SEMANA 4: LA ÉTICA EN LA MODERNIDAD
BRYAN JAIRO CARRANZA DEL AGUILAPráctica o problema27 de Junio de 2020
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SEMANA 4:
LA ÉTICA EN LA MODERNIDAD
THOMAS HOBBES.
Leuridan J. (2018) señala que para Thomas Hobbes (1588-1679), el hombre es un lobo para su prójimo, todos están en constante guerra unos contra otros.
Para que la sociedad sea posible es necesario firmar un contrato entre sus miembros y tener un rey absoluto (llamado Leviathan) que controle su cumplimiento. Se gobierna sobre la base de un control externo al hombre y de una represión, porque el hombre busca solamente su propio interés y trata de utilizar a los demás. La relación básica es la desconfianza entre todos, incluyendo al gobierno. Los hombres se dejan guiar por la lucha permanente de adquisición de poder, bienes y gloria. La agresividad entre los hombres es su característica fundamental. Estos deseos solo pueden llevar a caos y muerte. Los líderes políticos ofrecen la justicia para ganar votos, pero tienen la intención de aplicarla. Referencias a la justicia y a la dignidad son utilizadas por ellos para esconder sus verdaderos motivos a los débiles. Platón ya mencionó este uso exclusivo de la ética en los discursos de los políticos en sus campañas electorales. Tanto Hobbes como Kant reclaman un Estado de derecho, pero para el primero cualquier Estado eficaz es bueno y para el segundo el Estado debe tener como fundamento la justicia. Para Hobbes prima el orden y para Kant, la ética. (Pág. 100)
JOHN LOCKE.
John Locke (1632-1704) es, sin duda, la figura principal en el inicio de la historia moderna. En sus Letters Philosophiques ou Letters Anglaises, de 1737, Voltaire (1694-1778) lo considera como el único filósofo de importancia en comparación con Descartes y Malebranch. En Le Siècle de Luis XVI (1751) escribirá: “De Platón a Locke no hay nada, solo Locke ha explicado la inteligencia humana en un libro donde se encuentran verdades; y lo que da la perfección a este libro es que todas las verdades son claras”.
Locke es el fundador del pensamiento liberal. Una de las preocupaciones del liberalismo es fundamentar el Estado sobre la satisfacción ciudadana, conciliando los fines universales que persigue con los fines particulares del individuo (intereses económicos, familiares y creencias). Es el fin del modelo anterior de una sociedad donde se obedecía simplemente las órdenes dadas por la autoridad.
- Ley natural y conciencia.
Locke le da mucha importancia a la persona. La persona tiene la capacidad de reflexionar sobre sí misma y de consultarse a sí misma. La persona es conciencia de sí misma. Esta identidad personal no se separa de un interés por sí mismo, el placer que va acompañado de la capacidad para la regla, la cual precisamente va a calificar sus actos como buenos o malos. Hay un interés por la felicidad que está ligado a la conciencia. Mediante la responsabilidad, la conciencia responde de sus actos ante los hombres, constituyendo una persona moral. La conciencia es fuente de los actos y asume su responsabilidad por ellos. La vida moral reside en la persona misma, en el “interior” de su conciencia. Esta teoría de la persona es el gran aporte de Locke a la ética.
Locke, al contrario de Hobbes, parte de la idea de una ley natural presente en los hombres, que expresa la igualdad y el consenso entre todos. Dios ha puesto en nosotros las normas de la humanidad que constituyen la llamada ley natural. Dios ha creado al hombre a su imagen.
Existen tres tipos de leyes diferentes: la ley natural, la ley positiva y la “ley” de la presión social. La ley inscrita en nuestro ser por Dios es la ley natural, la ley del legislador es la ley civil y la “ley” de la regla moral es la ley de opinión o costumbre. Solo Dios es soberano. El Estado y el individuo poseen únicamente una relativa autonomía.
La razón no fundamenta la ley y tampoco obliga a cumplirla. Dios ordena, y la razón y la libertad entienden y ejecutan. Este reconocimiento por medio de la razón guía al hombre por el camino del bien. Locke insiste en que el bien produce en nosotros un placer. La ley de Dios es un bien para el hombre. El hombre solo puede realizarse cumpliéndola. Nuestra verdadera felicidad o placer consiste en el cumplimiento de la ley de Dios porque representa nuestro verdadero interés. Sin embargo, debe haber motivaciones que hagan al hombre cumplir con la ley. Los motivos son la recompensa o el castigo. El que cumple la ley de Dios tendrá una recompensa en la otra vida.
En el hombre no solamente hay razón sino también una gran variedad individual de placeres. La vida sensitiva también nos motiva a los placeres. Esta problemática llevó a Locke a reflexionar sobre las motivaciones psicológicas del comportamiento. La inquietud que siente el hombre por la ausencia de algo la llamamos deseo, es el principal estimulante que impulsa su accionar. Resulta entonces que el deseo de las pasiones compite (y puede desplazar) con la motivación principal, la voluntad, que busca el bien más grande. Locke intenta coordinar la obligación de la ley y las motivaciones del placer sensitivo, la presión de las costumbres y de las opiniones. En este caso, la rectitud, es decir, la conducta conforme a ley ya no basta. Se necesita también el placer. La falta de placer puede desviar la voluntad hacia goces que contradigan el verdadero bien. Se debe buscar que coincidan la razón y el deseo, el bien y el placer.
