva y, me pescó del agua.
  • -Me extraña que no tengas los nervios completamente destrozados -dijo la señora Cheyne.
  • -¿Por qué, mamá? Trabajaba como un caballo, comía como un ogro y dormía como un tronco.
  • Esto era demasiado para la señora Cheyne. Recordó las visiones que había tenido, de un cadáver flotando en el mar. Tuvo que retirarse a su departamento.
  • Harry se acercó a su padre para contarle acerca de la deuda que había contraído.
  • Confía en mí, Harry, que yo haré todo lo que pueda por la tripulación. Por lo que me dices, parece ser toda gente buena.
  • La mejor flotilla pescadora de Terranova. Pregunta en Gloucester -dijo Harry-. Pero Disko todavía cree que él me curó mi locura. Dan es el único a quien he hablado seriamente acerca de ti, de nuestros coches particulares y de todo lo demás. Pero no estoy muy seguro de que me haya creído.
  • Mañana quiero sorprenderlos. ¿Se puede llevar el Constancia hasta Gloucester? Parece que mamá no está en condiciones de continuar el viaje, pero nos queda un día todavía porque mañana tengo que limpiar el pescado. Nos tomaron el bacalao a 4 dólares el quintal, por ser los primeros que llegamos Banco.
  • Entonces-¿Tienes que trabajar mañana?
  • Se lo prometí a Disko. Estoy en la báscula. Traje las cuentas de las pesadas, y sacó un cuaderno grasiento, que hizo morir de la risa a su padre. Faltan, según mi cálculo, unos 290 o 300 quintales.
  • Paga un sustituto -sugirió Cheyne para ver lo que decía su hijo.
  • No puedo. Soy pescador  de la goleta. Trup dice que tengo más cabeza para los números que Dan. Trup es un hombre de una justicia asombrosa.
  • Pero si no puedo trasladar el coche esta tarde ¿Cómo te las vas a arreglar?
  • Harry miró el reloj, que señalaba las once y veinte.
  • En ese caso, dijo,  dormiré aquí hasta las tres y tomaré el tren de carga a las cuatro de la mañana. Los pescadores de Terranova tienen pasaje gratis.
  • -Esa es una buena idea. Pero me parece que el coche puede llegar tan pronto como el tren de carga. Y ahora Harry, harías bien acostarte.
  • Harry se tiró sobre el sofá, se quitó las botas y se quedó dormido antes de que su padre pudiera apagar las luces. Cheyne se sentó a contemplar aquella cara juvenil, que descansaba con el brazo detrás de la cabeza. Pensó que había descuidado sus deberes de padre.
  • Creo que no soy lo suficientemente rico para pagar a Trup todo lo que le ha enseñado a mi hijo, murmuró.
  • La mañana trajo por las ventanas el olor de la brisa del mar. El coche fue remolcado junto a los vagones de carga que iban a Gloucester, y  Harry pudo volver al trabajo.
  • -Se caerá otra vez por la borda y se ahogará -dijo su madre amargamente.
  • -Iremos con él y si se cae le echaremos una cuerda. Tú no lo has visto trabajar para ganarse el pan -dijo Cheyne.
  • -¡Qué disparate! Como si alguien pudiera cree...
  • Pero el hombre que le paga lo ha creído, y no deja de tener razón.
  • Se dirigieron al puerto, donde la Intrépida se balanceaba con su pabellón al tope. Sus tripulantes trabajaban como castores bajo la gloriosa luz matutina.
  • Disko estaba junto al recipiente de peces y observaba a Manuel, Pen y Salters, que trabajaban en la palanca. Dan levantaba con la grúa los canastos cargados, a medida que Jack y Platt los llenaban. Harry, en el muelle, salpicado de sal y con el cuaderno en la mano, representaba los intereses del patrón ante el comisario de la balanza.
  • -¡Iza! -exclamaba Disko.
  • -¡Ya! -decía Manuel.
