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A La Deriva Horacio Quiroga


Enviado por   •  9 de Marzo de 2015  •  968 Palabras (4 Páginas)  •  360 Visitas

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A LA DERIVA

HORACIO QUIROGA

El hombre pisó algo blanduzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie.

Saltó adelante, y al volverse con un juramento vio una yararacusú que

arrollada sobre sí misma esperaba otro ataque.

El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre

engrosaban dificultosamente, y sacó el machete de la cintura. La víbora vio la

amenaza, y hundió más la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el

machete cayó de lomo, dislocándole las vértebras.

El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas de sangre, y durante

un instante contempló. Un dolor agudo nacía de los dos puntitos violetas, y

comenzaba a invadir todo el pie. Apresuradamente se ligó el tobillo con su

pañuelo y siguió por la picada hacia su rancho.

El dolor en el pie aumentaba, con sensación de tirante abultamiento, y de

pronto el hombre sintió dos o tres fulgurantes puntadas que como

relámpagos habían irradiado desde la herida hasta la mitad de la pantorrilla.

Movía la pierna con dificultad; una metálica sequedad de garganta, seguida

de sed quemante, le arrancó un nuevo juramento.

Llegó por fin al rancho, y se echó de brazos sobre la rueda de un trapiche. Los

dos puntitos violeta desaparecían ahora en la monstruosa hinchazón del pie

entero. La piel parecía adelgazada y a punto de ceder, de tensa. Quiso llamar

a su mujer, y la voz se quebró en un ronco arrastre de garganta reseca. La

sed lo devoraba.

—¡Dorotea! —alcanzó a lanzar en un estertor—. ¡Dame caña!

Su mujer corrió con un vaso lleno, que el hombre sorbió en tres tragos. Pero

no había sentido gusto alguno.

—¡Te pedí caña, no agua! —rugió de nuevo. ¡Dame caña!

—¡Pero es caña, Paulino! —protestó la mujer espantada.

—¡No, me diste agua! ¡Quiero caña, te digo!

La mujer corrió otra vez, volviendo con la damajuana. El hombre tragó uno

tras otro dos vasos, pero no sintió nada en la garganta.

—Bueno; esto se pone feo —murmuró entonces, mirando su pie lívido y ya

con lustre gangrenoso. Sobre la honda ligadura del pañuelo, la carne

desbordaba como una monstruosa morcilla.

Los dolores fulgurantes se sucedían en continuos relampagueos, y llegaban

ahora a la ingle. La atroz sequedad de garganta que el aliento parecía caldear

más, aumentaba a la par. Cuando pretendió incorporarse, un fulminante

vómito lo mantuvo medio minuto con la frente apoyada en la rueda de palo.

Pero el hombre no quería morir, y descendiendo hasta la costa subió a su

canoa. Sentóse en la popa y comenzó a palear hasta el centro del Paraná. Allí

la corriente del río, que en las inmediaciones del Iguazú corre seis millas, lo

llevaría antes de cinco horas a Tacurú-Pucú.

El hombre, con sombría energía, pudo efectivamente llegar hasta el medio

del río; pero allí sus manos dormidas dejaron caer la pala en la canoa, y tras

un nuevo vómito —de sangre esta vez—dirigió una mirada al sol que ya

trasponía el monte.

La pierna entera, hasta medio muslo, era ya un bloque deforme y durísimo

que reventaba la ropa. El hombre cortó la ligadura y abrió el pantalón con su

cuchillo:

...

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