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Vainilla


Enviado por   •  15 de Marzo de 2014  •  Exámen  •  1.816 Palabras (8 Páginas)  •  209 Visitas

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Vainilla

Pensaba en el idiota más de lo que yo misma le permitía y me sacaba pica cada que pillaba al sentido común soñando despierto de sus acaramelados y endulzantes ojos café. La fantasía no se cansaba de jaque-matearme. En efecto, era invencible.

Fin de diciembre, el 31 para ser exactos. Verano en Lima, invierno aquí. Pasaría el año nuevo en casa de J otra vez, nos pondríamos al día en unas cuantas horas, entregaría los presentes que había comprado en el mercado indio unos días atrás e iríamos a celebrar en la noche.

Jugadas urbanas, de aquellas, que más que paradojas son un poco infantiles.

Quedé a sus pies más de 4 horas en el tren. Lo cual no habría de causar sorpresa si se consideraban mi galopante sueño de una y media a cinco de la mañana. Era bastante alto (lo que galopaba.) Sueños me cebaban hasta las subes y me traían de vuelta a tierra, (o a la cama plegable) un saltarín de los que no visitas a menudo porque se halla en la casa de algún compañero oportuno, que de cuando en donde permitía volver a verlo, pobre el solitario soñador.

Al despertar pedí mi deseo, sentí que ya era hora.

No se lo dejaría al azar, así que le di dos opciones: Una, que me mostrase su interés vespertino, abierta y fuertemente. ¡Oh, y pronto!

Y dos, que conociese a alguien más.

Noté justo al término del inmediato envió aéreo, que mi segunda petición no tenía mucho sentido que digamos, si se tomaba en cuenta que *hace frio y estoy lejos de casa*.

El 98 parecía prometedor, de ventanal.

Dicen que el correo es mucho más veloz en el extranjero y es cierto. Había sido malacostumbrada por el ¨express¨ limeño, no pensé en que se cumpliría pronto, prontísimo; más bien, ese mismo día.

Llovía, llovía, llovía, J vivía cerca del colegio, a unas pocas cuadras apenas. No fue necesario darle la dirección, le especifique el número de casa y dos días después el dingdong del timbre, seguido por la madre de J que decía que venían por mí.

Me apresuré. Corrí disimuladamente, o al menos lo intenté. Acabábamos de almorzar, no había calculado bien el tiempo. J, su padre y Janina aún se encontraban sentados, saboreando los últimos pedazos del pollo ahumado con papas al horno. Manos sobre la mesa, pararme de un porrazo, graciasporelalmuerzoestubodeli y en marcha. Subiendo las escaleras circulares que conducían a los dormitorios, ¡y al baño!

Me empapé la cara. Respira hondo. Sonrisilla, alegre de no estar tan nerviosa como mis latidos indicaban, pero al parecer habían decidido no delatarme, para variar. Mi primera cita había sido bastante casual. Tenía 17 años, brazos fuertes, ojos café sin edulcorante y pelirrojo.

Todo un proceso mental que ocurre después de esta o aquella situación primeriza. Fuera de esquemas, sin importar si dramática, efímera, promiscua o evangélica. El resultado sigue siendo el mismo, de ahí los psicólogos y terapeutas necesitados de un propio doctor. Dedicación u propia situación mental parecían irrelevantes.

Alcancé a ver el reloj que colgaba encima de la radio, hasta ese entonces la sala de estar de los Jota me había resultado familiar, protectora.

11:29, ceguera, repasé la suma de eventos que llevaron al acontecimiento.

Final del túnel. Luz. Grietas a lo largo, columnas destrozadas en segundos. Temores se tornaron verdad y mi mundo, el nuestro, el porvenir, borroso. Tremenda necesidad la invadió entera, desde la punta de cada uno de mis dedos, de los que mama llama de pianista, hasta mi marca de nacimiento en la rodilla izquierda, la que ella me enseñó a amar, estar orgullosa, no tenerle vergüenza; al fin y al cabo me recordaría en un futuro, de donde provenía.

Lú, hija de una mujer así, no pensó en ella en aquel derrumbe. Egoísta. Corroída por la impotencia. Perdida en su propio dolor compartido.

La niña temblaba de pies a cabeza como la madre lo había hecho hace unas horas en el camino al hospital más cercano.

Dentro de sí lo más contrarrestante, sus propios latidos, fluidos y cada uno de sus órganos en función y en son de supervivencia como también, el total e inexplicable vacio: La pérdida.

¿Gustas acurrucarte? Su acento no se me había percatado hasta entonces. Echado en su cama, la frazada morada a rayas (viril) y el brazo estrechado, ahí habría de encajar cual pieza de rompecabezas.

No dejé de ser yo misma, patética en fiestas, lo mío, no me culpo. Se lo conté, un tanto de identificación, ante un extraño. Secó mis lágrimas y me besó en la frente y continuó por todo el cuello.

¨Sabes, eres perfecta¨-balbuceó, pocas horas después de conocerme lo condujeron a tal conclusión. Se delató a sí mismo, (quería más desde el principio. )Engaño poco común. Mutuo. Me usó para olvidarla, y yo me dejé, para olvidarte.

Des-via-ción del trauma por casi 5 meses. Entreabrí los ojos un día sin saber que aquel había sido en realidad un romance invernal. Banal. Mi teoría consistía en encontrarle lógica y como le llamamos en casa, sentido amoroso al asunto.

(¡Pero no había por qué adelantarse!) El inicio es donde la historia empieza, justo al término de una previa y en el puente de mi diván.