  • -¡Ya! – repetía Disko, mientras balanceaba el cesto.
  • Se oía entonces la voz fresca y clara de Harry, que comprobaba el peso.
  • El último pescado se había pesado ya. Harry dio un salto y llegó al puente de la goleta, gritando:
  • 287, y la cala vacía.
  • -¿Cuál es el total, Harry? -preguntó Disko.
  • -3.676 dólares. ¡Lástima que yo no tenga participación!
  • Casi la has merecido, Harry. ¿Quieres ir hasta la oficina del muelle para llevar la cuenta?
  • -¿Quién es ese chico? -preguntó Cheyne a Dan, que estaba bien acostumbrado a todas las preguntas de los ociosos.
  • -Bueno, es una especie de sobrecargo -contestó-. Lo recogimos en aguas del banco. Dice él que se cayó de un transatlántico. Ahora es un buen pescador.
  • -¿Y se gana su comida?
  • -¡Ya lo creo! Papá, este hombre quiere saber si Harry se gana la comida. ¿quiere subir a bordo, señor?
  • ¿Se interesa por Harry? -preguntó Disko.
  • ¡Sí, bastante!
  • Es un buen muchacho al que no hay necesidad de repetirle una orden. Ya saben cómo lo encontramos. Creo que sufría una especie de ataque de nervios, algo así como de locura. Ya está curado. Pueden ver el camarote. No está en orden, pero pueden ver el estado de cuentas que llevaba Harry.
  • -¿Dormía aquí? -preguntó la señora Cheyne sentándose en un cofre amarillo y mirando consternada las literas en desorden.
  • Aquí no. Su sitio estaba delante. Excepto cuando, junto con Dan, mi hijo, hacían escapatorias para robar buñuelos, o metían ruido en las horas de dormir, no tengo ninguna queja de él.
  • Además, añadió Salters, haciendo acto de presencia, Harry se permitía colgar mis botas en el palo mayor y no era todo lo respetuoso que debiera con los que saben más que él. Pero de eso tiene la culpa mi sobrino Dan.
  • Dan, que sabía por Harry lo que iba a ocurrir, caminaba muy nervioso por el puente.
  • -¡Tom! -dijo en voz baja por la escotilla a Platt-. Mucho cuidado con lo que se habla. Los que están en el camarote son los padres de Harry, y nadie se ha dado cuenta.
  • -¡Por el humo de mi pipa! -exclamó Jack, apareciendo en el puente, cubierto de sal y de escamas-. ¿Crees que es verdad la historia del niño rico que tiene coche de 4 caballos?
  • Siempre lo he creído-dijo Dan-. Vengan a ver cómo papá puede equivocarse alguna vez.
  • Llegaron en el momento en que Cheyne pronunciaba las siguientes palabras:
  • -Me alegro de saber que tiene buen carácter, pues... es mi hijo.
  • Disko se quedó con la boca abierta. Jack se quedó mirando embobado a los Cheyne.
  • -Hace cuatro días, estando en San Diego, recibí un telegrama de Harry y hemos atravesado todo el país y aquí estamos.
  • -¿Ha venido usted en un coche particular? -preguntó Dan-.
  • Si, repuso el millonario
  • Entonces, dijo Jack-. ¿Es cierto verdad lo que nos contaba de un coche de 4 ponies que él manejaba y que era suyo?
  • -¡Oh Disko! -fue todo lo que pudo decir Jack.
  • Me engañe en mis juicios reconoció Disko. Le confieso señora Cheyne, que yo creía que el muchacho estaba loco. ¡Como hablaba de dinero de un modo tan extraño!
  • Ya me lo contó.
  • ¿Y también le contó que en cierta ocasión le hice salir sangre de narices? Indagó Disko con ansiedad.
  • -¡Claro que sí! -replicó Cheyne-. Creo que eso es lo que le ha hecho más bien en toda su vida.