El hombre puede también precipitarse y equivocarse en su elección del bien y el mal. La moda, las opiniones, la educación y las costumbres pueden hacerle perder el verdadero sentido de las cosas y corromper su gusto. No obstante, Locke reconoce el carácter absoluto de la ley natural y la relatividad de los gustos. Él considera que la ley de Dios debería estar presente en todos los órdenes de la vida para poder normar el comportamiento. Siempre se debe buscar el bien máximo y subordinar los otros. Existe una tensión entre fundamentación metafísica de la moral y realidad sociológica. Opiniones equivocadas, educación sin normas, costumbres y malos hábitos pueden corromper. Locke se da cuenta de un pluralismo en la moral, reconoce los límites de la razón. Él comprueba la prioridad del conocimiento práctico sobre el teórico porque no podemos conocer todas las cosas, pero sí necesitamos orientar nuestro comportamiento. El escepticismo nos amenaza cuando descubrimos que la razón no conoce todo.
Locke observa que nuestra libertad debe suspender nuestros deseos antes de que la voluntad sea determinada. Depende de nosotros desear el bien y excitar nuestros deseos en función del bien principal. El que no compara el bien futuro duradero con el bien momentáneo no será capaz de desear el bien, y cederá ante la menor incomodidad que se presente. Un cambio puede ser necesario. La búsqueda de la felicidad debe ser un trabajo de la voluntad, que muchos desconocen porque la inquietud influye en su voluntad. (Págs. 100-103)
DAVID HUME.
Siguiendo con el mismo autor, nos dice que en: David Hume (1711-1776) La libertad ya no es intelectual y moral sino la felicidad individual como resultado del juego de las interacciones humanas y económicas. Con esta definición, Hume se distancia de las corrientes de Locke y Kant, y surge un análisis del liberalismo económico paralelo al político. Las fuerzas económicas constituyen un espacio donde la praxis humana busca la felicidad y el lujo, donde nacen los “derechos”. El hombre de negocios es el vehículo de la libertad. Hume describe el funcionamiento del mercado. La libertad se realiza en el mercado, al servicio de las pasiones. El gozo no está en primer lugar en acumular dinero sino en la actividad económica. El sujeto del liberalismo económico existe como pasión de emprender y como pasión de la pasión. Su filosofía es la precursora de la economía liberal. Los derechos y las reglas tienen su origen en los intereses dentro de la sociedad.
La moralidad es, por lo tanto, el resultado de un sentimiento y no de una norma. En este punto encontramos la debilidad del empirismo. ¿Cómo justificar una norma o ley genérica? La razón puede observar los hechos, pero no puede calificarlos. La definición de virtud o de vicio depende de la subjetividad de los sentimientos. De acuerdo con Hume, ley y hecho social son una sola identidad, expresada por la coincidencia de las simpatías mutuas entre las personas. Lo social depende de lo subjetivo. La aprobación o desaprobación no es competencia de la razón sino el resultado de las interacciones subjetivas de los individuos. Hume lo llama simpatía, concepto fundamental de su pensamiento. La cualidad más llamativa de la naturaleza humana es nuestra tendencia a simpatizar con los demás y a recibir sus sentimientos. Es difícil entender el “yo” fuera de esta simpatía. Hume dice: “El odio, el resentimiento, la estima, la seguridad, el coraje, la alegría y la melancolía son conocidos por comunicación y no por mí mismo”. Hume no separa la conciencia moral de uno de la aprobación por el otro.
Para él, más importante que la ley es la institución. La ley es limitación, pero la institución es organización del dinamismo de los individuos. La institución se expresa en la regla, y la más importante es la “justicia”. De las impresiones en la historia va surgiendo una solución que es la “justicia”, madre y modelo de todas las virtudes artificiales. La primera seguridad, la propiedad, se refuerza por la “justicia”. El egoísmo y la generosidad necesitan reglas para garantizar el comercio. Hume no entiende la justicia como el valor que orienta a dar el bien a cada uno. La justicia es artificial y es el resultado natural de errores y conflictos. Lo artificial y lo natural no se oponen mutuamente. El conjunto de las pasiones necesita reflexión. La sociedad y sus reglas controlan, pero no prohíben las pasiones. Éstas son sometidas a un cálculo de interés. La “justicia” aparece como un cálculo de intereses de los que manejan la economía. Una vez establecida la propiedad, la simpatía se encarga de las correcciones. Los hombres aman la “justicia” porque de esta manera se aman a sí mismos. Esta regla es de interés, surge de la sociedad económica y no de la política.
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