Mamá en el asiento trasero. El fondo, un paisaje oscuro, alzando la cabeza, tratando de descifrar la mañana que se asomaba.

Aire helado. La conocía bastante bien, pero aquella mirada, los ojos vulnerables y pasajeros, no despertaban lo conocido en mí y me asusté. Tome su mano con suavidad. Traté de esconder mi mal presentimiento, provocado en el medio de la carretera central, tras la ventana. Nos dirigíamos a la estación. Violín, mama y yo.

Se obligó a pensar que era instinto materno, preocupada por la hija; viajaría hasta una determinada parada, la que está cerca del puerto, no la vería en unas semanas. No había de que preocuparse.

Tallado en mi esencia se encuentra una galería de imágenes superpuestas. Momentos cálidos, decisivos y uno que otro irrelevante. Usted escogió el caso número dos.

Tomó mi mano con la misma delicadeza con la que yo había sostenido la suya previamente y acaricié su abdomen. Llevaba el pollerón azul que usa cada que sabe que se expondrá al frió. No lo sabíamos aún.

Hoy creo que quería despedirse.

Ella y yo. Intercambiamos miradas inmediatamente después de sentir el movimiento. Desvanecimos en un instante de complicidad, era algo nuestro. Comisuras, sonrisas brotaron y al contemplarnos, empurecí.

No veía la hora de llegar. Ya, ya, ya. Los buenos recuerdos del invierno europeo pasado me satisfacían pero a la vez daban que esperar.

Recuerdo haberme recostado en la ventana, analizar el paisaje, lleno de arboles color hoja y pequeñas cabañas ubicadas al centro de aquellas tan queridas tierras ajenas. Familias habrían de disfrutar de ellas durante el verano, sacrificando un par de horas de viaje, encontrarían descanso en hamacas y un jardín propio que les daría la ilusión de una vida menos complicada.

Fue entonces cuando empecé a resbalarme en mis propios (los que en aquellos tiempos llamaba) problemas: Me había ignorado el último día. No, toda la semana, sabiendo que me iba. Meses sin verlo, una desgracia a escala. Tragedia griega para mi entonces mente adolescente y algo quisquillosa. Hormigueo en las puntas de los dedos de solo pensarlo

No podría explicarle con certeza porque me iba. Me voy hoy, ¿ves? Me fui. Aunque en realidad no me estoy yendo de aquí, más bien me quedo, pero decido no verte más. Mendigaba por unos cuantos gramos de azúcar.

Al igual, no podía decirme que ocurrió. Quizá de eso se tratan los amores de verano, (¡invierno, lo que sea!), de encontrarse en un lugar en el que las promesas y errores del pasado ensordecen de significado, donde mi sueño y pesadilla se enfrentaban en un campo de batalla que no anunciaba más que el fin.

J me preguntó si pensaba mucho en lo ocurrió hace poco, unas cuantas semanas después de regresar, no me alcanzo el tiempo de explicarle la verdadera razón por la que nos besamos en la oscuridad de un pasillo estrellado, repleto y humeante de felicidad adolescente. Palpitante y detonante que combinada con llanto de penas próximas y alcohol ilimitado, nos llevaron a la constelación adecuada.

Besé a un tercero por despecho.

Si algo se encontraba en segundo plano, eran los sentimientos reprimidos de una niña, lejos, que por falta de afecto (del que aun poseía un tanto en el bolsillo) posó, cubriendo de ramas de entusiasmo risueño, sus esperanzas en lo primero que vio.

El invierno se lo había quitado.

No solo yo me escondo.

Pasaron las lunas.

28 de febrero, mi primera cita falló en el intento de ser amoroso a distancia. Mi día, convencional, un tanto perdido en biberones vacíos. Me intrinqué en lo que habrías de esperar, sin saber que me esperabas a mí.

La noche, y llamaste, no sé por qué lo hiciste, (¡al fin!), debía pasar. No te idolatraba, te conozco, real e insólito. Almas tangibles. Usted escogió el caso número 1.

Fumábamos en nuestro pasadizo predilecto a unas cuantas cuadras de tu casa. Raspando las pequeñas fisuras humorosas en el aire, apropiándose de ellas como por pura intuición; perdida en aquellas pupilas. Arrancándome el alma desde allí, o aquí, o donde quiera que fuese, y dejándolas volar con la esperanza de que sean mías, de que regresen. Huyan sin dejar de ser visibles a estas criaturas de crepúsculo, que se entrelacen, oí susurrar, chasquidos en medio del ritmo continuo. Partículas tuyas y mías.

Quizá hubiese sido distinto si…pero éramos bohemios. Unos raros, incapaces de mostrar nuestros sublimes latidos por el otro. Había llegado al límite, ¡estás enamorado de mí! Verdad en sus ojos, únicos, la vergüenza ocupó hasta lo más orgulloso de mi colorido y algo peculiar ser. Una que otra cosa vale la pena de seguro en esta vida, y había que saborear, para luego estarse seguro. Y sin necesidad de pronunciar una palabra, lo dijo todo.

No perduraría. Se agotan los aros, charlas, miradas en un silencio que atrae nostalgias. Entre parpadeos vivimos. Me reencontré en el verano de la eternidad. Contigo. Se pasó la mano izquierda por el cabello, como siempre hace cuando desea ocultar que lo pongo nervioso, pero esta vez fue con la mano contraria.(me acaricio a mi????)

No era precisamente lo que había imaginado. Luz en lo que parecía ser un túnel mudo.

Garuaban caricias

Llovían confesiones

Tormenta de besos sabor a vainilla

...

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