  • -Creí que era necesario, si no, no le hubiera pegado. Sentiría que creyeran que en mi goleta se trata mal a los grumetes.
  • -No creemos que ocurra eso, señor Trup.
  • Mientras tanto, la señora Cheyne examinaba las caras: la de color amarillo-marfil, sin barba; la de Salters, con su collar de barba a la campesina; la simple de Pen; la sonriente de Manuel;  la alegre de  Jack;  y la acuchillada de Tom Platt.
  • Todas eran fisonomías rudas; pero con el buen sentido de una madre, se levantó con las manos extendidas:
  • ¿Quién de ustedes…?- preguntó entre sollozos. Quiero agradecer y bendecir a todos.
  • -Cielos, con eso me siento pagado cien veces - manifestó Jack.
  • Disko los presentó en su debido orden. La señora Cheyne balbuceaba palabras de agradecimientos. Abrazó a Manuel cuando supo que él era el que encontró a Harry.
  • -Pero, ¿cómo había de dejar que siguiera flotando? -exclamó el pobre Manuel-. Cualquiera hubiera hecho lo mismo. Topamos con un buen muchacho y yo la felicito por ser su madre.
  • Tengo entendido que Dan era su amigo -agregó la señora Cheyne.
  • Dan ya estaba bastante colorado, pero cuando oyó estas palabras, y sobre todo cuando ella lo besó delante de todos, su cara se puso roja como un camarón.
  • Después llevaron a la señora Cheyne a que viera la litera en que dormía Harry. En la cocina vio al negro que limpiaba el hornillo, quien la saludó como si la estuviera esperando.
  • Al final de la visita, la señora Cheyne tuvo que resignarse a escuchar el relato detallado de la vida que se hacía a bordo y a ver la mesa grasienta en la que se servía la comida. La pobre escuchaba y miraba todo, con la risa en los labios y el llanto en los ojos.
  • ¿De modo que Harry no estaba loco? Preguntó Pen  a Cheyne.
  • No, gracias a Dios, replicó el millonario.
  • Debe ser terrible estar loco, continuó Pen. Salvo perder un hijo, no conozco nada más terrible. Demos gracia a Dios que le devolvió el suyo.
  • ¡Hola! Gritó Harry desde el muelle, y abarcó a todos en una mirada de felicidad.
  • Estaba equivocado, Harry, estaba equivocado -dijo Disko rápidamente, levantando la mano-. Estaba equivocado en mis juicios. Cumpliste todo lo que te obligaste a hacer, casi tan bien como si yo te hubiera educado….
  • Vengan todos, que les mostraré el coche -dijo Harry.
  • Cheyne se quedó a hablar con Disko, mientras los otros fueron hacia el Constancia. Los marineros admiraron en silencio el terciopelo bordado, los puños de plata cincelada, el cuero repujado, los espejos, las maderas preciosas, el bronce, el acero forjado.
  • ¿No les decía yo? -repetía Harry.
  • Fue su desquita final.
  • Se sirvió la comida y la señora Cheyne en persona atendió a todos.
  • Los hombres que están habituados a comer a bocados mientras brama la tempestad en el mar, tienen modales de una limpieza y refinamiento extraordinarios en la mesa.
  • La madre de Harry quedó sorprendida al comprobarlo ahora. Pensaba para sus adentros que hubiera deseado tener a Manuel como mayordomo en su casa, por la delicadeza con que manejaba la vajilla de plata y los cristales.
  • Reinaba una gran alegría a bordo del coche. Tom Platt evocó los tiempos en su viejo barco y Largo Jack hizo gala de su simpatía irlandesa.

CAPITULO XI

  • En el camarote de la goleta, Cheyne y Disko seguían hablando y fumando. El tiempo pasó sin que ninguno de los dos lo notara.
