Visita biblioteca central de CU

13 de junio del 2016.

Era el jueves 9 de junio del 2016, alrededor de las cuatro de la tarde cuando mis compañeros de grupo y un servidor, nos habíamos quedado de ver en la estación “Universidad” del metro de la ciudad de México para dar inicio a la visita por uno de los recintos más representativos de la máxima casa de estudios de todo el país: su biblioteca central.

Evidentemente, y como es ya casi una tradición cada vez que un grupo de compañeros se reúnen para llevar a cabo alguna actividad de ésta índole, terminamos haciendo cosas fuera de programación, conocimos gente que no estaba en el libreto, comimos lo que menos pensábamos e incluso tiramos un par de tumbos y maromas en los pastos que ofrecen aquellas instalaciones como bien se muestra en las imágenes del anexo.

Cabe también señalar que, tuvimos a bien recorrer toda la ruta (de extremo a extremo) que ofrece el puma-bus de la ruta número uno, pues, como buenos visitantes, desconocíamos las rutas, las estaciones, los tiempos de operación de los buses y mucho menos, los destinos a los que se dirigen cada uno de ellos. De modo que, después de haber vuelto a la base y jamás habernos percatado de cuándo pasamos por la biblioteca central, decidimos consultar con un par de gentes que tuvieron a bien hacernos la indicación de que debíamos bajar justo frente al estadio universitario. Así lo hicimos.

Pues bien, no me resulta incómodo aceptar que los aires que respiré me trajeron recuerdos dulces de mi juventud como preparatoriano y como universitario, no era la primera vez que mis pies rondaban aquellos jardines y por supuesto, fue muy grato en lo personal, experimentar de nuevo aquella sensación de escolar preparándose para ser un profesionista destacado, el olor a libros, los árboles que adornan los parques parecían haber guardado muy bien el secreto de mis visitas anteriores, y así lo quise mantener. Ante mis compañeros, no mostré la más mínima señal de algarabía, aunque mi espíritu bailaba de gusto en mi interior, tal vez, honrando de alguna manera muy humilde las palabras de aquel joven “Maestro de América” José Vasconcelos: “Por mi raza, hablará el espíritu”.

Juan se encontraba ya en el lugar desde hacía las tres de la tarde debido a que su casa se encuentra también localizada muy al sur de la ciudad, motivo por el cuál, ya había tenido oportunidad de hacer un recorrido mientras que Araceli, Armando y un servidor, apenas nos encontrábamos en la entrada del recinto disfrutando de un refrigerio tras el largo trayecto recorrido desde el norte de la capital.

Comenzamos por recorrer el espacio de lectura y los tomos que la biblioteca ofrece en su planta baja, sin dejar pasar la oportunidad de intercambiar un par de palabras con el encargado en turno del lugar quien, muy amable, tuvo a bien obsequiarnos un par de trípticos con la descripción de cada uno de los pisos que conforman la biblioteca y que contienen también, información variada entre la que destaca un par de links de donde se podrían obtener imágenes del recinto y mucha más información.

Mis compañeros tomaron un par de fotografías con sus teléfonos mientras yo seguía disfrutando en mis adentros el poder estar ahí pues, francamente, ni siquiera cruzó por mi mente la idea de tomar mis propias fotografías.

Tomé la iniciativa y les propuse tomar el ascensor hasta el piso número doce -el más alto en la fila de botones del ascensor- para posteriormente ir en descenso visitando cada uno de los pisos, deteniéndonos un poco a revisar, conocer, palpar y ¿por qué no? Olfatear y degustar cada una de sus salas.

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