  • Cheyne sabía muy bien que estaba ante un hombre al que no podía ofrecer dinero. Además lo hecho por Disko no se pagaba con todo el dinero del mundo. Jamás podría agradecerle el haber hecho de un niño consentido y orgulloso, un joven sensato, respetuoso y lleno de entusiasmo para enfrentar la vida.
  • -No he hecho nada a su hijo o por su hijo, como no sea hacerlo trabajar y enseñarle cómo se maneja el octante -dijo Disko-. Tiene más inteligencia para los números que mi propio hijo.
  • A propósito -dijo Cheyne, ¿Qué piensa hacer de Dan?
  • Disko sacó el cigarro de los labios y con un amplio gesto de la mano mostró el camarote.
  • Yo no puedo resolver nada por él. Le dejaré esta pequeña embarcación cuando me toque recoger velas. Es todo lo que tengo.
  • -¡Hum! ¿Ha estado usted alguna vez en el Oeste, señor Trup?
  • -Una vez llegué hasta Nueva York en un barco. Yo no sé nada de ferrocarriles, y Dan tampoco. A los Trup sólo nos gusta el agua salada.
  • Yo le puedo ofrecer a Dan toda el agua salada que necesite... hasta que sea patrón.
  • Harry no me dijo nada de eso. Yo creía que usted era el rey de los ferrocarriles.
  • Poseo una línea de barcos cargadores de té, entre San Francisco a Yokohama. Son seis barcos de 1.700 toneladas.
  • -¡Caramba! Nunca me dijo eso Harry, porque le hubiera hecho más caso que con sus cuentos sobre ferrocarriles y los coches con caballos.
  • -Él tampoco lo sabía. Soy propietario de la empresa San Diego, una de las más antiguas líneas navieras del país.
  • Entonces conocerá a Roberts, que salió de aquí hará 6 o 7 años. Ahora es el segundo en el San José.
  • Claro que sí. Quisiera pedirle que me prestara a Dan por un año o dos, a ver si podemos hacer de él un buen segundo. Lo confiaría a Roberts para su aprendizaje
  • Es expuesto encargarse de un joven tan novato.
  • Hay un hombre que se expuso a hacer algo más por mí.
  • -Es distinto. Examinemos el asunto, si no le importa, replicó Disko. Yo no puedo recomendar a Dan, porque es mi hijo. Sé que las costumbres del Banco no son las de los cargadores de té, pero no dudo que puede aprenderlas. Sabe gobernar la goleta como ningún otro grumete, pero en cuanto a navegar…..
  • Roberts lo ayudará en eso. Hará uno o 2 viajes como grumete. Si lo retiene aquí este invierno, yo enviaría por él a principios de primavera. No tema por la lejanía, porque el Pacífico esté lejos de Gloucester.
  • ¡A los Trup nos da lo mismo un mar que otro!
  • Quise decir que cuantas veces quiera ir a verlo, no tiene más que avisarme, y yo me ocuparé del transporte. No les costará ni un centavo.
  • Si se toma la molestia de acompañarme a mi casa, lo consultaré con mi mujer. Ahora último me he equivocado como un idiota en mis juicios y no quiero cometer más errores. Además todo lo que está sucediendo me parece un sueño.
  • La casa de Disko era blanca con un amplio patio delantero adornado con una vieja lancha llena de flores; a un costado había un mirador que era un verdadero museo de cosas encontradas en el mar. Allí estaba sentada una mujer robusta, de expresión severa, con los ojos blandos tanto espiar en el mar el regreso de los seres queridos.
  • Cheyne le manifestó el motivo de su visita, y ella dio su consentimiento con profunda pena.
  • Señor Cheyne, dijo, al año perdemos en Gloucester unos 100 hombres en el mar, jóvenes y viejos. He llegado a odiar este mar como si fuera un ser vivo. Dios no lo hizo para que los hombres vayan a él a echar el ancla. ¿Sus vapores van directo a su destino y vuelven por la misma ruta?
  • Mientras los vientos lo permiten señora. Yo doy un premio a quien logra el mejor recorrido. Usted sabe que el té se perjudica en el mar.
  • Mi hijo, cuando era pequeño, tenía costumbre de jugar a tener almacén, yo siempre pensé, ilusionada, que de grande conservaría la afición. Pero está visto que prefiere manejar una lancha.
  • Se trata de grandes barcos hechos de hierro, dijo Disko. Acuérdate de lo que la hermana de Roberts te lee cuando recibe sus cartas.
  • Si Dan lo quiere, yo no tengo inconveniente, señor Cheyne.
  • -Mi mujer detesta el mar --explicó Disko- y yo por desgracia, no tengo bastante educación para mostrarle mi agradecimiento.
  • Perdí a mi padre, a mi hermano mayor, a dos sobrinos y a mi cuñado en el mar, dijo la mujer. ¿Cómo se puede amar a quién me quitó tanto?
  • Dan aceptó feliz el ofrecimiento. Lo que más le gustaba era la expectación de visitar puertos lejanos y navegar en grandes buques.
  • En tanto la señora Cheyne había llevado a parte al incomprensible Manuel para hablarle del salvamento de Harry y agradecerle su generosa acción. Al final de largas y difíciles conversaciones, declaró que aceptaría 5 dólares, para comprarle un regalo a su novia.
  • ¿Para qué quiero dinero, si gano fácilmente mi comida y mi tabaco? ¿Quiere dármelo de todas maneras? Ya le diré cómo.
  • Y le presentó a la señora Cheyne un sacerdote portugués, que acudía provisto de una lista de viudas indigentes, tan larga como su sotana. La señora Cheyne no simpatizaba con la fé católica, pero, por complacer a Manuel, le dio todo lo que pedía.
  • Manuel corrió de inmediato a comprar un pañuelo para su novia.
  • Salters se marchó por un tiempo al Oeste con Pen, sin dejar dirección. Temía que esos millonarios se interesaran también en su amigo.
  • -Nunca te dejes adoptar por gente rica -le dijo a Pen cuando estaban sentados en el tren-. Si en este viaje te olvidas de tu apellido, acuérdate de que perteneces a Salters Trup, y espérame en cualquier parte. No andes como errante ni te mezcles con quienes tienen los ojos cubiertos de grasa, como dice la Sagrada Escritura.

Capítulo XII

  • Totalmente distinta fue la conducta del cocinero de la goleta. Con su ropa dentro de un atado, se instaló en el Constancia y se ofreció para servir. Lo menos que le importaba era el sueldo. Su sueño dorado consistía en seguir a Harry para el resto de su vida.
  • Se trató de disuadirlo, pero fue imposible. Cheyne acabó por recibirlo, pensando que algún día su hijo necesitaría un criado de confianza. Quedó contratado, pues, el cocinero MacDonald y se acordó que lo llevarían a Boston y de ahí al Oeste.
  • Partió el Constancia, y Cheyne pudo entregarse a los agrados de una ociosa actividad en Gloucester. Harry no se separó de su lado durante esos días, y conversaba por largas horas.
  • ¿Sabes papá que Disko ha publicado a todos los vientos que me gané mi paga?, dijo una tarde.
  • Me alegro, hijo. Es lo justo.
  • Ya se van ablandando, añadió Harry con melancolía, y le mostró sus manos callosas.
  • Déjalas así un tiempo, repuso el padre, mientras terminas tu educación. Ya podrás endurecerlas.
  • Así espero, contestó el joven con entusiasmo.
  • -De ti depende, Harry. Puedes seguir pegado a tu madre preguntándole por sus nervios o puedes hacerte hombre. Yo no soy capaz de gobernarte a ti y a tu madre juntos. Sé que ha sido mi culpa el abandono en que has crecido, y que hasta ahora no hice gran cosa por ti, ¿verdad?
  • Disko opina…¿cuánto has gastado en mi educación, papá?
  • Jamás lo he pensado. Pero si lo calculamos, podrían ser entre 40 y 60 mil dólares.
  • ¿Y crees que has perdido todo ese capital?
  • No, creo que lo he puesto a interés.
  • Y yo hasta ahora he ganado sólo 30 dólares…
  • Creo que Disko ha sacado más provecho de Dan, y eso que Dan va a la escuela nada más que 6 meses al año. Lo que quiero decir es que no me siento nada orgulloso de mí en este momento, pero la falta es mía y te prometo que procuraré enmendarme. Quiero empezar desde abajo.
  • Lo comprendo. Todos pasamos por esto. Yo mismo cometí el error de empezar demasiado pronto. Perdí y gané. Te lo contaré.
  • Cheyne se acarició la barba y paseó la mirada por el mar tranquilo. Harry comprendió que su padre iba a contarle la historia de su vida.
  • Empezaba por un muchacho huérfano, abandonado sobre el lomo de un caballo en Texas. Anduvo de un sitio a otro, por pueblos que se levantaban en pocas semanas, para luego desaparecer, y que ahora son ciudades con calles adoquinadas. Fue creciendo, con profundos cambios en su existencia; tan pronto fue rico como pobre. Trabajó como simple marinero, contratista de obras públicas, periodista, ingeniero, vendedor, agente de propiedades agrícolas, minero, deshollinador; pero siempre alerta y buscando la gloria y el provecho propio y de su país.
  • Cheyne habló de la confianza, que nunca le abandonó, aun cuando se veía al borde del abismo; la confianza que nace del conocimiento de los hombres y de las cosas. Describió cómo luchó con sus enemigos o los perdonó; de qué modo se había perdido por montes y barrancos trazando un ferrocarril insignificante.
  • La historia tuvo absorto a Harry, con la mirada fija en las mejillas surcadas de arrugas y las espesas cejas de su padre. Le parecía ver la locomotora frenética a través del campo oscuro, pero una locomotora con el don de la palabra, que exaltaba el alma del niño.
  • Terminó Cheyne su relato, tiró la colilla del cigarro, se quedaron padre e hijo sentados en las sombras, al borde del agua que lamía el muelle.
  • No se lo he contado a nadie antes, dijo Cheyne.
  • Harry suspiró.
  • Esto es lo que yo he sido. Ahora te diré lo que nunca he sido. No quiero que llegues a mi edad sin saberlo. Sé manejar a los hombres y todo lo relativo a mis negocios; pero no puedo rivalizar con el hombre que ha estudiado. Me he formado por aluviones, aquí y allá, y eso se nota en mi persona.
  • -Nunca me he dado cuenta –dijo Harry.
  • Ya lo notarás. Cuando salgas del colegio, lo notarás. Ahora, Harry, puedes aprender. Tienes que apropiarte de todo el saber que te rodea porque vivirás entre gente que hace lo mismo. Aprenderás lo suficiente de la ley para salvaguardia de tus bienes, cuando yo me muera; tendrás que conocer bien los negocios, sobre todo, habrás de hacer gran provisión de esa ciencia clara y vulgar que se aprende consultando con la almohada. Nada vale como esa filosofía. Ya lo verás Harry. Reflexiona y mañana me darás la respuesta. ¡Vamos! La cena nos espera.
  • ¿Qué están conspirando los dos? Preguntó la señora Cheyne, al reunirse con ellos. Se daba cuenta de que el niño que saltaba a su alrededor había desaparecido y que había sido reemplazado por un joven serio, silencioso, que prefería hablar con su padre de negocios.
  • Nada particular, mujer, respondió el señor Cheyne. Harry es un niño que no anda con rodeos.
  • Y así fue, en efecto. Harry tomó una decisión por su propia cuenta. Los ferrocarriles no le importaban gran cosa, igual que las demás empresas. Suspiraba sólo por los buques de vela recién adquiridos por su padre. Él se comprometía a ser un modelo de aplicación y conducta en el colegio por 3 o 4 años. En las vacaciones se le permitiría iniciarse en todos los detalles relativos a la línea de navegación, desde los papeles más confidenciales de su padre hasta el remolcador de San Francisco.
  • Negocio concluido, dijo entonces Cheyne-. Antes de salir del colegio seguramente habrás cambiado de opinión veinte veces, pero si te mantienes dentro de los límites razonables, cuando cumplas 23 años serás el amo. ¿Qué te parece?
  • No me parece bien, papá. En todo esto veo mucha competencia y Disko me tiene dicho que la gente de una misma sangre debe unirse. Sus subordinados no discuten nunca con él, y a eso atribuye sus grandes entradas. ¿Sabías que la Intrépida zarpa el lunes?
  • -Creo que nosotros también deberíamos irnos. Lo hago con pena porque hace 20 años que no tomaba vacaciones como éstas.
  • Pero no nos iremos sin ver partir a Disko -dijo Harry-; y sin asistir a la fiesta.
  • -¿Qué fiesta?
  • Creo que es una especie de representación con cantos y danzas. A Disko le interesa mucho porque se hace una colecta para las viudas y huérfanos. Disko es independiente, como te habrás dado cuenta, pero tiene un gran corazón.
  • Sí, por supuesto.
  • Es la asamblea de verano. Se leen en voz alta los nombres de los marineros que se ahogaron o perdieron en el año.  Se pronuncian discursos, se recitan versos. Según Disko, la verdadera fiesta es en la primavera, cuando no hay veraneantes.
  • Asistiremos a la fiesta y después nos iremos.
  • Iré a ver a Disko para que lleve a toda su gente antes de hacerse a la vela. Convendrá, seguramente, que yo vaya con ellos.
  • ¿Te consideras como….?
  • Como un terranova pura sangre, le gritó Harry, que ya trepaba a un tranvía.
  • Disko no tenía nada que ver con las reuniones públicas en que se hacían llamamientos a la caridad, pero en vista de que Harry dijo que la fiesta perdería todo su encanto para él si los tripulantes de la goleta no asistían, el patrón de la Intrépida fijó sus condiciones.
  • Disko había oído decir que tomaría parte en el espectáculo una famosa cantante, y pensó que podría interpretar una canción que a él le encantaba. En esos términos, prometió asistir.
  • Harry volvió al centro de Gloucester y empleó medio día en explicar a una artista de renombre el encargo del pescador.
  • A la asamblea concurrió toda la población. Pescadores de todas las nacionalidades; las viudas enlutadas, que saludaban con gravedad porque este era su día. También llegaron ministros de diversas creencias religiosas; propietarios de servicios de goletas; banqueros y agentes de seguro; capitanes de remolcadores.
  • Harry se instaló en el auditorio en medio de sus compañeros de la goleta, entre Disko y Dan.
  • ¿Aún no se van tus padres?, le preguntó Salters. ¿Qué haces aquí niño?
  • ¿Acaso no tiene derecho? Intervino Dan. Para eso estuvo con nosotros en el Banco.
  • Pero no con esa ropa, gruñó Salters.
  • ¿Quieres callarte, Salters? Dijo Disko. Quédate donde estás Harry.
  • El orador dio a todos la bienvenida y alabó la ciudad sobre todas las del universo. Agradeció a cuantos, inspirados por el sentimiento del bien público, aportaban su concurso a aquella fiesta.
  • Siguió adelante el espectáculo.
  • ¿Es ésta la cantante famosa?, le preguntó Disko Trup a Harry, al ver a una dama sobre el estrado.
  • La artista no empezó por la canción que le indicara Harry, sino por una especie de poema cuyo argumento era un puerto de pesca, en que las mujeres encendían fogatas en el muelle, con todo lo que encontraban a mano, para guiar a la flotilla.
  • El auditorio se sentía subyugado por la voz de la cantante. Cuando terminó se la aplaudió poco, porque las mujeres estaban ocupadas en buscar pañuelos y muchos hombres lagrimeaban. Disko, en cambio, se enojó porque no era la canción que esperaba.
  • Las viudas, que sabían lo que iba a venir, se apiñaban como soldados que van al asalto de una posición. Los pescadores avanzaron, y se dio lectura a una lista de las pérdidas del año.
  • La voz del lector resonaba en el silencio del recinto.
  • Al nombrar a Roberto Franks, su esposa cayó desvanecida. Creía en la vuelta de su marido, porque la defunción no estaba aún comprobada.
  • Nombraron a Otto Svendson, de la goleta Intrépida. Su novia dejó escapar un grito sordo, desgarrador.
  • Harry se sentía muy mal. Estaba helado de frío a pesar del calor reinante.
  • Disko se inclinó para hablar con su mujer que trataba de ayudar a la señora Cheyne, que también se sentía mal.
  • Anímese, le decía. Su hijo tampoco se siente bien. Venga, querida señora. Nuestro deber, como mujeres es cuidar a nuestros hombres.
  • Disko y sus compañeros atravesaron por entre la multitud para llevarlos a respirar aire.
  • Creo que estoy mejor, dijo Harry, avergonzado.
  • Iremos al muelle, dijo Disko. El aire repondrá a Harry y a su madre.
  • Harry miró con orgullo y pena la goleta de Disko en el desembarcadero del muelle. Ya se preparaba para zarpar.
  • La tripulación subió a bordo. Harry ayudó a desatar la amarra para que la nave maniobrara con libertad. El joven encargó a Dan que no se olvidara de cuidar las botas de mar del tío Salters y el ancla del bote de Pen. Largo Jack recomendó a Harry que no olvidara las lecciones marítimas que le había dado.
  • Iza el foque, gritó Disko al timón, cuando la goleta iba adelantando en aguas del puerto. Nos volveremos a ver Harry, ¿Cuándo? No sé, pero me acordaré mucho de ti y de tus padres.
  • Ya estaba fuera del alcance de la voz, y los de tierra se quedaron mirando la goleta que se alejaba.

CAPÍTULO XIII

  • Han pasado algunos años y estamos en la otra orilla del país, en el Oeste.
  • Un joven sube, a través de la espesa bruma del mar, por una calle flanqueada de casas suntuosas. Frente a él viene a caballo otro joven, y ambos entablan este diálogo:
  • ¡Hola Dan!
  • ¡Hola Harry!
  • ¿Qué dices de bueno amigo?
  • Creo que en este viaje llegaré a ser esa especie de animal que llaman “un segundo de a bordo”. ¿y a ti, qué tal te fue en el colegio?
  • Así, así. La vida de colegio no puede compararse con la de mi querida Intrépida. Pero en otoño seré libre.
  • Es decir, que te harás cargo de nuestros vapores.
  • Y de nada más… ¿Quieres entrar Dan?
  • Harry se bajó del caballo y Dan entró con él.
  • Se oyó una risa triunfal, y apareció el ex cocinero de la goleta para recoger el caballo que montaba Harry, porque no permitía que nadie más que él cuidara de sus cosas.
  • Aquí hay niebla como en el Banco ¿verdad? Le preguntó Dan, en tono conciliador.
  • Pero el negro no creyó su deber responder hasta el momento en que, dando a Dan un golpecito en la espalda, le dijo al oído, por centésima vez, la antigua profecía:
  • Amo… criado. Criado y amo. Acuérdate Dan Trup, de lo que te dije en la goleta.
  • Si, no voy a negar que ha resultado, contestó Dan. ¡Ah, cómo recuerdo esos días! Nuestra goleta era una joya, y le debo mucho a ella y a mi papá.
  • ¡Yo también!, añadió Harry Cheyne.

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